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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El trono de diamante (34 page)

Ulath tendió su gran mano.

—Sparhawk —dijo.

—¿No lleváis ningún ratón? —inquirió Sparhawk.

El genidio esbozó una leve sonrisa al estrecharle la mano. Después saludó a Kalten y los cuatro se dispusieron a entrar en la casa.

—¿Ha llegado Bevier? —preguntó Tynian a Kalten.

—Hace unos días. ¿Lo conocéis?

—Lo he visto una vez. Acompañé a nuestro preceptor en una visita de cortesía a Larium y nos presentaron a los cirínicos del castillo principal, que se halla ubicado en la ciudad. Me pareció un poco engreído y estirado.

—No ha cambiado mucho.

—Tal como suponía. ¿Cuál es nuestra misión en Cammoria? En algunas ocasiones, el preceptor Darellon resulta exasperantemente lacónico.

—Esperemos a que Bevier esté presente —sugirió Sparhawk—. Me da la sensación de que puede ser algo susceptible, por lo cual no conviene tratar de estos temas sin contar con él.

—Tenéis razón, Sparhawk. Nuestros lazos podrían desbaratarse si Bevier comienza a enfadarse. No obstante, debo admitir que es muy útil en enfrentamientos armados. ¿Todavía lleva aquella mortífera hacha?

—Oh, sí —respondió Kalten.

—Un arma espantosa, ¿eh? Lo vi entrenarse con ella en Larium. Al galope, truncó un poste más grueso que mi pierna de un solo hachazo. Sospecho que sería capaz de cabalgar entre un pelotón de infantería y dejar tras de sí un rastro de cabezas sesgadas a lo largo de diez yardas.

—¡Ojalá no necesite hacerlo! —deseó Sparhawk.

—Si adoptáis esa actitud, Sparhawk, vais a desechar cualquier oportunidad de diversión durante esta excursión.

—Me voy a llevar realmente bien con él —aseveró Kalten.

Sir Bevier se reunió con ellos en el estudio de Nashan al finalizar el servicio en la capilla. Por lo que había podido observar Sparhawk, había acudido a todas las celebraciones religiosas desde su llegada.

—Bien —dijo Sparhawk tras ponerse en pie cuando estuvieron todos presentes—, os explicaré los rasgos generales de la situación. Annias, el primado de Cimmura, se ha impuesto como meta el trono del archiprelado de Chyrellos. Controla el consejo real de Elenia y, por medio de él, obtiene fondos del tesoro real. Intenta utilizar ese dinero en la compra de los votos necesarios para ganar las elecciones tras la muerte de Cluvonus. Los preceptores de las cuatro órdenes desean desbaratar sus planes.

—Ningún eclesiástico decente aceptaría dinero para expresar un voto determinado —opinó Bevier con tono ofendido.

—Concuerdo en esa afirmación con vos —aceptó Sparhawk—, pero, por desgracia, muchos religiosos distan mucho de ser honrados. Seamos realistas, caballeros: existe una amplia facción corrupta en el seno de la Iglesia elenia. Seguramente, todos desearíamos no encontrarnos ante esta situación; sin embargo, debemos afrontarla tal como se presenta. Hay muchos votos en venta. El detalle crucial es que la reina Ehlana está enferma; de lo contrario, no permitiría que Annias utilizara el tesoro para beneficio propio. Los preceptores coinciden en que el mejor modo de detener a Annias consiste en hallar el medio de curar a la reina y reintegrarla así en el poder. De ahí la necesidad de nuestro viaje a Borrata; en su universidad hay médicos que tal vez puedan diagnosticar la naturaleza de su dolencia y proporcionar un remedio eficaz contra ella.

—¿Vendrá la reina con nosotros? —inquirió Tynian.

—No. Es prácticamente imposible.

—En ese caso, los especialistas tendrán dificultades para averiguarlo.

Sparhawk realizó un gesto negativo con la cabeza.

