El Terror (111 page)

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Authors: Dan Simmons

Tags: #Terror, #Histórico

Ella siempre le ha mirado inexpresiva.

El ha llegado a creer que sí le entiende, aunque no sus palabras en inglés, sí las emociones que se ocultan detrás de sus ruegos; pero nunca responde, ni con su expresión ni con las señales de los cordones.

La comprensión que ella tiene de las cosas, y su propia y creciente comprensión de las complejas ideas que subyacen tras los diseños danzantes del cordón trenzado entre sus dedos, bordea, según piensa Crozier, lo increíble. A veces se siente tan cercano a la extraña joven nativa que se despierta por las noches sin saber qué cuerpo es el suyo y cuál el de ella. Otras veces él la oye gritar allá en el hielo oscuro y decirle que vaya rápido, o que le lleve un arpón más, o una cuerda, o una herramienta..., aunque ella no tiene lengua y nunca ha emitido un sonido en su presencia. Ella comprende muchas cosas, y a veces él cree que son los sueños de ella los que sueña él cada noche, y se pregunta si ella también compartirá su pesadilla del sacerdote con vestiduras blancas que se alza ante él mientras espera la comunión.

Pero ella no le conduce de vuelta con sus hombres.

Tres veces Crozier se ha ido solo, gateando por el pasadizo cuando ella está dormida o fingiendo dormir, llevándose sólo una bolsa con grasa de foca para mantenerse y un cuchillo con el cual defenderse, y tres veces se ha perdido, dos veces en el interior de la tierra donde están y una vez fuera, en el mar de hielo. Las tres veces Crozier ha caminado hasta no poder más, quizá durante días enteros, y luego se ha desmayado, aceptando la muerte como justo castigo por abandonar a sus hombres.

Cada vez
Silenciosa
le ha encontrado. Cada vez ella le ha envuelto en una piel de oso, le ha colocado ropas encima y silenciosamente ha tirado de él durante kilómetros entre el frío, de vuelta a la casa de nieve, donde le ha calentado las heladas manos y los pies con su vientre desnudo bajo las mantas, y no le ha mirado mientras él lloraba.

Ahora la encuentra a unos centenares de metros afuera, en el hielo, inclinada encima del agujero de respiración de una foca.

Por mucho que lo intente (y lo ha intentado), Crozier no puede encontrar nunca esos malditos agujeros de respiración. Duda de que pudiera encontrarlos ni siquiera en verano, a plena luz del día, y mucho menos a la luz de la luna, las estrellas o con oscuridad total, como hace
Silenciosa
. Las apestosas focas son tan listas y tan taimadas que no le sorprende que él y sus hombres sólo pudieran matar a un puñado en todos los meses que pasaron sobre el hielo, y nunca a través de uno de esos agujeros de respiración.

Mediante los cordones que hablan, Crozier ha llegado a comprender que una foca puede contener el aliento debajo del agua durante sólo siete u ocho minutos, quizá quince, como máximo (
Lady Silenciosa
explicaba esas unidades de tiempo con latidos del corazón, pero Crozier cree que ha conseguido traducirlas con éxito). Evidentemente, si comprende bien los cordones de
Silenciosa
, una foca tiene unas fronteras territoriales, como un perro, un lobo o un oso blanco. Aun en invierno, la foca debe defender esas fronteras, de modo que para asegurarse de tener el aire suficiente dentro de su reino bajo el hielo, la foca encuentra el hielo más fino del entorno y excava un agujero de respiración en forma de cúpula lo suficientemente grande para que albergue a su cuerpo entero, dejando sólo un agujerito lo más pequeño posible que perfore el hielo superior, muy fino, a través del cual respirar.
Silenciosa
le ha enseñado las garras agudas y aptas para excavar en la aleta de una foca muerta, y ha rascado el hielo con ellas para demostrarle lo bien que trabajan.

Crozier cree a
Lady Silenciosa
cuando ella le cuenta con el cordón que hay docenas de cúpulas de respiración semejantes dentro del territorio de una sola foca, pero que le jodan si puede encontrarlas. Las cúpulas que ella le enseña con tanta claridad en los cordones, y que encuentra con tanta facilidad aquí entre el hielo, son invisibles entre los seracs, las crestas de presión, los bloques de hielo, los pequeños icebergs y las grietas. El está seguro de que ha tropezado con un centenar de esas malditas cosas y nunca ha visto ninguna excepto como una irregularidad en el hielo.

Ella está agachada junto a una de ellas. Cuando Crozier se encuentra a una docena de metros de distancia, ella le hace señas de que se quede quieto.

Según dice
Silenciosa
con las formas de cordones que trenza entre sus manos, la foca es una de las criaturas vivas más precavidas y desconfiadas, de modo que el silencio y el sigilo son la esencia de la caza de focas. Aquí,
Lady Silenciosa
hace honor a su nombre.

