El vencedor está solo (45 page)

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Authors: Paulo Coelho

—Te amo —repite en inglés—. Nunca recibí tus mensajes, o habría vuelto corriendo. Le dejé muchos recados a tu secretaria que nunca contestaste.

—Es verdad.

—Desde que hoy recibí tus mensajes, no podía esperar para verte. No sabía dónde estabas, pero sabía que vendrías a buscarme. Sé que no quieres perdonarme, pero al menos permíteme volver a vivir a tu lado. Seré tu empleada, tu criada, te cuidaré a ti y a tu amante, si decides tener una. Todo cuanto quiero es estar a tu lado.

Después ya se lo explicaría todo a Hamid. Ahora era el momento de decir cualquier cosa para poder salir de allí y volver arriba, al mundo real, donde había policías capaces de impedir que la Maldad Absoluta siguiera mostrando su odio.

—Perfecto. Me gustaría creerte. Mejor dicho, me gustaría creer que yo también te amo y que quiero que vuelvas. Pero no es verdad. Creo que estás mintiendo, como siempre.

Hamid ya no escucha lo que dice ninguno de los dos; su mente está lejos de allí, junto con sus antepasados guerreros, pidiendo inspiración para el golpe certero.

—Podrías haberme dicho que nuestro matrimonio no iba como ambos esperábamos. Hemos construido tantas cosas juntos; ¿acaso era imposible encontrar una solución? Siempre hay un modo de permitir que la felicidad entre en nuestras casas, pero para eso ambos miembros de la pareja tienen que darse cuenta de los problemas. Habría escuchado todo lo que tenías que decirme, nuestro matrimonio habría vuelto a disfrutar de la excitación y la alegría de cuando nos conocimos. Pero no quisiste hacerlo. Preferiste la salida más fácil.

—Siempre te he tenido miedo. Y ahora, con esa arma en las manos, tengo más miedo todavía.

Hamid vuelve otra vez a la Tierra al oír el comentario de Ewa; su alma ya no vaga por el espacio, pidiéndoles consejo a los guerreros del desierto, intentando saber cómo reaccionar.

Ella no puede haber dicho eso. Le está dando poder al enemigo; ahora sabe que es capaz de aterrorizarla.

—Me gustaría haberte invitado a cenar algún día, decirte que me sentía sola a pesar de todos los banquetes, las joyas, los viajes, las recepciones con reyes y presidentes —continúa Ewa—. ¿Y sabes qué? Siempre me hacías regalos caros, pero nunca me mandaste la cosa más sencilla del mundo: flores.

Se ha convertido en una discusión de pareja.

—Voy a dejar que sigáis hablando.

Igor no dice nada. Sigue con la mirada fija en el mar, pero lo apunta con el arma, sugiriéndole que no se mueva. Está loco; esa calma aparente es más peligrosa que los gritos de rabia o las amenazas violentas.

—En fin —continúa, como si no se hubiera distraído con los comentarios de ella ni con el movimiento de él—, escogiste la salida más fácil: abandonarme. Ni siquiera me diste una oportunidad, no entendiste que todo lo que hacía era por ti, para ti, en tu honor.

»Aun así, a pesar de todas las injusticias, de todas las humillaciones, aceptaría cualquier cosa para que volvieras. Hasta hoy. Hasta el momento en que te envié los mensajes y tú fingiste que no los habías recibido. Ni siquiera el sacrificio de esas personas fue capaz de conmoverte, de matar tu sed de poder y de lujo.

La Celebridad envenenada y el director que se debate entre la vida y la muerte: ¿estará Hamid imaginando lo inimaginable? Y entonces comprende algo más grave: el hombre que está a su lado acaba de firmar su sentencia de muerte con su confesión. O se suicida, o acaba con la vida de ambos porque saben demasiado.

Puede que esté delirando. Puede que haya entendido mal, pero el tiempo se agota.

Mira el arma en la mano del hombre. De calibre pequeño. Si no alcanza puntos críticos del cuerpo, no hará mucho daño. No debe de tener experiencia con armas, o habría escogido algo más poderoso. No sabe lo que hace, debe de haber comprado lo primero que le ofrecieron, diciendo que disparaba balas y que podía matar.

Por otro lado, ¿por qué comenzaron a ensayar allí arriba? ¿No se dan cuenta de que el sonido de la música no dejará que se oiga el disparo? ¿Sabrán la diferencia entre un tiro y los muchos ruidos artificiales que en ese momento infestan —el término es ése, infestan, apestan, contaminan— el ambiente?

El hombre guarda de nuevo silencio y eso es mucho más peligroso que si siguiera hablando, vaciando un poco su corazón de la amargura y del odio. Sopesa de nuevo las posibilidades, tiene que reaccionar en los próximos segundos. Echarse encima de Ewa y agarrar el arma mientras está displicentemente apoyada en su regazo, aunque el dedo esté en el gatillo. Tender los brazos hacia adelante. Él retrocederá con el susto, y en ese momento Ewa saldrá de la línea de tiro. Él levantará el brazo hacia él, apuntando con el arma, pero ya estará lo suficientemente cerca como para agarrarle el puño. Todo pasará en un segundo.

