—No he venido a mendigar —repuso Sparhawk—. Estoy aquí para comprar… o alquilar ciertos servicios.
—¿Tenéis dinero?
—Sí.
—Mostrádmelo.
Sparhawk se llevó la mano al bolsillo de su andrajosa capa y sacó varias monedas, que presentó con la palma de la mano abierta.
La mujer entrecerró los ojos ladinamente.
—No os aconsejo realizar lo que se os acaba de ocurrir —avisó Sparhawk.
—Vos no sois ciego —le acusó ella.
—Decís bien.
—¿Qué deseáis, pues? —inquirió.
—Un amigo me ha recomendado que preguntara por Naween.
—Ah, Naween. Últimamente se ha vuelto muy popular. Le enviaré aviso tan pronto como me hayáis pagado.
—¿Cuánto?
—Diez piezas de cobre, o media corona de plata.
Sparhawk entregó una pequeña moneda de plata a la mujer y ésta se ausentó. Al poco regresó con una rolliza muchacha morena de unos veinte años.
—Ésta es Naween —presentó Shanda—. Espero que os divirtáis —añadió, con una sonrisa afectada dirigida a Sparhawk; sin embargo, al instante ésta se desvaneció de su rostro.
Luego giró sobre sus pasos y se encaminó a la estancia del fondo.
—No sois ciego realmente, ¿verdad? —preguntó coquetamente Naween.
Iba envuelta en un batín de mala calidad de color rojo chillón y tenía hoyuelos en las mejillas.
—No —admitió Sparhawk.
—Bien. Hasta ahora, nunca había estado con un ciego y no sabría a qué atenerme. Vayamos arriba —indicó tras conducirlo a unas escaleras que subían al piso superior—. ¿Tenéis alguna preferencia en especial? —preguntó mientras le sonreía por encima del hombro.
—Por el momento, me gustaría escuchar.
—¿Escuchar qué?
—Vengo de parte de Platime. Shanda alberga a un amigo, un tipo llamado Krager.
—¿Un hombre bajo con aspecto de ratón y corto de vista?
—Exactamente. Acaba de entrar un noble vestido de terciopelo verde y creo que debe de haber venido a encontrarse con Krager. Querría oír su conversación. ¿Puedes ayudarme? —preguntó, al tiempo que se desembarazaba de la tela que cubría sus ojos.
—Entonces, ¿no queréis…? —dejó la frase inconclusa a la vez que aparecía en su rostro un leve mohín de desagrado.
—Hoy no, hermanita —repuso Sparhawk—. Tengo otros asuntos que atender.
—Me gusta vuestro aspecto, amigo —dijo con un suspiro—. Hubiéramos podido pasarlo muy bien.
—Tal vez otro día. ¿Puedes llevarme a algún sitio desde donde pueda espiar a Krager y a su amigo?
—Supongo que sí —respondió con un nuevo suspiro—. Se han reunido al final de las escaleras. Podemos utilizar la habitación de Pluma, pues ha ido a visitar a su madre.
—¿Su madre?
—Las prostitutas también tenemos madres, ¿sabéis? El cuarto de Pluma se halla precisamente al lado de la cámara donde se hospeda el amigo de Shanda. Si pegáis la oreja a la pared, seguramente los oiréis.
—Bien. Entonces, vamos allá. No quiero perderme una palabra.
La habitación contigua a la desembocadura de las escaleras era pequeña, y su mobiliario, escaso. Una solitaria vela, apoyada en una mesa, alumbraba el recinto. Naween cerró la puerta y, tras desprenderse del batín, se recostó sobre el lecho.
—Hay que guardar las apariencias —susurró maliciosamente—, por si alguien asomara la cabeza. O por si acaso cambiáis más tarde de parecer —agregó en voz baja.
—¿En qué pared?
—Aquélla —señaló la muchacha.
Sparhawk cruzó la estancia y pegó la oreja a la mugrienta superficie del tabique.
—… a mi señor Martel —decía una voz conocida—. Necesito algo que pruebe vuestra condición de emisario de Annias y la veracidad de vuestras palabras.
Era Krager. Sparhawk sonrió exultante y se mantuvo en su posición de acecho.
—El primado ya me avisó de que tal vez os mostraríais receloso —comentó Harparín con su voz afeminada.
—Mi cabeza tiene un precio aquí en Cimmura, barón —agregó Krager—. Bajo tales circunstancias, es conveniente tomar precauciones.
—¿Reconoceríais la firma del primado y su sello si los vierais?
—Sí —repuso Krager.
—Bien. Aquí tenéis una nota suya que atestigua mi identidad. Destruidla después de haberla leído.
—Me inclino a no obedeceros. Puede que Martel quiera ver la prueba con sus propios ojos. —Krager hizo una pausa—. ¿Por qué Annias no ha puesto por escrito sus instrucciones? Eso simplificaría las cosas.
—Es una idea descabellada, Krager —adujo Harparín—. Cualquier mensaje puede caer en manos enemigas.
—Lo mismo puede sucederle a un mensajero. ¿Habéis presenciado alguna vez el procedimiento que utilizan los pandion con la gente a quien desean sonsacar información?
