Es por ti (35 page)

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Authors: Ana Iturgaiz

Tags: #Romántico

—Vosotros podéis marcharos —dijo en dirección a sus hombres—. Yo les acompaño.

Martín exhaló aire con toda la fuerza que los pulmones le permitieron. Volvió a mirar el reloj. Luz tendría que esperar un poco más.

Capítulo 19

Luz se movía con cautela. Había decidido recorrer el templo por una de las naves laterales. Sería más discreto y menos arriesgado.

—¡Cuidado! —gritó alguien a su lado.

Le dio tiempo justo a retroceder un par de pasos antes de que un enorme panel de madera se desplomara a sus pies, levantando una sofocante nube de polvo.

—¿Está usted bien? —preguntó una voz a su espalda. Se giró y vio a un hombre de mediana edad que se encaraba con otros dos—. Pero ¿qué estáis haciendo? ¿¡Es que no sabéis lo que significa
sujetar con todas vuestras fuerzas
!?

El deseo de Luz de pasar desapercibida acababa de irse al traste. Varias personas se acercaban para ver si le había sucedido algo. La mujer mandona lideraba el grupo.

—¿Ha sucedido algo grave?

Luz negó con la cabeza al tiempo que el estómago le comenzaba a dar vueltas. La acababan de pillar.

—La señorita está bien —se apresuró a decir el hombre que había gritado a los otros dos—, ¿verdad?

Luz asintió. La mujer se acercó aún más.

—No puede estar aquí. La iglesia no se puede visitar. Estamos trabajando —anunció con gesto severo.

—Lo sé. Soy de... —Los ojos de Luz se posaron en el apartado de patrocinadores de un enorme cartel que colgaba de uno de los pilares centrales del templo— del Museo de Arte Sacro.

La mujer pareció sorprendida y ella rezó para que lo que acababa de decir no fuera un disparate.

—Encantada. ¿Ha venido a ver los preparativos? —le preguntó con una sonrisa forzada y la mano extendida de forma mecánica.

No le gusta que se metan en su terreno
.

—Sí. Me envían para cerciorarme de que las obras están debidamente atendidas —aventuró.

—Claro —dijo la otra mientras esbozaba otra sonrisa poco sincera.

Aquella mujer no era de las que les gustaba que controlaran su trabajo.

—¿No le habían anunciado que yo iba a venir?

Tenía que haberse mordido la lengua. Se estaba metiendo en terreno pantanoso, sin embargo, no pudo evitar torturar a aquella amargada un poco más.

—Pues no. Nadie me había informado de su presencia.

—No habrán querido molestarla —comentó mientras dejaba pasear la mirada por el resto de los grupos que habían vuelto a su trabajo—. Si le parece voy a echar un vistazo.

—La acompaño —afirmó la mujer con rotundidad.

—No se moleste. Soy de las que prefiere comprobar por sí misma cómo y qué se está haciendo en los sitios adónde me envían.

Colocó la carpeta sobre el brazo izquierdo para dejar patente que estaba dispuesta a apuntar cualquier irregularidad que encontrara durante la inspección.

Su oponente frunció el ceño.

—Para cualquier cosa...

—La buscaré. No se preocupe.

La mujer se dio media vuelta con el mismo coraje con el que la había visto hacerlo antes, después de tratar con los operarios de las cajas. Luz la vio atravesar la nave central a grandes zancadas mientras una sonrisa malvada asomara a su boca.
¡Qué se fastidie, por soberbia!
La siguió con los ojos durante un par de minutos más y, después, desvió la mirada hacia el resto de los presentes.

Le había salido bien. ¡Ahora sí que tenía vía libre para campar a sus anchas por allí! Después de la hostil conversación con la jefa, nadie se atrevería a preguntarle quién era. La gente debería ser menos crédula y más precavida. Y se dispuso a disfrutar de su nueva identidad. Aunque ni ella misma supiera quién se suponía que era en realidad.

—Tengan cuidado con eso —gritó a los obreros que unos minutos antes casi la aplastan.

Un poco más adelante, ya habían montado un panel similar al que se le había venido encima instantes antes y, delante de él, una gran urna transparente sobre una columna. La vitrina estaba vacía, aunque un cartel adherido a ella indicaba la obra a la que estaba destinada. “Virgen de la Plaza. Siglo XIV. ElCiego” rezaba el rótulo. Por debajo, unas cuantas líneas explicaban las características de la talla. A sus pies, en una de las cajas de madera, se encontraba la citada virgen. La estatua estaba envuelta en plástico de burbujas y encajada en un armazón que la fijaba a la estructura. Se agachó para apreciar la figura.

—Es preciosa, ¿verdad? —comentó a su espalda un chico que se había aproximado.

Luz se incorporó. El chaval era guapo. Le echó la mejor de sus sonrisas.

—¿Cuándo la colocarán en su sitio?

—No lo haremos hasta el miércoles.

