Fuckowski - Memorias de un ingeniero

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Authors: Alfredo de Hoces García-Galán

Sarcásticas desventuras de un ingeniero bohemio encerrado en la cárcel de la imbecilidad corporativa.

Alfredo de Hoces García-Galán

Fuckowski

Memorias de un ingeniero

ePUB v1.4

Bercebus
12.11.11

PRÓLOGO

Alejandro Párraga

La escritura de un prólogo conlleva serias dificultades para aquel que ha de llevarla a cabo puesto que, si bien es cierto que a priori el efecto cardinal que debiera perseguirse es orientar al posible comprador e impulsarlo a su lectura, con frecuencia también lo es que el prologuista desatienda este aspecto y aproveche la parcelita de papel que le han cedido para darse lustre y acreditarse a sí mismo, rememorando sus propios inicios en el difícil y amazónico mundo de las letras, extendiéndose en cómo consiguió abrirse camino en él a golpe de machete, para finalmente dedicarse, en las últimas líneas, a decir, con paternales palmaditas de tinta, que el autor "promete" y algún que otro elogio más, dejado caer casi al descuido. Sin embargo éste no va a ser el caso, se lo aseguro; el motivo de que así no suceda no se debe tanto a mi modestia (confieso que, muy de cuando en cuando, también yo tengo de mis deslices de vanidad), como a la sencilla razón de que el libro que tiene ahora usted entre las manos es un auténtico torbellino, pura innovación, fractura e incendio de las anquilosadas normas literarias y que, cada uno de sus párrafos, está dotado de una anárquica expresividad lingüística altamente significativa pero, sobre todo, propia y original, de tal grandeza que, para mí, lo difícil sería irme por otros derroteros que no fuesen los de limitarme a escribir, escribir y seguir escribiendo acerca de las múltiples virtudes de
"Fuckowski, memorias de un ingeniero"
y, por ende, de su autor, Alfredo de Hoces García-Galán.

Desde que descubrí buceando entre las turbias aguas de Internet esta novela, por entonces aún condenada a ese incómodo formato
pedeefe
que cruelmente impedía su impresión y, por tanto, obligaba al lector a padecer la agonía de englutir el texto directamente desde la pantalla del monitor (modalidad que, en cambio, no me cabe duda, habrá supuesto las delicias de más de un oftalmólogo ávido de córneas chamuscadas), hasta el día de hoy, en que ya son numerosas las veces que he podido saborearla directamente del papel, siempre se me ha antojado que De Hoces debió dejarse llevar por el impulso onírico de su propia obra, consciente (y nunca más erróneamente) de que nadie iba a dar demasiada importancia a lo que estaba contando. De otro modo, no he sabido explicarme como puede haber un escritor, que sólo por tal condición debería estar condenado a ahogarse en sus oportunos y dolorosos engreimientos formales, sea capaz de burlarse tan descaradamente de las formas, etimologías, y hasta de la misma función lingüística de
expresar
, para acabar inventando una especie de
neodadaísmo
, tan disparatado en ocasiones como, a su vez, revelador en otras.

Alfredo, con una técnica que engaña por su aparente elementalidad, una técnica independiente y libre de cualquier ardid literario, dibuja un soberbio mapa de la vida dentro de las multinacionales (mundo que es innegable que conoce a la perfección, y por medio del cual impregna de una alta tensión biográfica cada una de sus páginas), ejecutándolo con una sobriedad y precisión inigualables, indagando en las profundidades del sistema social que le ha tocado en suerte vivir, descubriendo y expresando las razones más soterradas del comportamiento del ser humano contemporáneo. . Nada menos que eso, y todo ello sin necesidad de organizar grandes dramas centelleantes ni proponer finales de acomodamiento claro y preciso. No me cuesta imaginar que a sus primeros lectores apresurados, aquellos que alentados por el título llamativo y sugerente de la obra, optaron por descargársela, debió de parecerles un texto trivial y que muchos no acertarían a descubrir que la tal
trivialidad
no era sino una rica y vital selección de datos humanos, cuya suma sirve a la rápida e infatigable construcción de ese humor tierno y poético que ya caracterizaba, y daba representatividad máxima, al realismo sucio de finales del siglo pasado, y que ahora renace, aún más fresco, de la pluma de De Hoces.

