El quinto día (75 page)

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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

Entretanto, la NOAA había ido incorporando otros sistemas al Sosus. Con cada año que pasaba ampliaba su red de hidrófonos. Y cada vez los investigadores podían escuchar un poco más.

—Hoy en día podemos detectar un objeto gracias al sonido que emite —explicó Vanderbilt—. Podemos saber si se trata de una embarcación pequeña, a qué velocidad navega, qué tipo de propulsión utiliza, de dónde viene, a qué distancia está... Los hidrófonos nos revelan absolutamente todo. Seguramente saben que el agua es muy buena conductora del sonido y que el sonido se desplaza en ella a velocidades que oscilan entre los cinco mil y los cinco mil quinientos kilómetros por hora. Si una ballena azul suelta un gas frente a las costas de Hawai, en menos de una hora se está sacudiendo un auricular en California. Pero Sosus no sólo registra el sonido, sino que también nos dice de dónde procede. Es decir, que en el archivo sonoro de la NOAA tenemos miles de sonidos: clics, tronidos, murmullos, borboteos, chirridos, susurros, sonidos bioacústicos y sísmicos, ruido ambiental...; y salvo algunas excepciones, podemos clasificar absolutamente todo lo que registramos. El doctor Murray Shankar, de la NOAA, al que hemos tenido la precaución de convocar a nuestra reunión, les comentará los siguientes sonidos.

De la primera fila se levantó un hombre robusto y bajo, de aspecto tímido, rasgos indios y gafas doradas. Vanderbilt mostró otro espectrograma y pasó el sonido acelerado artificialmente. Un zumbido sordo con secuencias de tonos ascendentes llenó la sala.

Shankar tosió.

—Este sonido lo llamamos
Upsweep
—dijo con voz suave—. Fue grabado en 1991 y parece tener su origen en un punto localizado a 54 grados de latitud sur y 140 grados de longitud oeste. Upsweep fue uno de los primeros ruidos no identificables que registró Sosus, y fue tan intenso que se escuchó en todo el Pacífico.

Hasta el día de hoy no sabemos qué es. Según una teoría, podría haber surgido por resonancias entre el agua y la lava líquida, en alguna parte de la cadena de montañas submarinas que van de Nueva Zelanda a Chile. Jack, los siguientes ejemplos, por favor.

Vanderbilt pasó dos espectrogramas más.


Julia
, grabado en 1999, y
Scratch
, obtenido dos años antes por una serie de hidrófonos autónomos en el Pacífico ecuatorial. Ambos se escucharon perfectamente en un radio de cinco kilómetros. Julia recuerda a ciertos gritos de animales, ¿no creen? Son sonidos cuya frecuencia se modifica muy rápidamente. Están constituidos por varios tonos, como los cantos de las ballenas. Pero no han sido producidos por ballenas. Ninguna ballena es capaz de emitir sonidos con ese volumen.
Scratch
, en cambio, suena como si la púa de un disco se desplazara por el surco, sólo que el tocadiscos correspondiente debería tener las dimensiones de una gran ciudad.

El siguiente ruido sonaba como un chirrido prolongado en constante descenso.

—Grabado en 1997 —dijo Shankar—.
Slowdown
. Estimamos que el origen está en alguna parte del hemisferio sur. Están descartados los barcos y los submarinos. Es posible que
Slowdown
se produzca cuando las placas de hielo gigantes rozan la roca antártica, pero también podría deberse a cualquier otro fenómeno. La NOAA también baraja causas bioacústicas, es decir, animales. A algunos les gustaría poder demostrar la existencia de pulpos gigantes con ayuda de estos ruidos, pero, por lo que sé, esos animales son prácticamente incapaces de generar sonidos. Así pues, no tenemos resultados, nadie sabe qué tipo de sonido es ese, pero... —sonrió tímidamente— aún podemos sacar otro conejito de nuestra chistera.

Vanderbilt volvió a pasar el espectrograma del vídeo del URA. Esta vez hizo que se escuchara.

—¿Lo han reconocido? Es
Scratch
. ¿Y saben qué dice el URA? ¡Que el origen estaba en el centro de la nube azul! De ahí podemos...

—Gracias, Murray, una exposición excelente, digna de un Osear. —Vanderbilt jadeó y se secó la frente con el pañuelo—. El resto es pura especulación. Bien, señoras y señores, concluyamos como Dios manda nuestra reunión para que puedan poner su aparato intelectual a la máxima potencia.

La siguiente secuencia fílmica mostraba una zona oscura de las profundidades marinas. Algunas partículas destellaban a la luz de los reflectores. Luego algo plano se acercó a la cámara y se replegó al instante.

