El Vagabundo

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Authors: Gibran Khalil Gibran

Tags: #Clásico, Cuentos

 

El vagabundo es el hombre que ha recorrido el mundo con los ojos abiertos y el oído atento y que ha recogido las lecciones que la vida y el contacto con los hombres le han proporcionado. Sus parábolas y sus apólogos encierran la sabiduría práctica y la agudeza psicológica que ha acumulado con los años.

Gibran Khalil Gibran

El Vagabundo

ePUB v1.0

Mors
02.01.12

Editorial: URANO

Lengua: CASTELLANO

ISBN: 9788486344122

Año edicón: 1985

Plaza de edición: BARCELONA

El Vagabundo

Lo encontré en la encrucijada de dos caminos. El hombre con apenas un bastón. Cubría sus ropas con una capa y su rostro con un velo de tristeza.

Nos saludamos el uno al otro y yo le dije: —Ven a mi casa y sé mi huésped.

Y él, vino.

Mi mujer y mis hijos nos espetaban en la puerta de la casa y el les sonrió y ellos estuvieron contentos de su llegada. Después nos sentamos a la mesa. Y todos nos sentimos felices, con el hombre y con el halo de silencio y de misterio que lo envolvía.

Y, luego de cenar, nos reunimos frente al fuego y yo lo interrogué acerca de sus peregrinaciones.

Y nos contó muchas historias durante aquella noche. Y también al día siguiente.

Las historias, que yo he registrado aquí, son fruto de la amargura de sus días, aunque él nunca se mostró amargado. Y están escritas con el polvo del camino.

Cuando nos dejó, tres días después, no lo sentíamos ya como un huésped que había partido sino, más bien, como uno de nosotros, que estaba en el jardín y que aún no había entrado.

Vestiduras

Cierto día Belleza y Fealdad se encontraron a orillas del mar. Y se dijeron:

—Bañémonos en el mar.

Entonces se desvistieron y nadaron en las aguas. Instantes más tarde Fealdad regresó a la costa y se vistió con las ropas de Belleza, y luego partió.

Belleza también salió del mar, pero no halló sus vestiduras, y era demasiado tímida para quedarse desnuda, así que se vistió con las ropas de Fealdad. Y Belleza también siguió su camino.

Y hasta hoy día hombres y mujeres confunden una con la otra.

Sin embargo, algunos hay que contemplan el rostro de Belleza y saben que no lleva sus vestiduras. Y algunos otros que conocen el rostro de Fealdad, y sus ropas, no lo ocultan a sus ojos.

Canción de amor

Cierta vez, un poeta, escribió una hermosa canción de amor. E hizo muchas copias y las envió a sus amigos y conocidos; hombres y mujeres y, también, a una joven que había visto, tan sólo una vez y que vivía más allá de las montañas. Y, cuando pasaron dos o tres días, vino un mensajero de parte de la joven, trayendo una carta. Y la carta decía: "Déjame decirte que estoy profundamente conmovida por la canción de amor que escribiste para mí. Ven pronto y habla con mis padres para tratar los preparativos de la boda".

Y el poeta respondió, diciendo en su carta:

"Amiga mía, la canción que le envié no era sino una canción de amor brotada del corazón de un poeta, cantada por todo hombre y a toda cualquier mujer".

Y ella le escribió a su vez, diciendo: "¡Hipócrita y mentiroso! ¡Desde hoy, hasta el día en que me entierren, odiaré a todos los poetas por su causa!"

Lágrimas y risas

Una noche, a orillas del Nilo, una hiena se encontró con un cocodrilo. Ambos se detuvieron y se saludaron. La hiena dijo:

—¿Cómo vas pasando el día, Señor?

—Muy mal —respondió el cocodrilo—. A veces, en mi dolor y tristeza, lloro. Y entonces las criaturas dicen: "Son lágrimas de cocodrilo". Y eso me hiere mucho más de lo que podría contar.

Entonces la hiena dijo:

—Hablas de tu dolor y de tu tristeza, pero, piensa por un momento en mí. Contemplo la belleza del mundo, sus maravillas y sus milagros y, llena de alegría, río, como ríen los días. Y los pobladores de la selva dicen: "No es sino la risa de una hiena".