¿Cómo se explica entonces el tremendo éxito de la misma, primero entre
navegantes
y, más tarde, entre los denominados críticos y entendidos?

Existen una amalgama de motivos que justifican esta pregunta sobradamente. Por una parte, la lectura de
"Fuckowski, memorias de un ingeniero"
, posee una fuerza hipnotizante sin parangón, obtenida precisamente por medio de ese estilo breve, rápido y recortado (con el que se ahorra hojarasca literaria y, de paso, bostezos al lector), en el que se conjugan con maestría múltiples secuencias embadurnadas todas de un humor disparatado, y con lo que consigue, sobre todo, el milagro de engañar al leyente hasta el punto de generarle, poco a poco, un extraño sentimiento, una especie de reconocer en ese mundo experiencias que él también ha vivido. Y es que De Hoces acude a resortes secretos del lector, al cual apenas si le describe las situaciones, insinuándolas en pocos trazos, para que sea éste, sin embargo, el que las reconozca inmediatamente, más por instinto que por intelecto. Por otra parte, ese gran interés que despierta
"Fuckowski"
no estriba sólo en su caricatura social, sino además, y muy especialmente, en la actitud refrescante y liberadora del mismo Fuckowski (como personaje) frente al mundo incomprensible e irracional que le rodea. Porque si la novela es ya de por sí interesante por el retrato que hace de las enjundias de las grandes empresas informáticas, lo que de veras despierta el morbo de la narración —lo que proporciona su enorme interés y emoción— reside en la implicación del novelista en la propia trama de la obra, a través de un
alter ego
apenas maquillado con el sutil cambio de nombre, ya que, desde el mismo inicio de la novela, nadie duda que el autor está contándonos un episodio de su vida o, mejor dicho, de la vida que lo rodea, pero, en cualquier caso, algo que incide de forma dramática en su existencia: un anhelo inconformista que reivindica los múltiples aspectos constitutivos del creador artesano y artista que dialoga con los espacios de lo inventado, mostrando la formulación de una experiencia personal en términos de creatividad literaria. Para Alfredo, el único elemento de salvación en un mundo sin sentido.

Puedo, pues, asegurar que es éste un libro que sobresale dentro del aluvión de un género tan prolífico últimamente, una novela llamada a ser icono de un cambio generacional y jubilación anticipada para carcamales literarios que (incapaces de entender su valor) osen tacharla de vulgar, absurda y soez, y a los que, desde aquí, aprovecho para recordarles lo que ya dijese el inmortal Óscar Wilde:

"Solo hay un tipo de inmoralidad en la ficción literaria y es la de escribir mal"

ALEJANDRO PÁRRAGA

Septiembre de 2006

A mi padre, que me empujó a buscar la libertad

a mi madre, que me enseñó qué hacer con ella

a mi hermana, que me presta su inocencia

y a mi perro, al que todo esto le da igual

1. La delgada línea marrón

Parte 1

Existe una línea marrón que divide a la humanidad en dos grandes grupos: aquellos que nacen por encima de la línea de flotación y tienen una vida, y los que nacemos hundidos en la mierda y tenemos que darnos de hostias por salir a respirar.

Hay varios factores que determinan en qué lado de la línea se nace. El primer factor es el apellido. No es lo mismo llamarse Fuckowski a secas que Borja Pijoski Sáez de la Minglanilla. Eso marca mucho, confiere estilo. Vende.

