Read El protocolo Overlord Online
Authors: Mark Walden
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción
El doctor levantó la vista cuando entró Wing y le indicó que se sentara en una de las sillas que había al otro lado de la mesa. Como de costumbre, la expresión de Nero era inescrutable, pero Wing hubiera jurado que contenía una sombra de tristeza.
—Buenos días, señor Fanchú. Siento haberle sacado de su clase, pero por desgracia he recibido malas noticias.
Nero parecía incómodo y Wing empezó a preocuparse.
—No me resulta fácil decirle esto —dijo mirándole a los ojos—. Ha habido un accidente. Siento comunicarle que su padre ha muerto.
Nero había visto muchas reacciones a una noticia tan desgarradora como aquella —dolor, rabia, negativa a aceptar los hechos—, pero nunca había visto una reacción como la de Wing. Su cara reflejó un breve instante de sorpresa, sus ojos pestañearon levemente y después nada. Wing siguió sentado al otro lado de la mesa, mirando a Nero como si este le hubiera dicho que fuera hacía muy buen tiempo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó con la mayor tranquilidad.
—Ha habido una explosión en nuestra base japonesa de investigación y desarrollo. Su padre y otros técnicos han muerto. Aún no se sabe exactamente qué ocurrió, pero las primeras investigaciones sugieren que uno de sus experimentos falló y produjo una catastrófica reacción en cadena.
—Ya —dijo Wing sin dar ninguna señal de emoción—. ¿Se me autorizará a asistir a su funeral?
Nero se sentía un tanto sobrecogido por la serenidad con que su alumno se estaba tomando la noticia. A algunas personas del SICO quizá les hubiera impresionado su aparente fortaleza, pero a Nero le pareció inquietante.
—Sí. Mientras usted y yo estamos hablando, se está disponiendo lo necesario para su viaje a Tokio. Es normal que en estas circunstancias se permita a los alumnos elegir a alguien que les acompañe. Tendrá usted que escoger a la persona que desea que vaya con usted.
—Otto —respondió inmediatamente Wing—. Me gustaría que él me acompañara.
Aquello no fue una sorpresa para Nero. La pareja era inseparable desde su ingreso en HIVE y, aunque no le hacía ninguna gracia permitir que dos de sus estudiantes más problemáticos salieran juntos de la escuela, ya había iniciado los preparativos para el caso de que se produjera esa eventualidad.
—Muy bien. Me ocuparé de que se conceda licencia especial al señor Malpense para que le acompañe. No necesito recordarle que deberán reincorporarse a las clases inmediatamente después del funeral. No toleraré ningún tipo de absentismo.
—Entendido —repuso Wing—. Si no hay otra cosa, quisiera volver a mis clases.
—Por supuesto. El funeral tendrá lugar dentro de dos días. Nos pondremos en contacto con ustedes para darles más detalles cuando se hayan completado los preparativos.
—Gracias, doctor Nero.
Nero contempló al muchacho mientras se alejaba, todavía, al parecer, en absoluto afectado por la terrible noticia que acababa de recibir. Wing rara vez había dado grandes muestras de emoción desde que llegó a HIVE, pero Nero seguía pensando que en aquella falta de reacción había algo extraño. Bajó los ojos y echó un vistazo a un monitor que mostraba el archivo que tenía el SICO sobre el padre de Wing. Durante diez años, Mao Fanchú había sido jefe de departamento en el centro de investigación que el sindicato tenía en Japón. Tenía un excelente historial y había tomado parte en algunos de los inventos tecnológicos más prestigiosos de la organización. Pero en aquel historial había algo raro. No incluía ninguna fotografía. Eso no era inusual —al fin y al cabo, muchos directivos del SICO daban gran importancia al anonimato—, lo curioso era que, a pesar de que Nero tenía una licencia de seguridad de grado Omega Negro, todavía no se le había autorizado a ver un retrato del padre de Wing.
Más extraño todavía era el hecho de que Mao Fanchú pareciera haber surgido de la nada hacía diez años, cuando empezó a trabajar en el centro de investigación y desarrollo. Normalmente, los agentes del SICO tenían extensos historiales adjuntos a sus archivos, pero en este caso los detalles sobre la vida anterior de Fanchú brillaban por su ausencia o habían sido ocultados por alguna razón. A Nero le hubiera gustado profundizar más en el asunto, pero sabía perfectamente que en el SICO no había más que una persona con una licencia de seguridad de un grado superior al suyo. Si el Número Uno había decidido que esos detalles tenían que mantenerse ocultos, debía existir una buena razón para ello, y Nero no era quien para cuestionar a su superior en tales asuntos.
