El Secreto de Adán (8 page)

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Authors: Guillermo Ferrara

Tags: #Aventuras, Histórico, Intriga

De acuerdo con el relato de Platón, los atlantes utilizaban toda suerte de metales en la construcción de sus palacios más suntuosos. Recubrían las murallas de sus ciudades de cobre y estaño, mientras que la Acrópolis y sus cercanías fueron guarnecidas por el misterioso metal que ellos llamaban
oricalco
.

Dado que se trata de la única referencia escrita sobre el extraño metal, la naturaleza del
oricalco
ha dado curso a toda clase de conjeturas, entre las que sobresale, como la más probable, que se tratase de una fundición de oro y platino. En ese metal, los atlantes acostumbraban grabar en tablillas sus enseñanzas y conocimientos metafísicos, astronómicos, bioquímicos y espirituales.

La riqueza de la Atlántida se acumulaba y reproducía en tal abundancia que probablemente ninguna otra civilización la vuelva a poseer en el futuro. Disponían de todos los bienes que ciudades y países enteros son capaces de producir y, aunque era mucho lo que recibían de tierras extrañas, gracias al poderío y gloria de su imperio, la mayor parte de lo necesario para la vida se lo suministraba la isla por sí misma.

Igualmente, había allí todo cuanto el bosque puede ofrecer de material para la carpintería, además la isla producía copiosamente plantas aromáticas, cereales y frutos en cantidades incalculables. Así —merced a la agricultura—, los atlantes empezaron a prosperar en la industria, construyendo numerosos puentes y puertos, además de palacios y templos.

Todo el territorio atlante era abrupto y sus costas, llenas de acantilados, difíciles de penetrar. Era complejo atacarlos, se tornaron casi invencibles para la mano humana. Así y todo, los atlantes eran un pueblo avanzado, pacífico y espiritual, conectado a las leyes del cosmos, aunque tenían defensas contra pueblos intrusos y bárbaros que no tenían un estado de conciencia elevado y que buscaban invadir territorios. Para ello estaban preparados. Siempre se creyó que el ejército atlante estaba compuesto por más de un millón de hombres, un número considerable para aquellos tiempos.

Esta antigua civilización avanzada —que, se creía, existió hacía más de doce mil años— fue investigada y estudiada desde Platón en el año 427 a.C. pasando luego por los filósofos Macrobio, Plutarco, Proclo, y más recientemente, en 1828, por el escritor francés Julio Verne y en 1883 por José Ortega y Gasset, entre otros.

Muchos de ellos coincidieron en que la organización administrativa y el gobierno de esta isla ­continente era federal y democrático, y que cada uno de los diez reyes de la Atlántida gobernaba un estado siguiendo los preceptos originales de Poseidón.

Los atlantes eran poderosos en varios frentes, pero sobre todo obtenían su poder del Sol, poder que pudieron condensar en pequeños y grandes cristales de cuarzo blanco. El cuarzo blanco era en la Atlántida el medio para guardar información como en la actualidad son los discos, chips o tarjetas de memoria que se usan en las computadoras o cámaras fotográficas.

Un cuarzo podía guardar energía y luego proyectarla, de esa forma iluminaban ciudades enteras. Pero, fundamentalmente, los usaban para guardar información metafísica, con secretos y conocimientos existenciales mediante la concentración de su enorme poder mental. Así, con el uso de la telepatía, la información se almacenaba en los cuarzos para que luego otra persona pudiese "leerla" al recibirla directamente, desde el cuarzo hacia el interior de su mente.

8

Adán y Alexia continuaron su marcha a paso ligero, desde que estacionaron sucoche en la calle Alopekis, para dirigirse dos más arriba hacia Kapsali, en el centro del elegante barrio de Kolonaki.

El más lujoso y bello barrio de Atenas aparentemente contenía un secreto descubierto por Aquiles Vangelis que podría movilizar a la opinión pública como el más fuerte de los terremotos. El ambiente de Kolonaki mostraba gente que bebía tranquilamente en muchas de las concurridas terrazas bajo la sombra, otros caminaban a paso lento ante los escaparates de las mejores tiendas del mundo que se hallaban concentradas en ese microcentro: Gucci, Dolce & Gabbana, Armani y Donna Karan eran algunos de los múltiples y atractivos negocios que se juntaban codo a codo con decoradas joyerías, caros restaurantes y cafés de lujo.

Atenas tenía un encanto especial. Si bien se echaba de menos a los filósofos y sabios de antaño, su obra artística, filosófica y mística había perdurado y ahora se sumaba al buen trato de la gente y la bella arquitectura que acariciaba el alma del visitante.

El pueblo griego ya no vivía de acuerdo con las leyes y creencias de la antigüedad, la época dorada —aunque habían sido los creadores de la democracia y de los Juegos Olímpicos, adoptados por casi todo el mundo hasta la actualidad—. Ya casi nadie creía en los dioses del Olimpo, sus facultades y mitos, debido, sobre todo, a la incursión de los turcos y también de la iglesia cristiana en Grecia, desde que el apóstol Pablo les hablara en su famoso discurso a los corintios.

