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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Fundación y Tierra (27 page)

—Bueno —dijo llanamente Bliss—, esos peligrosos animales habrían podido matarnos de no haber sido por una combinación de nuestras facultades: tu previsión y mi fuerza mental. Seamos, pues, amigos.

Trevize asintió con la cabeza.

—Como quieras.

Había en su voz una frialdad que hizo que Bliss arquease las cejas, pero Pelorat entró en aquel momento, moviendo la cabeza como si fuese a arrancársela de cuajo.

—Creo que lo hemos conseguido —dijo.

En general, Trevize no confiaba en las victorias fáciles; sin embargo era humano creer contra el propio criterio. Sintió que los músculos del pecho y de la garganta se le agarrotaban, pero consiguió hablar.

—¿La ubicación de la Tierra? —preguntó—. ¿La has descubierto Janov?

Pelorat miró a Trevize con atención durante un momento.

—Bueno, no —respondió con visible confusión—. No es exactamente esto. En realidad, Golan, no lo es en absoluto. Me había olvidado de ello. Ha sido otra cosa lo que he descubierto en las ruinas. Aunque, tal vez no sea realmente importante.

Trevize lanzó un profundo suspiro.

—No importa, Janov —dijo—. Todo hallazgo es importante. ¿Qué es lo que ibas a decirnos?

—Bien —se animó Pelorat—, la cuestión es que casi nada sobrevivió, ¿comprendes? Veinte mil años de tormentas y de vientos no pueden dejar gran cosa. Por si esto fuera poco, la vida vegetal es gradualmente destructora, y la vida animal… Pero dejemos esto. El caso es que «casi nada» no significa lo mismo que «nada».

»Parte de esas minas debe corresponder a un edificio público, pues había algunas piedras, o bloques de hormigón, que tenían letras esculpidas. Eran casi invisibles, ¿sabes?, pero tomé varias fotografías con una de las cámaras que tenemos a bordo de la nave, una de esas que permiten hacer ampliaciones por medio del ordenador… No te pedí permiso para tomarla, Golan, pero me pareció importante y…

Trevize agitó una mano con impaciencia.

—¡Continúa!

—Pude descifrar parte de la inscripción, que era muy arcaica. Incluso con la ampliación y con mi habilidad para leer la lengua arcaica, sólo he podido entender una breve frase. Esas letras eran más grandes y algo más claras que las demás. Debieron de esculpirlas más profundamente porque identificaban este mundo. Decían así: Planeta Aurora, por lo que supongo que el mundo en el que nos hallamos se llama, o se llamaba, Aurora.

—De alguna forma tenía que llamarse —dijo Trevize.

—Sí, pero raras veces se eligen los nombres al azar. Acabo de buscar minuciosamente en mi biblioteca y he encontrado dos antiguas leyendas, procedentes de dos planetas muy separados entre sí, de modo que hay que suponer, lógicamente, que tienen un origen independiente. Pero eso no importa. En ambas leyendas, Aurora es un nombre con el que se designa el amanecer. Podemos suponer que Aurora pudo haber significado realmente el amanecer en algún lenguaje pregaláctico.

»Se da el caso de que las palabras que designan el amanecer o despertar del día son empleadas a menudo como nombre de estaciones espaciales o de otras estructuras que resultan ser las primeras en su clase.

Si este mundo es llamado Amanecer en cualquier lenguaje, también puede ser el primero de su clase.

—¿Estás sugiriendo que este planeta es la Tierra y que Aurora es un nombre alternativo para él porque representa el amanecer de la vida y del hombre? —preguntó Trevize.

—No puedo ir tan lejos, Golan —reconoció Pelorat.

—A fin de cuentas —dijo Trevize, con un poco de amargura—, aquí no hay superficie radiactiva, ni satélite gigante, ni gigante gaseoso con grandes anillos.

—Exacto, Pero Deniador, el de Comporellon, parecía pensar que éste era uno de los mundos que antaño fue habitado por la primera ola de colonizadores, los Espaciales. Si fuese así, el nombre de Aurora podría indicar que había sido el primero de los mundos colonizados por ellos. Y quizás ahora nos encontrásemos en el mundo humano más antiguo de la Galaxia, después de la propia Tierra. ¿No te parece emocionante?

—Al menos es interesante, Janov; pero, ¿no crees que esto es deducir muchas cosas de un simple nombre, Aurora?

—Hay más —dijo Pelorat con entusiasmo—. Por lo que he podido ver en mi archivo, no hay, en la actualidad, un mundo en la Galaxia que se llame «Aurora», y estoy convencido de que tu ordenador lo confirmará.

Como he dicho, hay muchos planetas y otros objetos denominados «Amanecer» en diversos lugares, pero ninguno lleva el nombre de «Aurora».

—¿Por qué habrían de llevarlo? Es una palabra pregaláctica; difícilmente podría ser popular.

—Pero los nombres permanecen, aunque pierdan su sentido. Si éste fue el primer mundo colonizado, debió de ser famoso, e, incluso, durante un tiempo, el planeta dominante de la Galaxia. Entonces, habría tenido que haber otros mundos que se hiciesen llamar «Nueva Aurora», o «Aurora Menor», o algo parecido. Y otros…

—Quizá no fue el primer mundo colonizado —le interrumpió Trevize—. Tal vez nunca tuvo importancia.

