Epidemia (31 page)

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Authors: Jeff Carlson

Tags: #Ciencia Ficción

—El mensaje termina ahí.

—Es la trampa perfecta, como un alambre detonador —dijo él—. Las únicas personas que podían descubrir el mensaje son aquéllas a las que tienen más ganas de matar: los expertos en nanotecnología de nuestro bando. Si se trata de ella, ¿por qué no sabe lo de la vacuna? «Estamos a nivel del mar, pero de alguna manera estamos a salvo.» Eso es lo que dice.

—Está aislada. Controlan todo lo que hace.

—¿De verdad crees que está viva?

—Sí. La cadena binaria va hacia atrás e incluso se divide en dos en treinta sitios, ocultos entre los ceros. Por eso los chinos no lo vieron. Puede que ni siquiera pensaran que fuera posible hacer tal cosa.

—Y sabemos que Freedman era la mejor —dijo Cam como si quisiera convencerse a sí mismo.

«¡Cree en mí!», pensó Ruth. Estaba poniéndose de su parte en contra de Foshtomi, incluso después de haber hecho de abogado del diablo, y Ruth le regaló una gran sonrisa de niña.

—¡No hay ninguna prueba de que no consiguiese llegar a una elevación! —dijo—. Sawyer lo hizo.

—Sawyer corrió a las montañas en cuanto pudo —respondió Cam tranquilamente—. Pero Freedman fue al centro de la ciudad a buscar al alcalde o a la policía. O eso es lo que nos dijo él, ¿recuerdas? Ella se quedó atrás.

—Tenemos que encontrarla.

Cuarenta minutos más tarde, la unidad de Foshtomi había hecho todo lo posible para sellar tres Humvees, un Ford Expedition y un camión del ejército de media tonelada. Sólo eran diecisiete. Foshtomi consideró dejar el camión, pero también querían llevar agua, gasolina y otras provisiones. También esperaba encontrar a más supervivientes y llevarlos con ellos.

Los vehículos eran un riesgo. Los soldados de Foshtomi no tenían ningún material para soldar; sólo contaban con las láminas de plástico utilizadas para los invernaderos y con una cantidad limitada de cinta adhesiva. Habían cubierto la mayoría de las puertas y juntas. Una vez dentro pensaban terminar el trabajo, pero si atravesaban una niebla invisible de nanotecnología, ¿bastaría con el plástico? Era lo único que podían hacer.

Ruth quería hablar con Cam a solas, pero primero estaba ocupado con el médico y luego Foshtomi quería comparar notas con él acerca de sus mapas. Ruth se llevó su portátil a un rincón junto a una de las sembradoras en un nuevo esfuerzo de encontrar códigos secundarios ocultos en el mensaje original. Si Freedman sabía cómo desactivar la plaga mental, ¿no habría grabado esa información también? ¿Y si los torpes despistes estaban hechos adrede? Ruth intentó escribir las primeras letras de una docena de palabras, después sólo las segundas letras, o las terceras, pero nada tenía sentido y se maldijo a sí misma.

«¡Piensa! Tienes que pensar como ella.»

Ruth decidió que si había un código adicional, no sería un juego de palabras. Freedman era siempre directa. Su trabajo era el mejor precisamente porque era muy racionalizado, y eso era algo que sólo podía hacer una persona que actuase de la misma manera. El segundo mensaje estaría inscrito en el cuerpo del nano del mismo modo que el primero, en código binario o en cualquier otro código físico como números en lugar de letras. ¿Había alguna otra configuración molecular que destacase? «¿Qué estoy pasando por alto?»

Cam se acercó a ella.

—Oye, hay un cambio de planes.

A Ruth se le aceleró la sangre al mirar más allá de su hombro y calcular a qué distancia se encontraban de todos los demás. A cuatro metros y medio. Bobbi estaba engullendo una taza de sopa de cebolla y Foshtomi se alejaba discutiendo con dos sargentos.

