Eterna (3 page)

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Authors: Guillermo del Toro & Chuck Hogan

Tags: #Terror

¿Dónde estaría Zack en aquel mismo instante? ¿Estaría detenido en algún lugar? ¿Estaría sufriendo torturas por ser hijo de su padre? Este tipo de pensamientos desgarraba la mente de Eph.

Lo que más le inquietaba era el hecho de no conocer el paradero de su hijo. Los demás —Fet, Nora y Gus— podían comprometerse plenamente con la resistencia y dedicarle toda su energía y concentración precisamente porque no tenían ningún ser querido retenido en esta guerra.

Visitar aquella habitación hacía que Eph se sintiera menos solo en este mundo atroz. Pero esta vez el efecto fue el contrario. Nunca se había sentido tan desamparado como en ese momento, allí de pie en el centro de la habitación.

Eph pensó una y otra vez en Matt, el novio de su exesposa —a quien había matado en la planta baja—, y recordó cómo solía obsesionarle la influencia que aquel hombre ejercía en la educación de Zack. Ahora tenía que pensar —cada día, cada hora— en qué infierno estaría viviendo su hijo, bajo el gobierno de aquel monstruo…

Abrumado por la incertidumbre, con el sudor resbalando por su espalda y sintiendo su olor nauseabundo, Eph escribió la misma pregunta que se repetía en todo el cuaderno, como si fuera un koan:

«¿Dónde está Zack?».

Repasó las entradas más recientes, tal como acostumbraba hacerlo. Vio una nota sobre Nora y procuró descifrar la letra.

«Morgue». «Cita». «Desplazamiento a la luz del sol».

Eph entrecerró los ojos tratando de recordar, y una sensación de ansiedad lo invadió.

Se suponía que debía encontrarse con Nora y con la señora Martínez en la vieja Oficina del Jefe de Medicina Forense. En Manhattan; hoy.

«¡Mierda!».

Eph agarró la bolsa y la hoja de plata vibró con un ruido metálico; pasó las correas por sus hombros, con las espadas como si fueran antenas recubiertas de cuero. Echó un vistazo a su alrededor antes de salir, reparando en el Transformer que estaba sobre el escritorio, al lado del reproductor de CD. Era Sideswipe; si es que Eph había leído correctamente la información de los Autobots en los libros de Zack. Se lo había regalado por su cumpleaños un par de años atrás. Una de las piernas del muñeco estaba separada del cuerpo a fuerza de tanto usarlo. Eph le movió los brazos, recordando la destreza con la que Zack transformaba el juguete de coche a robot y viceversa, como si fuese un maestro alineando las caras de un cubo Rubik.

«Feliz cumpleaños, Z», susurró Eph antes de meter el juguete en su bolsa de armas y encaminarse hacia la puerta.

Woodside

LA QUE HABÍA SIDO KELLY GOODWEATHER llegó a su antigua residencia apenas unos minutos después de que Eph saliera. Venía siguiéndole el rastro —a su Ser Querido— desde que había detectado su pulso sanguíneo, quince horas atrás. Pero al aclararse el cielo en el meridiano —las dos horas de sol exiguo filtrándose a través del manto de ceniza durante cada rotación planetaria—, tuvo que refugiarse bajo tierra, perdiendo un tiempo precioso. Sin embargo, ahora estaba cerca.

Dos exploradores de ojos negros —niños cegados por la oclusión solar que coincidió con la llegada del Amo a la ciudad de Nueva York, convertidos posteriormente por él y ahora dotados de una percepción amplificada gracias a una segunda visión—, pequeños y rápidos, inspeccionaron la acera y los vehículos abandonados como arañas hambrientas, sin notar nada extraño.

En circunstancias normales, la atracción innata de Kelly por su Ser Querido habría sido suficiente para rastrear y localizar a su exmarido. Pero la señal de Eph estaba debilitada y distorsionada por los efectos del alcohol etílico, los sedantes y los estimulantes en sus sistemas circulatorio y nervioso. La intoxicación alteraba las sinapsis del cerebro humano, ralentizando su ritmo de transferencia y ocultando sus señales, a semejanza de una interferencia en un canal de radio.

El Amo tenía un interés particular en Ephraim Goodweather, concretamente en vigilar sus movimientos diurnos. Por eso los exploradores —en otro tiempo hermano y hermana, y ahora idénticos: desprovistos de vello corporal, genitales y otros rasgos de la especie humana— fueron enviados por el Amo para ayudar a Kelly en su persecución. Comenzaron a correr por delante y por detrás, y a lo largo de la valla del jardín delantero de la casa, esperando a que Kelly los alcanzara.

Abrió la puerta y entró en la propiedad. Dio una vuelta alrededor de la casa, alerta ante posibles trampas. Una vez que comprobó que no había peligro, pasó la palma de su mano por la ventana de guillotina, rompiendo el cristal. Entonces abrió el cierre y levantó el marco de la ventana.