—Sephrenia, la encargada de instruir a los pandion en los secretos, nos acompañará. Ella puede describir minuciosamente los síntomas de la reina Ehlana e invocar la imagen de Su Alteza si los médicos requieren un examen más detallado.

—Parece complicado —observó Tynian—, pero si creéis que debemos llevarlo a cabo de esa manera, así lo haremos.

—En estos momentos existe una gran agitación en Cammoria. —Prosiguió Sparhawk—. Los reinos centrales están todos infestados de agentes zemoquianos que intentan confundir y alterar el orden. Además, Annias adivinará sin duda nuestro propósito y tratará de interceptarnos.

—Borrata está muy alejada de Cimmura, ¿no es cierto? —preguntó Tynian—. ¿Abarca tanto terreno la capacidad de acción del primado de Cimmura?

—En efecto —respondió Sparhawk—. En Cammoria se encuentra un pandion renegado que, en ocasiones, trabaja para Annias. Se llama Martel. Probablemente pondrá obstáculos a nuestros fines.

—Si decide estorbarnos, no tendrá oportunidad de repetirlo —gruñó Ulath.

—Es preferible no entretenernos en luchas que no sean estrictamente necesarias —advirtió Sparhawk—. Nuestro principal cometido es escoltar a Sephrenia hasta Borrata y devolverla sana y salva después. Ya han atentado contra su vida una vez.

—Centraremos nuestros esfuerzos en desalentar ese tipo de acciones —aseguró Tynian—. ¿Vendrá alguien más con nosotros?

—Mi escudero, Kurik —repuso Sparhawk—, y seguramente un joven novicio pandion llamado Berit, ya que, aparte de ser un prometedor guerrero, Kurik precisa a alguien que le ayude a cuidar de los caballos. —Reflexionó un momento—. Creo que también llevaremos a un muchacho —añadió.

—¿Talen? —preguntó sorprendido Kalten—. ¿Te parece apropiado ir con un niño?

—Chyrellos ya constituye una ciudad suficientemente corrupta para dejar campar por sus calles a ese ladronzuelo. Por otra parte, intuyo que podremos utilizar de manera práctica sus especializados talentos. La otra persona que nos acompañará es una niñita llamada Flauta.

Kalten lo miró estupefacto.

—Sephrenia se negará a separarse de ella —explicó Sparhawk—, y no estoy seguro de que consiguiéramos dejarla en la ciudad. ¿Recuerdas cuán fácilmente logró salir de aquel convento de Arcium?

—Es verdad —concedió Kalten.

—Vuestra exposición ha sido muy clara, sir Sparhawk —declaró aprobatoriamente Bevier—. ¿Cuándo partiremos?

—A primera hora de la mañana —respondió Sparhawk—. Debemos recorrer un largo trecho hasta Borrata, y el archiprelado no nos proporcionará una tregua en su envejecimiento. El patriarca Dolmant opina que podría fallecer en cualquier momento, con lo que Annias pasará a la acción de inmediato.

—Dada la urgencia del caso, debemos realizar los preparativos —concluyó Bevier, al tiempo que se ponía en pie—. ¿Os veré en el servicio nocturno en la capilla, caballeros? —preguntó.

—Supongo que hay que asistir se lamentó Kalten con un suspiro—. Después de todo, somos caballeros de la Iglesia.

—Un poco de ayuda divina no nos hará ningún daño, ¿verdad? —agregó Tynian.

Sin embargo, a última hora de la tarde llegó a las puertas del castillo una compañía de soldados eclesiásticos.

—El patriarca Makova me ha ordenado venir a buscaros a vos y a vuestros compañeros —anunció el capitán cuando Sparhawk acudió al patio acompañado de los restantes caballeros—. Quiere entrevistarse con vosotros en la basílica de inmediato.

—Iremos a buscar los caballos —informó Sparhawk y condujo a sus amigos a las caballerizas.

Una vez allí soltó un juramento irritado.