Ruth se acercó y apoyó las manos en los hombros de Cam. Después sonrió, y cuando el movimiento atrajo la mirada de él hacia sus labios, su sonrisa se ensanchó. Seguía siendo muy cauto con ella. Todavía tenía miedo. Y Ruth lo entendía. Ella misma se había estado castigando durante años también, pero quería parar ya. Quería ser feliz. ¿Tendrían alguna vez la oportunidad?

Ruth se puso de puntillas para igualar el metro ochenta de altura de Cam. Su entusiasmo era bueno, y aumentó cuando se asomó por un lado y vio que Bobbi les miraba ahora con un gesto de enfado. «Que lo desapruebe todo lo que quiera.» Después pegó su boca a la de Cam. El beso fue lento y dulce, y le partió el corazón. «Soy tuya —pensó—. Soy tuya si me aceptas. Ya lo sabes. Por favor, tienes que saberlo, Cam.»

No quería contrariarle, de modo que no dijo nada. Tal vez aquella intimidad ya fuese demasiado. Cam le apretó la mano al tiempo que se apartaba.

—Recoge tus cosas —dijo—. Foshtomi tiene a algunos de nuestros hombres en la radio y vamos a colaborar.

—¿De quién se trata? ¿Dónde se encuentran?

—De un grupo de mando a las afueras de Grand Lake. Foshtomi les ha dicho que tiene a una experta en nanotecnología y han usado el mismo código. Parece que ellos también cuentan con algunos científicos.

Foshtomi puso a Ruth en el segundo Humvee con la sargento Huff, Bobbi, Cam y ella misma. El tercer vehículo tenía el mismo número de personas porque la teniente consideraba que ésas eran las posiciones más seguras. El todoterreno civil sería el cuarto, tripulado sólo por dos hombres, y por último estaba el camión del ejército, cuya cabina estaba ocupada por Ingrid y dos soldados. El vehículo que iba a la delantera era el único Humvee que había sido equipado con un kit de blindaje FRAG 6. Todos los vehículos militarizados multipropósito eran todoterrenos de dos mil trescientos kilos, de techo rígido, con ruedas gruesas y chapa de acero, pero el FRAG 6 añadía quinientos kilos de metal, de modo que Foshtomi colocó ese Humvee delante sólo con un conductor y un operador de radio. Cuando partieron, el cielo empezó a descargar algunas motas de ceniza como una nieve negra. El viento no había conseguido arrastrar la radiación, y a Ruth le preocupaba aquello. ¿Y si la cosa empeoraba?

Daba gracias por sus amigos. Apretada en el asiento trasero junto a Cam y con Bobbi al otro lado, Ruth se alegraba de sentir su calor y su peso firme mientras conducían durante dos horas por carreteras que antes de la plaga les habrían llevado a su destino en cuarenta minutos. Tomando la 40 desde Willow Creek, y después de vuelta hacia Grand Lake, condujeron en dirección sur, este y luego norte de nuevo. La mayor parte del tiempo extra lo pasaron ocultándose de dos jets chinos. Foshtomi detuvo el convoy cuatro veces mientras los cazas patrullaban en el aire, unas veces con todos los vehículos pegados y otras separados y estacionados en ángulos al azar como si fueran restos abandonados. Ayudaba el hecho de que los antiguos y eternos embotellamientos de años atrás habían sido arrasados en aquellas carreteras, de modo que los bordes de la carretera estaban llenos de coches y de cascos quemados. Los motores habrían sido claramente visibles con los infrarrojos, pero los chinos debían de estar completamente centrados en los lanzamientos de misiles norteamericanos y en los aviones. Además, la cobertura orbital se veía dificultada por el cielo contaminado. Si el enemigo estaba controlando aquella área por vía satélite, sus capacidades tenían demasiada presión como para preocuparse por unos pocos Humvees. Muchos de los viejos vehículos contenían esqueletos. Los muertos dejados por la plaga de máquinas nunca se habían recogido. Era demasiado trabajo, de modo que los coches abollados seguían plagados de fantasmas atrapados en un grito. Los esqueletos yacían desparramados a través de los cristales rotos y las puertas.

