Read El violín del diablo Online

Authors: Joseph Gelinek

Tags: #Histórico, Intriga, Policíaco

El violín del diablo (11 page)

—No se preocupe —interrumpió el italiano—. Va a tener en mí a su más firme colaborador, porque aunque es cierto que ya nada puede devolver la vida a Ane, voy a hacer lo imposible para que la persona que la asesinó se pudra en la cárcel el resto de su vida.

Salvador sonrió complacido ante la actitud del italiano y preguntó:

—¿Dónde estaba cuando le dieron la noticia de que su novia había sido estrangulada?

—En el vestuario masculino, junto al resto de los músicos. Allí permanecí desde que terminó la primera parte hasta el fatal desenlace.

—¿Cuántos son ustedes?

—Casi ciento veinte. Hay aproximadamente el mismo número de hombres que de mujeres.

—Sí, ahora se ha puesto de moda eso de la paridad —comentó Salvador—. Y a usted no le viene mal, pues tiene cerca de sesenta testigos que pueden confirmar su versión.

Esta acotación, que tenía por objeto tranquilizar al italiano, fue formulada por Salvador de manera tan torpe que logró en el acto el efecto contrario de poner a la defensiva a su interlocutor.

—¿Es que soy sospechoso? —saltó Rescaglio como un resorte—. Inspector, ¿qué móvil tendría yo para acabar con la vida de la mujer con la que iba a casarme el otoño que viene?

—Perdóneme —dijo Salvador—, ni por un momento quería insinuar lo que ha entendido. Usted es testigo, no sospechoso, y mucho menos imputado. Lo que trataba de decirle es que tiene a un verdadero ejército de personas que pueden corroborar que no abandonó el vestuario en ningún momento, desde que salió del escenario hasta que le fue comunicada la muerte de su novia. No sabe la cantidad de molestias que esto le puede ahorrar durante la investigación. No solamente no tenía, como dice usted, ningún móvil para matarla, sino que, al menos que demostremos que es capaz de estar en dos lugares al mismo tiempo, ni siquiera habría podido cometer el crimen, de haber tenido un móvil.

—Me ratifico en lo que le acabo de decir y mis compañeros músicos podrán confirmárselo —afirmó muy solemne Rescaglio—. Lo que, a pesar de mi absoluta disposición de ánimo, me lleva a preguntarme: ¿en qué puede ayudar mi testimonio a la policía, si estuve todo en el tiempo en el vestuario y no vi ni escuché nada?

—Eso nunca se sabe. A veces un detalle que parece nimio es vital para la investigación. Por ejemplo, hay algo que me llama poderosamente la atención —continuó diciendo Salvador—. El forense me ha dicho que su novia no tenía marcas en el cuerpo, aparte de las del estrangulamiento. Falta por hacer la autopsia, por supuesto, pero si a simple vista no se detectan magulladuras, ni moratones, ni arañazos, ni rozaduras, es altamente probable que su novia no fuera llevada a la fuerza a la Sala del Coro, sino que acudiera allí voluntariamente. ¿Por qué acudiría a esa apartada sala motu proprio?

—No tengo la más remota idea. Quizá buscaba la cafetería y se perdió, como Agostini.

—Suena poco verosímil. Al fin y al cabo, Agostini es un director invitado que no tenía por qué conocer el Auditorio. Pero su novia había tocado ya aquí unas cuantas veces, ¿no?

—Sí, así es.

—Luego, es difícil que pudiera perderse.

—Tiene razón. ¿No la pudieron asesinar en otro lugar y luego llevar su cadáver hasta la Sala del Coro?

Salvador torció el gesto, como dando a entender que esa posibilidad no le cuadraba demasiado.

—¿Con qué objeto? Si hizo eso, el asesino se arriesgaba a ser sorprendido durante el traslado por un conserje o por cualquier músico que anduviera deambulando por allí.

