El viajero (70 page)

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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

Daphne procuraba animar a Dominique, aunque era consciente de que lo único que necesitaba el chico era tiempo. Su fortaleza le ayudaría a levantar el ánimo. Pero requería distanciarse de aquella noche para asimilar todo lo ocurrido.

—Pero ¿y cuando vuelvan a nuestro mundo? —se planteaba Dominique, inquieto, suponiendo el éxito en la aventura del Viajero por el pavor que le provocaba contemplar otras posibilidades—. ¡Llegarán al trastero, sin que nadie esté allí para recibirlos!

Daphne miraba al muchacho con ternura.

—Créeme, después de lo que habrán vivido en su viaje, un trastero vacío es un detalle sin importancia. De todos modos —extrajo de uno de sus bolsillos unas llaves con gesto pícaro—, a ti y a mí nos van a dar el alta en seguida. Tú tendrás que irte con tus padres, pero yo acudiré de nuevo junto a la Puerta Oscura. Así que no te preocupes, Pascal no va a estar solo. No olvides, además, que puede ponerse en contacto conmigo cuando lo precise.

Dominique se tranquilizó un poco; paulatinamente, su crispación iría perdiendo fuerza, algo que ya empezaba a producirse, a juzgar por el sueño que lo estaba invadiendo.

Necesitaba dormir. Todos lo necesitaban. Un sueño largo, reparador, sin pesadillas. No obstante, Dominique se resistía a caer en aquel estado inconsciente antes de tener noticias de Pascal, como si lo estuviese traicionando al descansar mientras su amigo continuaba luchando por sobrevivir. Pero fue inútil, su cuerpo reclamaba un reposo que no podía sacrificar por remordimientos de conciencia. Ya no.

—Parece que Jules está mejor —Dominique, cabeceando sobre su asiento, oyó aquellas palabras de Daphne, que cada vez sonaban más lejanas—. Me gustaría verlo antes de irnos.

Dominique quiso asentir, aunque no estuvo seguro de haberlo hecho. Amortiguada, llegó hasta él la llamada de otro médico que buscaba a la bruja para someterla a una última prueba.

Antes de perder por completo la consciencia, el muchacho aún tuvo tiempo de torturarse con una duda más punzante: ¿y si Pascal no logra rescatar a Michelle?

Pero aún había una posibilidad peor: ¿y si ni siquiera Pascal conseguía volver?

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* * *

—Ya sé que tú no crees en esas cosas —advirtió Marcel a la detective antes de lanzar otra gran mentira—. Pero Daphne tuvo un sueño en el que aparecía Varney cometiendo el crimen de Delaveau.

—Bueno —concedió Marguerite—, para las teorías que has llegado a plantearme, eso no me parece demasiado extraño. Dicen que hay gente que sí tiene esa capacidad. Sigue.

—En su sueño, la vidente llegó a ver a Dominique, así que sabía que el chico era un valioso testigo en el caso... y que corría peligro. Por eso fue a buscarlo.

—¿Acaso lo conocía?

—Sí, él había acudido ya alguna vez a su local con amigos, para que les leyera el futuro y cosas de esas.

La detective puso su característico gesto escéptico.

—Pero ¿es que los chavales jóvenes también creen en esas cosas?

Marcel se encogió de hombros.

—Supongo que van a esos sitios por hacer algo distinto, simplemente. Los temas esotéricos despiertan su curiosidad...

—Ya veo.

—El caso es que Daphne lo encontró; tenía sus datos.

—¿Y no le recomendó que acudiera a nosotros? Es lo que tendría que haber hecho desde el principio...

—Daphne no se fía mucho de la policía, ya sabes cómo es ese tipo de personas. Lo que decidieron fue buscar alguna prueba más sólida que el sueño de ella y el dudoso testimonio nocturno de lo que Dominique había creído ver la noche de Halloween, para poder acudir a la policía.

—Qué imprudente es la gente. Y supongo que, por eso, ella y Jules Marceaux fueron a aquella casa abandonada...

—Eso es. Por lo visto, era una casa que también había aparecido en los sueños de Daphne, aunque no encontraron nada allí.

—Prefiero no acordarme de aquella noche. Lo que cuentas encaja también con que yo viera a esa bruja en el parque Monceau, cuando lo del hallazgo de los cadáveres de Raoul y Melanie.

—Sí, ella seguía investigando por su cuenta mientras los chicos estaban en clase, en el
lycée
.

—Pero esa mujer no acudió a la casa abandonada con Dominique, sino con el otro chico, con Jules Marceaux.

Marcel ya se esperaba esa suspicacia.

—Es que lo implicaron en su investigación —contestó—. Por eso los acompañaba en algunas ocasiones.

—¿Implicarlo? Me parece increíble lo que me cuentas —afirmó ella, entre aspavientos—. ¡Es como si para ellos solo se tratara de un simple juego!

Marcel era consciente de que aquella explicación rechinaba un poco, pero lo cierto es que permitía encajar todas las piezas que aún quedaban sueltas. Confió en que el alivio por haber acabado con Varney reduciría el rigor con el que Marguerite solía analizar todos los datos.