La primera vez que Ruth vio unos restos con gente viva dentro pensó que estaba alucinando. Todos estaban nerviosos, esperando a que los reactores ladeasen hacia ellos y descendiesen. Después vio una caravana blanca con tres sombras agachadas juntas junto a las puertas traseras. El Humvee delantero ya había pasado el vehículo, pero la gente en su interior no se había levantado. Sólo una de ellos levantó la cabeza.

—Mirad —dijo Ruth—. ¿Qué están haciendo?

Foshtomi también pasó sin incidentes, pero la sargento Huff cogió el transmisor de la radio y dijo:

—Aquí Dos. Estad alerta. Tenemos zombies a ambos lados.

Ruth miró hacia el otro lado. Huff tenía razón. Al menos una persona estaba tirada dentro de un Toyota rojo al otro lado de la carretera. Después vio a una más en una camioneta de color canela. «Es como si este lugar fuese una especie de campamento», pensó.

—¿Están bien? —preguntó Bobbi—. ¿Creéis que no están infectados?

—No. Sus rostros...

No todos los infectados habían escogido bien sus refugios. Minutos más tarde, Ruth vio dos cuerpos recientes y flácidos delante de un Sedán. Estaban inmóviles, salvo por una ascendiente alfombra de hormigas negras.

También había zombies en la carretera. Se arrastraban cuesta arriba con los brazos extendidos para mantener el equilibrio y se giraban para recibir a los vehículos que llegaban con el mismo torpe instinto. «Están tan limitados —pensó Ruth—. Oyen un ruido o ven movimiento y van hacia él.»

Foshtomi intentó evitarlos.

—¡Apartad, estúpidos de mierda! —dijo—. ¡Apartad! ¡Apartad!

Entonces les golpeó. La teniente frenaba o torcía si podía, y en una ocasión incluso ordenó al convoy que abandonase la carretera por completo, retirándose al arcén para sortear a una docena de personas. Ruth sabía que su intención era más proteger sus vehículos que salvar las vidas de aquellos desconocidos. Incluso en segunda, Foshtomi atropelló a ocho personas a la vez. Ruth no olvidaría aquello jamás. El terrible golpe sordo de un cuerpo al impactar contra el guardabarros del Humvee era nauseabundo.

Una mujer desnuda impactó contra el capó y dejó una salpicadura de sangre. En otra ocasión, el eje trasero saltó y golpeteó en el suelo, y Ruth gritó, sentada tan sólo a unos centímetros por encima de alguien atrapado bajo el vehículo con una pierna o un brazo enganchado en el hueco de la rueda. Cam abrazó a Ruth y a Bobbi después de aquella experiencia y Ruth se pegó a él con una expresión de auténtico pánico. «No pienses en ello. No pienses en ello. No pienses en ello.»

Para entonces ya estaban conduciendo cuesta arriba de nuevo, apresurándose hacia la azul extensión de agua que daba a Grand Lake su nombre. Los soldados de Foshtomi interrumpieron el silencio por radio de nuevo y volvieron a alertarse entre ellos de la presencia de más infectados, muchos de ellos resguardados en «campamentos» a lo largo de la carretera, dormidos en coches abandonados o acurrucados al borde de la carretera contra los guardarraíles o los árboles. ¿Se estaban comunicando los infectados entre sí? Les resultaría imposible establecer algún tipo de orden social debido a su limitada coherencia. Como el ganado o las ovejas, se agrupaban porque les parecía más seguro que estar solos. Una manada de fantasmas. ¿Hasta qué punto eran conscientes? ¿Estaban todos gritando por dentro?

Ruth intentó mantenerse ocupada pensando en Kendra Freedman e intentó disfrutar del brazo de Cam sobre sus hombros.

«Demasiados infectados actúan de manera diferente», pensó.

