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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El viajero (11 page)

En su frenética carrera, las ramas le golpeaban la cara como látigos, pero ella no sentía dolor; el pánico la envolvía como un sudario. Supo que si caía en estado de shock sería una víctima fácil, así que se esforzó por sobrevivir y no dar rienda suelta a la angustia que abrasaba sus pulmones.

Se volvía una y otra vez, tropezaba, caía al suelo y se apresuraba a levantarse con los movimientos caóticos de una demente. Tenía las rodillas lastimadas y el disfraz hecho jirones. ¿Dónde estaba la verja? ¿Cómo podía estar ocurriéndole aquello en París?

Conforme avanzaba el tiempo, las ráfagas de viento aumentaban, provocando siseos en el bosque. Oyó el motor de un coche y supo que estaba cerca de los límites del parque. Aquello le dio ánimos para no darse por vencida.

Su débil esperanza terminó poco después: Melanie salvó un recodo y estuvo a punto de darse de bruces contra una silueta que permanecía apoyada en un árbol. Su corazón, que bombeaba a toda máquina, casi se detuvo cuando descubrió en aquellos ojos vidriosos la antigua mirada de Raoul. Reconoció su maltrecho cuerpo. La garganta del chico, salpicada de hilillos de sangre que todavía fluía, mostraba la salvaje huella de un mordisco.

Lo peor para Melanie fue percatarse de que uno de los brazos de Raoul todavía se balanceaba, algo que por fuerza tenía que deberse a que el cuerpo acababa de ser colocado allí.

Luego la bestia estaba cerca. Esperándola.

Una bocanada de aire putrefacto alcanzó a Melanie como indicio de que no se equivocaba. No esperó más para reanudar su extenuante carrera y sus gritos de socorro. Detrás percibía el avance mudo de una criatura de apariencia humana aunque deforme, que clavaba en su espalda sus pupilas inertes. Llegó a ver la verja del final del parque... pero no la alcanzó.

Las uñas afiladas y curvas de una zarpa atraparon una de sus piernas, se hundieron en ella hasta el hueso y, de un tirón salvaje, Melanie fue lanzada contra un árbol. Aquel monstruo tenía una fuerza descomunal.

Ella, malherida, todavía intentó arrastrarse para huir, aunque ya no lograba emitir ningún sonido, salvo apagados gemidos de dolor. La repugnante criatura se relamía mientras aproximaba sus fauces al cuello de Melanie.

Instantes después, solo llegaba a oír el repugnante sonido de la succión de aquel depredador. «Qué ironía», aún llegó a pensar, «una gótica muriendo a manos de un monstruo en la noche de Halloween».

CAPITULO X

DOMINIQUE había quedado con Pascal en casa de este aquel sábado por la mañana, poco antes de comer. El joven español habría preferido aplazar aquella cita, dadas las excepcionales circunstancias, pero lo último que pretendía era levantar sospechas; no estaba preparado para soportar interrogatorios ni siquiera de sus propios amigos. Por eso no anuló la cita. Por eso, y porque desde su retorno del Mundo de los Muertos sentía una extraña soledad. Qué locura. Necesitaba estar solo, pero al mismo tiempo no se atrevía a enfrentarse consigo mismo. Ya no estaba seguro ni de qué lo atemorizaba. Era como si de improviso lo hubiesen vestido con un uniforme de general y, a continuación, le hubieran ordenado ponerse al frente de un ejército que marchaba a la guerra. Una auténtica pesadilla para un tipo de pretensiones modestas como él.

Dominique acudió con puntualidad a una tradición que seguían después de cada fiesta, con su inseparable gorra y sus prendas amplias. Así podían comentar lo que ellos denominaban en su argot particular «las mejores jugadas».