Decidida, abrió la carpeta para anotar lo que el joven le decía. Por suerte, encontró un bolígrafo en la parte interior. Las cosas le estaban saliendo a pedir de boca.

—Aha —murmuró mientras garabateaba lo que el joven le explicaba.

—Por ahora estamos instalando las vitrinas y situando cada obra en su lugar, pero no será hasta el día anterior a la apertura cuando las saquemos.

—¿Han llegado todas las... cosas?

Lo cierto era que ni siquiera sabía qué tipo de cosas se iban a poder ver en aquella exposición. Porque aquello era una exposición. Lo había podido leer en el cartel que había mirado apresurada cuando había aparecido el ogro.
El arte en las iglesias de la Rioja Alavesa
se llamaba la muestra.

—No, aún nos faltan un par de ellas. Por ahora tenemos lo de ElCiego —comentó señalando a la virgen que tenían delante—, Labraza, Lanciego, Moreda, Laguardia y esperamos que mañana esté aquí lo que envían de Yécora y de Lapuebla de Labarca.

Luz fingía escuchar con sumo interés lo que el chico le contaba y asentía como la profesional que aparentaba ser.

—¿Te llamabas? —le preguntó cuando el chico dejó de hablar.

—Óscar Elorduy —contestó él orgulloso.

Luz sonrió entre dientes. Si no se equivocaba, aquel jovenzuelo deseaba que su nombre apareciera en letras grandes en su supuesto informe, con una mención más que favorable por su ayuda. Dejó que lo creyera.

Apuntó el nombre en mayúsculas e hizo un círculo bien visible alrededor del mismo.

Comenzó a caminar despacio. El chico adaptó los pasos a los suyos y ambos continuaron juntos. Ella le dejó hablar y él no defraudó las expectativas. Le contó todo. De quién había sido la idea de montar la exposición; que llevaban casi dos años detrás de aquellas obras y solo entonces se había podido reunir a pesar de que apenas las separaban varios kilómetros; que al principio había otros patrocinadores, pero que se habían echado atrás en el momento en el que algunos ayuntamientos habían pedido cobrar por la “cesión” temporal de las mismas. Hasta le contó el cotilleo de que la
jefa
, como él llamaba a la
ogro
, había sido la segunda opción. Primero, se lo habían ofrecido a una experta en Arte medieval, profesora de la Universidad del País Vasco, pero esta lo había rechazado ante la imposibilidad de compaginar aquel trabajo con la labor docente.

Luz asumió con naturalidad toda la información que él le ofreció sobre la exposición. Se enteró de que se expondrían un total de veintitrés obras; que, aunque la mayoría de ellas eran tallas de madera, también había pinturas, grabados, joyas, cálices, relicarios y hasta un par de casullas —al parecer así se llamaba la ropa que los curas se ponían para dar misa— bordadas con hilos de oro y plata. Todo iba sobre ruedas. Literalmente. Hasta habían pasado al lado de la ogro sin que esta les echara el alto. Mejor imposible.

Habían dado la vuelta a la iglesia y se encontraban al lado de la puerta por la que había entrado. Ya había acabado su aventura. Solo le quedaba despedirse de la responsable y volver a recuperar el abrigo, el bolso y el teléfono —¿le habría llamado Martín?— cuando aquel tipo se dio la vuelta y se la quedó mirando. Fijamente.

En un primer momento, Luz no supo quién era aquel hombre que la observaba de esa manera tan descarada y con aquella expresión tan maliciosa. Su cara le sonaba, era cierto. Le sonaba mucho. ¿Lo conocía? Se parecía a Martín. De repente fue como si una ráfaga de aire acabara de barrer el interior de la iglesia. Estaba a punto de darse la vuelta y alejar los ojos de su expresión burlona cuando él se metió las manos en los bolsillos. Y lo reconoció.

¡Era el que Martín había fotografiado una y otra vez durante el fin de semana! aquel que ella insistía en que aparecía en las imágenes y que Martín había negado conocer.

Por la forma en la que él la sonrió supo que ella tampoco era para él una desconocida.

Y tuvo la certeza de que eso era lo peor que le podía haber pasado.

• • •

Y le entró una necesidad imperiosa de marcharse.

—Muchas gracias por todo, Óscar —anunció apresurada.

—¿No quieres ver nada más?

—Ya tengo todo lo necesario —comentó deprisa.

—Pero... ¿seguro que no hay nada más que necesites saber?

El chico era insistente. El caso es que era muy mono, pero ella lo que necesitaba ahora era quitárselo de encima y largarse de allí de una vez. Miró de reojo al otro hombre. Seguía en el mismo sitio y con la misma postura amenazadora.

Echó un vistazo a su alrededor y se agarró a la única tabla de salvación que encontró en ese momento. La ogro miraba hacia ellos con cara de pocos amigos.

—Creo que te necesitan por allí.

Óscar era de los que sabían moverse en aguas turbulentas y decidió que ya era hora de volver a subirse a su barquichuela y aprovechar la corriente.

