Espía de Dios (14 page)

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Authors: Juan Gómez-Jurado

Tags: #thriller

Mierda, espero que no sea demasiado tarde.

—¿Han traído la «llave maestra»
[22]
?

Uno de los policías le mostró una palanca de acero terminada en doble punta. La llevaba pegada a la pierna, disimulándola de las múltiples miradas de los peregrinos de la calle, que ya empezaban a volver comprometida la situación del grupo. Paola señaló al agente que le había enseñado la barra de acero.

—Déme su radio.

El policía le tendió el auricular, que llevaba enganchado con un cable al dispositivo de su cinturón. Paola dictó unas instrucciones breves, precisas, al equipo de la otra entrada. Nadie debía mover un dedo hasta su llegada, y por supuesto nadie debía entrar ni salir.

—¿Podría alguien explicarme de qué va todo esto? —dijo Fowler, entre toses.

—Creemos que el sospechoso está ahí dentro, padre. Ahora se lo contaré más despacio. Por lo pronto quiero que se quede aquí fuera, esperando —dijo Paola. Hizo un gesto en dirección a la marea humana que les rodeaba. —Haga lo posible por distraerlos mientras rompemos la puerta. Ojala lleguemos a tiempo.

Fowler asintió. Miró en derredor, buscando un lugar al que encaramarse. No había ningún coche, ya que la calle estaba cortada al tráfico. Tenía que darse prisa. Solo había personas, así que eso usaría para elevarse. Vio no muy lejos a un peregrino alto y fuerte. Debía de medir metro noventa. Se le acercó y le dijo

—¿Crees que podrías alzarme a hombros?

El joven hizo gestos de no hablar italiano y Fowler le indicó por gestos lo que quería. El otro finalmente comprendió. Hincó la rodilla en tierra y alzó al sacerdote, sonriendo. Éste comenzó a entonar en latín el canto de comunión de la misa de difuntos

In paradisum deducant te angeli,

In tuo advente

Suscipiant te martyres…
[23]

Un montón de personas se giraron a mirarle. Fowler indicó por gestos a su sufrido portador que avanzase hasta el centro de la calle, alejando la atención de Paola y los demás. Algunos fieles, monjas y sacerdotes en su mayor parte, se unieron a su cántico en honor del papa fallecido por el cual esperaban a pie firme desde hacía muchas horas.

Aprovechando la distracción, entre los dos agentes abrieron la puerta de la sacristía con un crujido. Pudieron colarse dentro sin llamar la atención.

—Muchachos, hay un compañero dentro. Tengan mucho cuidado.

Entraron de uno en uno, primero Dicanti, como una exhalación, sacando la pistola. Dejó para los dos policías el registrar la sacristía, y salió a la iglesia. Miró apresurada en la capilla de Santo Tomás. Estaba vacía, aún cerrada por el precinto rojo de la UACV. Recorrió las capillas del lado izquierdo, arma en mano. Le hizo una seña a Dante, quien cruzó la iglesia, mirando en cada una de las capillas. Los rostros de los santos se removían inquietos en las paredes a la vacilante y enfermiza luz de los cientos de velas encendidas por todas partes. Ambos se encontraron en el pasillo central.

—¿Nada?

Dante negó con la cabeza.

Entonces lo vieron, escrito en el suelo, cerca de la entrada, al pie de la pila de agua bendita. Con grandes caracteres rojos, retorcidos estaba escrito

VEXILLA REGIS PRODEUNT INFERNI

—«Avanzan los estandartes del rey de los infiernos» —dijo una voz detrás de ellos.

Dante y la inspectora se dieron la vuelta, sobresaltados. Era Fowler, quien había conseguido finalizar el cántico y escabullirse dentro.

—Creí haberle dicho que se quedara fuera.

—Eso no importa ahora —dijo Dante, señalándole a Paola la trampilla abierta en el suelo—. Llamaré a los otros.

Paola tenía el gesto desencajado. Su corazón le decía que bajara allí inmediatamente, pero no se atrevía a hacerlo a oscuras. Dante fue hasta la puerta delantera y descorrió los cerrojos. Entraron dos de los agentes, dejando a los otros dos en la puerta. Dante consiguió que uno de ellos le prestase una MagLite que llevaba en el cinturón. Dicanti se la quitó de las manos y bajó delante de él, los músculos en tensión, el arma apuntando al frente. Fowler se quedó arriba, musitando una pequeña oración.