—En mi opinión, hay otra razón mejor, querido amigo.

—¿Cuál es, Janov?

—Si la primera ola de colonizadores fue alcanzada por una segunda ola a la que ahora pertenecen todos los mundos de la Galaxia, como Deniador dijo, es muy posible que hubiese un período de hostilidades entre ambas. La segunda ola, al constituirse los mundos que ahora existen, no emplearía los nombres dados a ninguno de ellos por la primera ola. Del hecho de que el nombre de «Aurora» no haya sido nunca repetido podemos deducir que hubo dos olas de colonizadores, y que éste es un mundo de la primera ola.

Trevize sonrió.

—Me estoy haciendo una idea de cómo trabajáis los mitólogos, Janov.

Construís una bella superestructura, que puede ser como un castillo en el aire. Las leyendas nos dicen que los colonizadores de la primera ola iban acompañados de numerosos robots, y que se suponían que éstos habían de ser su perdición. Por consiguiente, si encontrásemos un robot en este mundo, estaría dispuesto a aceptar toda esta teoría de la primera ola; pero no podemos esperar que después de veinte mil…

Pelorat, que había estado como boqueando, consiguió recobrar la voz.

—Pero, Golan, ¿no te he dicho…? No, claro que no; no…, no te lo he dicho. Estoy tan excitado que no puedo ordenar mis ideas como es debido. Había un robot.

Trevize se frotó la frente, casi como si le doliese la cabeza.

—¿Un robot? —preguntó—. ¿Había un robot?

—Sí —dijo Pelorat, asintiendo enérgicamente con la cabeza.

—¿Cómo lo sabes?

—Bueno…, era un robot. ¿Cómo podía dejar de reconocerlo con sólo verlo?

—¿Habías visto alguno antes de ahora?

—No, pero es un objeto metálico que parece un ser humano. Tiene cabeza, brazos, piernas, tronco. Desde luego, casi todo el metal está oxidado y, cuando avancé en su dirección, supongo que las vibraciones producidas por mis pasos lo estropearon todavía más, de modo que cuando alargué un brazo para tocarlo…

—¿Por qué tenías que tocarlo?

—Bueno, supongo que por el hecho de no poder dar crédito a mis ojos. Fue una reacción automática. En cuanto lo toqué, se derrumbó. Pero…

—¿Qué?

—Antes de acabar de caer del todo, sus ojos parecieron brillar muy débilmente, e hizo un ruido como si tratase de decir algo.

—¿Quieres decir que todavía funcionaba?

—Apenas podría llamarlo así, Golan. Entonces, se desplomó.

Trevize se volvió a Bliss.

—¿Confirmas todo esto, Bliss?

—Era un robot, y lo vimos —afirmó ella.

—¿Y todavía funcionaba?

—Mientras se derrumbaba, capté una débil actividad neurónica —dijo Bliss con voz apagada.

—¿Cómo pudo haber una actividad neurótica? Un robot no posee un cerebro orgánico compuesto de células.

—Me imagino que tiene su equivalente mecánico —dijo Bliss —y eso fue lo que debí detectar.

—¿Detectaste una mentalidad robótica y no humana?

Bliss frunció los labios.

—Era demasiado débil para saber nada de ella con exactitud, salvo que estaba allí.

Trevize miró a Bliss y después a Pelorat.

—Esto lo cambia todo —dijo con acento exasperado.

Cuarta parte: Solaria
X. Robots

Trevize parecía perdido en sus pensamientos durante la cena, y Bliss, concentrada en el alimento.

Pelorat, que era el único que daba muestras de tener ganas de hablar, observó que, si el mundo en que se hallaban era «Aurora» y éste era el primer planeta que había sido colonizado, tenía que hallarse bastante cerca de la Tierra.

—Tal vez sería conveniente registrar el vecindario estelar inmediato —dijo—. Sólo supondría pasar entre unos pocos cientos de estrellas como máximo.

Trevize murmuró que semejante búsqueda al azar debía ser el último recurso y que quería tener la mayor información posible acerca de la Tierra antes de intentar acercarse a ella aunque la encontrase. No dijo más, y Pelorat, claramente desilusionado, se sumió también en el silencio.

Después de la cena, y como Trevize continuase sin decir nada, Pelorat insinuó:

—¿Vamos a quedarnos aquí, Golan?

—Al menos esta noche —respondió Trevize—. Necesito pensar un poco más.

—¿Nos hallamos a salvo?

—A menos que haya algo peor que aquellos perros en el lugar —dijo Trevize—, estaremos completamente seguros en la nave.

—¿Cuánto tardaríamos en elevarnos, si hubiese algo peor que los perros? —preguntó Pelorat.

—El ordenador está en alerta de lanzamiento. Creo que podríamos levantar el vuelo en dos o tres minutos. Y si ocurriese algo inesperado, nos avisaría con toda seguridad. Por consiguiente, sugiero que durmamos un poco. Mañana por la mañana tomaré una decisión sobre nuestra próxima maniobra.

