Eterna (10 page)

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Authors: Guillermo del Toro & Chuck Hogan

Tags: #Terror

Zack nunca había entrado en la jaula del leopardo. Miró la carpa de lona. Varios huesos de diferentes tamaños, restos de comidas anteriores, aparecían esparcidos amenazadoramente por el suelo.

Cuando lo había mirado a los ojos, antes de decidir si apretaba o no el gatillo, se había imaginado en un pequeño bosque persiguiendo al felino. El ruido de la puerta al cerrarse equivalía a una campana que avisaba de la cena, y de inmediato el leopardo se deslizó alrededor de una roca que le permitía comer sin ser visto por los visitantes del zoológico.

El felino se detuvo en seco, sorprendido al ver a Zack. Era la primera vez que no había una malla entre ellos. Bajó la cabeza como si tratara de entender este extraño giro de los acontecimientos, y Zack vio que había cometido un grave error. Apoyó la culata del fusil contra el hombro y apretó el gatillo sin apuntar al animal. No pasó nada. Volvió a presionar el gatillo, en vano.

Tanteó la palanca del cerrojo y tiró hacia atrás y luego lo deslizó hacia delante. Apretó el gatillo y el rifle saltó en sus manos. Corrió el cerrojo de nuevo, frenéticamente, y apretó el gatillo; los oídos le zumbaban a causa de la detonación. Corrió el cerrojo otra vez y volvió a apretar el gatillo, apoyándose en sus piernas para contrarrestar la fuerza del impacto. Repitió el procedimiento pero el cargador estaba vacío.

Entonces vio al leopardo de las nieves tendido a su lado. Se acercó tras advertir las manchas de sangre en el pelaje. Tenía los ojos cerrados, y sus poderosas extremidades estaban inertes.

Zack trepó a la roca y permaneció sentado allí con el rifle descargado en su regazo. Se estremeció y gritó, sobrecogido por la emoción. Se sintió triunfante y perdido al mismo tiempo. Contempló el zoológico desde la altura de la roca. Había comenzado a llover.

A partir de ese momento las cosas empezaron a cambiar para Zack. Su rifle solo era de cuatro cargas, y durante un tiempo afinó su puntería eligiendo como blancos los letreros, bancos y ramas del zoológico. Luego empezó a correr más riesgos. Recorría los antiguos senderos y las calles vacías de Central Park en una bicicleta desvencijada, alrededor del Great Lawn, entre los restos de los cadáveres colgados o de las cenizas de las piras funerarias. Cuando se aventuraba a salir por la noche, apagaba los faros de la bicicleta. Era un momento emocionante y mágico. Zack no sentía miedo, pues estaba protegido por el Amo.

Pero lo que sí sentía era la presencia de su madre. Su vínculo, que aún era fuerte incluso después de que ella se hubiera convertido, se había desvanecido con el tiempo. La criatura que en otro tiempo fuera Kelly Goodweather guardaba ahora un remoto parecido con la imagen de su madre. Estaba calva, con el cuero cabelludo completamente sucio, y sus labios no tenían el más mínimo asomo de brillo. El cartílago blando de la nariz y las orejas se descolgaba en unas excrecencias residuales, igual que la piel roja y andrajosa del cuello, su carúncula ondulante cuando movía la cabeza. Tenía el pecho plano, con los senos arrugados, mientras que los brazos y las piernas permanecían cubiertos con una suciedad tan espesa que ni la lluvia constante podía limpiarlos. Sus ojos eran dos esferas negras suspendidas en lechos de un rojo oscuro, esencialmente inertes, salvo en las contadas ocasiones en que Zack—tal vez solo en su imaginación— creía advertir en ellos un atisbo de reconocimiento. No era tanto una emoción o una expresión, sino la forma en que cierta sombra caía sobre su rostro, más propia de la oscuridad de su naturaleza vampírica que de su antigua condición humana. Eran momentos fugaces, cada vez más escasos, pero suficientes para él. En términos más psicológicos que físicos, su madre permanecía en la periferia de su nueva vida.

