El vencedor está solo (35 page)

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Authors: Paulo Coelho

Las prostitutas y los prostitutos de lujo se visten como personas discretas, aunque los hombres que en este momento están en la sala oscura llena de monitores saben exactamente quiénes son, pues utilizan una base de datos facilitada por la policía. Eso tampoco les importa, pero prestan especial atención a la puerta por la que entraron hasta que los ven salir. En algunos hoteles, la telefonista es la encargada de inventarse una falsa llamada para ver si el huésped está bien: él coge el teléfono, una voz femenina pregunta por una persona inexistente, oye una respuesta del tipo «se ha equivocado de habitación» y el ruido del teléfono al colgar. Misión cumplida: no hay motivo para preocuparse.

Los borrachos se sorprenden cuando se caen al suelo, cuando prueban la llave de una habitación que no es la suya, ven que la puerta no se abre y la golpean. En ese momento, surgido de la nada, aparece un empleado solícito del hotel que pasa «casualmente» por allí y le propone acompañarlo al lugar adecuado (normalmente en un piso y un número diferentes).

Igor sabe que todos sus pasos están registrados en el sótano del hotel: el día, la hora, el minuto y el segundo de cada una de sus entradas en el vestíbulo, salidas del ascensor, caminatas hasta la puerta de la suite, y el momento en el que usa la tarjeta magnética que hace las veces de llave. A partir de ahí ya puede respirar aliviado; nadie tiene acceso a lo que sucede dentro de la habitación; eso ya sería demasiado violar la intimidad ajena.

Cierra la puerta y sale.

Tuvo tiempo para estudiar las cámaras del hotel en cuanto llegó de viaje la noche anterior. Igual que los coches —por más espejos retrovisores que tengan, siempre hay un «punto ciego» que impide que el conductor vea algún vehículo en el momento del adelantamiento—, las cámaras muestran claramente todo lo que sucede en el pasillo, salvo las cuatro habitaciones que quedan en las esquinas. Es evidente que si uno de los hombres del sótano ve que una persona pasa por un determinado lugar y no aparece en la pantalla siguiente, algo sospechoso ha sucedido —puede que un desmayo—, y en seguida enviará a alguien a comprobar la incidencia. Si al llegar allí no ve a nadie, es evidente que lo han invitado a entrar, y entonces se trata de un asunto privado entre huéspedes.

Pero Igor no pretende detenerse. Camina por el pasillo con el aire más natural del mundo y a la altura de la curva que conduce al vestíbulo de los ascensores, desliza el sobre plateado por debajo de la puerta de la habitación —probablemente una suite— que se encuentra en el ángulo.

Tarda una fracción de segundo; si alguien desde allí abajo decidió acompañar sus movimientos, no habrá notado nada. Mucho más tarde, cuando requisen las cintas para intentar identificar al culpable de lo ocurrido, será muy difícil determinar el momento exacto de la muerte. Puede ser que el huésped no esté allí y que no abra el sobre hasta que vuelva de alguno de los eventos de la noche. Puede ser que haya abierto el sobre en seguida, pero el producto que contiene no actúa inmediatamente.

Durante todo ese tiempo, habrán pasado por el mismo lugar varias personas, todos serán sospechosos, y si alguien mal vestido —o dedicado a trabajos menos ortodoxos como masajes, prostitución, entrega de drogas— tiene la mala suerte de hacer el mismo recorrido, será inmediatamente detenido e interrogado. Durante un festival de cine, las probabilidades de que un individuo con tales características aparezca en el monitor son enormes.

Es consciente de que existe un peligro que no había considerado: alguien presenció el asesinato de la mujer en la playa. Después de alguna burocracia, lo llamarán para ver las cintas. Pero se ha registrado con un nombre inventado y un pasaporte falso, en cuya foto aparece un hombre de gafas con bigote (en el hotel no se tomaron la molestia de comprobarlo, y en caso de haberlo hecho, les habría explicado que se había afeitado el bigote y que ahora llevaba lentes de contacto).

Suponiendo que sean más rápidos que cualquier policía del mundo y hayan concluido que una única persona decidió crear algunos inconvenientes para entorpecer el buen funcionamiento del festival, esperarán su vuelta y en cuanto regrese a la habitación será invitado a prestar declaración. Pero Igor sabe que ésa es la última vez que camina por los pasillos del Martínez.

Entrarán en su habitación. Encontrarán una maleta completamente vacía, sin ninguna huella dactilar. Irán hasta el baño, y pensarán: «¡Mira, un tipo tan rico y se lava la ropa en el lavabo del hotel! ¿Acaso no puede pagar la lavandería?»

Un policía apoyará la mano para recoger lo que considera que son restos de ADN, huellas dactilares, pelos. Y soltará un grito: sus dedos se habrán quemado con el ácido sulfúrico que en ese momento disuelve todo el material que ha dejado atrás. Sólo necesita su pasaporte falso, tarjetas de crédito y dinero en efectivo; todo en los bolsillos del esmoquin, junto con la pequeña Beretta, una arma despreciada por los entendidos.

