El protocolo Overlord (4 page)

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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

—Sí, definitivamente, la tuya es una victoria moral, Shel —dijo Laura.

—Bueno —intervino Otto—, entonces yo me tendré que conformar con la victoria inmoral —sonrió a Wing—. ¿Y a vosotros qué tal os ha ido?

—Yo no pude pasar los láseres —dijo Wing, pesaroso—. Un día me tienes que enseñar cómo lo haces tú, Otto.

—Puede que lo haga —replicó Otto, aunque la pura verdad era que él mismo no tenía ni idea. Desde que era muy pequeño, su cerebro había mostrado ciertas capacidades antinaturales, ya se tratara de realizar de forma inconsciente cálculos con la presteza propia de un ordenador, como había ocurrido hacía un rato, o de su habilidad para absorber información de cualquier fuente sin ningún esfuerzo consciente para aprenderla o memorizarla.

—¿Y tú, Laura? —preguntó Shelby.

—Podía haberlo hecho mejor —contestó Laura con cara de estar un poco harta—. Fui por una ruta distinta y caí en una de las trampas.

Ahora que lo decía, Otto se fijó en que, a pesar de que llevaba un uniforme limpio, tenía todavía el pelo húmedo.

—Pero también podía haberlo hecho peor —añadió riendo cuando se abrió una puerta al otro lado de la sala y dos guardias de seguridad entraron empujando un par de carritos.

Sentado en uno de ellos iba Nigel Darkdoom, hijo del tristemente famoso Diabolus Darkdoom, y el otro era Franz Argentblum. Los dos estaban escayolados de la cabeza a los pies con la espuma solidificada de los fusiles automáticos. Solo se veían sus caras y parecían estar discutiendo acaloradamente sobre cuál de los dos había tenido la culpa. Cada pareja de estudiantes podía elegir entre competir para llegar al objetivo o trabajar juntos. Nigel y Franz habían decidido trabajar juntos —habían sido compañeros de cuarto, como Wing y Otto, durante los últimos meses— y las consecuencias saltaban a la vista.

—Ya te dije que el corredor estaba lleno de trampas —afirmó indignado Franz, que enrojeció cuando los otros alumnos se echaron a reír.

—Sí, me lo dijiste, pero te olvidaste mencionar que tu plan era ponerme la zancadilla y salir corriendo —contestó Nigel muy irritado.

—No me culpes a mí de tu torpeza —dijo Franz haciéndose el inocente—. Si no llegas a tropezar, lo habríamos conseguido.

—¡Tropezar! —exclamó enfurecido Nigel—. En cuanto aparecieron los rifles esos, me pusiste la zancadilla.

Cuando se acercaron Otto y Wing, seguían discutiendo.

—Hola, chicos —les saludó Otto alegremente, intentando por todos los medios no reírse.

—Ah, hola, Otto —dijo Nigel con voz lúgubre—. Tú no sabrás por casualidad cuánto tiempo tarda esta escayola en romperse, ¿verdad?

—Según la señorita León tarda como una hora en descomponerse en el aire, así que ya os falta poco —contestó Wing. También a él le estaba costando contener la risa.

—Menos mal —dijo Franz—, porque necesito ir al baño y no quisiera provocar una grave reacción química con la espuma.

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Era la campana que anunciaba el inicio del turno de comidas. Franz lanzó un gemido y dirigió los ojos al techo.

—Y ahora llegaremos tarde a comer. Cuando lleguemos al comedor, no quedará más que ensalada —dijo quejumbroso.

—A ti no te vendría mal perderte una comida, Franz —suspiró Nigel—. En fin, supongo que podríamos pedirle a alguien que nos llevara al comedor y nos diera de comer.

Los ojos de Franz se iluminaron ante aquella idea.

—Has tenido una idea estupenda. Otto, ¿nos ayudáis tú y Wing? —su voz sonaba esperanzada.

—Nos encantaría ayudaros, tíos, pero tenemos que ir a…

Otto miró con desesperación a Wing. Dudaba que tuvieran la fuerza necesaria para conducir a Franz hasta el comedor: la cantidad de espuma endurecida que envolvía su gruesa humanidad era enorme.

—Tenemos que ir a la biblioteca —dijo Wing—. Al…

—Al club de ajedrez, sí, eso, al club de ajedrez… —apostilló Otto, dirigiéndose a la salida.

—Si no, os ayudaríamos encantados —añadió Wing, sonriendo.

Y los dos salieron disparados hacia la puerta.

—No sabía yo que a Otto y a Wing les interesara el ajedrez —comentó Franz ante su precipitada retirada.

Nigel se limitó a suspirar.

Nero estaba sentado en su despacho repasando los últimos informes de sus jefes de departamento. Todo indicaba que aquel iba a ser un buen año para HIVE: la media de los alumnos era alta y parecía que no tenía por qué haber dificultades para alcanzar sus objetivos anuales. Suponiendo, por supuesto, que no hubiera más incidentes de una escala similar a la catástrofe producida por el monstruo de Darkdoom hacía unos meses. Pero Nero confiaba en las medidas que se habían adoptado para asegurarse de que aquel desastre no volvería a repetirse.