Marcel se apresuró a continuar; había que cerrar aquella gran mentira antes de que a su amiga se le ocurrieran más objeciones:

—Esta noche habían quedado los tres en el desván de los Marceaux con intención de hablar de su secreto sin que se enterara nadie.

—Ahora entiendo el sitio tan raro que eligieron, y la hora.

—Claro. El caso es que, después de mucho rato discutiendo, habían tomado ya la decisión de acudir a la policía, pues continuaban sin pruebas y el riesgo que corrían se había hecho insostenible. Pero Varney, que no había interrumpido su labor de espionaje durante estos días salvo para dar clase en el instituto, estaba enterado de la cita; para él era la ocasión perfecta: todos los que podían comprometerlo, reunidos y sin testigos.

—Así que ese era su plan de esta noche... —comentó Marguerite, reflexiva—. Menudo hijo de...

* * *

Pascal se vio obligado a dar un amplio rodeo para situarse en el lado más próximo al carro, donde permanecían atados Michelle y el otro prisionero. Ahora debía limitarse a seguir aquel tétrico desfile sin ser detectado, hasta que Beatrice interviniese provocando la parada de la caravana y la previsible desbandada de esqueletos hacia ella. Algo que podía no ocurrir, lo que daría al traste con el plan. Con su único plan.

En teoría, la intervención del Viajero parecía fácil, siempre y cuando la daga cumpliese su cometido. Pero nada podía garantizar el éxito antes de ese punto sin retorno que constituía la aparición del espíritu errante ante los espectros. Pascal, con algo de vértigo, se dio cuenta de que en realidad había cruzado ese límite al separarse de Beatrice, pues ya era imposible contactar con la chica. El plan no podía abortarse.

Beatrice no se detendría; podía surgir de la oscuridad en cualquier momento y encender la llama que precipitaría unos acontecimientos con los que Pascal había llegado a obsesionarse.

¿Y si él cometía algún error?

Descartó aquella posibilidad y, mientras agarraba con fuerza su daga, se dedicó a vigilar su camino para evitar tropiezos. De vez en cuando inspeccionaba todos los alrededores, pues no podía olvidar que los esqueletos no constituían allí el único peligro. ¿Y las nubes negras? ¿Y los carroñeros?

La ventaja con la que contaban era que el Mal no podía imaginar que habían llegado tan lejos.

Pero lo habían hecho. Se encontraban en el último estadio de aquel inframundo donde todavía era posible el retorno a la Tierra de la Espera. La siguiente región a la que se dirigía la comitiva satánica, de alcanzarla, sí habría supuesto la pérdida definitiva de Michelle. No podrían hacer nada por ella, salvo mantenerse hasta el final a su lado en lo que habría acabado convirtiéndose en un sacrificio múltiple.

Era, por tanto, ahora o nunca. No había más alternativas.

Ahora o nunca. Amparados por el factor sorpresa.

Un aullido gutural rasgó como un relámpago la noche perenne, despertando a Pascal de su ensoñación. Incluso el retumbar atávico del tambor se había interrumpido con brusquedad. La caravana se había detenido y, a media distancia, la inconfundible silueta de una mujer fingía terror y comenzaba a huir entre falsos tropiezos, destinados a incrementar la confianza de los espectros.

Beatrice se había acercado demasiado, a pesar del ruego de Pascal. Arriesgaba mucho, consciente de que de su actuación dependía en buena medida el éxito del plan. Y nada más seductor que la proximidad de la presa. Ni el más mínimo instinto animal podía resistirse a eso.

Pascal admiró el valor de la chica, que ya conocía de otras ocasiones. Era una mujer fuerte que, cuando decidía jugar, lo apostaba todo. Nada de medias tintas. La sana envidia que sintió el Viajero le sirvió de estímulo para la inminente acción. Pascal no estaba dispuesto a echar por tierra tanta valentía.

Él también estaba dispuesto a darlo todo, porque todo era lo que estaba en juego. Se acordó del capitán Mayer y sintió cómo dirigía la escaramuza desde su tumba, al modo un estratega dominando una batalla desde lo alto de una colina. Su noble imagen también le infundió convicción, justo en el momento más oportuno. Porque los espectros no tardaron en reaccionar, espoleados por la excepcionalidad de aquella situación que, en apariencia, se les ofrecía en bandeja. ¡Una víctima indefensa en aquella región! Era como soltar un cervatillo en la jaula de los leones. Aquella estepa de depresiones y geiseres se transformaba en un coto de caza sin salida.

Por eso, la reacción de los espectros fue desordenada y egoísta, todos pretendiendo hacerse con aquella carne que se ofrecía ante sus cuencas vacías, disputándose ser los primeros en lograr la mejor tajada. Su hambrienta imprudencia los llevó a pensar que apenas les costaría atrapar a aquella criatura, por lo que solo tres guardianes se quedaron junto al carro.