—Esa gente cobijándose, eso es nuevo —dijo sin levantar la vista del abrazo de Cam—. Apenas han advertido nuestra presencia. Son dóciles. Debieron de haber llegado andando hasta aquí anoche. Hay algo diferente.

—Aparta —dijo Foshtomi en el asiento delantero—. ¡Aparta!

—Tal vez sólo estén cansados y hambrientos —dijo Ruth—. ¿Y si la plaga mental tuviese una segunda fase? Si los chinos quisieran matarnos...

—¡Aparta!

El Humvee se sacudió cuando Foshtomi atropelló a otra persona y Ruth alzó la voz desesperada.

—Si quisieran matarnos, todo el mundo tendría ataques o derrames cerebrales. Eso es lo único que conseguiría la nanotecnología.

Cam intentó silenciarla.

—Shhh, Ruth —dijo, acariciándole la parte trasera del cuello.

—¡Nadie se ha preguntado qué es lo que hace! ¿No lo veis? La primera fase es sólo para extender la plaga. Están atrofiados y asustados. Van a por sus amigos. Pero ¿luego qué?

—Tal vez un arma lenta fuese lo mejor que consiguieron crear —dijo la sargento de Foshtomi, Tanya Huff.

Alta y fornida, Huff era una de las otras dos mujeres que formaban la unidad de Foshtomi. ¿Sería ése el motivo por el que la teniente le había asignado aquel Humvee?

—Yo creo que los chinos están esperando —repuso Ruth—. ¡Creo que todos los infectados se calmarán dentro de otras cinco o seis horas!

—Aquí Uno —crepitó la radio—. Nos estamos aproximando a la posición. Corto.

—Podría ser seguro esconderse —dijo Ruth—. ¿No os dais cuenta? La plaga es un arma para un primer golpe, pero sólo nos vuelve tontos. Fáciles de dominar. Después alcanza una segunda fase, y puede que hasta haya una tercera. Igual el aturdimiento se pasa y la gente recupera la coordinación, aunque siguen confundidos e influenciables. Son esclavos. También es autoselectiva. Sólo sobreviven los más fuertes. Así que tal vez deberíamos limitarnos a escondernos. Si esperamos unas horas, no tendremos que luchar contra nuestra propia gente además de contra los chinos...

—Haz que se calle —dijo Foshtomi mientras frenaba y giraba a la derecha—. Quiero establecer un perímetro, pero nos quedaremos en los vehículos.

—Sí, señora. —Huff agarró el transmisor de nuevo—. Aquí Dos —dijo—. Formad un círculo pero permaneced en los coches. Buscad aviones. No malgastéis las armas. Recordad que estamos buscando aliados en el terreno.

—Aquí Cinco —contestó la radio—. Tenemos zombies a ciento ochenta metros por detrás.

—Mierda. —Foshtomi detuvo el Humvee—. Probablemente tengamos que ir cuesta arriba si podemos, pero no sé si el vehículo Cinco lo logrará. Traer ese camión ha sido una mala idea. Contacta con Víbora primero. ¿Sigue conectado?

Ruth apenas escuchaba. «Dios mío», pensó. Si estaba en lo cierto, los chinos no sólo obtendrían decenas de miles de esclavos con la victoria. También concubinas, y la idea le oprimía el pecho con fuerza.

—Será incluso peor para las mujeres —prosiguió Ruth—. Recordad lo que sucedió en los campos de trabajo. Había violaciones y embarazos forzados...

—Ahora no —dijo Foshtomi—. Joder.

Ruth levantó la cabeza por fin. Se sorprendió al ver un edificio de ladrillo a un lado del vehículo, un viejo banco que Foshtomi estaba usando para resguardarse. Alrededor sólo había ruinas, las formas cuadradas de los cimientos se perdían entre la maleza. Se encontraban entre los restos de la antigua ciudad de Grand Lake, que se había desmantelado en su mayoría para obtener material de construcción. Eso significaba que estaban a tan sólo unos diez kilómetros de los picos donde había sido invadida la base militar.

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