Al cabo de un rato emergió la cabeza de Paola, que salió a toda prisa a la calle. Dante salió despacio. Miró a Fowler y meneó la cabeza.

Paola escapó al aire libre, sollozando. Vomitó el desayuno lo más lejos que pudo de la puerta. Unos jóvenes con aspecto extranjero que esperaban en la cola se acercaron a interesarse por ella.

—¿Necesita ayuda?

Paola los alejó con un gesto. Junto a ella apareció Fowler, quien le tendió un pañuelo. Lo aceptó, y se limpió con él la bilis y las lágrimas. Las de fuera, porque las de dentro no podía sacárselas tan fácilmente. La cabeza le daba vueltas. No podía ser, no podía ser Pontiero la masa sanguinolenta que había encontrado atada a aquella columna. Maurizio Pontiero, superintendente, era un buen hombre, delgado y lleno de un constante, abrupto, simpático mal humor. Era un padre de familia, era un amigo, un compañero. En las tardes de lluvia se rebullía inquieto dentro del traje, era un colega, siempre pagaba los cafés, siempre estaba allí. Llevaba muchos años estando. No podía ser que dejase de respirar, convertido en aquel bulto informe. Intentó borrar aquella imagen de sus pupilas, sacudiendo la mano ante los ojos.

Y en aquel momento sonó su móvil. Lo sacó del bolsillo con gesto de disgusto, y se quedó paralizada. En la pantalla, la llamada entrante era de:

M. PONTIERO

Paola descolgó, muerta de miedo. Fowler la miró intrigado.

—¿Sí?

—Buenas tardes, inspectora. ¿Qué tal se encuentra?

—¿Quien es?

—Inspectora, por favor. Usted misma me pidió que le llamara a cualquier hora si recordaba algo. Acabo de recordar que he tenido que acabar con su compañero. Lo lamento de veras. Se cruzó en mi camino.

—Vamos a cogerle, Francesco. ¿O debería decir Viktor? —dijo Paola, escupiendo las palabras con rabia, con los ojos empapados en lágrimas, pero intentando mantener la calma, golpear donde dolía. Que supiera que su máscara había caído.

Hubo una breve pausa. Muy breve. No le había cogido por sorpresa en absoluto.

—Ah, si claro. Ya saben quien soy. Déle recuerdos de mi parte al padre Fowler. Ha perdido pelo desde que no nos vemos. Y a usted la veo más pálida.

Paola abrió mucho los ojos, sorprendida.

—¿Dónde está, maldito hijo de puta?

—¿No es evidente? Detrás de usted.

Paola miró a los miles de personas que abarrotaban la calle, cubiertos por sombreros, gorras, agitando banderas, bebiendo agua, rezando, cantando.

—¿Por qué no se acerca, padre? Podremos charlar un ratito.

—No, Paola, por desgracia me temo que he de permanecer alejado de ustedes un poco más. Ni por un segundo piensen que han realizado ningún avance con descubrir al bueno del hermano Francesco. Su vida se había agotado ya. En fin, he de dejarla. En breve tendrá noticias mías, descuide. Y no se preocupe, ya he perdonado su pequeña descortesía de antes. Usted es importante para mí.

Y colgó.

Dicanti se lanzó de cabeza a la multitud. Iba apartando gente sin ton ni son, buscando a los hombres de una cierta altura, sujetándolos por el brazo, dando la vuelta a los que miraban hacia otro lado, quitando sombreros, gorras. La gente se alejaba de ella. Estaba desquiciada, con la mirada perdida, dispuesta a examinar a todos los peregrinos uno a uno, si era preciso.

Fowler se abrió paso al corazón de la muchedumbre y la retuvo del brazo.

—Es inútil,
ispettora
.

—¡Suélteme!

—Paola. Déjalo. Se ha ido.

Dicanti se echó a llorar. Fowler la abrazó. A su alrededor, la gigantesca serpiente humana avanzaba, lentamente, hacia el cuerpo insepulto de Juan Pablo II. Y llevaba un asesino en su interior.

Instituto Saint Matthew

Silver Spring, Maryland

Enero de 1996

TRANSCRIPCIÓN DE LA ENTREVISTA NÚMERO 72 ENTRE EL

PACIENTE NÚMERO 3643 Y EL DOCTOR CANICE CONROY.

ASISTEN A LA MISMA EL DOCTOR FOWLER Y SALHER FANABARZRA

DR. CONROY:

Buenas tardes Viktor.