* * *

Michelle se vio sorprendida por aquella violenta parada, que casi le hizo perder el equilibrio. Sus propios reflejos le hicieron mover los brazos, en un aspaviento que delató la ausencia de ataduras en sus muñecas. Por fortuna, ninguno de los esqueletos la estaba mirando en aquel instante. Ella se apresuró a volver a la postura inicial.

Aquellos seres horrendos aullaban mientras adoptaban posturas tensas, sus huesos cubiertos por las túnicas, girados en la misma dirección. Todos estaban pendientes de algo que sucedía más adelante.

Michelle no prestaba atención a aquel tenebroso escándalo, pues las nuevas circunstancias habían activado su determinación de fuga. Sucediera lo que sucediese, había llegado el momento, el carro estaba quieto.

Estudió el panorama antes de lanzarse; tampoco era cuestión de suicidarse. Su necesidad de valorar si aquel instante era propicio la llevó a dirigir al fin los ojos hacia aquel revuelo, lo que le provocó una sorpresa mayúscula. Acababa de distinguir el origen de aquella repentina parada: ¡una chica!

Los espectros habían echado a correr, con movimientos extraños, hacia ella. Michelle habría debido saltar del carro aprovechando el caos, pero todavía necesitó unos segundos para comprender lo que acababa de ver: una chica. Como ella.

Se trataba del primer ser humano que vislumbraba en aquel mundo, aparte del niño prisionero, y eso le transmitió un agradable calor, a pesar de que las escasas posibilidades de supervivencia que Michelle vaticinó a la desconocida tiñeron de tristeza su esperanza. Pero todo funcionaba así, por crudo que resultase. Eran las reglas del juego; el sacrificio de unos era necesario para el renacer de otros. El inevitable tributo de sangre de la naturaleza agreste.

Michelle, todavía consternada por la fría sucesión de acontecimientos en aquel mundo, cayó en la cuenta de que, si no reaccionaba ya, el inmenso precio pagado por aquella joven no habría servido de nada. Eso sí sería trágico. Por eso, estimuló su resistencia y lanzó miradas calculadoras a su alrededor, olvidándose de todo lo que no afectara a su seguridad y la del niño.

Había muy pocos espectros cerca, así que no lo pensó más. Se quitó la mordaza para poder respirar mejor y saltó. No estaba dispuesta a esperar a que el resto de los monstruos regresara con el cadáver de su víctima, arruinando aquella ocasión que podía ser la última. No. Lucharían por sus vidas, aunque solo fuera para morir sin perder su dignidad. Y para que el final de la otra chica tuviera sentido.

Antes de que se percataran los guardias, que con sus miradas muertas asistían confiados a la cacería, Michelle agarró al chico prisionero y lo bajó también, sin molestarse en advertirle. No había tiempo. El griterío que provocaban los espectros que perseguían a la desconocida camufló los ruidos de ellos dos, que se perdieron en la noche, más allá del resplandor trémulo de las antorchas.

Michelle aún llegó a oír unos ruidos que no identificó antes de desaparecer entre las tinieblas. Pero no se detuvo a comprobar qué ocurría.

Cada segundo valía el precio de la sangre.

Pascal había contemplado a Michelle, casi incapaz de contener su emoción. Se encontraba tan cerca... Allí estaba ella, atada pero erguida, con un gesto que él adivinó desafiante. Atenta a lo que ocurría, preparada de algún modo que no supo interpretar. Pero era Michelle. Reconoció su pelo, intuyó su cuerpo delgado y firme bajo aquella extraña tela blanca que lo cubría. ¿Por qué la habrían vestido así?

La imagen de su amiga había obsequiado a Pascal con sabores de un mundo vivo que aguardaba a una distancia cósmica. Lo importante era saber que ese mundo, su mundo, seguía existiendo más allá de aquella sofocante oscuridad.

En la cabeza de Pascal solo había sitio para un pensamiento: estrechar a Michelle entre sus brazos. Ni siquiera le importó en aquel momento la respuesta pendiente, la incógnita sentimental que seguía en el aire. Él se había lanzado a aquel rescate absurdo sin exigencias, sin requisitos. Y no lo había olvidado, ni siquiera durante las penurias inhumanas que había tenido que soportar cada minuto en aquel infierno de múltiples aristas.

Sí, necesitaba abrazarla. Pero para eso habría que esperar. Lo asumió mientras abandonaba la visión de Michelle y se dirigía sin hacer ruido hacia los guardianes, que continuaban atentos a la batida que tenía lugar no muy lejos. Solo cuando estuvo casi encima de uno de ellos, Pascal entró en la zona iluminada por las antorchas y, sin dar a su primer enemigo tiempo de reaccionar, le lanzó una estocada horizontal que cortó la capucha de su hábito cercenándole la calavera. El cuerpo decapitado cayó al suelo, convirtiéndose en un simple montón de huesos cubiertos por un manto negro. La antorcha que sujetaba aquel ser todavía ardía sobre la tierra volcánica.

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