—Sí, es cierto. Mi tiempo de esparcimiento ya ha finalizado. Encantado de conocerte —se despidió, no sin antes plantarle dos fogosos besos en las mejillas.

Luz caminó deprisa hasta las escaleras del coro para recoger sus cosas. Respiró tranquila cuando vio que seguían en el mismo sitio en el que las había dejado. Se desembarazó del disfraz y arrojó la bata a un rincón, sin preocuparse de dónde caía. Se puso el abrigo y se colgó el bolso de cualquier manera.

Le quedaban dos pasos para atravesar la puerta. En un segundo volvería a estar delante de la portada principal y, un instante después, saldría a la seguridad de la calle. Error. No llegó nunca a su destino. Una zarpa de piedra la sujetó por el hombro y la dejó clavada en el suelo.

—¿Adónde crees que vas, guapa?

Su corazón amenazaba con desprenderse del pecho. Temió que si abría la boca, se le saldría por la garganta.

—¿A la calle? —preguntó con un hilo de voz mientras volvía la cabeza solo para ratificar lo que ya sabía.

Sí, era él. Pero, ¿quién? En realidad no tenía ni idea de quién era aquel tipo.

—En eso estamos de acuerdo. Te vas a la calle, pero no sola.

¿Era aquello una amenaza?

—Ahí fuera está mi novio —aseguró ella en un tono de voz que pretendía ser firme y sereno y le salió inconsistente y tembloroso.

El tipo la empujó instándola, de muy malas formas, a que avanzara. Ella tropezó al atravesar el hueco de la puerta.

—¿Quién? ¿Ese nenaza que lleva a una mujer para que le proteja en sus investigaciones?

Luz volvió la cabeza.

—Le conoces. ¿Trabaja contigo?

La carcajada resonó bajo las piedras de la bóveda que protegía la portada, que había admirado embelesada un rato antes.

—Digamos, más bien que está en el bando contrario —apostilló mientras le propinaba otro empujón para obligarle a acercarse a la salida—. ¡Sal!

Ella obedeció. No le quedaba más remedio. Era eso o ponerse a gritar como una loca y rezar para que el bueno de Óscar apareciera antes de que aquel energúmeno malnacido le echara las manos al cuello.

En la calle, hacía más frío que antes. La niebla se había echado sobre Laguardia. Bajó los tres escalones de la iglesia con la esperanza de que el desgraciado que la estaba raptando —porque aquello era un secuestro en toda regla, ¿o no?— diera un traspiés y se dejara los dientes en el suelo.

No tuvo suerte. El secuestrador la dirigía hacia un pequeño jardín en uno de los costados de la iglesia. Recordó que en medio de aquellos parterres había una curiosa escultura; una mesa de metal llena de zapatos y bolsos hechos del mismo material. Igual se podía lanzar al suelo, esconderse debajo, sacar el móvil y llamar a Martín.

Llamar a Martín
. No se le había ocurrido hasta entonces. Metió la mano en el bolso y comenzó a buscarlo. Sin dejar de tantear el fondo, se prometió ser más ordenada en el futuro.

—Ni se te ocurra hacerlo, ricura.

Luz sintió una áspera mano que apretaba la suya.

—Buscaba un pañuelo —se excusó con aire inocente.

—Y yo soy Teresa de Calcuta —puntualizó él a la vez que le vio hacer un gesto para sostener un paquete que sujetaba bajo el brazo derecho.

Luz descubrió entonces que el tipo no había salido de la iglesia con las manos vacías. Al parecer, se había llevado lo que había ido a buscar. Estaba a punto de contestar cuando el tipo se detuvo.

—¿Qué pasa?

—Nada. Sigue adelante.

—Viene alguien —exclamó ella al oír voces y se dio la vuelta en dirección a la Calle Mayor—. ¡Aquí!

—Vuelve a decir una sola palabra más y te rajo de arriba abajo—. Luz se habría callado solo con haber percibido el peligroso y amenazador tono, pero sentir la punta de un cuchillo de monte a la altura del hígado la persuadió definitivamente—. Continúa. Te quiero más callada que una muerta.

Ella asintió, aterrorizada, y volvió a caminar. Cuando llegaron al borde de las escaleras que conducían fuera de la muralla, se giró ligeramente y miró hacia atrás. Varias personas acababan de hacer aparición y se habían quedado delante de la puerta del templo.

Demasiado tarde
, fue lo último que pasó por su mente antes de ser impulsada escaleras abajo.

• • •

A Martín le había parecido escuchar la voz de Luz. Por ello, se había adelantado unos pasos, pero cuando llegó delante de la iglesia no encontró a nadie.

La había llamado por teléfono nada más salir de la oficina de turismo para avisarle de que todavía tardaría un rato más, pero ella no le había contestado. No se quería ni imaginar su mal humor por haberla abandonado durante toda la tarde sin tener nada que hacer y sin poder marcharse. Y él ya estaba bastante enfadado consigo mismo por haberla involucrado. No le vendría mal tener un rato más para pensar en cómo encarar el asunto.

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