En la actualidad, allí predominaba la iglesia ortodoxa griega, que encerraba algunas diferencias con la apostólica romana.

—Hemos llegado —dijo Alexia con ansiedad y calor—. Mira si nadie nos ha seguido.

Adán giró la cabeza una y otra vez, sin ver a ningún sospechoso.

Entraron por una estrecha puerta pintada de azul oscuro. Una pequeña escalera los condujo hasta el piso de arriba. Dos vueltas de llave en una doble cerradura le dejaron a Alexia entrar al laboratorio secreto de su padre.

—Escucha —dijo Adán, intentando razonar—, ¿no deberíamos llamar a la policía?

Alexia lo miró como si el mismísimo Zeus hubiese lanzado uno de sus rayos.

—Mi padre no confía en la policía —respondió ella secamente, y él hizo un gesto de sorpresa.

—Pero estamos ante un posible secuestro.

—Lo averiguaremos nosotros. Estoy segura de que lo encontraremos.

—Me alegra tu confianza, pero, ¿por dónde comenzaremos? ¿Trabajaba tu padre con alguien? ¿Quién más sabía de su descubrimiento?

—Mi padre era como un tigre, muy solitario, aunque trabajaba con un ayudante.

—¿Un ayudante? ¿Dónde está? ¿No sería bueno hablar con él a ver si sabe algo?

—Ya lo he hecho —respondió ella rápidamente—. Él está en Santorini.

—¿Y qué te ha dicho?

—Que anteanoche se despidió de mi padre en su laboratorio de Santorini y que el día de ayer mi padre no pisó el laboratorio ni se comunicó con él durante todo el día.

—¿Quién es el ayudante?

—Se llama Eduard Cassas, un joven catalán. Lo ayuda desde hace poco más de un año. No lo conozco mucho, a decir verdad. Es un poco, digamos… —trató de buscar las palabras adecuadas— seco y distante a la hora de mostrar cercanía emocional y amabilidad, más aún con lo que estamos acostumbrados en Grecia.

Continuaron revisando el salón principal de aquel piso transformado en laboratorio, donde toda la decoración era minimalista y escueta, como si a Aquiles no le interesase en lo más mínimo; sólo contaba con una mesa, una laptop, una lámpara de pie, un par de cuadros, y lo que más llamaba la atención y destacaba era que el arqueólogo tenía un ecuménico acervo de más de quinientos libros, prolijamente acomodados por secciones. Se leía un pequeño cartel debajo de cada una: Mitología, Mística, Arquitectura, Historia, Geografía, Ecología, Religiones.

—Podría pasarme aquí un mes entero —dijo Adán sin dejar de mirar los libros, ya que amaba la lectura.

—Mi padre está muy bien documentado. Espera, todavía no has visto lo más importante.

Movió con ambas manos un pesado cuadro de un pintor griego amigo suyo llamado Apostol, que tenía pintado al óleo un bello atardecer en alguna de las mil islas griegas.

—Es Santorini —dijo ella, sosteniendo la obra. Un amigo de papá se lo pintó. Él vive allí también.

Oculta detrás de aquella pintura, Adán pudo ver una manivela plateada que, al girarla, abrió una segunda habitación. Era una biblioteca secreta, en donde había un apartado especial con carpetas y libros desordenados que decían: Atlántida, Profecías mayas, Sexualidad, Gobierno Secreto.

Alexia se adelantó para tratar de extraer los documentos. Un pequeño rótulo con bolígrafo azul anunciaba sobre un papel en los estantes: Origen del hombre: El secreto de Adán.

—Tendremos que tener pistas, datos, algo que nos revele lo que los secuestradores estaban buscando —Alexia hizo una pausa, miró en derredor y se quedó tiesa. Tomó mayor conciencia de lo que estaba sucediendo. Las emociones empezaban a salir a la superficie de su ser—. ¿Dónde está mi padre? —exclamó con énfasis antes de retomar lo que estaba diciendo—. Adán, tienes que ayudarme, si queremos saber todo lo que tenía mi padre para decirnos, tenemos que investigar estos documentos.

Acto seguido se encaminó a la cocina a buscar un vaso de
ouzo
. También volvió con otro pequeño vaso con el fuerte y típico licor griego de anís para Adán.

—Muy bien, ¿por dónde comenzamos? —preguntó Adán mientras colgaba su chaqueta sobre el respaldo de la silla.

Alexia repasó con sus chispeantes ojos el estante donde estaban los documentos y libros.

—Comenzaremos por éste —dijo cogiendo un libro de portada azul—, aunque lo conoces muy bien.

—¿El libro de mi padre? —Adán se mostraba sorprendido.

—Sí, quiero entender primero algo de la relación que había entre ellos. Y qué es lo que une a la Atlántida con la última profecía maya.

—Comencemos entonces por algún punto, te leeré las partes más importantes que ha subrayado Aquiles.

Adán se sentó en un pequeño sofá beige de una plaza, mientras ella, nerviosamente, guardaba papeles en un portafolio de cuero color granate. Las manos de Adán sostenían el libro de su desaparecido padre, escrito hacía ya muchos años.