—Estimábamos que vos tomaríais las medidas precisas para evitar tales interrogatorios.
Krager soltó una carcajada burlona.
—Ni lo soñéis, Harparín —rechazó con tono levemente ofensivo—. Mi vida no vale gran cosa, pero es todo cuanto tengo.
—Sois un cobarde.
—Y vos sois… ¡Qué diantres! Mostradme esa nota.
Sparhawk oyó un roce de papel.
—Correcto —aceptó Krager—. Es el sello del primado, con lo cual aceptaré un acuerdo.
—¿Habéis bebido?
—Naturalmente. ¿Qué otra cosa puede hacerse en Cimmura? A menos que se tenga acceso a otros entretenimientos. Podría mencionar algunos de ellos.
—No os tengo en gran estima, Krager.
—Ni yo a vos, Harparín, pero no vamos a amargarnos la vida por ese motivo, ¿no os parece? Libradme vuestro mensaje y partid. Ese perfume que lleváis comienza a producirme espasmos en el estómago.
Reinó un tenso silencio por unos instantes; Harparín lo rompió para aleccionar a Krager como si de un chiquillo se tratara.
—El mensaje que el primado Annias quiere que traspaséis a Martel es que reúna tantos hombres como crea necesarios y que los vista con armaduras negras. Tienen que llevar los estandartes de los caballeros pandion; cualquier costurera puede falsificarlos, y Martel conoce bien su diseño. Después deben cabalgar ostentosamente hacia el castillo del conde Radun, tío del rey Dregos de Arcium. ¿Sabéis dónde está?
—En el camino que va de Darra a Sarrinium, ¿no?
—Exactamente. El conde Radun es un hombre piadoso y admitirá a los caballeros de la Iglesia sin preámbulos. Una vez que Martel se halle en el interior de la fortaleza, sus hombres deben matar a sus moradores. Probablemente encontrarán poca resistencia, puesto que Radun mantiene una guarnición bastante reducida. Tiene esposa y varias hijas solteras. Annias desea que las violen repetidas veces.
—Adus lo haría de todos modos —apuntó Krager con una risotada.
—Bien, pero recomendadle que se aplique en su tarea. Radun acoge en su castillo a varios eclesiásticos. Queremos que sean testigos de todo. Cuando Adus y los demás hayan tomado a todas las mujeres, cortadles el cuello. Radun debe padecer tortura y luego ser decapitado. Llevaos su cabeza al partir, pero dejad suficientes joyas personales en su cuerpo para que puedan identificarlo. Matad con saña a todos los habitantes del castillo, excepto a los religiosos. Cuando hayan presenciado la masacre, dejadlos en libertad.
—¿Por qué?
—Para que informen del ultraje al rey Dregos en Larium.
—¿Pretendéis que el rey Dregos declare la guerra a los pandion?
—No exactamente, aunque ello entra dentro de las posibilidades. Tan pronto como hayáis concluido el trabajo, enviad a un hombre con un caballo veloz a Cimmura para confirmarme personalmente el fin de la operación.
—Sólo un idiota llevaría un mensaje de esa clase —interrumpió Krager riendo—. Tendría una docena de cuchillos clavados en el cuerpo cuando hubiera terminado de hablar.
—Sois realmente suspicaz, Krager.
—Mas vale excederse con las prevenciones que morir, y la gente que contratará Martel opinará, sin duda, de igual forma. Será preferible que me expliquéis más detalladamente vuestro plan, Harparín.
—No precisáis saber más.
—Pero Martel sí. No aceptará representar un papel de pelele.
Harparín murmuró un juramento.
—De acuerdo, entonces. Los pandion se han inmiscuido en las actividades del primado, y esa atrocidad le proporcionará una excusa para confinarlos en su castillo principal de Demos. Después se encargará de llevar personalmente un informe a la jerarquía eclesiástica y al archiprelado de Chyrellos. No les quedará más alternativa que disgregar la orden de los pandion. Los líderes, Vanion, Sparhawk y el resto, serán arrestados y encarcelados en las mazmorras que hay bajo la basílica de Chyrellos. Ningún hombre ha salido jamás con vida de allí.
—A Martel le complacerá la idea.
—Annias lo supuso. Por supuesto, la mujer estiria, Sephrenia, será quemada con el cargo de bruja.
—Representará un alivio librarnos de ella. —Se sucedió una nueva pausa—. Hay algo más ¿verdad? —agregó Krager.
Harparín no respondió.
—No os comportéis de manera tan remilgada, Harparín. Si yo veo puntos oscuros en todo este asunto, podéis estar seguro de que Martel también. Contadme el resto.
—De acuerdo —asintió Harparín con voz agria—. Seguramente los pandion se resistirán a ser confinados y tratarán de proteger a sus dirigentes. Llegado el momento, el ejército se encargará de ellos. Esa circunstancia permitirá a Annias y al consejo real declarar el estado de emergencia y suspender así determinadas leyes.
—¿Qué leyes?