Pascal, absorto en sus pensamientos, se preparó para disimular, para seguir la corriente a su amigo. Hablarían de chicas, del éxito de su disfraz... Todos aquellos asuntos resultaban ahora pueriles, inofensivos, estúpidos, frente a lo que Pascal se traía entre manos, una asombrosa experiencia que confirmaba todas las ancestrales creencias en que hay algo más allá de la muerte. Y él, solo él entre todos los seres humanos del mundo, poseía aquel secreto. Abrumador. Inconmensurable. Aterrador. Pero tenía que aguantar.

Dominique, ajeno a lo que bullía en la mente de su amigo, ya había empezado a hablar. Tal como Pascal había previsto, en seguida la conversación derivó hacia su reciente exhibición de vestuario, que el otro no acababa de creerse.

—¿Hay algo que me haya perdido últimamente? —insistía Dominique, suspicaz—. Tu aparición ayer, y ahora esa mirada tuya tan... diferente.

Pascal procuró enmascarar su gesto inquieto tras una vulgar cara de aburrimiento:

—Que no, que no ha pasado nada. Y mi mirada es la de siempre, tío.

—Ni de coña. Es como si te hubieras metido una sobredosis de autoestima. ¡Si hasta andas más erguido! —el tono de Dominique se endureció un poco ante la siguiente posibilidad—: ¿Te ha contestado Michelle con un flamante sí?

—No, ya me gustaría. Y lo que ves será por mi éxito de ayer, no sé.

Dominique no parecía muy convencido, pero se tuvo que conformar con esa respuesta. Estaba claro que, de momento, no sacaría más de su amigo. Pascal, por su parte, disimulaba el agitado debate que se libraba en su interior: ¿Qué iba a hacer con el secreto de su recién adquirida condición de Viajero entre Mundos? En el fondo se moría por contárselo a sus amigos, pero como todavía no acababa de creérselo ni sabía casi nada sobre la Puerta Oscura, la prudencia le aconsejaba esperar. Al mismo tiempo, la simple mención de Michelle seguía provocándole ansiedad. ¿Cuántas horas faltaban para que ella respondiese a su petición? ¿Soportaría su cuerpo tantas emociones? ¿Y su cordura?

—Por decirlo en términos informáticos —comentaba Dominique—, es como si te hubieran aplicado un
reset
brutal, y empezaras ahora de cero en algunas cosas. Aunque mejorado, claro. Eres una versión actualizada de ti mismo.

Pascal exageró un gesto de hastío.

—No seas pesado. Para estar así, te puedes ir a jugar al
Lineage II
.

Dominique hizo como que se planteaba en serio aquella opción.

—Tentador, pero no. Me quedo. Tenemos que hablar.

—¿Sobre qué?

—Ahora que vas espabilando y que has dado una muestra de lo que puedes dar de ti —anunció Dominique, cambiando su anterior curiosidad por un evidente orgullo—, ha llegado el momento de compartir contigo mi proyecto clandestino, que Michelle ya conoce. Tu vida va a cambiar... todavía más.

Pascal agradeció el poder hablar de otra cosa, así que acogió con rapidez el nuevo tema que Dominique le ofrecía:

—Cuéntame, a ver qué has tramado esta vez.

Dominique no se hizo de rogar. Volviéndose hacia el respaldo de su silla de ruedas, alcanzó un bolsillo con cremallera del que extrajo una carpeta. La colocó sobre el escritorio del cuarto de Pascal.

—Prepárate —anunció con solemnidad—. Lo que voy a enseñarte no tiene precio. A partir de ahora, ligar va a ser más fácil...

—Ya suponía que tu invento iría por ahí. Estás enfermo.

No era la primera vez que Dominique lo sorprendía con ocurrencias que, al final, solían tener bastante menos utilidad que imaginación.

—No te adelantes —se defendió el inventor—, esta vez he currado muchas horas y lo que he conseguido sí va a merecer la pena. Encima te lo ofrezco gratis.

Dominique extendió sobre la mesa una cartulina blanca, en la que había trazado una tabla, ya completada con datos y categorías. Pascal se quedó perplejo:

—Pero ¿qué has hecho? ¿Un trabajo para mates?