—¿Problemas? —inquirió Tynian.

—Makova apoya a Annias —explicó Sparhawk mientras hacía salir a
Faran
del establo—. Estoy casi convencido de que intentará entorpecer nuestra marcha.

—No obstante, debemos acudir a su llamada —declaró Bevier, que ensillaba su montura—. Somos caballeros de la Iglesia y estamos obligados a obedecer los mandatos de un miembro de la jerarquía, sean cual fueren sus amistades.

—Además, afuera nos espera toda una compañía de soldados —agregó Kalten—. Parece que el tal Makova no está dispuesto a correr ningún riesgo.

—¿No pensará que íbamos a negarnos? —apuntó Bevier.

—Todavía no conocéis bien a Sparhawk —le indicó Kalten—. A veces puede ser muy rebelde.

—Bien, no tenemos alternativa —atajó Sparhawk—. Vayamos a la basílica para conocer el mensaje del patriarca.

Llevaron los caballos al patio y montaron. A una tajante orden del capitán, los soldados los rodearon en formación.

La plaza que dominaba la basílica se hallaba extrañamente desierta cuando llegaron Sparhawk y sus amigos.

—Me da la sensación de que han previsto la posibilidad de incidentes —observó Kalten mientras comenzaban a subir las escaleras de mármol.

Al entrar en la vasta nave del templo, Bevier se puso de rodillas y juntó las palmas de las manos.

El capitán entró tras ellos acompañado de una tropa de soldados.

—No debemos hacer esperar al patriarca —apremió.

Su voz delataba un cierto timbre de arrogancia que irritó a Sparhawk; no obstante, éste reprimió su desagrado y se arrodilló junto a Bevier. Kalten lo imitó con una mueca. Tynian dio un codazo a Ulath y ambos se postraron ante el altar.

—He dicho… —comenzó a protestar el capitán con un tono ligeramente elevado.

—Ya os hemos oído, compadre —intervino Sparhawk—. Os acompañaremos dentro de unos instantes.

—Pero…

—Podéis aguardarnos allí. No tardaremos.

El capitán giró sobre sus talones y se alejó con paso majestuoso.

—Un buen gesto, Sparhawk —murmuró Tynian.

—Sencillamente, nos conducimos como caballeros de la Iglesia —replicó Sparhawk—. A Makova no le importará aguardar un momento, así podrá disfrutar anticipando los acontecimientos.

—Seguro —convino Tynian.

Los cinco caballeros permanecieron arrodillados durante unos diez minutos mientras el capitán caminaba impacientemente de un lado a otro.

—¿Habéis terminado, Bevier? —preguntó delicadamente Sparhawk cuando el cirínico separó las manos.

—Sí —respondió éste con el rostro iluminado por la devoción—. Ahora me siento purificado y en paz con todo el mundo.

—Tratad de mantener ese estado anímico. Probablemente el patriarca de Coombe despertará en nosotros sentimientos agresivos —auguró Sparhawk, a la vez que se levantaba—. ¿Vamos, caballeros?

—¡Por fin! —espetó el militar cuando se reunieron con él.

—¿Tenéis algún título, capitán? —le preguntó Bevier con una fría mirada—. Me refiero a alguno aparte del militar.

—Soy marqués, sir Bevier.

—Excelente. Si nuestra devoción os ofende, os honraré dándoos una satisfacción. Podéis enviarme a vuestro padrino cuando deseéis. Estoy a vuestra entera disposición.

—Me limito a obedecer órdenes, mi señor —repuso el capitán, al tiempo que palidecía visiblemente—. Jamás osaría afrentar a un caballero de la Iglesia.

A continuación, los guió por un corredor que partía de la nave central.

—Bien hecho, Bevier —susurró Tynian.

El cirínico esbozó una breve sonrisa.

—No hay nada como ofrecer a un hombre una yarda de acero para ponerlo en su sitio —añadió Kalten.