—Tal vez se aburrió de esperar en el camerino y decidió dar un paseo. O quizá se dirigió a la Sala del Coro porque sabía que allí había un piano.

—¿No hay uno en todos los camerinos? —objetó el inspector.

—Son pianos de estudio, verticales. Suenan a plástico coreano. El de la Sala del Coro es uno de cola, un Yamaha de los buenos.

—¿Su novia tocaba también el piano?

—No como para dar conciertos, desde luego, pero se defendía bastante bien. Tenga en cuenta que, musicalmente hablando, siempre fue una superdotada.

—¿Para qué querría tocar el piano después del concierto?

—No lo sé. Para relajarse, quizá. No es lo mismo tocar ante el público que para uno mismo.

Salvador no pudo disimular un gesto de incredulidad ante la conjetura del italiano.

—Vamos a ser racionales: su novia ya había terminado de tocar, puesto que no estaba prevista su intervención en la segunda parte. ¿Cuál habría sido la conducta más lógica?

—Suponiendo que al comportamiento de las mujeres se le pueda encontrar alguna lógica —dijo Rescaglio buscando en su interlocutor una complicidad que halló inmediatamente—, lo que solía hacer a veces Ane era irse a la cafetería del Auditorio a tomar un refresco. Generalmente una cerveza, porque le encantaba.

—¿Eso es todo?

—Después regresaba al camerino, para esperar allí a sus fans, que no podían ir a visitarla hasta el final de concierto.

—¿Siempre se quedaba hasta que terminaba el programa?

—No siempre. Cuando sabía que en el Auditorio no había amigos, familiares o personas a las que le interesaba ver, a veces se marchaba de la Sala de Conciertos nada más terminar la primera parte. Y en muchas ocasiones, lo que hacía era entrar en ella como una espectadora más, para disfrutar de la segunda mitad desde el patio de butacas. En el caso concreto del concierto de Bartok, que es lo que se habría interpretado esa noche, es lo que pensaba hacer, ya que a ella le encantaba este músico. Uno de los mayores éxitos de su carrera lo obtuvo precisamente con la grabación de su
Concierto n.° 2
, que se llevó el Grand Prix du Disque hace dos años.

—¿Habían quedado ustedes en verse después del concierto?

—Sí, pensábamos ir a cenar.

—¿Los dos solos?

—Sí.

—¿Puedo saber dónde?

—Ni yo mismo lo sabía. Fue la asistente personal de Ane la que hizo la reserva.

—¿Cuál es el nombre de esa persona?

—Carmen Garralde. También es de Vitoria, como Ane, y ejerce de
road manager
, de agente artístico y de no sé cuántas cosas más. Tiene…, quiero decir, tenía mucho poder.

—Poder ¿en qué sentido?

—Si Carmen decía a Ane que no se tocaba en tal lugar o con tal director, ella la obedecía siempre.

—¿Por qué no estaba en el Auditorio la noche del concierto?

—Supongo que porque sabía que iría yo a buscarla luego al camerino, y a mí prefería evitarme. Debió de quedarse en casa esa noche.

—Pero no tiene confirmación de que así fuera, ¿no es cierto?

—No, no la tengo.

—¿Cuál era el motivo del distanciamiento entre ustedes dos?

Rescaglio guardó silencio durante un instante y luego dijo:

—Yo era de la opinión que Ane tenía que tener en su mano las riendas de su carrera y no delegar tanto en Carmen. Ésta, lógicamente, me percibía como una amenaza en su relación con Ane. Y además…

El italiano dejó la frase a medias, pero Salvador pudo apreciar claramente un mohín de disgusto en su expresión. El policía le invitó a que rematara la frase.

—¿Y además…?

—Carmen es homosexual. Y siempre se ha sentido fuertemente atraída por mi novia.

—Entiendo. ¿Y su novia era consciente de que ejercía esa atracción sobre ella?

—Ane siempre me decía que no dijera tonterías, que Carmen era como su madre. Pero yo percibía que había algo enfermizo en esa relación. Algo perverso.

