El quinto día (136 page)

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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

—Cierra el pico, Mick. —Weaver comenzó a empujarlo en dirección a la puerta—. Ahora vamos a ese laboratorio. No cargaréis el sumergible. Ha cambiado el plan.

Cubierta del pozo

—¿Pasa algo entre tú y Karen? —preguntó Greywolf mientras guardaba las piezas de los equipos en los contenedores.

Anawak vaciló.

—No, en realidad no.

—¿En realidad?

—Nos entendemos bien. Creo que eso es todo.

Greywolf lo miró.

—Quizá deberías empezar al menos tú a hacer bien un par de cosas —dijo.

—Ni siquiera sé si está interesada. —De pronto Anawak se dio cuenta de que acababa de admitirlo ante Greywolf y ante sí mismo—. La verdad es que no lo sé, Jack. Lamentablemente, soy bastante estúpido para estas cosas.

—Lo sé —dijo Greywolf con mordacidad—. Tenía que morir tu padre para que regresaras al mundo de los vivos.

—¡Eh...!

—Calma. Sabes que tengo razón. ¿Por qué no vas a buscarla? Es lo que está esperando.

—He venido aquí por ti, no por Karen.

—Y aprecio el gesto. Ahora vete.

—Maldita sea, Jack. —Anawak sacudió la cabeza—. Deja de atrincherarte aquí. Ven arriba conmigo antes de que te crezcan aletas.

—En este momento preferiría las aletas.

Anawak miró indeciso el túnel. Por supuesto, le hubiera gustado ir tras Weaver, pero había otra razón además de sus sentimientos recién confesados. Estaba intranquila. Se la notaba rara, tensa y eufórica. Anawak pensó en lo que le había contado de Johanson.

—Bien, puedes avinagrarte aquí —le dijo a Greywolf—. En caso de que cambies de idea, estoy arriba.

Abandonó la cubierta y pasó por el laboratorio. Estaba cerrado. Pensó un momento en echar un vistazo. Quizá encontrara a Johanson. Quería saber más sobre el asunto. Luego cambió de idea y siguió subiendo por la rampa hacia la cubierta del hangar para echar un vistazo a la puerta secreta.

Pero no lo hizo.

Cuando entró en el hangar vio a Vanderbilt y Anderson cruzar la abertura hacia la plataforma exterior.

De pronto tuvo una sensación desagradable.

¿Qué hacían ellos allí?

¿Y dónde se había metido Karen?

Abismo

Se había levantado un viento ululante del oeste. Soplaba desde el manto de hielo e impulsaba un oleaje espumoso que recorría el casco del
Independence
y absorbía los últimos restos de calor del mar.

Bajo la superficie agitada se formaban remolinos y turbulencias, pero a medida que la profundidad aumentaba el mar estaba más calmo. Hacía pocos meses se hundían aquí en las profundidades cascadas de fría agua salada, pero ahora el mar se mezclaba con el agua dulce de las masas de hielo polar, que se fundían velozmente debido al calor que desde hacía algún tiempo recibían. Sin prisa pero sin pausa, estaba paralizándose la gran bomba nordatlántica, también llamada «pulmón del océano» debido a las ingentes cantidades de oxígeno que llegaban a las profundidades con el agua enfriada. La cinta de transporte de las corrientes marinas estaba detenida, la corriente de los trópicos que dispensaba calor estaba agotándose.

De todos modos, la bomba todavía no había dejado de funcionar del todo. Aunque las cascadas ya no podían medirse, seguían descendiendo cantidades menores de agua fría. Caían por el silencio sin luz al abismo de la cuenca de Groenlandia, metro a metro, cientos de metros, miles.

A tres kilómetros y medio de profundidad, directamente sobre el suelo lodoso, la oscuridad daba paso a una luz azul oscuro.