Los exploradores saltaron al interior, seguidos por Kelly, que levantó una de sus piernas sucias y desnudas, para deslizarse por la abertura de un metro cuadrado. Los exploradores treparon al sofá, olfateándolo como perros entrenados por la policía. Kelly permaneció completamente inmóvil, percibiendo con sus sentidos cada rincón de la vivienda. Confirmó que estaban solos, que ya era demasiado tarde. No obstante, sintió la presencia reciente de Eph. Tal vez había otras cosas que descubrir.

Los exploradores se deslizaron por el suelo hacia una ventana que daba al norte. Tocaron el cristal, como si estuvieran absorbiendo una sensación reciente y persistente, y acto seguido subieron las escaleras. Kelly los siguió, permitiéndoles que escudriñaran a su antojo. Cuando llegó junto a ellos, las criaturas saltaban alrededor del dormitorio con sus sentidos psíquicos agitados por la reciente presencia de Eph, como un par de animales salvajes azuzados por un impulso alienante.

Kelly se detuvo en el centro de la estancia con los brazos extendidos. El calor que emanaba de su cuerpo vampírico, con su metabolismo en llamas, hizo que la temperatura de la habitación aumentara de inmediato. A diferencia de Eph, Kelly no sentía ningún tipo de nostalgia humana. No sentía afinidad por su antiguo hogar, ningún remordimiento ni sensación de pérdida mientras permanecía allí, en la habitación de su hijo. Ya no sentía ninguna conexión con ese lugar ni tampoco con su «lamentable» pasado humano. La mariposa no mira hacia atrás a la oruga que fue con cariño ni nostalgia: simplemente continúa volando.

Un zumbido penetró en su ser; era una presencia dentro de su cabeza seguida de una brusca aceleración a lo largo de su cuerpo. Era el Amo, mirando a través de ella. Viendo con sus ojos. Observando lo que había estado a un paso de ser un triunfo.

Un momento privilegiado…

Y luego, de manera igualmente súbita, la presencia zumbadora desapareció. Kelly no sintió ningún reproche del Amo por haber fallado por unos pocos minutos en capturar a Eph. Ella solo se sentía útil. Entre todos cuantos le servían de este lado del mundo, Kelly tenía dos cosas que el Amo valoraba en sumo grado. La primera era su vínculo directo con Ephraim Goodweather.

La segunda era Zachary.

Sin embargo, Kelly sentía el dolor de querer —de necesitar— convertir a su hijo amado. El impulso se había atenuado, sin desaparecer del todo. Lo notaba a cada momento, como si fuera una parte incompleta de sí misma, un vacío que iba en contra de su naturaleza vampírica. Pero ella vivía esa agonía únicamente por una razón: porque el Amo lo exigía. Su sola voluntad inmaculada mantenía a raya la añoranza de Kelly, y por tanto, el chico seguía siendo humano. La exigencia del Amo debía de tener un propósito definido. Kelly confiaba en ello sin el menor asomo de duda, aunque el motivo no le hubiera sido revelado todavía.

Por ahora era suficiente con ver al niño sentado al lado del Amo.

Los exploradores saltaron a su alrededor mientras Kelly bajaba por la escalera. Salió por la ventana tal y como había entrado, casi sin interrumpir la marcha. Comenzaba a llover otra vez; las gotas gruesas y negras chocaban contra su cabeza y sus hombros, evaporándose en volutas de vapor. Cuando estuvo en la línea amarilla dibujada en el centro de la calle, percibió de nuevo la pista de Eph, su pulso sanguíneo cada vez más fuerte a medida que recuperaba la sobriedad.

Avanzó en medio de la lluvia acompañada por las criaturas frenéticas, dejando una estela de vapor a su paso. Se acercó a una estación de transporte público y sintió que su conexión psíquica con Eph empezaba a desvanecerse. Esto se debía a la distancia que los separaba. Él se había subido al metro.

Ni el menor vestigio de decepción nubló sus pensamientos. Kelly seguiría persiguiéndolo hasta que se reunieran de una vez para siempre. Le comunicó su informe al Amo y se dirigió a la estación en compañía de las criaturas.

Eph iba camino de regreso a Manhattan.

El Farrell

EL CABALLO EMBISTIÓ, dejando una espesa columna de humo negro y llamas de color naranja a su paso.

El caballo estaba en llamas.

Totalmente consumida, la bestia orgullosa galopaba con una urgencia que no nacía del dolor, sino del deseo. En la noche, visible a varios kilómetros de distancia, el caballo sin jinete ni montura corría a través de un paisaje llano y árido hacia la aldea. Hacia el observador.

Fet se quedó paralizado al ver aquello; sabía que vendría a por él. Lo presentía.

Al alcanzar las afueras de la aldea, con la velocidad de una flecha en llamas, el caballo galopante habló —en un sueño, naturalmente— y dijo: «Yo vivo».

Fet dormía en la litera de la cubierta inferior de un navío que se balanceaba una y otra vez. Las otras camas estaban plegadas a la pared. Era el único que ocupaba una litera.