Por ahora, sin embargo, Nero tenía que centrar su atención en una cuestión más urgente: la inminente salida de Wing de la isla. Resultaba algo inevitable, dadas las circunstancias, pero su elección de compañero de viaje había complicado aún más el asunto. Otto Malpense ya había mostrado con claridad meridiana su empeño en largarse de HIVE sin permiso y ahora Nero tenía que afrontar la perspectiva de verse obligado a permitírselo. Su único consuelo era que ese mismo año los dos chavales habían tenido la ocasión de abandonar la isla justo después del incidente con el monstruo de Darkdoom y no la habían aprovechado, aunque él ignoraba por qué. De todas formas, si iba a mostrarse dispuesto a dejar salir a Fanchú y a Malpense al mundo exterior, tenía que asegurarse de que estuvieran sometidos a una supervisión constante. Afortunadamente, tenía a la persona perfecta para esa misión. En ese momento sonó el timbre de la puerta de su despacho.
—Adelante —dijo, y las puertas se abrieron para dar paso a una figura muy conocida—. Buenas tardes, Raven. Tengo un trabajo para usted.
Otto estaba leyendo en el cuarto que compartía con Wing. La habitación, un espacio blanco y aseado, era cómoda, aunque un tanto pequeña, y en los dos últimos meses se había empezado a sentir allí casi como en su casa. No estaba muy seguro de que aquello fuera bueno. Seguía diciéndose a sí mismo que su situación en HIVE no era la de un alumno, sino la de un prisionero. De hecho, muchos estudiantes de la escuela se referían en guasa a sus habitaciones con el nombre de «celdas», pero, si eso es lo que eran, había que reconocer que se trataba de celdas notablemente cómodas y bien acondicionadas.
De pronto llegó un pitido desde la puerta, que se abrió para dejar pasar a Wing. Al ver entrar a su amigo, Otto se puso de pie. Wing parecía aturdido. Sus demás compañeros seguían considerando su cara inescrutable, pero Otto le conocía lo bastante como para descifrar las sutiles claves de su expresión.
—¿Todo bien? —le preguntó con una mezcla de preocupación y curiosidad.
—Pues no, acabo de recibir una mala noticia —miró a los ojos a su amigo—. Mi padre ha muerto. En una explosión en su laboratorio.
—Dios mío, Wing, cuánto lo siento.
—No hay por qué sentirlo —repuso Wing con calma.
Otto se sintió perplejo ante la reacción de su amigo. Wing no tendía precisamente a manifestar sus sentimientos, pero reaccionar de esa forma tan fría a la noticia de la muerte de su padre era muy poco usual, incluso en él.
—Pero, Wing, es tu padre. Quiero decir que… —la voz de Otto se fue apagando al leer la dureza que apareció en los ojos de Wing.
—Mi padre y yo tuvimos poco contacto en los últimos dos años. Le importaba mucho más su trabajo que yo, sobre todo desde que murió mi madre. Ya sé que no debería sentir lo que siento, pero en cierto modo es como si él también hubiera muerto entonces.
Wing se sentó.
—¿Se sabe cómo ha sido?
—Por lo visto hubo un accidente durante uno de sus experimentos. Murieron él y algunos otros técnicos. Eso es lo único que sé.
—¿Qué va a pasar ahora?
—El funeral es dentro de un par de días. Me autorizan a asistir.
—¿Te dejan salir de la isla? —la sorpresa de Otto era evidente—. ¿Te vas a China?
—No, nos vamos a Tokio. Mi familia se estableció allí cuando yo era muy pequeño. Desde que tengo memoria, Japón ha sido siempre mi país.
—¿Nos vamos?
—Sí, los dos. Puedo llevar a otro estudiante y te he elegido a ti. Bueno… si quieres venir —le sonrió débilmente Wing.
Otto apenas podía creer lo que estaba oyendo. Una ocasión de salir de la isla era una oportunidad increíble, incluso en aquellas trágicas circunstancias.
—Pues claro que quiero, si tú estás seguro.
—No quiero que esté conmigo nadie más que tú. Has sido un buen amigo desde el día que llegamos y agradecería mucho tu compañía.
De pronto, Wing sonaba cansado, como si el esfuerzo de mantener su inescrutable comportamiento de siempre fuera mayor que nunca.
—¿Quieres que se lo diga yo a los otros? —preguntó Otto.
—Te lo agradecería. Ha sido un día muy largo y creo que necesito estar un rato a solas, si no te importa. —Pues claro que no.
Otto se levantó para marcharse.
—Una cosa más —dijo Wing mirando cautelosamente a Otto—. Tienes que prometerme que los dos vamos a volver. A mí me gusta tan poco como a ti estar encarcelado aquí, Otto. Pero sigo necesitando saber por qué Nero tiene la otra mitad del amuleto de mi madre. Hasta que lo sepa, no me puedo ir de HIVE. Espero que lo comprendas.
Otto sintió remordimientos de conciencia porque lo único que se le pasó por la cabeza cuando supo que les permitían a los dos abandonar la isla fue que aquello era una maravillosa oportunidad de escapar de las garras de HIVE. Pero sabía muy bien lo importante que era para Wing averiguar por qué Nero llevaba colgada la mitad negra del símbolo del yin y el yang que la madre de Wing había regalado a su hijo. Nero, por su parte, ignoraba que Wing había visto el amuleto cuando la planta mutante le había herido, y no parecía saber que el muchacho llevaba la otra mitad. Ese misterio sin resolver era lo que les había impedido fugarse unos meses antes, cuando tuvieron ocasión de hacerlo.