La luz se extendía por una superficie inmensa: no era una nube, sino una formación de paredes delgadas y forma tubular adherida al suelo por infinidad de pedúnculos de gelatina. En el interior del tubo formaban ondas regulares millones de prominencias que parecían antenas, una pradera de filamentos de gelatina que se movían sincronizados. Por encima pasaban grandes bloques de una sustancia blancuzca en dirección a un objeto grande. La luz azul apenas permitía reconocer su forma; sólo iluminaba débilmente dos cúpulas abiertas. Era lo único que se veía del
Deepflight
hundido, que yacía oblicuo en el lodo de la profundidad oceánica.

Hacía tiempo que el organismo estaba llenando el batiscafo con aquellos bloques blancos congelados. Ya no cabían muchos más, y los refuerzos dejaron de fluir. Una parte del tubo se estranguló, descendió hacia el batiscafo y empezó a recubrirlo. La sustancia transparente se juntó en torno al casco, se condensó y cerró las cúpulas. Áreas que desprendían destellos azules se expandieron y confluyeron, hasta que el batiscafo entero quedó encerrado en un envoltorio compacto hacia el que onduló una manguera larga y delgada.

La manguera comenzó a latir. Por su interior se bombeaba agua. Agua que venía de lejos. La finísima gelatina la chupaba de un globo orgánico inmenso que flotaba a cierta distancia encima del sumergible y que estaba lleno de agua más cálida, conducida por la gelatina desde el volcán de lodo ubicado frente a las costas de Noruega. Debido al agua cálida, y por ello más liviana, que tenía en su interior, el globo tendría que haber subido a la superficie; pero el peso del globo lo mantenía perfectamente suspendido.

El agua fluyó a la bolsa de gelatina que cubría el batiscafo.

Los bloques blancos reaccionaron de inmediato. Las estructuras cristalinas del hidrato se fundieron en unos segundos. Como una explosión, el metano comprimido infló ciento sesenta y cuatro veces su volumen, llenó el
Deepflight
e infló el envoltorio de gelatina hasta dejarlo hinchado y tenso. El capullo de gelatina cortó la conexión con la manguera y se cerró. Sin poder ya escapar, el gas se dirigió con fuerza hacia arriba, al principio lentamente y luego cada vez más rápidamente a medida que descendía la presión a su alrededor, arrastrando consigo el capullo y el batiscafo encerrado en él.

Laboratorio

Weaver, abrazada a Rubin y sosteniéndole el bisturí al cuello, ni siquiera llegó a salir. La puerta del laboratorio se abrió. Irrumpieron tres soldados con armas pesadas y le apuntaron. Escuchó a Oliviera lanzar un grito de espanto y se detuvo sin soltar a Rubin.

Li entró al laboratorio seguida de Peak.

—No irá a ningún lado, Karen.

—Jude —gimió Rubin—. ¡Ya era hora, maldita sea! Sáqueme de encima a esta loca.

—Cállese —le ordenó Peak—. Sin usted no tendríamos estos problemas.

Li sonrió.

—Sinceramente, Karen —dijo con tono amable—. ¿No le parece que su reacción es un poco exagerada?

—¿En vista de lo que cuenta Mick? —Sacudió la cabeza—. No, creo que no.

—¿Y qué es lo que cuenta?

—Oh, Mick ha estado muy comunicativo. ¿No es cierto, Mick? Nos lo has revelado todo muy bien.

—Miente —graznó Rubin.

—Habló de reacciones en cadena, de veneno en tubos de torpedos y del
Deepflight
3. Ah, y también ha dicho que ustedes dos quieren hacer una excursión en una o dos horas.

—Vaya, vaya —dijo Li. Avanzó un paso. Weaver agarró a Rubin y tiró de él hacia atrás hasta ponerse al lado de Oliviera. La bióloga estaba como paralizada junto a la mesa. Seguía teniendo en las manos la caja con los frasquitos del extracto de feromona.