—Si estudiamos la película en la versión procesada que Marintek elaboró poco antes de ser barrido de los acantilados, llegamos a dos conclusiones. Primero: esa cosa tiene un tamaño inmenso. Segundo: emite luz, mejor dicho, la luz se enciende brevemente y se extingue en cuanto se acerca la cámara. Sabemos que ese organismo se hallaba en el talud continental noruego, a unos setecientos metros de profundidad. Estúdienlo, señores. ¿Es nuestra amiga la sustancia gelatinosa? Saquen conclusiones. Esperamos de ustedes nada menos que la salvación de nuestra raza, hecha a imagen y semejanza de Dios. —Vanderbilt les sonrió—. No voy a ocultar que estamos ante el Apocalipsis. Por eso propongo dividir el trabajo. Ustedes averiguan cómo podemos frenar a esos bichos mutantes; quién sabe, quizá se les ocurra algo que nos permita adiestrarlos o provocarles una indigestión. Y nosotros intentamos encontrar al gran hijo de puta que nos ha metido en este atolladero... Les ruego que no divulguen sus descubrimientos. No sucumban a la tentación de los titulares. Europa y América están aplicando de común acuerdo y a conciencia una política de desinformación. El pánico sería como ácido clorhídrico sobre excrementos caninos, no sé si me explico. Lo último que necesitamos son escaladas sociales, políticas, religiosas o de cualquier otro tipo. Por lo tanto, piensen en lo que le han prometido a Li cuando salgan a jugar.

Johanson carraspeó.

—Quisiera darle las gracias en nombre de todos por su entretenida exposición —dijo amablemente—. Así pues tenemos que averiguar qué hay ahí fuera.

—¡Exacto, doctor!

—¿Y usted qué cree que es?

Vanderbilt sonrió.

—Gelatina. Y nubes azules.

—Entiendo. —Johanson le devolvió la sonrisa—. Quiere que abramos solos nuestro regalito. Escuche, Vanderbilt, usted tiene una teoría. Si quiere que nosotros también juguemos, quizá debería compartirla con nosotros. ¿Qué le parece?

Vanderbilt se frotó la nariz. Intercambió una mirada con Li.

—Bueno —dijo despacio—. ¿Qué sería de la Navidad sin los regalos? Bien, nos hemos preguntado dónde hay problemas, dónde hay menos y dónde no hay ninguno. Y así hemos comprobado que Oriente Próximo, la antigua Unión Soviética, la India, Pakistán y Tailandia no están afectados. China y Corea tampoco. Y el Ártico y la Antártida tampoco, pero por ahora dejaremos al margen las zonas frías. Es decir, que el principal afectado es Occidente. Pensemos que sólo la destrucción de la industria submarina noruega ocasiona enormes daños, lo cual nos lleva a una desagradable dependencia.

—Si he entendido bien —dijo Johanson lentamente—, está hablando de terrorismo.

—¡Me alegro de que lo mencione! Hay dos tipos de terrorismo que apuntan a la destrucción masiva. La variante número uno pretende el derrumbe social y político a cualquier precio, aunque mueran miles de personas. Los extremistas islámicos, por ejemplo, consideran que los infieles sólo ocupan un espacio vital. La variante número dos está completamente comprometida con el más allá y defiende que la pecadora humanidad ya ha estado demasiado tiempo sobre este bello planeta de Dios y que ya es hora de borrarla de la faz de la Tierra. Cuanto más dinero y conocimientos tiene esa gente a su disposición, tanto más peligrosos resultan. Quizá han creado esas algas asesinas. Al fin y al cabo, también se pueden adiestrar perros para que muerdan a otros. Y si las técnicas genéticas permiten intervenir en la composición genética, ¿por qué no va a ser posible controlar el comportamiento? Quiero decir, se han producido numerosas mutaciones en muy poco tiempo. ¿Qué opinión le merecen a usted? A mí me huelen a laboratorio. Tenemos un organismo amorfo, hum..., ¿por qué no tiene forma? ¡Todo tiene forma! ¿Tal vez porque su finalidad no lo requiere? Imaginemos que se trata de una especie de protoplasma, un compuesto orgánico, una pasta resistente que cubre el cerebro de las ballenas o los bogavantes con madejas delgadas como moléculas. Lo que quiero decir, señores, es que detrás de todo esto hay un intelecto que planifica. Piensen en lo que significa la quiebra de la industria petrolera del norte de Europa para la política energética de Oriente Próximo, y ya tienen un motivo.

Johanson lo miraba fijamente.

—Usted está loco, Vanderbilt.

—¿De verdad? Hasta ahora no se han registrado averías ni colisiones en el estrecho de Ormuz. Y tampoco en el canal de Suez.

—Suponiendo que eso fuera cierto, ¿por qué debería tener sentido diezmar a los potenciales consumidores del petróleo árabe con inundaciones y epidemias?

—Todo es una locura —respondió Vanderbilt—. Yo solamente digo que tiene sentido. No que sea productivo. Pero observe que hasta ahora el Mediterráneo no ha sido afectado, lo cual incluye la ruta que une el golfo Pérsico con Gibraltar. En cambio hemos encontrado poblaciones de gusanos en todos los lugares en que Occidente y Sudamérica quieren acceder al petróleo.

—Los gusanos también han aparecido frente a las costas del nordeste americano —dijo Johanson—. Un tsunami de las dimensiones del europeo dejaría sin clientes a sus terroristas.

