Fundación y Tierra (38 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

—Había tres inteligencias más grandes en juego —adujo Trevize con sequedad—: la tuya, la de Pelorat, el ser humano a quien amas y, si no te importa que la mencione, la mía.

—¡Cuatro! Sigues olvidándote de Fallom. Pero todavía no corrían peligro. Al menos, así lo pensé. Imagínate que te hallases delante de un cuadro, una excelsa obra maestra cuya existencia supusiera la muerte para ti. Te bastaría con coger brocha, embadurnar la tela al azar, y la pintura quedaría destruida para siempre y tú estarías a salvo. Pero piensa que, en vez de eso, pudieses añadir una pincelada aquí, hacer un retoque allí, rascar una pequeña porción en otra parte…, cambiando el cuadro lo bastante para evitar la muerte y conservando, empero, la obra de arte. Por supuesto que la modificación tendría que hacerse con el máximo cuidado. Requeriría tiempo, pero, si lo tuvieses, tratarías de salvar el cuadro además de tu vida.

—Tal vez sí —dijo Trevize—. Pero al fin destruiste el cuadro de un modo irreparable. Diste el brochazo definitivo y borraste todos los maravillosos toques de color y las sutilezas de la forma. Y lo hiciste en el instante en que estuvo en peligro la vida del pequeño hermafrodita, cuando nuestro peligro y el tuyo propio no te habían conmovido.

—Nosotros, los forasteros, no corríamos un peligro inmediato, mientras que Fallom me pareció que sí. Tenía que elegir entre los robots guardianes y Fallom, y como no había tiempo que perder, elegí a ello.

—¿Fue eso en realidad, Bliss? ¿Un rápido cálculo comparando las mentes? ¿Un juicio precipitado entre la mayor complejidad y el mayor valor?

—Sí.

—Supón que te digo que no era más que un niño lo que tenías delante, un niño amenazado de muerte. El instinto maternal hizo que lo salvases enseguida, mientras que tenías que calcularlo bien cuando eran las vidas de tres adultos las que estaban en juego.

Bliss se sonrojó ligeramente.

—Puede que hubiese algo de eso, pero no justificaba el tono irónico de tus palabras. En el fondo, existía una idea racional.

—No lo sé. Si te hubieses dejado guiar por la razón, habrías considerado que el niño corría a un destino fatal, inevitable en su propia sociedad. ¡Quién sabe cuántos miles de niños habrán sido eliminados para mantener el bajo número de población que los solarianos consideran el más adecuado en su mundo!

—Había algo más, Trevize. El niño hubiese muerto porque era demasiado joven para ser un sucesor, y esto se debía a que su padre había muerto prematuramente, porque yo lo había matado.

—En unos momentos en que tenías que elegir entre matar o que te matasen.

—Eso no importa. Yo maté al padre. No podía dejar que matasen al niño a causa de mi acción. Además, así tendré ocasión de estudiar una clase de cerebro que jamás ha sido estudiado por Gaia.

—Un cerebro infantil.

—No lo será siempre, sino que, más adelante, se desarrollarán los dos lóbulos transductores a ambos lados del cráneo. Esos lóbulos dan facultades al solariano que toda Gaia no puede igualar. Yo me quedé agotada por el esfuerzo de mantener encendidas unas pocas luces y de activar un mecanismo para abrir una puerta. En cambio, Bander era capaz de transmitir toda la energía que necesitaba una hacienda de mayor complejidad y extensión que aquella ciudad que vimos en Comporellon…, y de hacerlo mientras dormía.

—Entonces —dijo Trevize—, ves, en ello, un objeto importante para la investigación del cerebro.

—En cierto modo, sí.

—No es ésta mi impresión. Yo creo que hemos traído el peligro a bordo. Un gran peligro.

—¿De qué clase? Ello se adaptará a la perfección…, con mi ayuda. Es sumamente inteligente y da señales de sentir afecto por nosotros. Comerá lo que nosotros comamos, irá donde vayamos, y «yo-nosotros-Gaia» obtendremos inestimables conocimientos en lo tocante a su cerebro.

—¿Qué pasará si tiene hijos? No necesita una pareja. Ello lo es de sí mismo.