Aburrido, Zack apretó el émbolo de la máquina expendedora, y una barra de MilkyWay cayó al cajón. Se la comió mientras bajaba a la primera planta y salía en busca de alguna aventurilla. Justo en ese momento llegó Kelly, tanteando la superficie rocosa en la que se asentaba el castillo. Lo hizo con agilidad felina, escalando el esquisto húmedo aparentemente sin esfuerzo, moviendo sus pies descalzos y las garras de sus manos de una protuberancia a otra como si hubiera recorrido mil veces ese mismo camino. Cuando alcanzó la parte superior, saltó rápidamente sobre la pasarela, y los exploradores, semejantes a arañas, la siguieron, brincando a cuatro patas.

Mientras se le acercaba, bajo el dintel de la puerta donde escasamente se resguardaba de la lluvia, Zack vio que ella tenía la carúncula enrojecida e hinchada a pesar del polvo y la suciedad acumulada. Eso significaba que acababa de alimentarse.

—¿Satisfecha con tu comida, mamá? —preguntó él, asqueado. Aquel espantapájaros que una vez había sido su madre lo miró con ojos vacíos. Cada vez que él la miraba, sentía los mismos impulsos contradictorios: repugnancia y amor. Ella lo seguía durante varias horas, manteniendo ocasionalmente las distancias como una loba alerta. Y en cierta ocasión, Zack había sentido deseos de acariciarle la cabeza, pero terminó llorando.

Entró en el castillo sin mirar a Zack. Las pisadas húmedas de sus pies y el barro que los exploradores traían en las manos y en los pies aumentaban la capa de mugre que recubría las losas de piedra. Zack pensó en lo que sentía por Kelly, y quiso albergar un cariño real hacia ella o algo cercano a la veneración, una emoción que estuviera más allá del amor filial.

Zack sintió que una oleada de calor penetraba en el castillo húmedo, como la estela de un ser moviéndose con suma rapidez. El Amo acababa de regresar y un murmullo leve se coló en la mente de Zack. Vio a su madre subir las escaleras hacia las plantas superiores y decidió seguirla, pues quería conocer cuál era el motivo de tanta conmoción.

El Amo

EL AMO HABÍA ENTENDIDO EN OTRO TIEMPO LA VOZ DE DIOS. Al llevarla en su interior, conservó en cierto modo una pálida imitación de aquel estado de gracia. Después de todo, era un ser que podía verlo todo al mismo tiempo, y procesar en su mente las múltiples voces de sus súbditos. Al igual que Dios, la voz del Amo era un concierto de flujo y de contradicción; contenía la brisa y el huracán, la calma y el trueno, apareciendo y desapareciendo con el atardecer y el amanecer…

Pero la escala de la voz de Dios era omnipotente; no solo abarcaba a la Tierra y a los continentes, sino a todo el orbe. Y el Amo en cambio solo podía ser testigo de ella, pero ya no era capaz de asignarle un sentido, como tal vez pudo hacer al comienzo de los tiempos.

Esto es
—pensó por millonésima vez—
lo que significa perder el estado de gracia…

Y sin embargo, el Amo permanecía allí: controlando el planeta por medio de las observaciones de su progenie. Múltiples fuentes de entrada y una sola central de inteligencia. La mente del Amo tendía una red de vigilancia, oprimiendo al planeta Tierra en un puño trenzado con mil dedos.

Goodweather acababa de liberar a diecisiete siervos en la explosión del hospital. Diecisiete bajas, pero no tardarían en ser reemplazados; la aritmética de la infección era de vital importancia para el Amo.

Los exploradores buscaron afanosamente al prófugo en las calles circundantes, persiguiendo la esencia psíquica del epidemiólogo. Hasta el momento, no habían tenido suerte. La victoria del Amo estaba asegurada; la partida de ajedrez podía darse por concluida, salvo por la obstinada negativa de su rival a reconocer la derrota, lo que dejaba al Amo la monotonía de acorralar a la última pieza que quedaba sobre el tablero.