—Te lo prometo, Wing, si estás seguro de que eso es lo que quieres —dijo Otto.
Tenía que respetar el deseo de su amigo y en lo más hondo de su corazón sabía que nunca podría permitir que Wing volviera solo a HIVE.
—Estoy seguro, aunque sospecho que el doctor Nero también habrá tomado sus medidas para cerciorarse de nuestra continuada asistencia —dijo Wing enarcando ligeramente una ceja.
De eso, sospechaba Otto, no cabía la menor duda.
Otto, Shelby y Laura estaban en la balconada que daba a uno de los gimnasios de la escuela. A sus pies, dos figuras enfundadas en sendas armaduras kendo se encontraban cuadradas una frente a la otra con las espadas en alto en posición de ataque. Hubo un momento de silencio y de pronto la sala se inundó con el entrechocar de las dos espadas, cuyo eco retumbaba en la roca desnuda como si fueran disparos. Los dos contendientes parecían estar muy igualados, ninguno de los dos pedía respiro ni lo concedía. Las dos espadas de madera que se utilizaban para las prácticas se movían con tanta rapidez que era imposible distinguir sus contornos.
—¿Está bien? —preguntó Shelby con sincera preocupación.
—Yo diría que sí —contestó Otto sin dejar de contemplar el combate—. Pero ya le conoces, a veces es difícil decirlo.
—Ya —intervino Laura—. Yo no sé lo que haría si me dieran una noticia como esa estando aquí encerrada. Menos mal que te dejan que le acompañes al funeral.
—¿Es malo tener envidia? —preguntó Shelby—. Yo daría cualquier cosa por salir de aquí aunque solo fuera por un par de días.
—No, si te entiendo —repuso Otto—, pero os digo francamente que este es un viaje que preferiría no hacer.
En el gimnasio, el combate llegó a su punto álgido cuando uno de los contendientes pilló desequilibrado al otro y lo desarmó, arrojando su espada por el aire, a la vez que le ponía una zancadilla que le hacía caer de espaldas.
—Muy bien —dijo con un marcado acento ruso una voz bien conocida—. Lo empieza a entender, pero no siga sacrificando el equilibrio en aras de la agresividad.
Raven se quitó la careta y tendió la mano a su adversario para ayudarle a levantarse.
El otro combatiente tomó la mano que se le ofrecía, se puso de pie y también él se quitó la careta.
—Perdone, hoy no estoy muy centrado —se disculpó Wing.
Llevaban casi una hora combatiendo y ninguno de los dos parecía haber sudado ni una sola gota.
—Lo comprendo, pero recuerde que sus enemigos elegirán siempre su momento más vulnerable para atacarle. Déjese llevar por el instinto. Aparte de sí sus sentimientos.
Wing asintió con la cabeza y saludó a Raven con una pronunciada reverencia, el signo convencional que indicaba que había terminado la sesión. Raven y Wing llevaban varios meses ejercitándose y, que Otto supiera, Wing era el único estudiante que Raven entrenaba de aquel modo. Para la mayoría de los alumnos de HIVE, la presencia de aquella mujer resultaba profundamente amedrentadora. Después de todo, era la asesina más temida del SICO y la más leal colaboradora de Nero. Si eran ciertas las historias que se contaban de ella en voz baja, no cabía duda de que, en efecto, era muy de temer. Wing, por su parte, también era un contrincante temible —de hecho, su gran habilidad en las más diversas formas de autodefensa había sacado a Otto de situaciones comprometidas en más de una ocasión—, pero aún estaba por llegar el día en que le viera derrotar a Raven en una de sus sesiones de entrenamiento. Otto era un mal perdedor y no comprendía cómo su amigo podía aceptar que le vencieran con aquella regularidad. El día que se lo dijo, Wing se limitó a sonreír y a decirle crípticamente que perder no importaba con tal de que jamás fueras derrotado.
—A la misma hora la próxima semana, entonces, señor Fanchú —dijo Raven cuando los dos subían por la escalera hacia donde estaban Otto, Shelby y Laura—. Creo que practicaremos un poco más de
kravmagá
, así que no olvide ponerse la coraza —y saludando a su paso a los otros tres estudiantes, se dirigió a los vestuarios.
—Conque recibiendo tu tunda semanal, ¿eh? —le dijo Shelby riendo cuando se acercó a él—. No sabía que eso de recibir tan repetidamente una lluvia de patadas en el culo fuera tan educativo.
Laura le dio un codazo en las costillas; Shelby tendría muchas cualidades, pero la sensibilidad no era una de ellas.
Wing le dedicó un esbozo de sonrisa. Cualquier otro día hubiera mordido el anzuelo —de hecho, la esgrima verbal entre él y Shelby a veces resultaba tan entretenida para los otros como los combates de carácter más bien físico que tenía con Raven—, pero aquel día era comprensible que no estuviera de humor.