Luego también cuenta el nacer en la capital de capitales, en una casa totalmente pagada, zona residencial
Verde que te quiero verde
(verde dólar, verdes prados) e ir en autobús privado al
Colegio Mayor Santísimos Hermanos Pomposos
en lugar de nacer en una capital de provincias, entre cuatro paredes con doble hipoteca en la
Barriada del Perro Muerto
e ir andandito al
Instituto de Bachillerato Sálvese quien Pueda
.

Pijoski y yo nos conocimos en verano. Su familia había comprado un chalet en mi ciudad, en primera línea de playa, para pasar allí quince días al año. Yo había aprobado la selectividad con buena nota y me había matriculado de Ingeniería Técnica en Pito del Sereno, aunque no estaba precisamente de vacaciones. Por las mañanas cogía la bici y me iba a un curso intensivo de inglés (en el Sálvese Quien Pueda el nivel estaba muy por debajo de la línea de flotación), y luego le daba clases particulares de matemáticas a un enano violento e hiperactivo por cien duros la hora, para poder pagarme las cervecitas. Luego me iba a la playa. Pijoski había suspendido todo el COU, pero se había sacado el carné de conducir y le habían comprado un Golf. Cada vez que me invitaba a un café pagaba con un billete de cinco mil, nuevecito. Luego metía la vuelta en la cartera de piel, que dejaba junto al teléfono móvil y las llaves del Golf.

—El Golf
viene
con aire acondicionado de serie —decía.

Solíamos pasar las tardes cerveza en mano, charlando sobre el futuro.

—No quiero que se acabe el verano, pero el enano me tiene hasta los cojones, tío. ¡Qué ganas de perderlo de vista! Además estoy deseando empezar la facultad. Tiene que ser alucinante... se acabó empaparse de teoría absurda, ahora todo el día entre ordenadores, dando las clases con proyectores en 3D... ¡seguro que hay androides experimentales andando por los pasillos!

Pero qué gilipollas se puede llegar a ser. Si me hubiesen contado el atracón de tiza y fotocopias que me esperaba, no me lo hubiera creído.

—Yo me voy a cambiar de colegio, en éste no me va bien. No me gusta como dan las clases, ¿sabes?. Mi padre me ha metido en el
San Cipriano
. Me ha dicho que me relaje este verano, pero que el curso que viene no puedo fallar. Le ha costado la matrícula cuatrocientas mil pelas...

El verano siguiente yo sufría el desgarro esfinteriano típico del primer año de carrera, y Pijoski había aprobado COU con sobresaliente. Ya estaba matriculado de Economía en la
Universidad de Fausto
. Yo no me explicaba como había ocurrido el milagro. Parecía efectivo eso de prenderle cuatrocientas mil velas a San Cipriano.

Parte 2

Aquel verano no fue muy diferente para Pijoski. Iba y venía con su Golf estrenando billetes de cinco mil. Yo seguía yendo en bici a clases intensivas de inglés, y enseñando trigonometría a otro enano, exactamente igual de insoportable que el anterior. Por las tardes me ahogaba entre circuitos de alterna e integración en dos variables.

Un día, un amigo que curraba en un almacén me contó que al sábado siguiente tenía que hacer un extra, pero que no podía. Necesitaba un sustituto así que había pensado en mí. El trabajo era fácil: venía un camión de cervezas y había que descargarlo. Mil pelas por hora, cinco horas, y sólo le tenía que dar a mi amigo cien duros por la consultoría. Eso eran casi dos semanas menos aguantando al enano.

Así que allí estaba yo, el sábado a las seis de la mañana, en la puerta del almacén. A la media hora llegó el camión, que resultó ser de largo como un tren. Las cajas de cerveza eran enormes. En total habría unas ochocientas mil, y parecían estar soldadas unas a otras formando una especie de gran muralla china. Intenté levantar la primera pero no quería moverse. Lo intenté de nuevo y empecé a sudar. De pronto me acordé del enano. Me parecía una adorable criatura. ¿Estaría bien? ¿Tendría alguna duda sobre trigonometría? ¿Y si me echaba de menos?

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