El sueño —esencialmente el mismo— lo acosaba desde su juventud. Un caballo llameante corriendo hacia él con sus cascos flamígeros en medio de la noche oscura, que le despertaba justo antes de embestirlo. El desasosiego que sentía al despertar era fuerte y profundo; era el miedo de un niño.

Tanteó con una mano el paquete debajo de la litera. Estaba húmedo —todo en el barco lo estaba—, pero el nudo seguía apretado y el contenido intacto.

Iba a bordo del
Farrell
, un barco grande de pesca utilizado para el contrabando de marihuana, que seguía siendo un negocio rentable en el mercado negro. Era el último tramo de un viaje de regreso desde Islandia. Fet había concertado el precio del flete a cambio de una docena de armas pequeñas y munición suficiente para varios años. El mar era una de las pocas zonas del planeta que estaba fuera del alcance de los vampiros. Las drogas ilegales se habían vuelto muy escasas bajo la nueva prohibición, y el comercio estaba limitado a la cosecha individual de marihuana y a la elaboración casera de narcóticos como las metanfetaminas. Tenían montado un pequeño negocio paralelo comerciando con licor destilado ilegalmente, y en ese viaje llevaban algunas cajas de vodka islandés y ruso de buena calidad.

La misión de Fet en Islandia era doble. Su primera tarea consistió en ir a la Universidad de Reikiavik. En los meses siguientes al cataclismo vampírico, mientras aguardaba en un túnel bajo el río Hudson a que el aire de la superficie volviera a ser respirable, Fet había estado leyendo el libro por el que el profesor Abraham Setrakian había dado su vida. El mismo libro que el superviviente del Holocausto convertido en cazador de vampiros le había confiado única y exclusivamente a él.

Era el
Occido lumen
, traducido libremente como
La luz derrotada
. Un manuscrito de cuatrocientos ochenta y nueve folios en pergamino, con veinte páginas ilustradas, encuadernado en cuero y cubierto con placas de plata pura para repeler a los vampiros. El
Lumen
era un relato del surgimiento de los
strigoi
, basado en una colección de tablillas de arcilla que databan de la antigua Mesopotamia, y que habían sido descubiertas en el interior de una cueva en las montañas de Zagros en 1508. Escritas en sumerio y extremadamente frágiles, las tablillas sobrevivieron más de un siglo hasta caer en manos de un rabino francés que se dedicó a descifrarlas en secreto, más de dos siglos antes de que el sumerio fuera ampliamente traducido. Posteriormente, el rabino le presentó su manuscrito iluminado al rey Luis XIV como regalo, y fue encarcelado de inmediato por ello.

Las tablillas originales fueron pulverizadas por orden real y el manuscrito se dio por perdido. La amante del rey, aficionada a las ciencias ocultas, recuperó el
Lumen
de un sótano del palacio en 1671, y desde entonces, el volumen cambió muchas veces de manos en la oscuridad, adquiriendo su reputación de ser un texto maldito. El
Lumen
reapareció brevemente en 1823, y de nuevo en 1911, coincidiendo cada vez con misteriosos brotes de enfermedades, antes de desaparecer de nuevo. El texto salió a subasta en el Sotheby’s de Manhattan unos diez días después de la llegada del Amo y del comienzo de la plaga vampírica, y tras una fuerte puja fue adquirido por Setrakian, quien contaba con el respaldo de los Ancianos y de toda su riqueza acumulada.

Setrakian, el profesor universitario que rehuyó la vida en sociedad después de la conversión de su amada esposa, obsesionado con cazar y destruir a los
strigoi
engendrados por el virus, consideraba el
Lumen
el único texto autorizado sobre la conspiración de los vampiros que habían invadido la Tierra durante la mayor parte de la historia de la humanidad. A la luz pública, la posición del anciano se reducía a la de propietario de una modesta casa de empeños en un sector pobre de Manhattan; sin embargo, en la trastienda escondía un arsenal de armas para combatir a los vampiros, así como una biblioteca de relatos antiguos y manuales sobre esta temible estirpe que había adquirido en todos los rincones del planeta tras varias décadas de búsqueda. Pero era tal su deseo de revelar los secretos contenidos en el interior del
Occido lumen
que dio su vida para que el libro se quedara en manos de Fet.

Durante esas largas y oscuras noches en el túnel debajo del río Hudson, a Fet se le había ocurrido que el
Lumen
tenía que haber sido subastado por alguien. Alguien había poseído el libro maldito, pero ¿quién? Fet pensó que quizá el vendedor tuviese algún conocimiento adicional de su poder y contenido. En el tiempo transcurrido desde la aparición del volumen, Fet lo había traducido diligentemente con la ayuda de un diccionario de latín. En una inspección del interior del edificio abandonado de Sotheby’s en el Upper East Side, Fet descubrió que la Universidad de Reikiavik era la beneficiaria anónima de la venta de aquel incunable. Sopesó con Nora las ventajas y desventajas de realizar este viaje, y decidieron que el largo periplo a Islandia era su única oportunidad de descubrir quién había puesto el libro en subasta.

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