Antes de aproximarse a un agujero para respirar (¿cómo sabía ella que estaba allí?), va colocando unos trocitos de piel de caribú que retira después de cada paso, colocando su pie con la gruesa bota de caribú cuidadosamente encima de ellos para no producir ni el más leve crujido en la nieve y el hielo. Una vez junto a la cúpula del agujero de respiración en la oscuridad, moviéndose a cámara lenta, suavemente, mete algunas astas bifurcadas en la nieve y coloca su cuchillo, arpón, sedal y otros elementos de caza encima, para poder cogerlos sin hacer ruido.

Antes de dejar la casa de nieve, Crozier ha atado unos tendones en torno a sus brazos y piernas como le ha enseñado
Silenciosa
, para evitar que sus ropas produzcan el menor roce. Pero él sabe que si se acerca un poco más al agujero hará tanto ruido, con su torpeza de hombre blanco, como una montaña de latas que cae con estrépito ante la foca que está debajo, si es que hay una foca debajo, de modo que se esfuerza por mirar la superficie de hielo que tiene ante él y saca los inevitables cuadritos de piel de caribú de medio metro por medio metro que
Silenciosa
le ha dejado, y lentamente, con mucho cuidado, se arrodilla encima de ellos.

Crozier sabe que antes de que él llegase, después de que ella encontrase el agujero de respiración, la chica había quitado lenta y silenciosamente la nieve de encima del agujero con el cuchillo y había ampliado el pequeño agujero con un pincho de hueso colocado en la punta de la hoja de su arpón. Luego ella había inspeccionado el agujero para confirmar que estaba directamente encima de un profundo canal en el hielo. Si no era así, las posibilidades de un buen golpe con el arpón eran escasas, él lo comprendía. Luego, ella había reconstruido de nuevo el pequeño montículo. Como caía ya la nieve, ella había puesto una piel muy fina por encima del agujero para evitar que quedase tapado. Luego había cogido un trocito de hueso muy pequeño atado con un trozo bastante largo de cuerda de tripa a la punta de otro hueso, y había metido ese indicador en el agujero, colocando el otro extremo en una de las astas.

Ahora, espera. Crozier observa.

Pasan horas.

El viento arrecia. Las nubes empiezan a oscurecer las estrellas; la nieve sopla por encima del hielo desde la tierra que tienen detrás.
Lady Silenciosa
está de pie allí, agachada ante el agujero de respiración, su parka y su capucha se están cubriendo lentamente de una película de nieve; tiene el arpón con su punta de marfil en la mano derecha, su peso apoyado en la parte de atrás por el asta bifurcada clavada en la nieve.

Crozier la ha visto cazar focas con otros métodos. En uno de ellos, ella excava dos agujeros en el hielo y, con la ayuda de Crozier, usando uno de los arpones, literalmente engatusa a la foca para que vaya hacia ella. Le ha enseñado que aunque la foca es la personificación de la precaución en el reino animal, su talón de Aquiles es la curiosidad. Si Crozier coge la punta de ese arpón especialmente preparado junto al agujero de
Silenciosa
, debajo del hielo, mueve el arpón arriba y abajo muy ligeramente, haciendo que los dos huesos pequeños aparejados con unos mangos con plumas partidas junto a la cabeza del arpón se pongan a vibrar. Finalmente, la foca no puede resistir la curiosidad y sale a investigar.

A la luz de la luna, Crozier se ha quedado boquiabierto al ver a
Silenciosa
atravesar el hielo echada de bruces, fingiendo ser una foca y moviendo los brazos como aletas. Esas veces él ni siquiera veía la cabeza de la foca sobresaliendo de un agujero en el hielo hasta percibir el súbito movimiento del brazo de ella, y luego la veía retirando el arpón unido a su muñeca con un cordón largo. Muy a menudo había una foca muerta en el otro extremo.

Pero esta noche oscura sólo hay un agujero de respiración de una foca que vigilar, y Crozier está encima de su almohadilla de piel horas y horas, viendo a
Silenciosa
de pie, inclinada sobre la cúpula casi indistinguible. Cada media hora, aproximadamente, ella retrocede lentamente hasta las astas clavadas y coge un pequeño instrumento, un trocito curvo de madera de unos veinticinco centímetros de largo con tres garras de ave unidas, y rasca tan ligeramente la capa de hielo encima del agujero de respiración que él ni siquiera oye el ruido, a pocos metros de distancia. Pero la foca sí que debe de oírlo con claridad. Aunque el animal esté en otro agujero de respiración, quizás a cientos de metros de distancia, parece, finalmente, vencido por la curiosidad que lo condenará.

Por otra parte, Crozier no tiene ni idea de cómo
Silenciosa
ve la foca para arponearla. Quizás a la luz del sol, en verano, a finales de la primavera o en otoño, su sombra sea visible bajo el hielo, su morro visible debajo de la diminuta abertura de la respiración. Pero ¿a la luz de las estrellas? Para cuando el dispositivo de advertencia que ha montado ella se ponga a vibrar, la foca puede haber dado la vuelta y haberse sumergido de nuevo. ¿Acaso huele su presencia ella, cuando se levanta? ¿Puede notarlo de alguna otra manera?