Viajar siempre ha sido fácil para él: detesta llevar peso. Incluso teniendo una misión complicada que cumplir en Cannes, eligió material ligero, fácil de transportar. No puede entender cómo hay gente que lleva maletas gigantes incluso cuando sólo van a estar uno o dos días fuera de casa.

No sabe quién va a abrir el sobre, y no le importa: la elección no la hace él, sino el Ángel de la Muerte. Pueden pasar muchas cosas en ese intervalo de tiempo, o tal vez nada.

El huésped puede llamar a recepción, decir que le han entregado algo a la persona equivocada y pedir que vayan a recogerlo. O tirarlo a la basura, pensando que es otra de las notas amables de la dirección del hotel para preguntar si todo está bien; tiene otras cosas que leer y prepararse para alguna fiesta. Si es un hombre que espera que su mujer llegue en cualquier momento, lo meterá en el bolsillo, seguro de que la mujer que conoció por la tarde y que intentó seducir a toda costa le está dando ahora una respuesta positiva. Puede ser una pareja; como ninguno de los dos sabe a quién va dirigido el «Para ti», aceptan mutuamente que no es el momento de sospechar el uno del otro y arrojan el sobre por la ventana.

Sin embargo, a pesar de todas esas posibilidades, si el Ángel de la Muerte está decidido a rozar con sus alas el rostro del destinatario, entonces él (o ella) romperá la parte superior del sobre para ver lo que hay dentro.

Algo que le ha costado mucho trabajo meter allí.

Necesitó de la ayuda de sus antiguos «amigos y colaboradores», que anteriormente le habían prestado una suma considerable para poder montar su compañía y que no se alegraron nada cuando descubrieron que él había decidido devolverles el dinero, pues no querían cobrar hasta que a ellos les conviniese; al fin y al cabo, estaban muy contentos de tener un negocio absolutamente legal que les permitía integrar de nuevo en el sistema financiero ruso un dinero cuyo origen era difícil de explicar.

Aun así, tras un período en el que apenas se hablaban, volvieron a relacionarse. Siempre que le pedían cualquier favor —como obtener una plaza en la universidad para una hija, o conseguir entradas para algún concierto al que sus «clientes» querían asistir—, Igor removía cielo y tierra para complacerlos. Después de todo fueron los únicos que creyeron en sus sueños, independientemente de los motivos que tuvieran para ello. Ewa —ahora, cada vez que pensaba en ella sentía una irritación difícil de controlar— los acusaba de haber utilizado la inocencia de su marido para lavar dinero procedente del tráfico de armas. Como si eso supusiera alguna diferencia; él no estaba involucrado ni en la compra, ni en la venta, y en cualquier negocio en el mundo las partes tienen que lucrarse.

Y todos pasan por momentos difíciles. Algunos de sus antiguos financiadores estuvieron algún tiempo en prisión pero él jamás los abandonó, incluso sabiendo que ya no necesitaba ayuda. La dignidad de la gente no se mide por las personas que uno tiene a su alrededor cuando está en la cima del éxito, sino por la capacidad de no olvidar las manos que le tendieron cuando más lo necesitaba. Si esas manos estaban manchadas de sangre o de sudor, no importaba: una persona que está al borde del precipicio no pregunta quién lo está ayudando a volver a tierra firme.

El sentimiento de gratitud es importante en un hombre: nadie llega muy lejos si se olvida de aquellos que estaban a su lado cuando lo necesitaba. Y nadie tiene que recordar que ayudó o que lo ayudaron: Dios tiene los ojos fijos en sus hijos y en sus hijas, y sólo recompensa a aquellos que se comportan a la altura de las bendiciones que les fueron confiadas.

Así, cuando necesitó el curare, supo a quién recurrir, aunque tuvo que pagar un precio elevadísimo por algo que es relativamente común en los bosques tropicales.

Llega al salón del hotel. El local donde se celebra la fiesta está a más de media hora en coche, iba a ser muy difícil encontrar un taxi si se quedaba parado en el arcén. Comprendió que lo primero que hay que hacer al llegar a un lugar como ése es darle —sin pedir nada a cambio— una generosa propina al conserje; todos los hombres de negocios de éxito suelen hacerlo, y siempre consiguen reservas para los mejores restaurantes, entradas para los espectáculos a los que quieren asistir, información sobre ciertos puntos de la ciudad que no aparecen en las guías turísticas porque escandalizarían a las familias de clase media.

Con una sonrisa, pide y consigue un coche al momento, mientras que a su lado, otro huésped se queja de los problemas de transporte que se ve obligado a afrontar. Gratitud, necesidad y contactos. Así se resuelve cualquier problema.

Incluso la complicada producción del sobre plateado, con el sugerente «Para ti» escrito con una bonita caligrafía. Lo había dejado para usarlo al final de su tarea, porque si Ewa, por casualidad, no entendía los demás mensajes, ése —el más sofisticado de todos— no dejaría lugar a dudas.