—Doctor Johanson. —Vanderbilt sonrió—. Usted es científico. En la ciencia se busca siempre la lógica. La CÍA en cambio hace tiempo que ha dejado de buscarla. Puede que las leyes de la naturaleza sean lógicas. Pero los seres humanos no lo son. Hace décadas que pende sobre nosotros la espada de Damocles de una guerra atómica, y todos sabemos que semejante catástrofe podría acabar con nuestra querida humanidad. Sin embargo, los extorsionadores globales y los locos al estilo James Bond existen, sólo que la realidad no prevé un James Bond. Cuando en 1991 Sadam Husein incendió los pozos petroleros de Kuwait, hasta su propia gente pronosticó que podía llegar a desencadenar un invierno nuclear de años y décadas. Se equivocaron. Pero ¿acaso se detuvo? Y una cosa más: pregunte a sus colegas de Kiel. No saben qué sucedería realmente si todo el metano de las profundidades marinas llegara a la atmósfera. No obstante temen que el nivel del mar ascendería. Europa moriría porque Bélgica, los Países Bajos y el norte de Alemania se convertirían en extensas zonas de agua, mientras que los áridos desiertos de Oriente Medio y Próximo podrían florecer y convertirse en tierras fértiles. Nadie puede erradicar a la humanidad con un par de tsunamis, pues siempre quedarán suficientes personas para comprar el petróleo árabe. Pero quizá no sea ése su objetivo, quizá sólo están intentando debilitar a Occidente y Japón de modo que se redistribuyan las relaciones de poder sin necesidad de entablar guerras. Tarde o temprano el planeta volverá a estar bajo control, ¿quiere apostar algo? Créame, el terror viene del mar, pero la causa está en la tierra.

Li apagó el proyector.

—Quisiera agradecer a los representantes diplomáticos y a los miembros de los servicios secretos de todos los países que hayan hecho posible esta cumbre —dijo—. Algunos se marcharán hoy mismo, pero la mayoría serán nuestros huéspedes durante las próximas semanas. No necesito decirles que, al igual que el comité científico, deberán guardar silencio sobre los avances y conocimientos que vayamos obteniendo en el curso de esta operación. Piensen que es por el bien de sus gobiernos.

Hizo una pausa.

—En cuanto a los colaboradores del grupo de trabajo científico, hemos procurado respaldarlos de todas las formas posibles. A partir de ahora sólo utilizarán los ordenadores portátiles que tienen ante ustedes. Hemos instalado conexiones por todo el hotel: en el bar, en sus habitaciones, en el gimnasio. Pueden conectarse dondequiera que estén. Ahora mismo tenemos de nuevo comunicación transatlántica. El techo del hotel está provisto de antenas parabólicas, así que todo funciona. A partir de ahora el teléfono, el fax, el correo electrónico e Internet funcionarán a través de los satélites NATOIII. Normalmente sirven para establecer conexiones entre los estados miembros de la OTAN pero en estos momentos están a su servicio. Además hemos creado un circuito cerrado, un
secretus in secretum
, al que tienen acceso exclusivamente los miembros del grupo de trabajo. A través de esa red pueden comunicarse entre ustedes y acceder a información ultrasecreta. Para entrar sólo tienen que escribir la clave personal que recibirán en cuanto firmen la declaración de confidencialidad.

Miró a todos con severidad.

—Naturalmente, no deben compartir esa clave con personas no autorizadas. Una vez que la hayan introducido, tendrán acceso a satélites civiles y militares, a los archivos de la NOAA y a Sosus, a cuantos proyectos de telemetría tenemos en curso o archivados, a las bases de datos de la CÍA y de la NSA relacionadas con actividades terroristas en todo el mundo, con el desarrollo de armas biológicas y proyectos de tecnología genética, etc. Les hemos resumido el estado actual de la técnica oceánica y de sus posibilidades, así como conocimientos básicos de geología y geoquímica. Tenemos grabaciones de todos los organismos conocidos, pueden consultar los mapas de los océanos en el inventario de la Marina y además hemos incorporado la exposición que han escuchado hoy con todas sus cifras y estadísticas. Se les enviará automáticamente y sin demora cada nuevo comunicado, cada nuevo adelanto. Los mantendremos al corriente y, por supuesto, esperamos que ustedes hagan lo mismo con nosotros.

Li se detuvo un momento y sonrió a todos con un gesto de aliento.

—Les deseo suerte. Volveremos a reunimos pasado mañana a la misma hora. Quien entretanto desee intercambiar ideas puede dirigirse al mayor Peak o a mí misma.

Vanderbilt la miró y alzó una ceja.

—Esperemos que también informen al tío Jack —dijo en voz tan baja que sólo Li pudo escucharlo.

—Jack —respondió Li mientras reunía sus papeles—, no olvide que usted es mi subordinado.

—Lo ha entendido mal, pequeña. Trabajamos a la misma altura. Ninguno de nosotros está subordinado al otro. —Sí, amigo mío. Intelectualmente sí. Abandonó la sala sin saludar.

Johanson

La mayoría se dirigieron al bar, pero Johanson no sentía muchas ganas de seguirlos. Quizá debería haber aprovechado la oportunidad para conocer mejor al resto de científicos, pero tenía otras cosas en mente.

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