Frío como el acero (37 page)

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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

—¿Hubo una investigación? —añadió Alex.

—¿Qué más me daban las investigaciones que no llevaban a ninguna parte? No quería encubrir la verdad, sólo quería venganza. —Cogió la mano de Finn—. Los dos la queríamos.

—Oliver, ¿no podríamos llevar ahora esta prueba a las autoridades? —preguntó Alex.

—Es lo que estaba pensando —añadió Annabelle.

Stone negó con la cabeza.

—No sabemos si la CIA y el presidente de entonces ordenaron esos asesinatos. Si los ordenaron, es posible que otras personas que todavía están en el Gobierno lo sepan.

—Y nosotros seremos los chivos expiatorios —dijo Alex lentamente.

—Y desaparecemos para siempre —dijo Lesya—. Mirad lo que le pasó a mi pobre esposo.

—Además, si saliera a la luz ahora podría desencadenar la Tercera Guerra Mundial —advirtió Stone—. Teniendo en cuenta la situación de la Rusia actual y la deteriorada imagen global de nuestro país, dudo que los rusos se tomaran a bien que nosotros hayamos matado a dos de sus líderes, aunque ello condujera al desmoronamiento de la Unión Soviética.

—¿Cuál es el plan entonces? —preguntó Alex.

—Tenemos que ponernos en contacto con Carter Gray, y creo que sé cómo hacerlo.

Stone acababa de empezar a presentar su plan cuando sonó el teléfono de Finn. Escuchó, colgó y miró a los demás. Palideció a ojos vista.

—Era Mandy. Mi hijo David no ha vuelto del supermercado.

—Carter Gray lo ha apresado. Como cebo —dijo Lesya con voz queda.

Finn se puso en pie.

—Entonces se acabó. Le pediré que me intercambie por mi hijo.

—Lo único que conseguirás es que muráis los dos —afirmó Stone—. Gray nunca permite que queden testigos sueltos.

—Debo recuperar a mi hijo —espetó Finn.

—Lo haremos, Harry. Te lo prometo —aseveró Stone.

—¿Cómo? —exclamó Lesya—. ¿Cómo lo harás si lo ha apresado Gray? Acabas de decir que no deja testigos con vida.

—Necesitamos a otra persona para el intercambio.

—¿Quién podría ser? —preguntó Reuben.

—Alguien a quien Gray no puede permitirse el lujo de perder.

—Roger Simpson —declaró Lesya al instante.

Finn se dio la vuelta rápidamente y miró a Stone.

—Y yo sé cómo pillar a ese hijo de puta.

86

Roger Simpson estaba sentado al escritorio en su despacho del edificio Hart trabajando en el ordenador cuando la pantalla se quedó negra. Al cabo de un instante apareció una foto.

Simpson lanzó un grito ahogado. La imagen de Rayfield Solomon se había materializado en la pantalla.

«¿Cómo es posible?»

A continuación aparecieron unas palabras en la parte inferior: «Espero que reconozcas a tu viejo amigo.»

—Pero ¿qué…? —dijo Simpson mirando alrededor—. ¿Qué coño es esto?

«¿Qué coño es esto?», dijo una voz que a punto estuvo de hacerlo caer de la silla. Procedía de la unidad inalámbrica que Finn había escondido cuando entró subrepticiamente en el despacho.

—¿Quién eres? ¿Dónde estás? —preguntó Simpson, atemorizado.

—Lo importante es que hay una bomba escondida en tu ordenador.

—¿Qué? —exclamó Simpson, levantándose a medias de la silla.

—Si intentas salir del despacho, explotará.

El senador volvió a sentarse.

—Pero si han registrado el despacho para ver si había alguna bomba.

—Desatornilla la parte trasera del ordenador. Hay un destornillador en el cajón del escritorio, lo comprobé cuando estuve allí.

—Pero yo…

—¡Obedece!