En la feria

Desde la campiña llegó a la Feria una niña muy bonita. En su rostro había un lirio y una rosa. Había ocaso en su cabello, y el amanecer sonreía en sus labios.

Ni bien la hermosa extranjera apareció ante sus ojos, los jóvenes se asomaron y la rodearon. Uno deseaba bailar con ella, y otro día cortar una torta en su honor. Y todos deseaban besar su mejilla. Después de todo, ¿no se trataba acaso de una Bella Feria?

Mas la niña se sorprendió y molestó, y pensó mal de los jóvenes. Los reprendió y encima golpeó en la cara a uno o dos de ellos. Luego huyó.

En el camino a casa, aquella tarde, decía en su corazón: "Estoy disgustada. ¡Que groseros y mal educados son estos hombres! Sobrepasan toda paciencia".

Y pasó un año , durante el cual la hermosa niña pensó mucho en Ferias y hombres. Entonces regresó á la Feria con el lirio y la rosa en el rostro, el ocaso en su cabello y la sonrisa del amanecer en sus labios.

Pero ahora los jóvenes viéndola, le dieron la espalda. Y permaneció todo el día ignorada y sola.

Y, al atardecer, mientras marchaba camino a su casa, lloraba en su corazón: "Estoy disgustada. ¡Que groseros y mal educados son estos hombres! Sobrepasan toda paciencia".

Las dos princesas

En la ciudad de Shawakis vivía un príncipe amado por todos, hombres, mujeres y niños. aún los animales del campo se acercaban a él para saludarle.

Sin embargo, la gente decía que su esposa, no lo amaba, y aún más, que lo odiaba.

Cierto día, la princesa de una ciudad vecina llegó a visitar a la princesa de Shawakis. Y, sentadas, conversaron, y sus palabras derivaron hacia sus esposos.

La princesa de Shawakis dijo con pasión:

—Envidio tu felicidad con el príncipe, tu esposo, a pesar de tantos años de matrimonio. Yo odio a mi esposo, no me pertenece a mí sola y soy la más infeliz de las mujeres.

La princesa de visita, mirándola, dijo:

—Amiga mía, la verdad es que tú amas a tu esposo. Sí, y aún sientes por él una pasión viva. Y eso es vida para una mujer, como la primavera para un jardín. En cambio, apiádate de mí y de mi esposo, pues nos soportamos en paciente silencio. Y, sin embargo, tú y los otros consideran a eso felicidad.

El relámpago

Un día de tormenta estaba un obispo cristiano en su catedral, y se le acercó una mujer no cristiana y dijo:

—Yo no soy cristiana. ¿Existe salvación del fuego del infierno para mí?

El obispo miró y respondió:

—No, sólo se salvan los bautizados en el agua y en el espíritu.

Y mientras aún hablaba, un rayo cayó con estruendo sobre la catedral, y ésta fue invadida por el fuego.

Y los hombres de la ciudad llegaron corriendo y salvaron a la mujer, pero el obispo se consumió, alimento del fuego.

El ermitaño

Cierta vez vivió un ermitaño en medio de las verdes colinas. Era puro de espíritu y blando de corazón. Y todos los animales de la tierra y todas las aves del cielo se llegaban hasta él en parejas, y él les hablaba. Lo escuchaban alegremente, reuniéndose junto a él, y no partían hasta la noche, momento en que el ermitaño los despedía, confiándolos al viento y al bosque con su bendición.

Una tarde, mientras hablaba acerca del amor, un leopardo levantó la cabeza y dijo al ermitaño:

—Nos hablas del amor. Dinos, Señor, ¿dónde está tu compañera?

—No tengo compañera —contestó el ermitaño.

Entonces un gran grito de sorpresa se elevó del coro de bestias y aves, y comenzaron a decirse unos a otros:

—¿Cómo puede él hablarnos sobre el amor y el compañerismo cuando él mismo no sabe nada acerca de ello?

