El Terror (112 page)

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Authors: Dan Simmons

Tags: #Terror, #Histórico

Beben agua helada, calientan y comen más foca, vuelven a beber de nuevo, salen fuera a aliviarse en lugares separados, colocan su ropa húmeda por encima de la estructura de secado, encima de la llama de aceite que arde despacio, se lavan de nuevo la cara y las manos, se limpian los dientes con los dedos y con unas ramitas envueltas en cordel y se meten desnudos bajo las mantas.

Crozier acaba de adormilarse cuando se despierta notando la manita de
Silenciosa
en su muslo y en sus partes íntimas.

Él reacciona de inmediato, se le pone tiesa y erguida. No ha olvidado su anterior dolor físico, sus escrúpulos acerca de tener relaciones con la chica esquimal. Esos detalles, sencillamente, no están en su mente mientras los dedos de ella, menudos pero insistentes, se colocan en torno a su pene.

Ambos respiran con fuerza. Ella le pasa la pierna por encima del muslo y empieza a frotarse arriba y abajo. El le coge los pechos en las manos (qué cálidos) y pasa la mano por detrás del cuerpo de ella, y coge su redondeado trasero y aprieta la entrepierna con más fuerza hacia la pierna de ella. Tiene la polla tan dura y pulsátil que casi resulta absurdo, con la punta hinchada y vibrante como las plumas que avisan de la presencia de la foca, ante cada leve contacto de la piel cálida de ella. El cuerpo de él es como la foca curiosa que sube a la superficie de las sensaciones, en contra de sus instintos más sensatos.

Lady Silenciosa
arroja a un lado la ropa de dormir que los cubre y se coloca a horcajadas encima de él, bajando con un movimiento tan rápido como el que hizo al arrojar el arpón, y le agarra, le coloca bien y le introduce en su interior.

—Ah, madre mía... —jadea él, cuando empiezan a convertirse en una sola persona. El nota la resistencia contra su polla tensa, nota que se adapta al movimiento de ambos y se da cuenta, con profunda conmoción, de que se está acostando con una virgen. O una virgen se está acostando con él—. Ay Dios mío... —consigue decir, cuando empiezan a moverse con más violencia.

Él la atrae por los hombros e intenta besarla, pero ella vuelve la cara, apoyándola en la mejilla de él y en su cuello. Crozier había olvidado que las mujeres esquimales no saben besar... Es lo primero que le explican los veteranos a cualquier explorador ártico inglés.

Pero no importa.

Él explota en el interior de ella al cabo de un minuto o menos. Cuánto tiempo hacía...

Lady Silenciosa
se queda quieta encima de él un rato, con sus pequeños pechos aplastados y sudorosos contra su pecho, igual de sudoroso. Él nota los rápidos latidos de su corazón, y sabe que ella también debe de notar los suyos.

Cuando al fin puede pensar, se pregunta si habrá sangre. No querría manchar las bonitas mantas blancas.

Pero
Silenciosa
ya está moviendo de nuevo las caderas. Se sienta erguida ahora, todavía a horcajadas encima de él, con la mirada oscura clavada en la suya. Sus oscuros pezones parecen un par de ojos fijos que también le observan. Él todavía está duro en el interior de ella, y sus movimientos, cosa imposible, que nunca le había ocurrido a Francis Crozier en sus encuentros con prostitutas en Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda, Sudamérica o cualquier otro lugar, le están haciendo revivir de nuevo, ponerse cada vez más duro, empezar a mover sus propias caderas como respuesta al lento movimiento circular de ella.

Ella echa la cabeza atrás y coloca su fuerte mano apretada contra el pecho de él.

Hacen el amor así durante horas. Una vez, ella deja la plataforma de dormir, pero sólo el tiempo suficiente para volver con agua para beber para los dos, nieve fundida de la pequeña lata Goldner que dejan suspendida encima de la llama, y ella entonces con toda naturalidad se limpia las escasas manchas de sangre de los muslos cuando han acabado de beber.

Luego se echa de espaldas, abre las piernas y tira de él hasta colocarle encima, con una fuerte mano en su hombro.

No hay amanecer, de modo que Crozier nunca sabrá si han hecho el amor durante toda la larga noche ártica o quizás han pasado días y noches sin dormir, sin parar (o eso le parece cuando al fin se duermen), pero el caso es que al final se duermen. La humedad de su sudor y su aliento gotea de las partes expuestas de los muros de la casa de nieve, y hace tanto calor en su hogar que durante la primera media hora o así, después de caer dormidos, se quedan destapados encima del lecho.

64

Crozier

Después de hacer la Tierra,

cuando el mundo todavía estaba oscuro,

Tulunigraq, el Cuervo, oyó a los Dos Hombres soñar con la luz.

Pero no había luz.

Todo estaba oscuro, como había ocurrido siempre.

No había sol. Ni luna. Ni estrellas. Ni fuegos.

El Cuervo voló tierra adentro hasta que encontró una casa de nieve

donde un anciano vivía con su hija.

