Ensayo sobre la lucidez

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Authors: José Saramago

 

Durante las elecciones municipales de una ciudad sin nombre, la mayoría de sus habitantes decide individualmente ejercer su derecho al voto de una manera inesperada. El gobierno teme que ese gesto revolucionario, capaz de socavar los cimientos de una democracia degenerada, sea producto de una conjura anarquista internacional o de grupos extremistas desconocidos. Las cloacas del poder se ponen en marcha: los culpables tienen que ser eliminados. Y si no se hallan, se inventan. Los protagonistas de esta nueva novela de Saramago, un inspector de policía y la mujer que conservó la vista en la epidemia de luz blanca de Ensayo sobre la ceguera, dan muestras de la altura moral que los ciudadanos anónimos pueden alcanzar cuando deciden ejercer la libertad. Saramago, un escritor que se ha convertido en la conciencia lúcida de una época cegada por los mecanismos del poder, lanza una llamada de alerta: «Puede suceder que un día tengamos que preguntarnos Quién ha firmado esto por mí». Ese día puede ser hoy.

José Saramago

Ensayo sobre la lucidez

ePUB v1.1

jabo
21.06.11

A Pilar, los días todos

A Manuel Vázquez Montalbán, vivo

Aullemos, dijo el perro.

LIBRO DE LAS VOCES

1

Mal tiempo para votar, se quejó el presidente de la mesa electoral número catorce después de cerrar con violencia el paraguas empapado y quitarse la gabardina que de poco le había servido durante el apresurado trote de cuarenta metros que separaban el lugar en que aparcó el coche de la puerta por donde, con el corazón saliéndosele por la boca, acababa de entrar. Espero no ser el último, le dijo al secretario que le aguardaba medio guarecido, a salvo de las trombas que, arremolinadas por el viento, inundaban el suelo. Falta todavía su suplente, pero estamos dentro del horario, le tranquilizó el secretario, Lloviendo de esta manera será una auténtica proeza si llegamos todos, dijo el presidente mientras pasaban a la sala en la que se realizaría la votación. Saludó primero a los colegas de mesa que actuarían de interventores, después a los delegados de los partidos y a sus respectivos suplentes. Tuvo la precaución de usar con todos las mismas palabras, no dejando transparentar en el rostro o en el tono de voz indicio alguno que delatase sus propias inclinaciones políticas e ideológicas. Un presidente, incluso el de un común colegio electoral como éste, deberá guiarse en todas las situaciones por el más estricto sentido de independencia, o, dicho con otras palabras, guardar las apariencias.

Además de la humedad que hacía más espesa la atmósfera, ya de por sí pesada en el interior de la sala, cuyas dos únicas ventanas estrechas daban a un patio sombrío incluso en los días de sol, el desasosiego, por emplear la comparación vernácula, se cortaba con una navaja. Hubiera sido preferible retrasar las elecciones, dijo el delegado del partido del medio, pdm, desde ayer llueve sin parar, hay derrumbes e inundaciones por todas partes, la abstención, esta vez, se va a disparar. El delegado del partido de la derecha, pdd, hizo un gesto afirmativo con la cabeza, pero consideró que su contribución al diálogo debería revestir la forma de un comentario prudente, Obviamente, no minimizaré ese riesgo, aunque pienso que el acendrado espíritu cívico de nuestros conciudadanos, en tantas otras ocasiones demostrado, es acreedor de toda nuestra confianza, ellos son conscientes, oh sí, absolutamente conscientes, de la trascendente importancia de estas elecciones municipales para el futuro de la capital. Dicho esto, uno y otro, el delegado del pdm y el delegado del pdd, se volvieron, con aire mitad escéptico, mitad irónico, hacia el delegado del partido de la izquierda, pdi, curiosos por saber qué tipo de opinión sería capaz de producir. En ese preciso instante, salpicando agua por todos lados, irrumpió en la sala el suplente de la presidencia, y, como era de esperar, puesto que estaba completo el elenco de la mesa electoral, la acogida fue, más que cordial, calurosa. No llegamos por tanto a conocer el punto de vista del delegado del pdi pero, a juzgar por algunos antecedentes conocidos, es presumible que se expresara de acuerdo con un claro optimismo histórico, con una frase como ésta, por ejemplo, Los votantes de mi partido son personas que no se amedrentan por tan poco, no es gente que se quede en casa por culpa de cuatro míseras chispas de agua cayendo de las nubes. No eran cuatro chispas míseras, eran cubos, eran cántaros, eran nilos, iguazús y ganges, pero la fe, bendita sea para siempre jamás, además de apartar las montañas del camino de quienes se benefician de su poder, es capaz de atreverse con las aguas más torrenciales y de ellas salir oreada.