Esto era fácil de decir, pensó Trevize, contemplando la oscuridad.

Estaba acurrucado, a medio vestir, en el suelo del cuarto del ordenador.

Era incómodo, pero sabía que tampoco podría conciliar el sueño en su cama, y en aquel lugar podría actuar inmediatamente si el ordenador daba la señal de alarma. Entonces oyó pasos y se incorporó automáticamente, dando de cabeza contra el borde de la mesa; no lo bastante fuerte para lesionarse, pero sí para tener que frotarse el cuero cabelludo y hacer una mueca.

—¿Janov? —preguntó, con voz apagada.

—No. Soy Bliss.

Trevize alargó una mano sobre el borde de la mesa para establecer un contacto relativo con el ordenador, y una luz suave mostró a Bliss envuelta en una ligera bata de color de rosa.

—¿Qué pasa? —preguntó Trevize.

—Miré en tu habitación y no estabas allí. Tu actividad neurónica era, empero, inconfundible, y la seguí. Como estabas despierto, he entrado.

—Sí, pero, ¿qué quieres?

Ella se sentó, apoyándose contra la pared, y dobló las rodillas para apoyar la barbilla en ellas.

—No tengas miedo —dijo ella—. No pienso atentar contra lo que queda de tu virginidad.

—Lo suponía —repuso Trevize sarcástico—. ¿Por qué no estás durmiendo? Lo necesitas más que nosotros.

—El episodio con los perros ha sido agotador, puedes creerlo —dijo ella, con voz baja y sincera.

—Lo creo.

—Pero tenía que hablar contigo a solas.

—¿Acerca de qué?

—Cuando Pel te habló del robot, dijiste que eso lo cambiaba todo. ¿Qué significa eso?

—¿No lo ves? —replicó Trevize—. Tenemos tres series de coordenadas; tres Mundos Prohibidos. Quiero visitar los tres para así entender lo máximo posible acerca de la Tierra antes de tratar de llegar a ella.

Se acercó un poco más a Bliss para poder hablar en voz más baja, pero después se apartó vivamente.

—Mira, no quiero que Janov venga y nos encuentre aquí. No sé lo que podría pensar —dijo.

—No es probable. Está durmiendo y he fomentado un poco su sueño.

Si se despierta, lo sabré. Prosigue. Has dicho que querías visitar los tres mundos. ¿Qué ha cambiado?

—No pensaba gastar tiempo innecesariamente en cualquier mundo.

Si éste, Aurora, no ha sido habitado por seres humanos en veinte mil años, es muy dudoso que se haya conservado alguna información valiosa. No quiero perder, semanas, o meses, escarbando inútilmente la superficie del planeta, luchando contra perros y gatos y toros y otros animales que se hayan vuelto salvajes y peligrosos, con la única esperanza de encontrar alguna pequeña referencia entre el polvo, la herrumbre y las minas. Podría ser que en uno o en los otros dos Mundos Prohibidos hubiese seres humanos y bibliotecas intactas. Por eso, mi intención era salir de este mundo enseguida. Ahora estaríamos en el espacio, durmiendo y a salvo.

—¿Pero…?

—Pero si en este planeta hay robots que todavía funcionan, pueden tener información importante que podamos utilizar. Serían más fáciles de manejar que los hombres, ya que, según he oído decir, tienen que acatar las órdenes que se les dan y no pueden dañar a los seres humanos.

—Por consiguiente, has cambiado de idea y ahora emplearás algún tiempo en este mundo buscando robots.

—No deseo hacerlo, Bliss. Me parece que los robots no pueden durar veinte mil años sin mantenimiento. Sin embargo, como vosotros visteis uno que conservaba un ápice de actividad, está claro que no puedo confiar en mis sensatas previsiones sobre los robots. No debo dejarme llevar por mi ignorancia. Los robots pueden ser más resistentes de lo que me imagino, o poseer cierta capacidad de autoconservación.

—Escúchame, Trevize, y considera, por favor, que esto es confidencial.

—¿Confidencial? —preguntó él, levantando sorprendido la voz—. ¿A quién hemos de ocultarlo?

—A Pel, por supuesto. Mira, no tienes que cambiar tus planes. Tenías razón. En este mundo no hay robots que funcionen aún. No detecto nada.

—Detectaste aquél, y uno vale por…

—No lo detecté. Estaba estropeado; no funcionaba desde hacía mucho tiempo.

—Pero tú dijiste…

—Sé lo que dije. Pel se imaginó que veía un movimiento y oía un sonido. Es un romántico. Se ha pasado toda su vida recogiendo datos, pero ésa es una manera muy difícil de destacar en el mundo de los eruditos. Le encantaría hacer un descubrimiento importante. El haber encontrado la palabra «Aurora» le produjo más satisfacción de lo que puedes imaginar. Quería encontrar algo más.

—¿Me estás diciendo que su afán de hacer un descubrimiento era tan fuerte que llegó a autoconvencerse de que había encontrado un robot que funcionaba, cuando no era así?

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