—Petrós, este tribunal tiene un deseo muy especial de saber lo que sucedió en las horas que precedieron a la… muerte de Jesús. Debes narrar todo, absolutamente todo lo que recuerdes y ten presente que no cuentas con la menor posibilidad de mentir ni de que un acto semejante quede sin castigo.
El pescador bajó la mirada hacia el suelo mientras Marcos le traducía las palabras del césar. Debo reconocer que aquel gesto, completamente ajeno a su comportamiento hasta ese momento, contribuyó a aumentar mi estado de confusión. Durante varios días, aquel anciano había dado muestras de un aplomo y de una entereza que suelen ser raras incluso en gente joven y valiente, y ahora, ahora parecía tocado de la misma manera que el desdichado púgil al que los golpes de su feroz adversario han llevado hasta un peligroso aturdimiento. Finalmente, Petrós alzó la mirada y comenzó a hablar en un tono apagado, triste, monocorde.
—Faltaban dos días para la pascua, y la fiesta de los panes sin levadura; y buscaban los principales sacerdotes y los escribas cómo prender a Jesús valiéndose del engaño para luego matarle. La única precaución que adoptaron consistió en que la detención no tuviera lugar durante la fiesta para que no se produjera ningún alboroto entre el pueblo. Jesús estaba alojado entonces en Betania, en casa de Simón el leproso, y mientras se hallaba sentado a la mesa, llegó una mujer con un vaso de alabastro de perfume. Era de nardo puro y precisamente por eso debía haberle costado mucho dinero. Sin embargo, no parece que eso le preocupara. De hecho, quebró el vaso y derramó su contenido sobre la cabeza de Jesús. Lo que acababa de hacer no gustó a todo el mundo. Algunos, por ejemplo, se enojaron y comenzaron a murmurar en contra de que se hubiera llevado a cabo ese desperdicio con el perfume ya que podía haberse vendido por más de trescientos denarios, y haberse dado a los pobres. Naturalmente, las acusaciones recaían casi todas en la mujer. Entonces Jesús dijo: Dejadla, ¿por qué la molestáis? Ha llevado a cabo una buena obra. A los pobres siempre los tendréis con vosotros y podréis hacerles bien siempre que queráis, pero a mí no siempre me tendréis. Ella ha hecho todo lo que podía y en verdad se ha adelantado a ungir mi cuerpo para la sepultura. En verdad os digo que en cualquier lugar del mundo donde se predique esta Buena noticia, también se contará lo que ella ha hecho, para memoria de ella.
Petrós guardó silencio y comprendí el estado de turbación en que había entrado poco antes. Apenas a unas horas de su detención, ninguno de los seres cercanos a Jesús, incluyendo al propio pescador, parecía haberse dado cuenta de lo que estaba a punto de suceder. Habían discutido eso sí por el lugar de preeminencia en el reino e incluso se habían permitido criticar la acción de aquella pobre mujer, pero no se habían percatado de los momentos que estaban viviendo. No sería, desde luego, porque Jesús no se lo hubiera dicho con harta claridad.
Se ha adelantado a ungir mi cuerpo para la sepultura
… Difícilmente hubiera podido resultar más explícito. Iban a matarlo e iban a hacerlo en el plazo de unas horas y todo lo que tenía cerca era aquella banda de bárbaros preocupados en acusar a esa mujer, la única persona sensible de los alrededores, y en calcular el bien que se podría hacer a los pobres con aquel gasto. ¡Valiente pandilla de demagogos! ¡Defendiendo a los pobres! Sabía yo de sobra que los pobres no interesan a nadie salvo cuando se ambicionan sus votos. Entonces los políticos les prometían todo sin excluir la posibilidad de vengarse de aquellos a quienes envidian o de vivir sin trabajar, ofertas ambas sin duda atractivas pero absolutamente dañinas. ¡Los pobres! En realidad, de todos los que debían estar reunidos en aquel lugar sólo Jesús había sabido atenderlos, curarlos, darles de comer…
—Entonces —prosiguió Petrós— Judas Iscariote, uno de nosotros, del grupo de los doce, fue a ver a los principales sacerdotes para entregar a Jesús. Ellos, al oírlo, se alegraron, y prometieron darle dinero y judas buscaba la oportunidad para llevar a cabo sus propósitos.
¡Judas! ¿De qué me sonaba ese nombre? ¡Ah, claro, Judas! Petrós lo había mencionado al referirse al grupo de los doce. Ahora comprendía por qué se había sentido mal en el momento de referirse a él. Decididamente, Jesús no había sido muy afortunado en su elección de lugartenientes.
Además de la ceguera y la ambición generalizadas en su seno, uno de ellos se había convertido en un traidor de la especie más abyecta, la que se mueve únicamente a impulsos del dinero.