Y, lentamente, con actitud desdeñosa lo abandonaron. Aquella noche el ermitaño se echó sobre su estera, el rostro hacia la tierra, y lloró amargamente y golpeó las manos contra su pecho.

Dos seres iguales

Cierto día, el profeta Sharía encontró una niña en un jardín. Y la niña dijo:

—Buen día tengas, Señor.

Y el profeta respondió:

—Buendía para ti, Señora. —Y después de un instante agregó: —Veo que estás sola.

Entonces la criatura dijo, riendo encantada:

—Me llevó mucho tiempo perder a mi aya. Ella piensa que estoy detrás de aquel cerco. ¿Pero, no ves que estoy aquí? —Después, miró hacia el profeta y habló nuevamente —Tú también estás solo. ¿Qué hiciste con tu aya?

—Mi caso es diferente —respondió el profeta—. En verdad, no puedo perderla con frecuencia. Pero hoy, cuando vine a este jardín, ella me estaba buscando detrás de aquel cerco. La niña, batiendo palmas gritó:

— ¡Entonces eres como yo! ¿No es bueno estar perdido? —Y después pregunto: —¿Quién eres tu?

—Me llaman el profeta Sharía. ¿Y, dime, quién eres tú? —respondió el hombre.

—Soy solamente yo —dijo la niña y mi aya me está buscando sin saber que estoy aquí..

Entonces el profeta miró hacia el espacio y dijo:

—Yo también huí de mi aya por un instante. Pero ella me encontrará.

—Sé que mi aya también me encontrará —dijo la niña.

Y en aquel momento se oyó la voz de una mujer llamando por su nombre a la niña.

—¿Ves? —dijo la criatura—, yo te dije que ella me encontraría.

Y en ese mismo instante, otra voz se oyó decir: "¿Dónde estás, Sharía?"

Y el profeta dijo:

—Ves, hija mía, me han encontrado también a mí. —Y mirando hacia lo alto, Sharía respondió: —Heme aquí.

La perla

Dijo una ostra a otra ostra vecina:

—Siento un gran dolor dentro de mí. Es pesado y redondo y me lastima.

Y la otra ostra replicó con arrogante complacencia:

—Alabados sean los cielos y el mar. Yo no siento dolor dentro de mí. Me siento bien e intacta por dentro y por fuera.

En ese momento, un cangrejo que por allí pasaba escuchó a las dos ostras, y dijo a la que estaba bien por dentro y por fuera:

—Sí, te sientes bien e intacta; mas él dolor que soporta tu vecina es una perla de inigualable belleza.

Cuerpo y alma

Un hombre y una mujer se sentaron junto a una ventana abierta a la primavera. Se sentaron uno junto al otro. Y la mujer dijo:

—Te amo. Eres bello y rico, y estás siempre bien ataviado.

Y el hombre, dijo:

—Te amo. Eres un bello pensamiento, algo demasiado etéreo para sostenerlo en la mano, y una canción en mis sueños. Mas, la mujer se levantó con furia y replicó:

—Señor, por favor dejadme ya. No soy un pensamiento, ni una cosa que pasa por tus sueños. Soy una mujer. Preferiría que me desearas como esposa y madre de niños no nacidos aún.

Y se separaron.

Y el hombre hablaba en su corazón: "He aquí otro sueño que se convierte en humo".

Y la mujer decía: "Bien. ¿Y qué decir de un hombre que se convierte en humo y sueños?"

El rey

La gente del Reino de Sadik rodeó el palacio de su rey gritando en rebelión contra él. Y el rey descendió la escalera del palacio portando su corona en una mano y su cetro en la otra. La majestuosidad de su presencia silenció a la multitud, y, deteniéndose frente a ellos, dijo:

—Amigos míos, puesto que no sois más mis súbditos he aquí que restituyo mi corona y mi cetro. Seré uno de vosotros. Soy solamente un hombre más, como tal trabajaré junto a vosotros y nuestra tierra crecerá mejor. No existe necesidad de un rey. Vayamos, pues, a los campos y viñedos y trabajaremos lado a lado. Sólo debéis indicarme a qué prado o viñedo debo dirigirme. Todos vosotros sois ahora el rey.

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