El está medio congelado, como resultado de estar echado en la almohadilla de caribú, en lugar de sentarse erguido, y se había quedado adormilado cuando vibra el pequeño indicador de huesos y plumas de
Silenciosa
.

Se despierta al instante mientras ella se lanza a la acción. La mujer levanta el arpón de su lugar de descanso y lo introduce recto hacia abajo a través del agujero de respiración en menos tiempo del que le cuesta a Crozier despertarse. Luego ella se echa hacia atrás, tirando fuerte del grueso cordón que desaparece por el hielo.

Crozier se pone en pie al momento (la pierna izquierda le duele abominablemente, y se niega a sostener su peso) y corre al lado de ella tan rápido como puede. Sabe que ésta es una de las partes más arriesgadas de la caza de la foca: tirar del cuerpo antes de que pueda librarse de la hoja del arpón, de marfil con barbas, si está sólo herida, o quedarse atrapada en el hielo o hundirse en las profundidades si está muerta. La rapidez, como nunca se han cansado de decirle en la Marina Real, es la esencia.

Juntos luchan por sacar el pesado animal fuera, a través del agujero:
Silenciosa
tirando de la cuerda con un brazo sorprendentemente fuerte y cortando el hielo con su cuchillo con la otra mano, para agrandar el agujero.

La foca está muerta pero es más resbaladiza que nada de lo que ha visto Crozier en su vida. El le coloca la mano enguantada por debajo de una aleta, cuidando de evitar las garras como cuchillas de afeitar al final, y tira del animal muerto hasta colocarlo encima del hielo. Todo el rato jadea, maldice y se ríe, aliviado de su obligación de permanecer callado, y
Silenciosa
, por supuesto, está callada, y sólo se oye ocasionalmente el suave silbido de su aliento.

Cuando la foca está a salvo en el hielo él se echa atrás, sabiendo lo que pasará a continuación.

La foca, apenas visible a la escasa luz de las estrellas que se dejan ver entre las nubes que corren veloces y bajas, yace con los ojos negros inmóviles, mirándolos con un vago aire de censura; su boca abierta deja escapar sólo un hilillo de sangre que parece negra en la nieve de un blanco azulado.

Jadeando un poco por el esfuerzo,
Lady Silenciosa
se pone de rodillas en el hielo, luego de cuatro patas, y luego echada de bruces, con el rostro junto al de la foca muerta.

Crozier da otro paso silencioso hacia atrás. Extrañamente, ahora se siente igual que cuando era niño, en la iglesia de Memo Moira.

Buscando debajo de su parka,
Silenciosa
saca un frasquito diminuto con su tapón hecho de marfil y se llena la boca del agua que contiene. Ha guardado el frasquito pegado a sus pechos desnudos, debajo de la piel, para mantener el agua líquida.

Se inclina hacia delante y coloca sus labios encima de los de la foca, en una extraña parodia de beso, abriendo incluso la boca de la manera que Crozier ha visto que hacen las putas con hombres de al menos cuatro continentes.

«Pero ella no tiene lengua», recuerda.

Ella pasa el agua líquida de su boca a la boca de la foca.

Crozier sabe que si el alma viviente de la foca, que no se ha separado todavía del todo de su cuerpo, está complacida con la belleza y la habilidad del arpón y la punta de lanza de marfil con barbas que la ha matado, y está complacida también con el acecho y la paciencia de
Silenciosa
y sus demás métodos de caza, y especialmente si disfruta el agua de su boca, irá a decirles a las demás almas de foca que deberían ir a esa cazadora para tener la oportunidad de beber un agua tan limpia y clara.

Crozier no sabe cómo sabe todo esto, porque
Silenciosa
nunca le ha hecho signos con cordones sobre esto, ni tampoco se lo ha sugerido mediante otros gestos, pero sabe que es verdad. Es como si el conocimiento viniese de los dolores de cabeza que le acosan cada mañana.

Una vez concluido el ritual,
Lady Silenciosa
se pone de pie, se sacude la nieve de sus pantalones y de su parka, recoge sus preciosos instrumentos y su arpón, y juntos arrastran a la foca muerta los doscientos metros que hay más o menos hasta su casa de nieve.

 

Se pasan toda la tarde comiendo. Parece que Crozier nunca pueda hartarse de grasa y carne. Los dos están tan grasientos como el culo de un cerdo engrasado al final de la tarde, y él señala hacia su propio rostro y hacia la cara igual de grasienta de ella, y se echa a reír.

Lady Silenciosa
nunca se ríe, claro, pero Crozier cree ver un ligerísimo atisbo de sonrisa y luego ella sale gateando por el pasadizo de la entrada y vuelve, desnuda excepto por sus pantalones cortos de caribú, con puñados de nieve limpia para que se limpien la cara, y luego se la frotan con pieles suaves de caribú.

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