—El primer día de la fiesta de los panes sin levadura —continuó el pescador—, cuando se sacrifica el cordero para la pascua, una de las fiestas principales de los judíos, dijimos a Jesús: ¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas la pascua? Entonces envió a dos de nosotros diciéndonos: Id a la ciudad, y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidle y en el lugar donde entre hacedlo también vosotros y decid al señor de la casa que el Maestro quiere saber dónde está el aposento en el que va a comer la pascua con sus discípulos. Os mostrará un aposento alto ya dispuesto donde podáis llevar a cabo los preparativos. Siguiendo sus órdenes, los dos fueron y entraron en la ciudad, y se encontraron con todo tal y como Jesús les había dicho; y realizaron los preparativos indispensables. Cuando llegó la noche, nos hallábamos ya los doce reunidos con él en aquel lugar. Al principio, nada parecía diferenciar aquella cena de otras en las que habíamos participado en años anteriores para celebrar la fiesta de la pascua pero, de repente, mientras estábamos reclinados comiendo, Jesús dijo: En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros que ahora come conmigo me va a entregar.
Petrós interrumpió el relato. En apariencia conservaba la calma de los días anteriores, pero bastaba fijar la vista con atención en su pecho para percatarse de que la agitación previa al inicio del relato no había hecho más que crecer. El pescador estaba sufriendo aunque se esforzara en ocultarlo. En una situación así un juez piadoso hubiera ordenado un descanso y uno empeñado en atrapar al reo hubiera descargado una lluvia de preguntas que lo desconcertara. Sin embargo, Nerón parecía haber regresado a su táctica habitual, la de perseguirlo incansablemente a la espera de que cometiera el error que resultara fatal. Si tal circunstancia iba a producirse parecía ahora más cercana que nunca.
—Cuando… cuando escuchamos aquellas palabras suyas, la tristeza se apoderó de nosotros —continuó Petrós— y uno a uno comenzamos a preguntarle: ¿Seré yo? ¿Seré yo? Jesús, en respuesta, nos dijo: Es uno de los doce, el que moja conmigo en la fuente.
Petrós hizo una nueva pausa y respiró hondo.
—Intérprete —dijo el césar—, informa a ese hombre de que no podemos estar perdiendo tiempo continuamente. Que prosiga su relato sin nuevas interrupciones.
Por primera vez desde el inicio de la instrucción sentí que una ola de ira me subía ardiendo por el pecho para posarse sobre mi rostro. En aquellos momentos de buena gana hubiera abofeteado a Nerón. Sin embargo, Petrós no pareció sentirse ofendido. En realidad, hubiérase dicho que estaba situado en otro mundo del que nosotros sólo podíamos tener atisbos lejanos a través de sus palabras.
—Mientras estábamos comiendo, Jesús tomó pan y lo bendijo, y lo partió y nos lo dio, diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo. Luego, cuando concluyó la cena, tomó la copa, la tercera que ha de beberse de acuerdo al ritual de la pascua, y después de haber dado gracias, nos la pasó y de ella bebimos todos. Entonces nos dijo: Esto es mi sangre del nuevo pacto que es derramada por muchos. En verdad, en verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vida hasta que lo beba nuevo en el reino de Dios. A continuación cantamos los himnos habituales del final de la cena de pascua y salimos del aposento para dirigimos al monte de los Olivos. En otras ocasiones el final de la cena había estado acompañado por la alegría, pero aquella noche lo que Jesús había compartido con nosotros no había servido precisamente para llenarnos de gozo. En realidad, caminábamos apesadumbrados y en silencio. Fue en esos momentos cuando Jesús nos dijo: Esta noche todos os escandalizaréis de mí tal y como dicen las Escrituras: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Sin embargo, después de que me haya levantado, os precederé a Galilea. El anuncio de que uno de nosotros lo iba a traicionar ya había sido muy doloroso, pero que además ahora nos dijera que todos nos apartaríamos de él escandalizados… No, aquello no podía ser verdad. Era demasiado horrible como para creerlo y, sobre todo… sobre todo, yo no podía, no quería aceptarlo. Quizá los otros, Jacobo, Juan, Mateo el antiguo publicano, incluso mi hermano Andrés, podían comportarse así pero yo nunca. Me acerqué a Jesús y le dije: Aunque todos se escandalicen de ti, yo no lo haré. Bien, pensé satisfecho, al final había dado con la clave de todo. Petrós, el antiguo pescador, era el único que se había mantenido firme en medio de aquella locura de miedos y deslealtades. Judas había vendido a Jesús por dinero; los demás se habían llenado de temor y seguramente habían emprendido la huida. Sin embargo, Petrós había actuado de una manera bien diferente. Había resistido a pie firme la situación, se había mostrado fiel a pesar de todas las dificultades. Así se explicaba ahora que aunque hubieran pasado tantos años siguiera teniendo un puesto de relevancia entre los nazarenos, el mismo que había llamado la atención del césar. Era lógico. A fin de cuentas se trataba ni más ni menos que de una parte de su recompensa por el aguante demostrado a lo largo de la noche más oscura de su vida.