El hecho de que Darkdoom hubiera conseguido él solo, aunque fuera por casualidad, crear semejante monstruo decía mucho de la calidad de los últimos alumnos que habían entrado en el nivel Alfa. Era un grupo excepcionalmente fuerte y eso le hacía tener a Nero grandes esperanzas en todos ellos. Pero seguía habiendo cosas que le preocupaban. Por ejemplo, no tenía ni idea de por qué el Número Uno tenía un interés personal tan grande en Otto Malpense. A Nero se le había hecho saber que el constante bienestar de Malpense y el suyo propio estaban inextricablemente ligados, pero todavía no sabía por qué el jefe supremo del SICO tenía tanto afán por proteger al muchacho. De todas formas, no era tan tonto como para investigar el asunto de una forma demasiado evidente. No quería dar la impresión de que metía las narices en los asuntos del Número Uno. En ciertas ocasiones anteriores, algunos miembros del SICO lo habían intentado y las cosas no habían terminado bien para ellos cuando el Número Uno se había enterado, cosa que siempre había ocurrido.

Alguien llamó suavemente a la puerta de su despacho.

—Adelante —dijo Nero.

Según lo previsto, se trataba del profesor Pike, el director del Departamento de Ciencia y Tecnología de la escuela. Era un hombre de extraordinaria inteligencia, aunque algo excéntrico, y en los informes que el SICO poseía sobre él no se hacía mención de su verdadera edad, limitándose a decir que era «muy viejo», cosa evidente solo con mirarle. Pero su edad no era ningún impedimento: seguía teniendo un cerebro tan rápido como el rayo y una astucia a la misma altura.

—Traigo el informe que me pidió —dijo sentándose frente a Nero.

—Excelente. Espero que sean buenas noticias.

—Son buenas y malas —replicó el profesor. Parecía más fatigado que de costumbre y Nero sospechó que el problema del que se había estado ocupando últimamente no era de fácil solución.

—Muy bien. Por favor, continúe, profesor —le ordenó Nero, acomodándose en su silla.

—Primero la buena noticia. Hemos completado las nuevas rutinas conductuales para la mente de HIVE y parece que por fin estamos preparados para restituir por completo su funcionamiento.

El profesor y su equipo llevaban meses trabajando en ese nuevo código, cuyo objetivo era asegurarse de que no se repetiría el conato de rebelión de la mente que había tenido lugar aquel año durante el fracasado intento de fuga de Malpense. La escuela se las había arreglado para funcionar los últimos meses utilizando solo un pequeño porcentaje del auténtico poder del superordenador, pero se estaba haciendo cada vez más difícil que todo marchara bien si el ente cibernético no funcionaba a pleno rendimiento.

—¿Y la mala noticia?

—La mala noticia es que no tenemos ni idea de por qué no funcionaron los controles conductuales que tenía instalados en origen. La mente de HIVE es una inteligencia artificial de primera generación. En teoría, no debería ser capaz de tener las reacciones emocionales de las que fuimos testigos. No estaba construida con ese nivel de sofisticación. Yo creo que está mostrando un verdadero comportamiento emergente —el profesor se quitó las gafas y se restregó los ojos.

Nero sintió un escalofrío a lo largo de la columna vertebral. Le habían comunicado algo muy similar muchos años atrás y el recuerdo de lo que ocurrió entonces puso en marcha todos los timbres de alarma de su cerebro.

—Espero que no quiera decir lo que creo que está diciendo —repuso con un tono de preocupación poco corriente en él—. Sé perfectamente que no necesito advertirle, sobre todo a usted, profesor, que no nos podemos permitir que se repita el incidente de Overlord.

—Lo sé, Max —no era usual que el profesor se dirigiera a Nero por su nombre de pila, pero era evidente que estaba preocupado—. Si hubiera pensado que había la más mínima posibilidad de que la historia se repitiera, habría borrado con mis propias manos la conciencia de la mente. Pero fue diseñada expresamente para que nada parecido a aquello volviera a suceder. La complejidad de Overlord era de una magnitud muy superior a la de la mente de HIVE y quizá fuera inevitable que evolucionara como lo hizo, pero la mente no debería ser capaz de hacerlo.

—De todas formas, parece que la mente es capaz de mucho más de lo que todos podíamos prever —dijo Nero—. Contésteme a esto, profesor, ¿es prudente que vuelva a funcionar a pleno rendimiento?

—Todas nuestras pruebas indican que ahora debería estar operativa al cien por cien, pero hasta que descubra la causa de su anterior conducta no puedo garantizarle que no volverá a repetirse.

Nero se acarició un momento la barbilla, sumido en sus pensamientos. La escuela no podría seguir funcionando mucho tiempo sin que la mente volviera a tener plena capacidad operativa, pero también sabía que devolver la autoconciencia al superordenador podía suponer un riesgo terrible. Lo que había pasado con Overlord no podía repetirse; se habían perdido demasiadas vidas, demasiados amigos. Pero había una diferencia clave: Nero había hablado con la mente en numerosas ocasiones y nunca había tenido miedo, nunca había sentido el frío terror que había experimentado cuando la auténtica personalidad de Overlord se manifestó.