#3643:

Hola de nuevo.

DR. CONROY:

Día de terapia regresiva, Viktor.

(Omitimos de nuevo el procedimiento de hipnosis como en informes anteriores)

Sr. FANABARZRA:

Estamos en 1973, Viktor. A partir de ahora sólo escucharás mi voz y ninguna otra, ¿de acuerdo?

#3643:

Si.

Sr. FANABARZRA:

Ahora ya no puede oírles, caballeros.

DR. CONROY:

El otro día le hicimos un test de manchas Rorschach. Viktor participó en la prueba con normalidad, señalando los habituales pájaros y flores. Sólo en dos me dijo que no veía nada. Tome usted nota, padre Fowler: cuando Viktor parece no demostrar interés por algo es que ese algo le afecta profundamente. Lo que pretendo es provocar esa respuesta durante el estado de regresión, para conocer su origen.

DR. FOWLER:

Discrepo de la bondad del método, por más que sea empíricamente posible. En estado regresivo el paciente no dispone de tantos recursos defensivos como en su estado normal. El riesgo de causarle un trauma es demasiado alto.

DR. CONROY:

Esos mismos recursos hacen impracticable su cerebro. Usted sabe que este paciente sufre un profundo rechazo hacia determinados episodios de su vida. Hemos de tirar las barreras, descubrir el origen de su mal.

DR. FOWLER:

¿A cualquier precio?

Sr. FANABARZRA:

Caballeros, no discutan. En cualquier caso es imposible mostrarle las imágenes ya que el paciente no puede abrir los ojos.

DR. CONROY:

Pero podremos describírselas. Proceda, Fanabarzra.

Sr. FANABARZRA:

A sus órdenes. Viktor, estás en 1973. Quiero que vayamos a un lugar que te guste. ¿Cuál escogemos?

#3643:

La escalera de incendios.

Sr. FANABARZRA:

¿Pasas mucho tiempo en la escalera?

#3643:

Si.

Sr. FANABARZRA:

Explícame por qué.

#3643:

Hay mucho aire. No huele mal. En casa huele a podrido.

Sr. FANABARZRA:

¿A podrido?

#3643:

Igual que una fruta pasada. El olor viene de la cama de Emil.

Sr. FANABARZRA:

¿Tu hermano está enfermo?

#3643:

Está enfermo. No sabemos de qué. Nadie le cuida. Mi madre dice que está poseído. No soporta la luz y le dan tembleques. El cuello le duele.

DR. CONROY:

Son los síntomas de la meningitis. Fotofobia, cuello rígido, convulsiones.

Sr. FANABARZRA:

¿Nadie cuida a tu hermano?

#3643:

Mi madre, cuando se acuerda. Le da manzanas trituradas. Tiene diarrea y mi padre no quiere saber nada. Yo le odio. El me mira y me dice que le limpie. No quiero, me da asco. Mi madre me dice que haga algo. Yo no quiero y me empuja contra el radiador.

DR. CONROY:

Ya hemos documentado los malos tratos. Vamos a averiguar qué le hacen sentir las imágenes del test de Rorschach. Particularmente me preocupa ésta.

Sr. FANABARZRA:

Volvamos a la escalera de incendios. Siéntate allí. Dime lo que sientes.

#3643:

Aire. El metal bajo los pies. Puedo oler los guisos de los judíos del edificio de enfrente.

Sr. FANABARZRA:

Ahora quiero que te imagines algo. Una gran mancha negra, muy grande. Ocupa todo lo que tienes enfrente. En la parte inferior de la mancha hay una pequeña forma ovalada blanca. ¿Te sugiere algo?

#3643:

La oscuridad. Solo en el armario.

DR. CONROY:

Atentos, creo que tenemos algo.

Sr. FANABARZRA:

¿Qué haces en el armario?

#3643:

Me han encerrado. Estoy solo.

DR. FOWLER:

Por Dios, doctor Conroy, mire su cara. Está sufriendo.

DR. CONROY:

Cállese Fowler. Llegaremos donde tengamos que llegar. Fanabarzra, le escribiré mis preguntas en ésta pizarra. Léalas textualmente, ¿de acuerdo?

Sr. FANABARZRA:

Viktor, ¿recuerdas lo que ocurrió antes de que te encerraran en el armario?

#3643:

Muchas cosas. Emil murió.

Sr. FANABARZRA:

¿Cómo murió Emil?

#3643:

Me han encerrado. Estoy solo.