Con manos temblorosas, Simpson sacó el destornillador, quitó la tapa trasera y contempló el dispositivo colocado por Finn.

—Está diseñado para utilizar los componentes químicos y electrónicos de la CPU y provocar una reacción en cadena que desemboca en una gran explosión. Por cierto, también veo todo lo que haces, así que, si intentas desactivar la bomba, haré que explote, ¿comprendido?

Simpson asintió lentamente.

—No te limites a asentir, quiero oír como lo dices.

—Comprendido. Por el amor de Dios, lo he entendido.

—Dentro de un rato irá un hombre al despacho. Lo acompañarás sin oponer resistencia. Si intentas advertir a alguien, volaré la oficina. Cuando estés fuera, si intentas alguna jugarreta tu mujer morirá. ¿Lo has entendido?

—¿Tiene a Donna?

—La ex Miss Alabama está muy bien ahora mismo, situación que podría cambiar según tu nivel de cooperación. ¿Lo has entendido?

—Sí —repuso Simpson con voz derrotada.

—Bien. Ahora serénate y espera a tu visitante. Yo estaré escuchando y observando hasta que aparezca. Te dirá que te lleva a una reunión de urgencia a Langley para gestionar una repentina crisis, a la que asistirá el presidente del Comité de Inteligencia. Confirmarás a tu personal que es cierto. ¿Entendido?

—Sí.

Al cabo de unos minutos llamaron a la puerta. Poco después, el senador —pálido pero sereno— bajó en el ascensor junto con Stone, vestido con traje negro y gafas de sol. Subieron a un coche que conducía Reuben. Cuando el vehículo se puso en marcha, Stone se quitó las gafas y miró fijamente a Simpson.

—Hola, Roger, cuánto tiempo sin vernos.

—¿Le conoz…? —Se le cortó la respiración mientras Stone le taladraba con la mirada.

—Supongo que no he cambiado tanto —declaró Stone—. De hecho creo que cuando más envejecí fue cuando trabajaba para ti y Gray.

El senador empezó a balbucir:

—John, por favor, tienes que creerme, no tuve nada que ver con lo que os sucedió a ti y a tu esposa. Además, cuidamos de Jackie —añadió rápidamente—. La quisimos mucho.

Stone le propinó un fuerte codazo en las costillas.

—Mi hija se llamaba Elizabeth, no Jackie.

—Gray nos la entregó. No nos dijo que era tu hija. Hasta hace poco no lo sabía.

—¿Y quién ordenó que me liquidaran?

—Tengo mis sospechas —dijo Simpson.

—¿Gray?

—Podría ser. Dijo que querías dejar la Triple Seis. Eso no le gustó nada. Es la verdad.

—Al parecer no le gustó a muchas personas. Tú ordenaste la muerte de Andropov y Chernenko, ¿verdad?

Simpson estuvo a punto de atragantarse.

—¿Quién te ha dicho eso?

—¿La ordenaste o no?

—Es cosa del pasado. Pero si hice algo de tal envergadura, que no estoy diciendo que lo hiciera, habría estado debidamente autorizado por las más altas instancias.

—Seguro que te cubriste las espaldas. Hablé con Max Himmerling antes de que muriera.

A Simpson empezó a palpitarle la sien izquierda.

—¿Himmerling?

—Sí. Supongo que Gray ordenó matarle porque sabía que me lo contaría todo. Y Max sabía dónde estaban todos los trapos sucios.

—¿Qué te contó? —preguntó Simpson nervioso.

—Todo lo que necesitaba saber —repuso Stone con voz queda—. Como que fuisteis tú o Gray quienes ordenaron mi muerte.

El otro apenas podía articular palabra.

—¿Vas a matarme?

—Eso depende de ti. —Stone se puso las gafas de sol y se reclinó en el asiento—. ¿Hasta qué punto valora tu amistad Carter Gray? Si no muerde el anzuelo, no me sirves de nada.