—Está bien, profesor. Despiértela —dijo Nero con voz queda.

El profesor se puso en pie y se dirigió a la puerta.

—Profesor —dijo Nero de pronto, cuando Pike abrió la puerta para retirarse—, vigílela. Vigílela como un halcón.

La última clase del día de los Alfa era una asignatura llamada Manipulación Política, que impartía la condesa. Aquella mujer era uno de los miembros más veteranos del profesorado de HIVE y tenía la misteriosa habilidad de conseguir que las personas hicieran sin más todo aquello que ella les ordenaba. Su voz, desde luego, imponía respeto, pero Otto sabía que se trataba de algo que iba mucho más allá de una mera autoridad natural, pues no en vano él mismo había sentido sus efectos en un puñado de ocasiones. Cuando la condesa daba una orden, literalmente no había otra alternativa que obedecer, por mucho que no se quisiera hacerlo.

Su asignatura, sin embargo, no era una de las favoritas de Otto, aunque de vez en cuando resultaba interesante comprobar la cantidad de acontecimientos del pasado reciente que se habían visto influidos o que habían sido puestos en marcha por la mano invisible de las fuerzas globales del mal. Wing estaba sentado junto a Otto en la sala de conferencias y su expresión indicaba que el tema de aquel día le resultaba todo menos emocionante. A él le interesaba mucho más la instrucción práctica que recibían en HIVE todos los días. Laura y Shelby estaban sentadas delante de ellos y, a juzgar por la elaborada y poco favorecedora caricatura de la condesa que iba surgiendo en el cuadernillo de Shelby, tampoco ella le estaba prestando toda su atención. Laura, en cambio, parecía interesada de verdad. Había desarrollado una curiosa admiración hacia la condesa y muchas veces, después de la clase, se pasaba un buen rato tratando de convencer a sus compañeros de que tenían que prestar más atención. Otto no comprendía qué podía tener la condesa para impresionar tanto a su amiga. Dada la extraordinaria facilidad que tenía Laura para la cibernética, habría sido mucho más lógico que sintiera más afinidad con el profesor Pike y el Departamento de Tecnología.

La condesa proseguía con su conferencia.

—Por tanto, espero que hayan comprendido que la mejor forma de fraguar un triunfo electoral no es animar a los propios seguidores a que voten, sino denegar esos mismos derechos al voto a todo posible opositor. Históricamente ha sido muy eficaz y, en lo que a ustedes respecta, les resultará mucho más sencillo que otras formas de hacerse con el control de un gobierno. Siempre es preferible dejarle a la gente la ilusión de haber participado en un proceso democrático, así es mucho más fácil de controlar. Por ejemplo, consideremos los recientes acontecimientos en…

Se interrumpió a mitad de la frase cuando la puerta de la sala de conferencias se abrió y un guardia de seguridad penetró en la habitación. La condesa enarcó una ceja, se dirigió al guardia y los dos sostuvieron un breve intercambio de palabras en voz baja. Después regresó a su tarima y escudriñó la fila de asientos. Cuando localizó el lugar donde se sentaban Otto y Wing, habló de nuevo.

—Señor Fanchú, ¿quiere hacer el favor de acompañar a este agente al despacho del doctor Nero?

Wing se volvió rápidamente hacia Otto y el breve intercambio de miradas que se produjo entre los dos no pudo ser más elocuente. Rara vez era una buena cosa ser convocado al despacho del doctor Nero, pero ninguno de los dos recordaba haber hecho algo que justificara semejante convocatoria… al menos en las últimas veinticuatro horas. Y en HIVE era bien sabido que si no te habían castigado en ese espacio de tiempo, te habías salvado. Wing se puso de pie, pasó disculpándose entre las filas de sus compañeros, bajó los escalones y se dirigió al agente que le esperaba.

El agente le hizo señas de que le siguiera y ambos salieron de la sala de conferencias. La condesa prosiguió con su clase, pero Otto ya no le prestó la menor atención. Le preocupaba mucho más lo que Wing podía haber hecho para ganarse una audiencia con Nero.

Capítulo 3

W
ing siguió al guardia por el pasillo que conducía al despacho de Nero. No tenía la menor idea de por qué quería verle el director de la escuela, y su acompañante no le dio ninguna información durante los cinco minutos que duró el trayecto. Cuando se aproximaron a la puerta, esta se abrió con una especie de silbido muy bajo y, una vez que el guardia se hizo a un lado para dejarle pasar, volvió a cerrarse a su espalda. Nero estaba sentado detrás de su imponente mesa de madera, en cuya superficie había montados varios monitores y paneles de control. De las paredes de la habitación colgaban fotografías y titulares de periódicos enmarcados que mostraban la imagen o proclamaban con orgullo las hazañas de antiguos alumnos de HIVE.

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