Salvador había extraído hacía rato de la americana una pequeña libreta en la que iba anotando los puntos más importantes de la declaración del italiano. Hubo un largo silencio, durante el cual Salvador estuvo escribiendo bajo la mirada atenta de Rescaglio.

Luego, saliendo de su ensimismamiento, el inspector le preguntó dónde podía localizar a Carmen Garralde y el violonchelista le explicó que la mujer se alojaba en el ático que Ane había comprado en Madrid, en la zona conocida como Las Vistillas.

—Es un piso maravilloso, desde el que se ve media ciudad —apostilló Rescaglio.

Salvador se impacientó al ver que el bolígrafo con el que estaba tomando notas escribía con dificultad y comenzó a sacudirlo como si fuera un termómetro; incluso llegó a echarle vaho en la punta antes de hacer su siguiente pregunta.

—Señor Rescaglio, usted no quiso ver anoche —me parece que con buen criterio— el cadáver de su novia. He de informarle que en el pecho tenía, escrita con sangre, una palabra en árabe.

—¡Dios mío! —dijo el violonchelista, llevándose las manos a la cara en señal de horror—. Entonces, ¿la han torturado?

—No lo creo; el forense opina que primero la estrangularon y luego escribieron en su cuerpo, en caracteres árabes, la palabra
Iblis.
¿Sabe lo que significa?

—No tengo ni la menor idea.


Iblis
es el demonio de los mahometanos. Tenemos razones para sospechar que una célula fundamentalista islámica, o quizá un asesino aislado, pudo acabar con la vida de su novia. Como sabe, la inquina de los terroristas de Al-Qaeda contra los españoles, especialmente tras el juicio del 11-M, es creciente. ¿Sabe si Ane había recibido algún tipo de amenaza en los últimos meses?

—No, me lo hubiese comentado.

—¿No conoce a nadie que tuviera razones para matarla?

—Suntori Goto era su gran rival en el escenario. Pero ¿tanto como para matarla?

—¡Una japonesa! Esto se está poniendo cada vez más internacional. Pero de momento, no nos apartemos de la pista más evidente, que es la islámica. ¿Pudo hacer su novia algo que despertara la ira de los musulmanes más fanáticos? No es necesario que quemara en público una foto de Bin Laden, basta con unas declaraciones poco oportunas o incluso un titular de prensa tergiversado.

—No tengo constancia de nada de eso. Sin embargo, ahora que saca el tema… No, olvídelo, es demasiado anecdótico.

—Por favor, señor Rescaglio, cualquier detalle puede ser importante para la investigación. ¿Qué iba a decirme?

—Uno de los cuatro trombonistas de la ONE, el sueco Ove Larsson, es bastante amigo mío. Le encanta el chelo y le he dado alguna clase. Pues bien, hace cosa de un par de meses me contó que había visto en la televisión sueca a un grupo de jóvenes fundamentalistas islámicos que en Goteborg (la segunda ciudad más importante del país) había tratado de impedir a musulmanes suecos, casi todos de origen somalí, que asistieran a un concierto. Ove también me dijo que hay una presión cada vez mayor sobre las mujeres árabes en toda Escandinavia para que se abstengan de tocar y de bailar, porque está prohibido.

—¿Cómo dice? ¿La música también está prohibida por el islam? Creí que limitaban su fanatismo a no reproducir la figura humana (ya sabe, las famosas caricaturas que se publicaron en la prensa) y a no mencionar en vano el nombre de su profeta.

—Eso mismo pensaba yo, pero Ove me explicó que hay un movimiento muy conservador dentro de los musulmanes suníes, los salafistas, que han decretado que la música está prohibida por el Corán.

—Entiendo, pero ¿qué relación puede tener todo eso con su novia? Me está hablando de Escandinavia.