Sus antiguos amigos le facilitaron lo que necesitaba. Se lo dieron gratis, pero él prefirió pagar; tenía dinero y no le gustaba contraer deudas.

No hizo preguntas innecesarias; sólo sabía que la persona que lo había cerrado herméticamente había tenido que usar guantes y una máscara antigás. Sí, en ese caso, el precio fue más justo que el del curare, porque su manipulación es más delicada, aunque el producto no es muy difícil de conseguir, ya que se utiliza en la metalurgia, en la producción de papel, de ropa y de plástico. Tiene un nombre relativamente intimidante: cianuro, pero su olor es parecido al de las almendras, y su aspecto, inofensivo.

Deja de pensar en quién lo cerró y comienza a imaginar quién abrirá el sobre, cerca de la cara, como es normal. Encontrará una tarjeta blanca, en la que está escrito con un ordenador una frase en francés: «Katyusha, je t'aime.»

«¿Katyusha? ¿Qué es esto?», se preguntará la persona que lo abra.

Notará que la tarjeta está llena de polvo. El contacto del polvo con el aire convertirá el producto en gas. Un olor a almendras invadirá el ambiente.

La persona se sorprenderá; podrían haber escogido un aroma mejor. «Debe de ser otra de esas propagandas de perfume», dirá. Saca el papel, lo mira por un lado y por el otro y el gas que se desprende del polvo se esparce cada vez más rápidamente.

«¿Qué tipo de broma es ésta?»

Ésa será su última reflexión consciente. Dejará la tarjeta encima de la mesa de la entrada, se dirigirá al baño, pensando en darse una ducha, acabar de maquillarse, ajustarse la corbata.

En ese momento, descubrirá que su corazón está disparado. No podrá establecer inmediatamente una relación con el perfume que ha invadido la habitación; al fin y al cabo, no tiene enemigos, sólo competidores y adversarios. Incluso antes de llegar al baño se dará cuenta de que no es capaz de mantenerse en pie. Se sentará en el borde de la cama. Un dolor de cabeza insoportable y dificultad para respirar serán los siguientes síntomas; después llegarán las ganas de vomitar. Pero no le dará tiempo, pues perderá rápidamente el conocimiento, incluso antes de poder establecer una relación entre el contenido del sobre y su estado.

Al cabo de pocos minutos —porque pidió expresamente que la concentración del producto fuera lo más densa posible—, sus pulmones dejarán de funcionar, el cuerpo se le contraerá, empezarán las convulsiones, el corazón dejará de bombear la sangre y le llegará la muerte. Indolora. Piadosa. Humana.

Igor entra en el taxi y da la dirección: hotel du Cap, Edén Roe, Cap dAntibes.

La gran cena de gala de esa noche.

19.40 horas

El andrógino, vestido con una camisa negra, pajarita blanca y una especie de túnica india sobre los mismos pantalones ajustados que realzan su delgadez, dice que la hora a la que llegan puede ser algo muy bueno o muy malo.

—El tráfico está mejor de lo que yo pensaba. Vamos a ser de los primeros en entrar en Edén Roe.

Gabriela, que para entonces ya ha pasado por otra sesión de «retoques» del peinado y del maquillaje —esta vez con una maquilladora que parecía totalmente aburrida de su trabajo—, no entiende el comentario.

—¿Con todos esos atascos no es mejor que seamos precavidos? ¿Cómo puede ser malo?

El andrógino respira profundamente antes de responder, como si tuviera que explicarle lo obvio a alguien que ignora las más elementales leyes del brillo y el glamour.

—Puede ser bueno porque estarás sola en el pasillo...

La mira. Nota que no comprende lo que le está diciendo, suelta otro suspiro y empieza otra vez:

—Nadie entra en ese tipo de fiestas por la puerta. Siempre pasa por un pasillo, donde a un lado están los fotógrafos y al otro hay una pared con la marca del patrocinador de la fiesta pintada y repetida varias veces. ¿No has visto nunca las revistas del corazón? ¿No te has fijado que las celebridades siempre posan con la marca de algún producto detrás mientras sonríen a las cámaras?

Celebridad. Al andrógino arrogante se le había escapado una palabra inadecuada. Admitía, sin querer, que estaba acompañando a una de ellas. Gabriela saboreó la victoria en silencio, aunque era lo suficientemente adulta como para saber que todavía le quedaba mucho camino por recorrer.

—¿Y qué hay de malo en llegar a la hora?

Otro suspiro.

—Puede que los fotógrafos todavía no hayan llegado. Pero esperemos que todo salga bien, así me libro de estos folletos con tu biografía.

—¿Mi biografía?

—¿Acaso crees que todo el mundo sabe quién eres? No, hija, no. Tengo que ir allí, entregarles este maldito papel a cada uno de ellos, decirles que dentro de un rato llegará la gran estrella de la siguiente película de Gibson y que preparen sus cámaras. Les haré una seña en cuanto aparezcas por el pasillo.

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