Se constituyó la mesa, cada cual en el lugar que le competía, el presidente firmó el acta y ordenó al secretario que la fijara, como determina la ley, en la entrada del edificio, pero el recadero, dando pruebas de una sensatez elemental, hizo notar que el papel no se mantendría en la pared ni un minuto, en dos santiamenes se le habría borrado la tinta, y al tercero se lo llevaría el viento. Colóquelo entonces dentro, donde la lluvia no lo alcance, la ley es omisa en ese particular, lo importante es que el edicto esté colgado y a la vista. Preguntó a la mesa si estaba de acuerdo, todos dijeron que sí, con la reserva expresa del delegado del pdd de que la decisión quedara reflejada en el acta para prevenir impugnaciones. Cuando el secretario regresó de su húmeda misión, el presidente le preguntó cómo estaba el tiempo y él respondió, encogiéndose de hombros, Igual, bueno para las ranas, Hay algún elector fuera, Ni sombra. El presidente se levantó e invitó a los miembros de la mesa y a los representantes de los partidos a que lo acompañaran en la revisión de la cabina electoral, que se comprobó estar limpia de elementos que pudiesen desvirtuar la pureza de las opciones políticas que allí iban a tener lugar a lo largo del día. Cumplida la formalidad, regresaron a sus lugares para examinar las listas del censo, que también encontraron limpias de irregularidades, lagunas y sospechas. Había llegado el momento grave en que el presidente destapa y exhibe la urna ante los electores para que puedan certificar que está vacía, de modo que mañana, siendo necesario, puedan ser buenos testigos de que ninguna acción delictiva había introducido en ella, en el silencio de la noche, los votos falsos que corromperían la libre y soberana voluntad política de los ciudadanos, que no se repetiría aquí una vez más aquel histórico fraude al que se da el pintoresco nombre de pucherazo, que tanto se podría cometer, no lo olvidemos, antes, durante o después del acto, según la ocasión y la eficacia de sus autores y cómplices. La urna estaba vacía, pura, inmaculada, pero en la sala no se encontraba ni un solo elector, uno sólo de muestra, ante quien pudiera ser exhibida. Tal vez alguno ande por ahí perdido, luchando contra los chaparrones, soportando los azotes del viento, apretando contra el corazón el documento que lo acredita como ciudadano con derecho a votar, pero, tal como están las cosas en el cielo, va a tardar mucho en llegar, si es que no acaba regresando a casa y dejando los destinos de la ciudad entregados a aquellos que un automóvil negro deja en la puerta y en la puerta después recoge, cumplido el deber cívico de quien ocupa el asiento de atrás.