—Mire, Mick Rubin es tal vez uno de los mejores biólogos del mundo, pero tiene complejo de inferioridad —dijo Li—. Le gustaría mucho ser famoso. La mera idea de que su nombre no se transmita a la posteridad le vuelve loco. Eso explica su exagerada necesidad de informar, pero tiene que disculparle. Rubin vendería a su madre al mejor postor por un poco de fama. —Se interrumpió—. Pero eso ya no importa. Dado que sabe lo que nos proponemos, también reconocerá la necesidad de hacerlo. He hecho todo lo posible para que no se produjera una crisis, pero puesto que últimamente todos parecen estar informados, no me quedan opciones.

—Sea razonable, Karen —la instó Peak—. Déjelo libre.

—No lo haré —respondió Weaver.

—Lo necesitamos. Después podemos hablar todo lo que quiera.

—No, se acabó el hablar. —Li sacó su arma y apuntó a Weaver—. Suéltelo, Karen. Al instante, o la mato de un tiro. Es mi última palabra.

Weaver miró la boca pequeña y negra de la pistola.

—No llegará tan lejos —dijo.

—¿Ah, no?

—No hay motivo para hacer algo así.

—Está cometiendo un error, Jude —dijo Oliviera con voz ronca—. No debe emplear ese veneno. Ya he explicado a Mick que...

Li giró el arma, apuntó a Oliviera y disparó. La bióloga cayó contra la mesa y se deslizó al suelo. La caja con los frasquitos se le cayó de las manos. Durante un segundo miró con un gesto de interrogación el agujero del tamaño de un puño que tenía en el pecho; luego se le vidriaron los ojos.

—¡No! —Gritó Peak—. Por Dios, ¿qué está haciendo?

El arma volvió a apuntar a Weaver.

—Suéltelo —dijo Li.

Elevador externo

—¡Doctor Johanson!

Johanson se dio la vuelta. Vio que Vanderbilt y Anderson se acercaban por la plataforma. Anderson tenía un aspecto estoico e indiferente, los botones negros de sus ojos perdidos en algún punto, mientras que Vanderbilt mostraba una amplia sonrisa.

—Debe de estar furioso con nosotros —dijo.

El modo en que se acercaba y sonreía tenía algo de camaradería indolente. Johanson los miró con el ceño fruncido. Estaba en el extremo de la plataforma, a pocos metros del borde. Las intensas ráfagas le azotaban la cara. Abajo crecían las olas. Un momento antes había decidido entrar.

—¿Qué le trae por aquí, Jack?

—Nada en particular. —Vanderbilt alzó las manos en un gesto de disculpa—. Mire, sólo quiero decirle que lo sentimos. Todo esto es innecesario. Que nos peleemos, y toda esta estúpida historia, ¿no le parece?

Johanson calló. Vanderbilt y Anderson se acercaban cada vez más. Dio un paso a un lado y los recién llegados se detuvieron.

—¿Tenemos algo de qué hablar? —preguntó Johanson.

—Antes le he ofendido —dijo Vanderbilt—. Quería disculparme.

Johanson arqueó las cejas.

—Muy noble de su parte, Jack. Le acepto las disculpas. ¿Algo más?

Vanderbilt se puso de cara al viento. El pelo ralo, de un rubio casi blanco, flameó como la hierba de las colinas.

—Hace un frío terrible aquí fuera —dijo mientras volvía a ponerse lentamente en movimiento. Anderson siguió su ejemplo. Ambos habían puesto cierta distancia entre ellos. Daba toda la impresión de que intentaban rodearlo. No lograría pasar entre ellos, y tampoco por la derecha o por la izquierda.

Era tan evidente lo que se proponían que casi no sintió sorpresa. Sólo un miedo terrible, contra el que no podía hacer nada. Miedo mezclado con una ira desesperada. Involuntariamente retrocedió un paso, y en ese mismo instante reconoció que había sido un error. Ahora estaba muy cerca del borde. No necesitaban hacer mucho más. Un empujón enérgico lo arrojaría a una de las redes que rodeaban el buque, o más allá.