—No, he elaborado un cuadro de estrategias para ligar —Dominique se mostraba absorto en su invento—. En el eje vertical he puesto todas las categorías de chica analizadas por mí: A, empollona; B, deportista; C, concienciada con el medio ambiente; D, borde; E, tía buena; F, pija... Y en el eje horizontal, los diferentes perfiles de chico que le gusta a cada una de esas categorías femeninas: I, líder; II, tío bueno; III, educado; IV, aventurero; V, chulo... Los he puesto en números romanos para que no se confundan esas casillas con las de las puntuaciones que vienen después.

Pascal se echó a reír a carcajadas: su amigo había logrado que olvidase por un momento su actual situación.

—¡Eres único, Dominique! ¡Has batido tu propio récord de ida de olla! ¿De verdad has estado trabajando en esto?

El aludido no pudo evitar contagiarse de la risa de su amigo:

—Vale, ya sé que suena un poco chorra, pero ya verás los resultados.

—Te lo has currado, eso no lo niego.

Pascal, a pesar de sus propios conflictos internos, supo apreciar la cantidad de horas que Dominique debía de haber invertido en aquel proyecto.

—Merecía la pena —el chico no ocultaba su satisfacción—. Esto va a revolucionar el panorama actual del ligoteo, aunque ahora te parezca absurdo.

A Pascal le costaba permanecer atento. Su mente volvía una y otra vez al Mundo de los Muertos. Conforme transcurrían las horas, aquella experiencia única le iba pareciendo más un simple sueño; la incertidumbre se había alojado en su cerebro y se iba alimentando de sus dudas como un parásito insaciable. Se daba cuenta de que precisaba volver a introducirse en el baúl de la familia Marceaux para confirmar lo que le había ocurrido. Pero eso no iba a ser fácil porque él no era amigo de Jules. ¿Cómo acceder, entonces, a su casa? Otra opción consistía en lograr la complicidad de Michelle, pero eso suponía ponerla al corriente de todo, y aún ni siquiera estaba seguro de lo que había visto. Complicado. Además, no quería que aquello pudiese afectar a Michelle justo cuando ella se estaba planteando si salir o no con él.

—Que si me has entendido, Pascal —repetía Dominique con el ceño fruncido.

—Sí, por supuesto —reaccionó el aludido—. Bueno, explícame cómo funciona tu... «tabla de estrategias».

—Cuando ya has catalogado a la chica, por ejemplo, en la A: perfil de empollona —los dos se inclinaron sobre la cartulina, mientras Dominique situaba su dedo índice en la letra correspondiente—, vas recorriendo toda esa fila de casillas, viendo las puntuaciones que una chica de ese tipo pone a los diferentes perfiles de chico, hasta llegar a la más alta que encuentres. En este caso, la mejor nota es la del perfil de chico romántico. Pues ese es el perfil que tú tienes que aparentar para ligártela.

—Ya veo.

Dominique se disponía a convencer a su amigo para que se prestara a experimentar con la tabla, cuando el timbre del portero automático emitió un breve pitido.

—Serán Michelle y Mathieu —comentó Pascal—. Me dijeron ayer que igual se pasaban, aprovechando que estoy solo.

—Me parece muy bien, pero tenemos que cerrar tu participación en este proyecto, ¿eh?

En seguida subieron los recién llegados. Mathieu, un chico moreno, alto y de amplias espaldas, era uno de los «tíos buenos» de
Premier
en el
lycée
, que hacía poco había reconocido a sus amigos más íntimos su condición de gay. Michelle se reía siempre que pensaba en la cara que pondrían las chicas que iban detrás de él si se enteraran de su secreto. Dominique, por su parte, se había alegrado mucho al enterarse, ya que así se veía libre de un contrincante invencible en el terreno del ligue, aunque fuera un año mayor. De este modo, le tocaban más chicas en el «reparto».