Leyó la dedicatoria de puño y letra: A mi gran amigo y colega Aquiles, quien trabaja mano a mano conmigo para descubrir el secreto del hombre. Nikos Roussos, Atenas, 18 de abril de 2005.

Se emocionó al leer aquellas palabras que habían salido, hacía años, del corazón y la diestra de su padre.

—Comienza, Adán, no hay tiempo que perder.

El sexólogo asintió y, entre las carpetas y apuntes que había dejado el arqueólogo, comenzó por abrir el libro en la página nueve, en el capítulo Las siete profecías mayas y la conexión atlante.

9

En menos de tres horas, el avión Boeing 747 que trasportaba al cardenal Tous tocaba suelo heleno. El capitán Viktor Sopenski aguardaba su llegada en un BMW 320 azul de alquiler. Para reconocerse, Tous le había dicho que llevaría un sombrero blanco, como los que se usan en el Caribe, chaqueta granate y pantalón negro. La contraseña sería "El Cuervo recibe al Mago", a lo que Tous debería responder "El Mago saluda al Cuervo".

Ahora El Mago tenía que solucionar un tema que atentaba contra los aparentemente sólidos dominios de la iglesia católica. "Si ese secreto se desvelase, si la humanidad conociera verdaderamente su origen y la forma en que se ha propagado, toda la estructura de poder de la iglesia y las demás religiones se desmoronarían", pensaba.

Tous quería respirar tranquilo, ya que El Cuervo le había comunicado previamente por teléfono las reconfortantes palabras que le retumbaban ahora en la mente: "La situación está controlada, el arqueólogo ha confesado".

El Mago iba en busca de aquella información y además quería ver personalmente al arqueólogo. Eran pocas las veces que el cardenal Tous se desplazaba, tenía que ser de suma gravedad para que se moviera del Vaticano. Pero ahora necesitaba interrogar él mismo a Aquiles, saber si había divulgado su "secreto", ya que existía un tema espinoso que El Mago conocía y no estaba convencido de que el capitán Sopenski ni Villamitrè hubieran podido sacarle información valiosa.

Hacía casi diez años que Aquiles Vangelis había conocido al cardenal Tous en un encuentro de las Naciones Unidas. En aquel entonces, Tous era obispo.

—Me disculpará —le había dicho Aquiles en aquella ocasión, irónico, en una discusión de trabajo—, pero nunca creí que Adán saliera del barro y Eva de una costilla de él, señor obispo."

Tous se había mostrado sorprendido y también en el fondo un poco molesto por el tono con que el arqueólogo le había hablado frente a tantos ilustres embajadores.

—Su religión ha arrasado con todos los grandes científicos, cargándoselos por épocas: Galileo, Nicolás Copérnico, Newton, Kepler. No pueden seguir impidiendo que investiguemos, que sepamos verdades ocultas, tenemos derecho a ello, ya no pueden censurarnos.

—Ha perdido la fe, profesor Vangelis, y lo que dice es parte del pasado, no podemos seguir cargando con eso —de aquella tibia manera se había defendido el obispo Tous.

El Papa Juan Pablo II había pedido perdón en nombre de la iglesia 359 años después de que Galileo fuera condenado al encierro de por vida por afirmar que la Tierra giraba alrededor del Sol y no al revés, como sostenía la iglesia; las manchas de sangre y represión estaban escritas en la historia, aunque hacían lo imposible por minimizarlas y ocultarlas.

Aquel encuentro forjó una tensión entre ellos y Aquiles Vangelis pasó a estar junto a otros varios científicos rebeldes, como lo fue el padre de Adán, en la "lista negra".

"Ya llegará la hora en que una mano invisible tome justicia y se encargue de hacer que su trabajo haya sido en vano", había pensado Tous.

El ambicioso obispo portugués había escalado rápido, como el vuelo de un águila, en la prelatura del Vaticano, convirtiéndose en uno de los cardenales favoritos en la jerarquía eclesiástica. Varios años después de aquel incidente de Naciones Unidas, quería ver si el pretencioso arqueólogo Aquiles Vangelis podría repetir la soberbia.

10

—Tenemos que darnos prisa —dijo Alexia, acalorada e inquieta—. ¡La vida de mi padre está en juego!

Adán hacía lo posible por ordenar las carpetas en el sencillo aunque revolucionado laboratorio de Aquiles, donde había dos escritorios, una silla de madera y dos cuadros con paisajes griegos que decoraban escuetamente las paredes blancas. Adán trataba de no marearse entre aquellas carpetas que estaban numeradas y rotuladas con diferentes títulos: "El Sol", "La activación de los 64 codones", "El fin del Tiempo", "El Kybalión", "El destino del mundo", "La Atlántida y su capital", así como recortes de periódicos de varios lugares del mundo cuyos titulares decían: "Científicos rusos descubren nuevas propiedades del ADN", "Chemtrails: los vuelos químicos de aviones militares", "El HAARP es acusado de provocar terremotos", y varios papeles con diferentes títulos.

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