El sabía que estaban escondiendo la luz,

atesorando un poco de luz,

así que entró.

Gateó por el pasadizo.

Miró hacia arriba a través del
katak.

Dos bolsas de piel colgaban allí,

una contenía la oscuridad,

y la otra contenía la luz.

La hija del hombre estaba sentada y despierta,

mientras su padre dormía.

Ella era ciega.

Tulunigraq le envió sus pensamientos

para hacer que la hija quisiera jugar.

«¡Déjame jugar con la pelota!», gritó la hija,

despertando al anciano.

El hombre se despertó y descolgó la bolsa que contenía

la luz del día.

La luz estaba envuelta en piel de caribú

calentada por la luz del día que estaba dentro

y quería salir.

El Cuervo envió sus pensamientos para hacer

que la joven empujase la pelota-luz del día hacia el
katak.

«¡ No!», gritó el padre.

Demasiado tarde.

La pelota bajó por el
katak,
rebotó

por el pasadizo.

Tulunigraq estaba esperando. El cogió la pelota. Corrió por el pasadizo hacia fuera, corrió con la pelota de luz de día.

El Cuervo usó el pico.

Desgarró la pelota de piel.

Dejó escapar la luz del día.

El hombre de la casa de nieve

le perseguía por entre los sauces

y el hielo, pero el hombre de la luz del día no era un hombre.

El hombre era un halcón.

«Pitqiktuak!
—chilló el Peregrino—.

¡Yo te mataré, Embaucador!»

Bajó en picado volando hacia el Cuervo,

pero no llegó antes de que el Cuervo abriera la piel de la pelota.

Y surgió el amanecer.

La luz se expandió por todas partes.

«Quagaa Silal»
¡Surgió el amanecer!

«Uunukpuaq! Uunukpuagmun! ¡Oscuridad!»,

chilló el Halcón.

«Quagaa!
¡Luz por todas partes!»,

gritó el Cuervo.

«¡Noche!» «¡Luz!» «¡Oscuridad!» «¡Luz!» «¡Noche!» «¡Luz!»

Los dos siguieron gritando.

El Cuervo chilló:

«¡Luz para la tierra!»

«¡Luz para la gente real!»

No sería bueno

si tuviéramos una y la otra no.

De modo que el Cuervo llevó la luz del día a algunos lugares.

Y el Peregrino mantuvo la oscuridad en otros lugares.

Pero los animales lucharon.

Los Dos Hombres lucharon.

Se arrojaron la luz y la oscuridad el uno al otro.

El día y la noche llegaron a equilibrarse.

El invierno sigue al verano.

Dos mitades.

La luz y la oscuridad se completan la una a la otra.

La vida y la muerte se completan la una a la otra.

Tú y yo nos completamos el uno al otro.

Fuera, el
Tuunbaq
camina en la noche.

Donde nosotros tocamos,

allí hay luz.

Todo está equilibrado.

65

Crozier

Parten en el largo viaje en trineo poco después de que el sol haga su primera aparición vacilante, al mediodía, y sólo durante unos minutos, en el horizonte del sur.

Sin embargo, Crozier comprende que no es el regreso del sol lo que ha determinado el momento de su acción, y el tiempo de su decisión; es la violencia en los cielos las otras veintitrés horas y media de cada día lo que ha convencido a
Silenciosa
de que ha llegado el momento. Mientras se alejan de su casa de nieve en trineo para siempre, bandas resplandecientes de luces coloreadas se retuercen encima de ellos como dedos que se abren en un puño. La aurora boreal es mucho más intensa cada día y cada noche en el cielo oscuro.

El trineo para aquel largo viaje es un artefacto mucho más robusto. Casi dos veces más largo que el trineo de dos metros de largo improvisado con unos patines de peces que usó
Lady Silenciosa
para transportarle cuando él no podía andar, este vehículo tiene unos patines hechos de pequeñas piezas cuidadosamente formadas de madera recuperada, mezclada con marfil de morsa. Usa unas zapatas de hueso de ballena y marfil aplanado en lugar de una sola capa de pasta de musgo en los patines, aunque
Silenciosa
y Crozier siguen aplicando una capa de hielo a los patines varias veces al día. Los travesanos están hechos de astas y los últimos trocitos de madera que les quedan, incluyendo la plataforma para dormir. Los manillares traseros son de astas muy bien atadas y de marfil de morsa.

Las tiras de cuero ahora están aparejadas para que tiren los dos, ya que nadie viaja en el trineo a menos que esté herido o enfermo, pero Crozier sabe bien que
Silenciosa
ha construido ese trineo con gran cuidado con la esperanza de que pueda ser arrastrado por un equipo de perros antes de que acabe el año.

Ella está embarazada. No se lo ha dicho a Crozier, ni con los cordones ni mediante una mirada ni por cualquier otro medio visible, pero él lo sabe, y ella sabe que él lo sabe. Si todo va bien, estima que el niño nacerá en el mes que antes llamaba julio.