—Hola, cómo estáis —Michelle los saludó en cuanto ella y Mathieu cruzaron la puerta—. Vaya, estáis con la famosa «Tabla Dominique».

A su inventor le gustó aquel improvisado bautizo de la criatura. «Tabla Dominique» sonaba bien. Mathieu no tardó en preguntar a qué se referían y, a regañadientes, porque todavía estaba en fase experimental, Dominique compartió también con él su proyecto.

—Tienes que fabricar una para gays —sugirió entonces el chico riéndose—. Te ibas a hacer rico.

—¡Si no la necesitáis! —se quejó Dominique—. El elemento problemático de toda relación es la mujer. Entre tíos todo tiene que ser mucho más fácil, supongo.

En aquel momento sonó el móvil de Michelle. Ella lo extrajo de un bolsillo y contestó. Poco después se volvía hacia sus amigos, con una cara que reflejaba el asombro más absoluto.

—No os lo vais a creer... —adelantó—. Era Jules. Han asesinado a un profesor en el instituto.

CAPITULO XI

LAS horas van transcurriendo. Faltan escasos minutos para la medianoche del domingo. Daphne ha reunido todo su valor para llevar a cabo una arriesgada misión: averiguar qué está provocando en París las señales inquietantes que ella percibe. Y para ello tendrá que preguntar a una criatura muerta, un acto que entraña mucho riesgo para un vivo.

Está dispuesta a asumirlo. Y es que la pitonisa sigue sufriendo extraños sueños, experimenta visiones en lugares de la ciudad de gran fuerza esotérica, oye ruidos y percibe manifestaciones del Más Allá. Jamás, en sus setenta años de vida, le había pasado nada igual. Es consciente de que algo trascendental está teniendo lugar en su mundo, pero no logra adivinar qué es. Y eso le preocupa. Porque de la tierra de los muertos pueden llegar también cosas terribles.

Ha alcanzado el lugar indicado con dos minutos de antelación, por la zona de Les Halles. Se trata de la rué de L'Arbre Sec, llamada así porque en tiempos antiguos allí se situaba la horca utilizada para ejecutar a los condenados a muerte. En París no siempre se empleó la guillotina para tales menesteres.

Es un enclave que pasa desapercibido para los habitantes normales de París, pero no para ella, que detecta una inusitada concentración de energía, un flujo de pasado y presente, de vida y muerte conectadas. Ella no debería pararse en aquel punto, y menos a aquella hora. Pero lo hace.

Daphne respira hondo varias veces, intentando aparentar una serenidad que no siente. Falta un minuto para la medianoche. Todavía podría irse sin consecuencias. La bruja duda, planteándose la posibilidad de no intervenir, de dejar que el destino siga su curso, aunque ello implique un desastre para los vivos. Pero no puede quedarse al margen, ni tampoco recurrir a nadie más; solo ella en París goza de la capacidad suficiente para lo que se dispone a hacer, por lo que siente la obligación moral de actuar.

Daphne camina unos pasos hasta situarse delante de la fuente de esa calle, empotrada en la fachada de un edificio de piedra. Observa su pila en forma de concha, y sobre ella, bajo una placa grabada, un rostro masculino de bronce, de gesto circunspecto, de cuya boca sobresale el grifo del agua. Suenan unas campanadas distantes. Son las doce, la hora de las tinieblas.

Ella entona una salmodia ancestral. La vidente observa por última vez aquella calle y cierra los ojos para iniciar la auto-hipnosis. A los pocos segundos, accede al trance, experimentando unas convulsiones violentas, fruto de la excesiva concentración de energía del lugar. Se siente vagar por un vacío infinito, interminable y profundo como el propio universo. Su cuerpo sufre por un instante una presión tan enorme que ella cree que le van a reventar los pulmones, aunque aguanta. Y su alma, entonces, comienza a viajar.

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