Sr. FANABARZRA:

Lo sé, Viktor. Dime cómo murió Emil.

#3643:

Estaba en nuestra habitación. Papá veía la tele, mamá no estaba. Yo estaba en la escalera. Oí un ruido.

Sr. FANABARZRA:

¿Qué clase de ruido?

#3643:

Como un globo al que se le sale el aire. Metí la cabeza en la habitación. Emil estaba muy blanco. Fui al salón. Hablé a mi padre y me tiró una lata de cerveza.

Sr. FANABARZRA:

¿Te dio?

#3643:

En la cabeza. Sangra. Yo lloro. Mi padre se levanta, levanta un brazo. Le digo lo de Emil. Se enfada mucho. Me dice que es mi culpa. Que Emil estaba a mi cargo. Que merezco un castigo. Y empieza de nuevo.

Sr. FANABARZRA:

¿Es el castigo de siempre? ¿Te toca ahí?

#3643:

Me duele. Sangro por la cabeza y por el culo. Pero se interrumpe.

Sr. FANABARZRA:

¿Por qué se interrumpe?

#3643:

Oigo la voz de mamá. Le grita cosas a terribles a papá. Cosas que yo no entiendo. Mi padre le dice que ella ya lo sabía. Mi madre chilla y llama a Emil a gritos. Yo se que Emil no puede oírla y me alegro muchísimo. Entonces ella me agarra por el pelo y me arroja dentro del armario. Yo grito y me asusto. Golpeo la puerta un buen rato. Ella la abre y me enseña un cuchillo. Me dice que como abra la boca me lo clavará.

Sr. FANABARZRA:

¿Y tu qué haces?

#3643:

Estoy en silencio. Estoy solo. Oigo voces fuera. Voces desconocidas. Están varias horas. Yo sigo dentro.

DR. CONROY:

Debieron ser las voces de los servicios de emergencia retirando el cadáver del hermano.

Sr. FANABARZRA:

¿Cuánto tiempo estás dentro del armario?

#3643:

Mucho tiempo. Estoy solo. Mi madre abre la puerta. Me dice que he sido muy malo. Que Dios no quiere a los niños malos que provocan a sus papás. Que voy a aprender el castigo que Dios reserva a los que se portan mal. Me da una lata vieja. Me dice que haga ahí mis cosas. Por las mañanas me da un vaso de agua, pan y queso.

Sr. FANABARZRA:

¿Pero cuantos días estuviste allí?

#3643:

Fueron muchas mañanas.

Sr. FANABARZRA:

¿No tenías un reloj? ¿No podías contar el tiempo?

#3643:

Intento contar, pero es demasiado. Si pego muy fuerte el oído a la pared puedo escuchar el transistor de la señora Berger. Es un poco sorda. A veces ponen béisbol.

Sr. FANABARZRA:

¿Cuántos partidos escuchaste?

#3643:

Once.

DR. FOWLER:

¡Dios mío, éste chico estuvo encerrado casi dos meses!

Sr. FANABARZRA:

¿No salías nunca?

#3643:

Una vez.

Sr. FANABARZRA:

¿Por qué saliste?

#3643:

Cometo un error. Le doy a la lata con el pie y la vuelco. El armario huele fatal. Vomito. Cuando mamá viene se enfada. Me hunde la cara en la porquería. Luego me saca del armario para limpiarlo.

Sr. FANABARZRA:

¿No intentas huir?

#3643:

No tengo donde ir. Mamá lo hace por mi bien.

Sr. FANABARZRA:

¿Y cuando te dejó salir?

#3643:

Un día. Me lleva al baño. Me limpia. Me dice que espera que haya aprendido la lección. Dice que el armario es el infierno y que será el sitio al que vaya si no soy bueno solo que no saldré nunca. Me pone su ropa. Me dice que yo debería haber sido una niña y que aún estamos a tiempo de arreglar eso. Me toca los bultos. Me dice que todo es inútil. Que iré al infierno de todas formas. Que no hay remedio para mí.

Sr. FANABARZRA:

¿Y tu padre?

#3643:

Papá no está. Se ha marchado.

DR. FOWLER:

Conroy, detenga esto inmediatamente. Observe su cara. El paciente está muy mal.

#3643:

Se ha marchado, marchado, marchado…

DR. FOWLER:

¡Conroy!

DR. CONROY:

Está bien. Fanabarzra, pare la grabación y sáquele del trance.

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