—Jack —dijo despacio—. No querrá matarme, ¿verdad?

—Dios mío, ¿cómo se le ocurre? —Vanderbilt abrió los ojos fingiendo asombro—. Quiero hablar con usted.

—¿Qué hace Anderson aquí?

—Oh, estaba cerca. Pura casualidad. Hemos pensado...

Johanson se abalanzó sobre Vanderbilt, se agachó y tiró un gancho a la derecha. Se alejó del borde. Anderson dio un salto hasta él. Por un momento pareció que la improvisada maniobra de distracción había tenido éxito, pero luego sintió que lo apresaban y tiraban de él hacia atrás. El puño de Anderson voló y aterrizó en su cara.

Johanson cayó y resbaló por la plataforma.

El primer oficial lo siguió sin prisas. Sus garras desaparecieron bajo las axilas de Johanson y lo alzaron. Éste intentó meter los dedos bajo las palmas de Anderson y soltarse, pero sin éxito. Sus pies perdieron contacto con el suelo. Pataleó enloquecido mientras Anderson lo llevaba hasta el borde, donde Vanderbilt estaba erguido y lanzaba una mirada crítica a las aguas.

—Hoy hay un oleaje de mierda —dijo el subdirector de la CÍA—. Espero que no le moleste que lo tiremos allí abajo, doctor Johanson. Tendrá que nadar un poco. —Volvió la cabeza y le enseñó los dientes—. Pero no tenga miedo, no durará mucho. El agua está como mucho a dos grados. Hasta le resultará agradable. Cómo se calma todo, todo se vuelve insensible, cómo se hacen más lentos los latidos del corazón...

Johanson empezó a gritar.

—¡Auxilio! —Gritó con todas sus fuerzas—. ¡Auxilio!

Sus pies oscilaron por encima del borde. Abajo estaba la red. Sobresalía menos de dos metros. No era muy ancha. Anderson no tendría dificultades para lanzarlo más allá de la red.

—¡¡AUXILIO!!

Para su sorpresa, el auxilio llegó.

Oyó el quejido de Anderson. De pronto volvió a tener la plataforma bajo sus pies. Cuando Anderson cayó de espaldas arrastrándolo consigo, en su campo visual el cielo se inclinó. Las manos del primer oficial, que seguían atenazándolo, se soltaron. Johanson rodó de costado y se arrastró alejándose de Anderson; luego se levantó de un salto.

—¡León! —gritó.

Ante sus ojos se presentó una imagen grotesca. Anderson trataba de ponerse de pie dando manotazos. Desde atrás Anawak le había agarrado por la chaqueta. Los tres habían caído al suelo. Ahora Anawak intentaba salir de debajo del hombre caído pero sin soltarlo; un imposible.

Johanson iba a saltar sobre ellos.

—¡Alto!

Vanderbilt le cerró el paso. Llevaba una pistola en la mano. Lentamente dio una vuelta en torno a los caídos.

—Buen intento —dijo—. Pero ya es suficiente. Doctor Anawak, por favor, tenga la amabilidad de permitir que el señor Anderson se ponga en pie y se limite a cumplir sus obligaciones.

A disgusto, Anawak soltó el cuello con capucha de Anderson. El primer oficial se apresuró a levantarse. No esperó a que su oponente se levantase solo: lo levantó como si fuera una bolsa. Al instante, el cuerpo de Anawak salió volando hacia el borde.

—¡No! —gritó Johanson.

Anawak trató de aferrarse. Cayó y se resbaló hasta quedar muy cerca del borde de la plataforma.

Anderson volvió la cabeza hacia Johanson; sus inexpresivos ojos lo miraban fijamente. Estiró un brazo, lo atrajo hacia sí y le descargó el puño en el estómago. Johanson se quedó sin aire. Ondas de dolor se expandieron en sus vísceras. Se plegó como una navaja y cayó de rodillas.

El dolor era inaguantable. No pudo levantarse.

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