Esa pieza no era Goodweather, sino el
Occido lumen
, el único ejemplar existente del texto maldito. Al detallar el origen misterioso del Amo y de los Ancianos, el libro también contenía una indicación para liquidar al Amo: la localización exacta de su lugar de origen; si es que alguien podía encontrarlo.

Por fortuna, los actuales poseedores del libro eran «reses analfabetas». El volumen había sido robado durante la subasta por el viejo profesor Abraham Setrakian, quien en ese momento era el único ser humano sobre la faz de la Tierra con el conocimiento necesario para descifrar sus arcanos. Sin embargo, había tenido poco tiempo para estudiar el
Lumen
antes de su muerte. Y durante el breve lapso en que el Amo y Setrakian estuvieron vinculados a través de la posesión —aquellos momentos entre la conversión del profesor y su posterior aniquilación—, el Amo había aprendido, gracias al poder de su inteligencia compartida, cada fragmento de los conocimientos obtenidos por el profesor en el volumen con tapas de plata.

Todo, y sin embargo no era suficiente. La localización del origen del Amo —el mentado Sitio Negro— aún era desconocida para Setrakian en el momento de su conversión. Esto era frustrante, pero también demostró que su grupo de fieles simpatizantes tampoco conocían la ubicación. El conocimiento que el anciano tenía del folclore y de la historia de los clanes oscuros no tenía parangón entre sus congéneres, y todo eso había muerto con él como una llama que se apaga.

El Amo estaba seguro de que los partidarios de Setrakian serían incapaces de descifrar el misterio del libro aunque lo tuvieran en sus manos. Pero el Amo necesitaba las coordenadas con el fin de garantizar su seguridad para toda la eternidad. Solo un tonto dejaría algo de tanta importancia en manos del azar.

En el momento de la posesión, de una perfecta intimidad psicológica con Setrakian, el Amo conoció las identidades de los cómplices del anciano. La de Vasiliy Fet, el ucraniano, la de Nora Martínez y la de Augustin Elizalde.

Sin embargo, para el Amo ninguna resultaba tan irresistible como la que ya conocía: la del doctor Ephraim Goodweather. Lo que el Amo no sospechaba, y constituyó una sorpresa, era que Setrakian consideraba al epidemiólogo como el vínculo más fuerte entre ellos. A pesar de las debilidades obvias del galeno —su temperamento e inclinación a la bebida, sumados a la pérdida de su exesposa y de su hijo—, el anciano creía que era absolutamente incorruptible.

El Amo no era un ser propenso a las sorpresas. Existir durante tantos siglos convertía las sorpresas en algo aburrido, pero esta le molestó particularmente. ¿Cómo era posible? El Amo había reconocido a regañadientes la sabiduría de Setrakian, aun tratándose de un ser humano; y al igual que con el
Lumen
, su interés por Goodweather comenzó como un simple entretenimiento.

Y el entretenimiento dio paso a una persecución.

Y ahora esa persecución se había transformado en obsesión. Todos los seres humanos se desmoronaban al final. A veces tardaban solo unos minutos, a veces días, a veces décadas, pero el Amo siempre salía triunfante. Este era un ajedrez de resistencia. Disponía de mucho más tiempo que ellos, y su mente era mucho más aguda y estaba desprovista de ilusiones y esperanzas.

Esto fue lo que llevó al Amo a la progenie del médico. Este fue el motivo principal para no convertir al chico. La razón por la cual calmaba el malestar en los pulmones del muchacho con una gota de su preciada sangre cada semana, lo cual le permitía asomarse a la mente cálida y flexible de Zack.