—Las concernientes a la sucesión en el trono. Elenia se hallará técnicamente en estado de guerra, y Ehlana, evidentemente, no se halla en condiciones de enfrentarse a esa situación, con lo cual abdicará en favor de su primo, el príncipe regente Lycheas.
—¿El hijo bastardo de Arissa, ese mocoso gimoteante?
—El consejo puede otorgarle legitimidad por medio de un decreto. Yo que vos mediría las palabras al hablar de Lycheas, Krager. Por si no lo sabíais, una ofensa al rey se considera alta traición y puede aplicarse retroactivamente.
Siguió un silencio repleto de aprensión.
—Aguardad un momento —dijo Krager—. He oído que Ehlana está inconsciente, rodeada de una especie de caja de cristal.
—Eso no representa ningún inconveniente.
—¿Cómo puede firmar la abdicación?
—Un monje del monasterio próximo a Lenda ha practicado su firma durante un mes. Es muy hábil.
—Muy ingenioso. ¿Y qué será de ella después de la abdicación?
—Tan pronto como hayan coronado a Lycheas, le ofreceremos un espléndido funeral.
—Pero todavía está viva, ¿no es cierto?
—¿Qué importa? En caso necesario, la enterraremos también con el trono.
—Entonces, sólo quedará un problema por resolver.
—No veo cuál puede ser.
—Eso se debe a vuestra falta de miras, Harparín. El primado deberá actuar con rapidez. Si los pandion averiguan lo que está tramando antes de que hable con la jerarquía de Chyrellos, tomarán medidas para contrarrestar sus acusaciones.
—Somos conscientes de ello. Por ese motivo, tenéis que enviarnos el mensaje inmediatamente después de la muerte del conde y sus vasallos.
—Nunca lo recibiríais. El mensajero advertiría de inmediato que hallaría la muerte después de entregároslo y a buen seguro encontraría alguna excusa para huir a Lamorkand o a Kelosia. —Krager se detuvo un instante—. Dejadme ver ese anillo que lleváis.
—¿Mi anillo? ¿Para qué?
—Es un sello, ¿no es cierto?
—Sí, con el escudo de armas de mi familia.
—Todos los aristócratas poseen anillos de este tipo, ¿me equivoco?
—Por supuesto que no.
—Bien. Decidle a Annias que observe con atención las limosnas depositadas en la bandeja de la catedral de Cimmura. Uno de estos días aparecerá en ella un anillo entre las monedas. La joya llevará el escudo de armas de la familia del conde Radun. Él comprenderá su significado, y el mensajero podrá partir ileso.
—No creo que Annias apruebe la idea.
—No es preciso. Y bien, ¿cuál es la cantidad?
—¿A qué cantidad os referís?
—Al dinero. ¿Cuánto está dispuesto a pagar Annias a Martel por su ayuda? Conseguirá coronar rey a Lycheas, con lo que obtendrá el control absoluto de Elenia. ¿Cuánto vale ese poder, en su opinión?
—Me dijo que mencionara la suma de diez mil coronas de oro.
—Me parece que Martel deseará negociar un poco ese punto —auguró Krager riendo.
—El tiempo constituye un factor importante en toda la operación, Krager.
—En ese caso, Annias no querrá regatear en el precio, ¿no lo creéis así? ¿Por qué no regresáis a palacio y le sugerís que tal vez le convenga mostrarse más generoso? No estará dispuesto a que me pase todo el invierno a caballo entre él y Martel con propuestas y contrapropuestas.
—No queda mucho dinero en el tesoro, Krager.
—La solución es muy simple, barón. Sólo hay que aumentar los impuestos o hurgar en las riquezas de la Iglesia.
—¿Dónde está Martel ahora?
—No me está permitido decirlo.
Sparhawk profirió una blasfemia en voz queda mientras despegaba la oreja de la pared.
—¿Ha sido interesante? —inquirió Naween.
—Mucho.
—¿Os mantenéis firme en vuestra resolución? —preguntó, al tiempo que se desperezaba voluptuosamente—. Ya habéis logrado lo que pretendíais.
—Lo siento, hermanita —declinó Sparhawk—. Todavía debo atender muchos asuntos. No obstante, ya he pagado a Shanda. ¿Por qué quieres trabajar si no tienes necesidad?
—Supongo que a causa de la ética profesional. Y también porque me gustáis, mi caballero de nariz torcida.
—Me siento halagado —respondió Sparhawk, a la vez que le entregaba una moneda de oro. La muchacha lo miró con sorpresa y gratitud—. Me escabulliré por la entrada principal antes de que el amigo de Krager abandone este lugar —agregó mientras se dirigía a la puerta.
—Volved algún día, cuando no tengáis tantas cuestiones que os ocupen —susurró Naween.
—Lo intentaré —prometió Sparhawk.
Volvió a taparse los ojos con la venda, abrió la puerta y salió sigilosamente al rellano. Después dejó atrás las escaleras y la lóbrega entrada para adentrarse en el callejón.
Talen estaba apoyado contra la pared, junto a la salida, y trataba de guarecerse de la lluvia.
—¿Lo habéis pasado bien? —preguntó.
—He averiguado lo que me interesaba.