Ahora.

Puede que ese silencio signifique algo positivo, como que ha perdido la concentración. O tal vez sea el principio del fin: ya ha dicho todo lo que tenía que decir.

Ahora.

En la primera fracción de segundo, los músculos de su pierna izquierda se tensan al máximo, empujándolo con rapidez y violencia hacia la Maldad Absoluta; el volumen de su cuerpo disminuye a medida que se echa sobre el regazo de la mujer, con las manos extendidas hacia adelante. El primer segundo continúa, y ve que el arma apunta directamente hacia su cabeza; el movimiento del hombre ha sido más rápido de lo que esperaba.

Su cuerpo sigue volando hacia el arma. Deberían haber hablado antes; Ewa jamás le contó demasiado acerca de su ex marido, como si perteneciese a un pasado que no le gustara recordar bajo ninguna circunstancia. Aunque todo está sucediendo a cámara lenta, ha retrocedido con la rapidez de un gato. La pistola no tiembla.

El primer segundo está llegando al final. Ve un movimiento del dedo pero no hay sonido, salvo la presión de algo que rompe los huesos de su frente. A partir de ahí, su universo se apaga, y con él, van los recuerdos del joven que soñó con ser alguien, su llegada a París, su padre con la tienda de tejidos, el jeque, las luchas para conseguir un lugar bajo el sol, los desfiles, los viajes, conocer a la mujer amada, los días de vino y rosas, las sonrisas y los llantos, la última salida de la Luna, los ojos de la Maldad Absoluta, los ojos asustados de su mujer, todo desaparece.

—No grites. No digas ni una palabra. Cálmate.

Por supuesto que no va a gritar, y tampoco tiene que pedirle que se calme. Está en estado de shock como animal que es, a pesar de las joyas y del vestido caro. La sangre ya no circula a la misma velocidad que antes, palidece, se le apaga la voz, la presión arterial desciende. Sabe exactamente lo que siente: él sintió lo mismo al ver el rifle del guerrero afgano apuntándole al pecho. Inmovilidad total, incapacidad para reaccionar. Se salvó porque un compañero suyo disparó primero. Hasta el día de hoy sentía gratitud hacia el hombre que le había salvado la vida; todos pensaban que era su chófer, cuando en realidad tenía muchas acciones de la compañía. Siempre hablaban, habían hablado esa misma tarde; lo llamó para saber si Ewa había dado muestras de haber recibido los mensajes.

Ewa, pobre Ewa. Con un hombre muriendo en su regazo. Los seres humanos son imprevisibles, reaccionan con arrogancia, sin pensar que en algún momento el enemigo será capaz de vencerlos. Las armas también son imprevisibles, la bala tendría que haber salido por el otro lado de la cabeza, volándole la tapa de los sesos, pero teniendo en cuenta el ángulo de tiro, debía de haberle atravesado el cerebro, desviado algún hueso y penetrado en el tórax. Tiembla descontroladamente, sin sangrado visible.

Debe de haber sido el temblor, y no el disparo, lo que ha puesto a Ewa en este estado. Empuja el cuerpo con los pies y le pega un tiro en la nuca. Los temblores cesan. El hombre merece tener una muerte digna: fue valiente hasta el final.

Están los dos solos en la playa. Él se arrodilla delante de ella y apoya la pistola en su pecho. Ewa no se mueve.

Siempre había imaginado un final diferente para esa historia: ella recibía los mensajes y decidía darle una nueva oportunidad a la felicidad. Había pensado en todo lo que le diría cuando por fin estuviesen como estaban ahora, sin nadie cerca, mirando el Mediterráneo en calma, sonriendo, hablando.

No se va a quedar con esas palabras en la garganta, aunque ahora sean totalmente inútiles.

—Siempre imaginé que volveríamos a caminar de la mano por un parque, o a la orilla del mar, diciéndonos el uno al otro las palabras de amor que veníamos posponiendo. Cenaríamos fuera una vez a la semana, viajaríamos juntos a lugares en los que nunca estuvimos sólo por el placer de descubrir cosas nuevas en compañía del otro.

«Mientras estuviste fuera, copié poemas en un cuaderno, para poder susurrártelos al oído al quedarte dormida. Escribí cartas diciendo todo lo que sentía, dejándolas en un lugar que acabarías descubriendo, y entendiendo que no te había olvidado ni un solo día, ni un minuto. Observaríamos juntos los planos de la casa que pretendía construir para nosotros a orillas del lago Baikal; sé que tenías varias ideas al respecto. Proyecté un aeropuerto privado, dejaría que tú te ocupases con tu buen gusto de la decoración. Tú, la mujer que justificó y le dio un sentido a mi vida.

Ewa no dice nada. Sólo mira el mar que tiene delante.

—Vine hasta aquí por ti. Pero por fin he comprendido que todo era absolutamente inútil.

Apretó el gatillo.