—Ane ha dado varios conciertos en los últimos meses en Suecia: Estocolmo, Malmö, Goteborg. Y su próximo disco lo iba a grabar con una orquesta muy particular. ¿Ha oído hablar de la Orquesta West-Eastern Divan?

A Rescaglio le bastó con ver la expresión de desconcierto del policía para comprender que aquella famosa orquesta, fundada por Daniel Barenboim en el 2002 para promover la concordia entre israelíes y palestinos y formada por músicos de ambas etnias, le era total mente desconocida.

—La orquesta mantiene una especie de escuela de verano en Sevilla, que se reúne todos los años. Ane estuvo allí la temporada pasada, dando unas clases magistrales de violín, y Barenboim la invitó a grabar con ellos una transcripción para violín y orquesta de
Schelomo
, que es una rapsodia hebrea de un compositor de origen judío llamado Ernest Bloch.

—¿Dónde se iba a grabar ese disco?

—En Barcelona.

Salvador empezó a tamborilear con el bolígrafo sobre el canto de la libreta. No era el gesto de una persona ansiosa, sino un golpeteo rítmico, casi musical, lo que llevó al italiano a concluir que el inspector empezaba a animarse.

—Lo que me está contando tiene sentido —concedió por fin el policía tras haber evaluado en su cabeza durante unos segundos la declaración del italiano—. No soy experto en terrorismo islámico, pero es público y notorio que el más famoso triángulo de reclutamiento yihadista de Europa está ahora mismo en las afueras de Barcelona: Badalona, Santa Coloma y Sant Adrià. Cada mes, entre tres y cinco musulmanes residentes en esa zona viajan a Irak o Afganistán para recibir allí entrenamiento terrorista.

—Es posible que la decisión de Ane de grabar allí con músicos musulmanes desatara la ira de los salafistas, ¿no?

—Sí, es muy probable. Su amigo el sueco ¿llegó a explicarle por qué está prohibida la música para estos fanáticos?

—Según ellos, la música es
haram
, que es la palabra que utilizan los musulmanes para designar todo lo prohibido. De hecho, parece que la palabra «harén» viene de ahí, porque es la zona prohibida donde vive la señora de la casa.

—Sigo sin entenderlo. ¿Por qué la música es
haram
?

—La prohibición no está en el Corán. Ove Larsson me aseguró que no hay ni un solo versículo del Libro Sagrado en el que se prohíba expresamente la música. El problema es la sunna, es decir, toda la tradición oral referida a los dichos y hechos del profeta. Precisamente porque se trata de un corpus de reglas no escritas, ni los propios musulmanes se ponen de acuerdo sobre el papel que debe tener la música en su cultura. Pero parece que los que se muestran contrarios a ella son tan intransigentes que prohíben hasta los politonos en los móviles. El argumento es que los cánticos, y sobre todo la música instrumental, desde el momento en que distraen a la gente e impiden concentrarse en la adoración de Alá, invitan a la desobediencia y por lo tanto deben ser desterrados. Es todo lo contrario de lo que opina Daniel Barenboim, con quien Ane iba a colaborar en breve. Para este director, la música es un importantísimo catalizador de la convivencia, porque al tiempo que nos permite apresarnos a nosotros mismos, nos obliga a escuchar al otro.

El policía trató de anotar las últimas palabras del violonchelista pero el bolígrafo se había vuelto ya tan rebelde que lo único que consiguió fue perforar el papel de la página en la que estaba escribiendo. Esto, unido al hecho de que consideraba que la información aportada por el italiano era suficiente para avanzar en la investigación, le decidió a poner fin al interrogatorio.

Other books

Good Neighbors by Ryan David Jahn
One True Love by Barbara Freethy
Under Fire by Rita Henuber
Winter Reunion by Roxanne Rustand
Floating City by Sudhir Venkatesh
Glitter Girl by Toni Runkle
33 Revolutions by Canek Sánchez Guevara, Howard Curtis
Jo Beverley - [Rogue ] by An Arranged Mariage
The Mills of God by Deryn Lake