—¡Bien podría ser el siguiente presidente! —espetó Simpson.

—Eso no me ayuda en nada.

87

Simpson habló lentamente por el teléfono. Seguía un guión. Si le entraban ganas de desviarse del guión, Stone le apuntaba con una pistola en la cabeza para disuadirle.

—Quieren que nos reunamos, Carter —dijo con voz tensa.

—No sé de qué estás hablando. ¿A quién te refieres?

—¡Ya sabes a quién!

—Pues diles, sean quienes sean, que si están grabando esta conversación, les deseo suerte cuando intenten usarla contra alguien.

—¡Joder, Carter, me han secuestrado!

—Puedo llamar al 911 si quieres. ¿Tienes idea de dónde estás retenido?

—Tienen algo que te interesa.

—¿Ah, sí?

—Saben lo de David.

—Insisto en que no sé de qué estás hablando.

—Tienen las órdenes que firmé, ya sabes cuáles.

—No, la verdad es que no.

—¡Tú autorizaste esa orden, Carter! —estalló Simpson.

—Aunque no sé de qué estás hablando, estoy abierto a un intercambio.

—Yo a cambio del chico.

—No; a cambio de las órdenes.

—¿Y yo qué?

—¿Y tú qué, Roger?

—Me matarán.

—No sabes cuánto lo siento. Pero has vivido muchos años y muy buenos. ¿Dónde quieren hacer el intercambio?

—¡Eres un hijo de puta!

Stone cogió el teléfono.

—Te llamaremos para decirte el lugar y la hora. Y te entregaremos a Simpson a cambio de nada. No tengo ningunas ganas de quedármelo.

—John, me alegra oír tu voz. ¿Sabes cuán difícil me pones las cosas?

—Parece que es para lo único que me sirve seguir vivo.

—Y por supuesto no pretenderás tenderme una emboscada, ¿verdad?

—Tendrás que jugártela, igual que yo.

—¿Y si no aparezco?

—Entonces enviaremos las órdenes de asesinar a Andropov y a Chernenko a cinco personas de Washington que no son precisamente amigos tuyos. Y luego podemos dejar que el distinguido senador te traicione para salvarse él. Creo que quedaría muy bien como testigo.

—¿Después de tantos años crees que a alguien le importará realmente?

—Vale, si crees que no importa, no te tomes la molestia de venir. Las enviaremos y que sea lo que Dios quiera. Cuídate, Carter.

—¡Un momento!

Hubo unos instantes de silencio.

—No oigo nada —dijo Stone.

—¿De dónde has sacado esas órdenes? ¿Lesya?

—No hace falta que lo sepas. Roger las ha visto. Y a juzgar por lo mucho que palideció, yo diría que él cree que importa mucho.

—Siempre fue un poco impresionable. No como tú o yo. Muy bien, John, pero si de verdad quieres negociar, tendrás que mejorar tu oferta. Quiero la grabación original que hiciste en Murder Mountain.

—Eso no es negociable.

—Oh, sí que lo es. Me costó mi carrera. Quiero recuperarla. Y no intentes hacer copias. Disponemos de tecnología que lo averigua.

—¿Y si no acepto?

—No hace falta que te diga las consecuencias, ¿verdad?

Stone miró a Finn.

—De acuerdo. Te llamaré para indicarte la hora y el lugar. Y tienes que venir en persona o no hay trato.

—Entonces prefiero elegir yo el sitio.

—Ya lo sé, por eso lo elijo yo. Una cosa más. Si le ocurre algo a David Finn, no saldrás de ésta con vida.

—Ya no eres como antes, John. Dispongo de cincuenta hombres tan buenos como fuiste tú.

—Déjalo en cuarenta y nueve. Me encontré con uno de tus mejores hombres hace un mes, un ex Triple Seis reconvertido en espía.

Gray colgó y se secó un reguero de sudor que le caía por la cara.