Terminadas las operaciones de inspección de los diversos materiales, manda la ley de este país que voten inmediatamente el presidente, los vocales y los delegados de los partidos, así como las respectivas suplencias, siempre que, claro está, estén inscritos en el colegio electoral cuya mesa integran, como es el caso. Incluso estirando el tiempo, cuatro minutos bastaron para que la urna recibiese sus primeros once votos. Y la espera, no quedaba otro remedio, comenzó. Aún no pasaba media hora cuando el presidente, inquieto, sugirió a uno de los vocales que saliera a cerciorarse de si venía alguien, es posible que hayan aparecido electores, pero si se han topado con la puerta cerrada por el viento, se habrán ido protestando, si han retrasado las elecciones que al menos hubieran tenido la delicadeza de avisar a la gente por la radio y por la televisión, que para informaciones de esta clase todavía sirven. Dijo el secretario, Todo el mundo sabe que una puerta que se cierra con la fuerza del viento hace un ruido de treinta mil demonios, y aquí no se ha oído nada. El vocal dudó, voy no voy, pero el presidente insistió, Vaya usted, hágame el favor, y tenga cuidado, no se moje. La puerta estaba abierta, firme en su calzo. El vocal asomó la cabeza, un instante fue suficiente para mirar a un lado y a otro y para retirarla después chorreando como si la hubiese metido bajo una ducha. Deseaba actuar como un buen vocal, agradar a su presidente, y, siendo esta la primera vez que había sido llamado para estas funciones, quería ser apreciado por la rapidez y la eficacia en los servicios que tuviese que prestar, con tiempo y experiencia, quién sabe, alguna vez llegaría el día en que también él presidiera un colegio electoral, vuelos más altos que éste cruzan el cielo de la providencia y ya nadie se asombra. Cuando regresó a la sala, el presidente, entre pesaroso y divertido, exclamó, Pero hombre, no era necesario que se mojara de esa manera, No tiene importancia, señor presidente, dijo el vocal mientras se secaba la cara con la manga de la chaqueta, Ha visto a alguien, Hasta donde la vista me alcanza, nadie, la calle es un desierto de agua. El presidente se levantó, dio unos pasos indecisos delante de la mesa, llegó hasta la cabina, miró dentro y regresó. El delegado del pdm tomó la palabra para recordar su pronóstico de que la abstención se dispararía, el delegado del pdd pulsó otra vez la cuerda apaciguadora, los electores tienen todo el día para votar, esperarán que el temporal amaine. Ahora el delegado del pdi prefirió quedarse callado, pensaba en la triste figura que hubiera hecho de haber dejado salir de su boca lo que se disponía a decir en el momento en que el suplente del presidente entró en la sala, Cuatro miserables gotas de agua no son suficientes para amedrentar a los votantes de mi partido. El secretario, al que todos dirigieron la mirada esperando, optó por presentar una sugerencia práctica, Creo que no sería mala idea telefonear al ministerio pidiendo información sobre cómo está transcurriendo la jornada electoral aquí y en el resto del país, sabríamos si este corte de energía cívica es general, o si somos los únicos a quienes los electores no vienen a iluminar con sus votos. Indignado, el delegado del pdd se levantó, Requiero que quede reflejada en las actas mi más viva protesta, como representante del partido de la derecha, contra los términos irrespetuosos y contra el inaceptable tono de chacota con que el secretario acaba de referirse a los electores, esos que son los supremos valedores de la democracia, esos sin los cuales la tiranía, cualquiera de las que hay en el mundo, y son tantas, ya se habría apoderado de la patria que nos dio el ser. El secretario se encogió de hombros y preguntó, Tomo nota del requerimiento del representante del pdd, señor presidente, Opino que no es para tanto, lo que pasa es que estamos nerviosos, perplejos, desconcertados, y ya se sabe que en un estado de espíritu así es fácil decir cosas que en realidad no pensamos, estoy seguro de que el secretario no quiso ofender a nadie, él mismo es un elector consciente de sus responsabilidades, la prueba está en que, como todos los que estamos aquí, arrostró la intemperie para venir a donde el deber le llama, sin embargo, este reconocimiento sincero no me impide rogarle al secretario que se atenga al cumplimiento riguroso de la misión que le fue consignada, absteniéndose de comentarios que puedan chocar la sensibilidad personal y política de las personas presentes. El delegado del pdd hizo un gesto seco que el presidente prefirió interpretar como de concordancia, y el conflicto no fue más allá, a lo que contribuyó poderosamente que el representante del pdm recordara la propuesta del secretario, La verdad es que, añadió, estamos aquí como náufragos en medio del océano, sin vela ni brújula, sin mástil ni remo, y sin gasóleo en el depósito, Tiene toda la razón, dijo el presidente, voy a llamar al ministerio. Había un teléfono en una mesa apartada y hacia allí se dirigió llevando consigo la hoja de instrucciones que le había sido entregada días antes y donde se encontraban, entre otras indicaciones útiles, los números telefónicos del ministerio del interior.

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