El disparo casi no se oyó, ya que el cañón del arma estaba pegado al cuerpo. La bala penetró en el punto exacto, y el corazón dejó de latir inmediatamente. A pesar de todo el dolor que le había causado, no quería que sufriera.

Si había una vida después de la muerte, ambos —la mujer que lo traicionó, y el hombre que permitió que eso sucediese— ahora caminaban de la mano por el claro de luna que llegaba hasta la orilla de la playa. Encontrarían al ángel de las cejas espesas, que les explicaría bien todo lo sucedido y no les permitiría sentimientos de rencor ni de odio; todo el mundo tiene que partir algún día del planeta conocido como Tierra. Y el amor justifica ciertos actos que los seres humanos son incapaces de comprender, a no ser que vivan lo que él ha vivido.

Ewa mantenía los ojos abiertos, pero su cuerpo pierde la rigidez y cae en la arena. Los deja a los dos allí, camina hasta las rocas, limpia cuidadosamente las huellas dactilares del arma y la tira al mar, lo más lejos posible del lugar en el que contemplaban la Luna. Vuelve a subir la escalera, encuentra una papelera en el camino y deja allí el silenciador; no lo había necesitado: la música subió de volumen en el momento preciso.

22.55 horas

Gabriela se dirige a la única persona que conoce.

En ese momento, los invitados están saliendo de la cena; el grupo está tocando temas de los años sesenta, empieza la fiesta, la gente sonríe y hablan unos con otros, a pesar del ruido ensordecedor.

—¡Te he estado buscando! ¿Dónde están tus amigos?

—¿Dónde está tu amigo?

—Acaba de irse; ha dicho que había surgido un grave problema con el director y con el actor. ¡Me ha dejado aquí, sin darme más explicaciones! No hay fiesta en el barco, eso es todo lo que me ha dicho.

Igor imagina el problema. No tenía la menor intención de matar a alguien a quien admiraba tanto, trataba de ver sus películas siempre que tenía un poco de tiempo. Pero, en fin, el destino es el que escoge; el hombre no es más que un instrumento.

—Me voy. Si quieres puedo dejarte en el hotel.

—¡Pero si acaba de empezar la fiesta!

—Aprovecha, entonces. Yo tengo que viajar mañana temprano.

Gabriela debe tomar una decisión rápidamente. O se queda allí con el bolso lleno de papel, en un lugar en el que no conoce a nadie, esperando a que una alma caritativa decida llevarla al menos hasta la Croisette —donde se quitará los zapatos para subir la interminable ladera hasta la habitación que comparte con otras cuatro amigas—, o acepta la invitación de ese hombre gentil, que debe de tener excelentes contactos, pues es amigo de la mujer de Hamid Hussein.

Presenció el inicio de una discusión, pero piensa que cosas como ésa suceden todos los días, y pronto harán las paces.

Ya tiene un papel garantizado. Está exhausta a causa de todas las emociones vividas ese día. Tiene miedo de acabar bebiendo demasiado y estropearlo todo. Se le acercarán hombres solitarios para preguntarle si está sola, qué va a hacer después, si le gustaría visitar alguna joyería al día siguiente con alguno de ellos. Tendrá que pasar el resto de la noche rechazándolos amablemente, sin herir susceptibilidades, porque nunca sabes con quién estás hablando. Esa cena es una de las más exclusivas del festival.

—Vamos.

Una estrella se comporta así; se va cuando nadie lo espera.

Caminan hasta la entrada del hotel. Gunther —no es capaz de recordar el otro nombre— pide un taxi, el recepcionista les dice que tienen suerte: si hubieran esperado un poco más, se verían obligados a guardar una fila enorme.

En el camino de vuelta, ella le pregunta por qué mintió respecto a lo que hacía. Él dice que no mintió: realmente había tenido una compañía de telefonía, pero decidió venderla porque pensaba que el futuro estaba en la maquinaria pesada.

¿Y el nombre?

—Igor es un apodo cariñoso, el diminutivo de Gunther en ruso.

Gabriela espera en cada momento la famosa invitación: «¿Tomamos una copa en mi hotel antes de dormir?» Pero no sucede nada: él la deja en la puerta de su casa, se despide con un apretón de manos y sigue adelante.

¡Eso sí que es elegancia!

Sí, ha sido su primer día de suerte. El primero de muchos. Mañana, cuando recupere su teléfono, hará una llamada a cobro revertido a una ciudad de Chicago para contar todas las novedades, para decirles que compren todas las revistas, porque la han fotografiado subiendo la escalera con la Celebridad. Les dirá también que la obligaron a cambiar de nombre. Pero si le preguntan, excitados, qué va a pasar, cambiará de tema: tiene una cierta superstición en comentar proyectos antes de que se realicen. Se enterarán a medida que vayan surgiendo las noticias: actriz desconocida elegida para interpretar un papel protagonista. Lisa Winner fue la principal invitada en una fiesta de Nueva York. Chica de Chicago, hasta ahora desconocida, es la gran revelación de la película de Gibson. Agente negocia contrato millonario con una de las grandes productoras de Hollywood.

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