—¿Qué dijo el
Jristós
cuando escuchó aquellas palabras? —interrumpió Nerón, al que tampoco se le escapaba la importancia del momento. Petrós escuchó la traducción realizada por Marcos y a continuación bajó la cabeza. Permaneció así unos instantes que ni siquiera el césar se atrevió a acortar. Finalmente, levantó la mirada y pude ver que en sus pupilas se traslucía una tempestad interna de una inmensa violencia. Con un tono de voz semejante al que uno atribuiría a un espíritu que regresara del mundo de los muertos desgranó algunas palabras en su lengua desagradablemente gutural. Entonces Marcos, sensiblemente conmovido, dirigió la mirada hacia Nerón y dijo con emoción mal contenida:
Jesús me dijo: En verdad, en verdad te digo que tú, hoy, en esta misma noche, antes de que el gallo haya cantado dos veces, me habrás negado tres.
De manera natural el estupor que todos sentimos al escuchar aquellas palabras podía haberse convertido en un silencio espeso como la leche cuajada. Sin embargo, no fue así. Al igual que el soldado que pierde el miedo una vez que ha intercambiado los primeros golpes con el enemigo, el pescador no interrumpió ahora su relato sino que lo continuó con la misma suave cadencia que ya conocíamos tan bien.
—Cuando mis compañeros me oyeron aquellas palabras también comenzaron a decir lo mismo. Así, entre afirmaciones acaloradas de lealtad hasta la muerte, llegamos a un lugar llamado Getsemaní. Entonces Jesús nos dijo que nos sentáramos allí mientras él oraba pero hizo una excepción con Jacobo, con Juan y conmigo y nos pidió que le acompañáramos. Apenas habíamos entrado en el lugar, un huerto lleno de olivos donde acampaban muchos peregrinos de los que habían bajado a Jerusalén para celebrar la pascua, pudimos ver que Jesús comenzaba a llenarse de pena y de angustia. Debió de reparar en que nos dábamos cuenta de ello porque inmediatamente nos dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte. Quedaos aquí y velad. Entonces se apartó un poco, se postró en tierra y comenzó a orar para que si fuera posible no tuviera que atravesar aquel trance. Recuerdo haber oído que decía: Padre, todo te es posible. Aparta de mí esta copa, pero que no se haga lo que yo deseo sino lo que tú quieres. Sin embargo, ni Jacobo ni Juan ni yo teníamos fuerzas para mantenernos en vela. Sin apenas darme cuenta, me dejé vencer por el sueño. En él estaba sumido cuando sentí que Jesús me decía: Simón, ¿estás dormido? ¿Ni siquiera has podido mantenerte en vela una hora? Velad y orad para que no caigáis en la tentación. El espíritu está dispuesto a resistirla pero la carne es débil. Escuché aquellas palabras entre la somnolencia que se había apoderado de mí y el sobresalto que me había provocado el que Jesús me despertara. Luego vi cómo volvía a separarse de nosotros unos pasos y comenzaba a orar de nuevo. Sé que había vuelto a dormirme cuando notamos que nos hablaba. Nos frotamos los ojos cargados de sueño y pudimos escuchar que decía: Ya ha llegado la hora. El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vamos. Ya está aquí el que me entrega.
—¿Se refería a ese tal judas? —preguntó Nerón.
—Sí —respondió Petrós—. Era de judas de quien hablaba y aún lo estaba haciendo, aún no nos habíamos desperezado del todo cuando llegó y con él mucha gente, armada con espadas y garrotes y enviada por los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos. Luego llegamos a saber que, para evitar cualquier confusión con los peregrinos que había en la zona, judas les había dicho que podrían identificarlo con seguridad porque él le besaría. Ciertamente, así fue. En cuanto que llegó a nuestra altura, se acercó a Jesús y le dijo: Maestro, Maestro, y le besó. Entonces los que le acompañaban le echaron mano y le prendieron.
—Qué fácil… —dijo Nerón con tono irónico—. ¿Y nadie presentó resistencia? ¿No hubo nadie que defendiera al hijo de Dios, al
Jristós
?
Sentí un pujo de malestar al escuchar las preguntas que acababa de formular el césar. Sus intervenciones habían sido escasas en el curso de la instrucción, pero sabía sobradamente que en ningún caso habían carecido de un objetivo preciso. ¿Hacia dónde estaba apuntando ahora Nerón?
—Uno de los que estaban allí —dijo Pedro— sacó la espada que llevaba encima e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja. Sin embargo, Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su vaina porque el que recurre a la espada por la espada morirá, y luego dirigiéndose a la multitud añadió:
¿Habéis acudido a prenderme armados con espadas y garrotes como si fuera un ladrón? He estado entre vosotros todos los días enseñando en el templo y no me habéis detenido. Así ha sido para que se cumpla lo que está contenido en las Escrituras.
—Ya —interrumpió Nerón, al que sospeché que no le interesaba en demasía la referencia a las Escrituras sagradas de los judíos. Volvamos a atrás por un instante. Has dicho que uno de los que estaban acompañando a Jesús en el momento de su detención echó mano de la espada que llevaba encima y se lanzó sobre un siervo del sumo sacerdote ocasionándole una herida, ¿no es así?