La suntuosa estancia adonde los condujeron ostentaba alfombras marrones, tapices y paredes de fino mármol. El patriarca de Coombe se encontraba sentado junto a una larga mesa con un pergamino delante. Cuando los hicieron pasar mostró enfado en su rostro.

—¿Qué os retuvo tanto tiempo? —inquirió en dirección al capitán.

—Los caballeros de la Iglesia se sintieron obligados a dedicar un momento a la oración ante el altar principal, Su Ilustrísima.

—Oh, desde luego.

—¿Puedo retirarme, Su Ilustrísima?

—No. Quedaos aquí. Os corresponderá a vos encargaros de las órdenes que voy a dictar.

—Como desee Su Ilustrísima.

—Me han informado de que planeáis llevar a cabo una incursión en Cammoria, caballeros —comenzó con semblante severo.

—No lo hemos mantenido en secreto, Su Ilustrísima —replicó Sparhawk.

—Os lo prohíbo.

—¿Me será permitido inquirir por qué motivo, Su Ilustrísima? —preguntó suavemente Tynian.

—No. No tengo por qué responderos. Los caballeros de la Iglesia están sujetos a la autoridad de la jerarquía. No es preciso dar ninguna explicación. Debéis regresar al castillo de los pandion y permanecer allí hasta que os notifique nuevas órdenes. —Entonces se ensimismó—. He concluido. Podéis retiraros, capitán. Vos os ocuparéis de comprobar que estos caballeros cumplan mis designios.

—Sí, Su Ilustrísima.

Con una reverencia, salieron todos de la sala.

—Una entrevista muy corta, ¿verdad? —señaló Kalten mientras desandaban el camino.

—No tenía sentido tratar de presentar excusas poco convincentes —repuso Sparhawk.

—¿Obedeceremos sus órdenes? —musitó Kalten, inclinándose hacia su amigo.

—No.

—Sir Sparhawk —objetó Bevier—, ¿vais a desoír el mandato de un patriarca de la Iglesia?

—No exactamente. Lo único que necesitamos son órdenes de distinto cariz.

—¿Dolmant? —inquirió Kalten.

—Su nombre es el primer recurso al que hay que apelar en tales circunstancias, ¿no es cierto?

Sin embargo, el oficioso capitán no les concedió ninguna oportunidad para desviarse de la ruta, ya que insistió en escoltarlos directamente hasta el castillo.

—Sir Sparhawk —dijo al entrar en la estrecha calle donde se alzaba la casa de los pandion—, ¿seríais tan amable de informar al gobernador de este establecimiento de que esta puerta debe permanecer cerrada? Nadie está autorizado a entrar ni a salir.

—Se lo diré —replicó Sparhawk, espoleó a
Faran
para penetrar en el patio.

—No se me había ocurrido que llegara al extremo de sellar la puerta —murmuró Kalten—. ¿Cómo vamos a avisar a Dolmant?

—Trataré de encontrar una solución —indicó Sparhawk.

Al poco rato, mientras el crepúsculo se adueñaba de la ciudad, Sparhawk caminaba a lo largo del parapeto que remataba las paredes del castillo. De vez en cuando echaba una ojeada a la calle.

—Sparhawk —llegó hasta él la ronca voz de Kurik procedente del patio—, ¿estáis allá arriba?

—Sí. Sube.

Siguió el sonido de pasos que repicaban en los escalones de piedra que conducían a las almenas.

—¿Queríais vernos? —preguntó Kurik al salir de la penumbra acompañado de Berit y Talen.

—Sí. Una compañía de soldados eclesiásticos guarda la salida y necesito enviar un mensaje a Dolmant. ¿Sugieres alguna estrategia para conseguirlo?

Kurik se rascó la cabeza, rumiando.

—Dadme un caballo veloz y cabalgaré por entre sus filas —ofreció Berit.

—Va a ser un buen caballero —vaticinó Talen—. Según me han dicho, a los caballeros les encanta pasar a la acción.

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