Zack había respondido al poder del Amo. Y el Amo se valió de ello, involucrando al niño en los meandros de su mente; perturbando sus ideas ingenuas sobre la divinidad. Después de un periodo de miedo y de disgusto, el muchacho, con la ayuda del Amo, había llegado a sentir admiración y respeto por él. Las emociones empalagosas que alguna vez había sentido por su padre se habían reducido como un tumor irradiado con quimioterapia. La mente del muchacho era una masa hojaldrada que el Amo seguía amasando…

Normalmente, el Amo se encargaba de estos asuntos al final del proceso de transformación vampírica. En este caso tuvo la oportunidad inusual de participar en la degradación del hijo y sustituir lo supuestamente incorruptible. El Amo pudo experimentar esta pérdida gracias al vínculo de la alimentación sanguínea. Sintió el conflicto del chico al enfrentarse al leopardo de las nieves, percibiendo su miedo y su alegría. El Amo nunca había retenido antes a alguien con vida; nunca había querido que alguien conservara su condición humana. Ya lo había decidido: ese era el cuerpo que habitaría a continuación. Con esto en mente, básicamente el Amo estaba preparando al joven Zachary como anfitrión. Sabía que no debía ocupar el cuerpo de un chico menor de trece años. Entre las ventajas físicas estaban una energía ilimitada, articulaciones frescas y músculos flexibles que requerían poco mantenimiento. Pero eran más los inconvenientes derivados de tomar un cuerpo en pleno desarrollo, estructuralmente frágil y con una fuerza limitada. Y aunque el Amo ya no necesitaba una fuerza ni un tamaño descomunal —como le ocurrió con el cuerpo de Sardú, el anfitrión en el que viajó a Nueva York y que tuvo que abandonar después de ser envenenado por Setrakian—, tampoco requería unos atributos físicos ni una seducción extraordinaria, como cuando ocupó el cuerpo de Bolívar. Esperaría… Lo que el Amo buscaba era un cuerpo apto para sentirse cómodo en el futuro.

El Amo podía verse a sí mismo a través de los ojos de Zachary, bastante luminosos por naturaleza. El cuerpo de Bolívar le había sido muy útil, pues le pareció interesante notar la reacción del chico ante su presencia hipnótica. Después de todo, Bolívar era una presencia magnética. Una estrella del rock. Eso, combinado con la oscura agudeza del Amo, resultó irresistible para el muchacho.

Y lo mismo podría decirse en sentido contrario. El Amo se vio a sí mismo aconsejando a Zachary, no por afecto, sino como una persona adulta lo haría con su ser juvenil. Un diálogo como ese era insólito dentro de su prolongada existencia. A fin de cuentas, había convivido durante varios siglos con algunas de las almas más duras y despiadadas. Se había alineado con ellas, moldeándolas a su antojo. En materia de brutalidad, el Amo no tenía igual.

Sin embargo, la energía de Zack era pura, y su esencia similar a la de su padre. Una reserva perfecta para estudiar e infectar. Todo esto contribuía a la curiosidad del Amo hacia el joven Goodweather. A través de los siglos, el Amo había perfeccionado la técnica de interpretar a los humanos, no solo la comunicación no verbal, conocida como «saber», sino incluso sus omisiones. Un conductista puede anticipar o detectar una mentira por el concierto de microgestos que la transmiten. El Amo podía adivinarla dos segundos antes de oírla. No es que le importara que tuviera un sentido moral o de otro tipo. Pero detectar la verdad o la mentira en una alianza era vital para el Amo. Eso significaba tener acceso o no tenerlo: cooperación o peligro. Los humanos eran insectos para el Amo, que era un aplicado entomólogo. Esta disciplina había perdido todo encanto para él hacía unos mil años…, hasta ahora. Cuanto más se esforzaba Zachary Goodweather en ocultarle algo, más lograba el Amo penetrar en su mente, sin que el joven supiera que le decía al Amo todo lo que este necesitaba saber. Y por medio del joven Goodweather, el Amo estaba recopilando información sobre Ephraim. Era un nombre curioso. El segundo hijo de José y de Asenat, una mujer que fue visitada por un ángel. Ephraim, conocido únicamente por su descendencia, perdido en la Biblia, sin identidad ni propósito. El Amo sonrió.

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