El trineo lleva todas sus pieles, ropas, utensilios de cocina, herramientas y latas Goldner tapadas con pieles para llevar el agua una vez deshelada, y un suministro de comida congelada, pescado, foca, morsa, zorro, liebre y perdiz blanca. Pero Crozier sabe que parte de esta comida es para un tiempo que quizá nunca llegue, al menos para él. Y parte de ella también será para regalos, dependiendo de lo que él decida y de lo que ocurra allá fuera, en el hielo. El sabe que, según lo que él decida, ambos estarán pronto ayunando como preparación, aunque según lo entiende, él sería el único que tendría que ayunar.
Lady Silenciosa
se uniría a su ayuno sencillamente porque ahora es su esposa, y si él no come, ella tampoco. Pero si él muere, ella se llevará la comida y el trineo y volverá a la tierra a vivir su vida y a continuar cumpliendo con sus obligaciones.

Durante días viajan hacia el norte a lo largo de la línea costera, bordeando acantilados y colinas muy elevadas. Unas pocas veces la severa topografía les obliga a salir al hielo, pero no quieren estar allá fuera demasiado tiempo. Todavía no.

El hielo se está rompiendo aquí y allá, pero sólo se forman pequeños canales. No se detienen a pescar en esos canales ni a hacer pausas en las
polynyas,
sino que siguen adelante, viajando diez horas al día o más, y volviendo a la tierra en cuanto pueden continuar el arrastre por allí, aunque eso signifique que tienen que renovar con mayor frecuencia el hielo de los patines.

Por la tarde de la octava noche, hacen una pausa en una colina y miran hacia abajo, a un grupo de cúpulas de nieve iluminadas.

Silenciosa
ha tenido mucho cuidado de aproximarse a ese pequeño poblado desde la dirección del viento, pero, aun así, uno de los perros atados a una estaca en el hielo o la tierra de abajo empieza a ladrar como un loco. Pero los demás no se unen a él.

Crozier mira las estructuras iluminadas: una es una cúpula múltiple formada por al menos una casa grande y cuatro pequeñas conectadas por unos pasajes comunes. Sólo la idea de una comunidad semejante, aunque mucho menos la visión, hace que Crozier sienta un dolor en su interior.

Desde muy abajo, ahogadas por los bloques de nieve y las pieles de caribú, llegan unos sonidos de risas humanas.

Podría bajar ahora, lo sabe muy bien, y pedir a ese grupo que le ayudase a encontrar su camino hacia el campamento de Rescate e intentar encontrar a sus hombres. Crozier sabe que éste es el poblado del grupo al que pertenecía el chamán que escapó a la masacre de los ocho esquimales al otro lado de la isla del Rey Guillermo, y que también es de la extensa familia de
Silenciosa
, como los ocho hombres y mujeres asesinados.

Podría bajar y pedirles que le ayudasen, y sabe que
Silenciosa
le seguiría y traduciría con sus señales de cordones. Ella es su esposa. También sabe que existen muchas posibilidades de que a menos que él haga lo que se le ha pedido que haga en el hielo (sea marido de
Silenciosa
o no, y sea cual sea la reverencia, el respeto y el amor que sienta hacia ella), estos esquimales seguramente le saludarán con sonrisas, asentimientos y risas, y luego, cuando esté comiendo o dormido o descuidado, le atarán unas correas muy tirantes en las muñecas y le pondrán una bolsa de piel en la cabeza y le apuñalarán una y otra vez, las mujeres y los cazadores por igual, hasta que esté muerto. Ha soñado con su sangre roja manchando la nieve blanca.

O quizá no. Quizá
Lady Silenciosa
no sepa lo que va a ocurrir. Si ella ha soñado ese futuro en particular, no le ha mostrado por señas el resultado, ni tampoco ha compartido con él tales sueños.

El no quiere averiguarlo, de todos modos. Ese pueblo, esa noche, mañana, antes de que haya decidido lo otro, no es su futuro inmediato, sea cual sea su futuro y su destino.

El asiente en la oscuridad y se apartan del pueblo, y siguen con el trineo hacia el norte, a lo largo de la costa.

Durante los días y las noches de viaje, cuando montan sólo una piel de caribú de protección colgando encima de ellos desde las astas del trineo y se acurrucan debajo de las pieles para dormir unas pocas horas, Crozier tiene mucho tiempo para pensar.

En los últimos meses, quizá debido a que no tiene nadie con quien hablar, o al menos ningún interlocutor que le responda con palabras reales en voz alta, ha aprendido a dejar que las distintas partes de su mente y de su corazón hablen en su interior como si fueran almas distintas, con sus propios argumentos. Un alma, la más antigua y cansada que tiene, sabe que ha sido un fracaso en todo aquello en que puede medirse un hombre. Sus hombres, los hombres que confiaban en que los condujese hacia la seguridad, están todos muertos o dispersos. Su mente espera que algunos hayan sobrevivido, pero en su corazón, en el alma de su corazón, sabe que los hombres tan desperdigados en tierras del
Tuunbaq
están ya muertos y sus huesos blanqueándose en alguna playa sin nombre o en algún témpano flotante. Les ha fallado a todos.

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