88

Aquella noche Reuben, Caleb y Alex trasladaron a Mandy y al resto de la familia Finn a otro lugar, tras extremar las precauciones para asegurarse de que no les seguían. También llevaron a Lesya para que estuviera con ellos. Caleb se quedó haciendo guardia con instrucciones estrictas de telefonear inmediatamente si veía algo sospechoso. Luego Reuben y Alex se marcharon para ayudar a los demás en los preparativos para el intercambio de Simpson y David Finn.

Al volver al sótano, Stone dejó muy claro que sólo él y Finn participarían directamente en el intercambio.

—Oliver —dijo Alex—, no sabes cuántos hombres llevará Gray. Recuerda que a Murder Mountain fueron muchos tíos armados hasta los dientes.

—Esta vez jugamos con ventaja. —Miró a Annabelle—. Sin embargo, necesitamos a alguien que se lleve a David. Por distintos motivos, vienes como anillo al dedo. ¿Estás dispuesta?

Alex se colocó entre los dos.

—Un momento. Si alguien va a entrar contigo, ese alguien seré yo, no Annabelle.

—Ella sólo sacará a David del edificio. Lo haremos de manera que no implique un enfrentamiento con Gray y sus hombres. —Miró otra vez a Annabelle—. Sé que tienes mucha sangre fría, pero no te pediría que hicieras esto si tuviera otra opción. —Y añadió—: Tampoco tienes motivos para ayudarme. Te dejé tirada cuando más me necesitabas.

Annabelle miró a Stone y luego a Alex.

—Bueno, el sustituto que te buscaste lo hizo muy bien. Así que estoy dispuesta. ¿Dónde se hará el intercambio?

—En el Centro de Visitantes del Capitolio —respondió Finn.

—Todavía no está acabado —dijo Milton.

—Precisamente por eso —repuso Stone.

Finn dio las explicaciones pertinentes:

—La empresa para la que trabajo ha estudiado el Centro de Visitantes para realizar una operación. Lo hacemos contratados por el Departamento de Seguridad Interior para valorar la seguridad de lugares de importancia. Aeropuertos, puertos, centrales nucleares, esa clase de instalaciones delicadas y estratégicas.

—Pero el Centro de Visitantes ni siquiera está abierto, como ha dicho Milton —observó Reuben—. ¿Por qué querrían los de Seguridad Interior ponerlo a prueba?

—Porque eso es lo que pensaría un terrorista. Atacar ahora, antes de que esté en pleno funcionamiento. Pero el motivo más importante es que el Centro de Visitantes se halla conectado por un túnel tanto con el edificio del Capitolio como con la Biblioteca del Congreso. Los terroristas podrían utilizarlo para atacar esos edificios. Ya he realizado numerosos reconocimientos del Centro de Visitantes. Sé cómo entrar y también cómo sacar a mi hijo.

—¿Cuándo será? —preguntó Annabelle.

—Mañana por la noche —respondió Stone.

—Pero es la noche del simulacro de atentado terrorista en el Capitolio. Nos avisaron hace algún tiempo. El sitio será un caos, Oliver. Ambulancias, policía, coches de bomberos, servicios de urgencias, una olla de grillos —replicó Alex.

—El caos siempre facilita la huida —observó Stone.

—Si es que lográis huir —intervino Annabelle—. Vais a entrar en un edificio inacabado y con pocas salidas para enfrentaros a un ejército de asesinos del Gobierno a las órdenes de un tío que parece astuto y despiadado como el que más.

—Lo has resumido muy bien —reconoció Stone.

—¿Cómo sabes que Gray no matará a Simpson? Quizá finja aceptar el intercambio y luego sus hombres os maten a todos.

—Todos se giraron para mirar a Milton. —Cuando pasas mucho tiempo con Oliver acabas volviéndote un poco paranoico.

Stone sonrió antes de responder.

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