—No estará en edad de tener hijos hasta dentro de muchos años.

Los Espaciales vivieron siglos y los solarianos no tenían el menor deseo de aumentar su número. Quizá, la reproducción tardía le haya sido inculcada a la población. Fallom no tendrá descendencia en mucho tiempo.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Trevize.

—No lo sé. Es una simple deducción lógica.

—Te digo que Fallom resultará peligroso.

—Esto no lo sabes, y la tuya tampoco se trata de una deducción lógica.

—Es algo que presiento, Bliss, sin tener razones para ello…, de momento. Y eres tú, no yo, quien insiste sobre mi infalible intuición.

Bliss frunció el entrecejo y pareció inquieta.

Pelorat se detuvo en la puerta de la cabina-piloto y miró al interior con aire bastante indeciso. Daba la sensación de que intentaba saber si Trevize estaba o no trabajando de firme.

Trevize tenía las manos sobre el tablero, como siempre que conectaba con el ordenador, y los ojos fijos en la pantalla. Por consiguiente, Pelorat juzgó que estaba ocupado y esperó con paciencia, tratando de no moverse o, en cualquier caso, de no distraer a su compañero. Al cabo de un rato, Trevize miró hacia Pelorat, aunque hubiérase dicho que no tenía plena conciencia e ello. Sus ojos parecían un poco empañados y desenfocados siempre que estaba en comunión con el ordenador, como si mirase, pensase y viese de manera diferente a como cualquier persona solía hacer.

Pero saludó lentamente a Pelorat con la cabeza, dando la impresión de que la visión, penetrando con dificultad, llegaba a impresionar, al fin, los lóbulos ópticos. Al cabo de un rato, levantó las manos del tablero, sonrió y volvió a ser el de siempre.

—Temo haberte interrumpido, Golan —dijo Pelorat, disculpándose.

—No importa, Janov. Sólo comprobaba si estábamos listos para el Salto. Creo que sí, pero prefiero esperar unas pocas horas más, por mor de la suerte.

—¿Tiene la suerte, o los factores aleatorios, algo que ver con esto?

—Ha sido una expresión como otra cualquiera —dijo Trevize, sonriendo—, pero los factores aleatorios sí que tienen que ver algo con ella, en teoría. ¿Qué tienes metido entre ceja y ceja?.

—¿Puedo sentarme?

—Claro, pero vayamos a mi habitación. ¿Cómo está Bliss?

—Muy bien —respondió Pelorat con un carraspeo—. Ahora, duerme. Tiene que dormir, ¿comprendes?

—Perfectamente. Es la separación hiperespacial.

—Exacto, viejo amigo..

—¿Y Fallom?

Trevize se reclinó en la cama, dejando la silla para Pelorat.

—¿Recuerdas aquellos libros de mi biblioteca que hiciste que tu ordenador imprimiese para mí? ¿Los cuentos populares? Los está leyendo.

Desde luego, comprende muy poco el galáctico, pero parece disfrutar repitiendo las palabras. Él… Siempre tiendo a emplear el pronombre masculino en vez del neutro. ¿Por qué supones que será?

Trevize se encogió de hombros.

—Tal vez porque tú eres masculino.

—Tal vez sí. Es terriblemente inteligente, ¿sabes?

—Estoy seguro.

Pelorat vaciló y dijo:

—Me parece que no aprecias mucho a Fallom.

—No tengo nada personal contra ello, Janov. Nunca he tenido hijos ni he apreciado a los niños en general. Creo recordar que tú sí que has tenido.

—Un hijo. Recuerdo la satisfacción que me producía mi hijo cuando era pequeño. Tal vez por eso me gusta emplear el pronombre masculino al referirme a Fallom. Es como si volviese un cuarto de siglo atrás.

—No te censuro que tú lo aprecies, Janov.

—También a ti te gustaría, si te lo propusieses.

—Seguro que sí, Janov, y tal vez algún día me lo proponga.

Pelorat vaciló de nuevo.

—También sé que debes estar cansado de discutir con Bliss.

—En realidad, no creo que discutamos mucho, Janov. Ella y yo nos llevamos muy bien ahora. El otro día, incluso tuvimos una discusión razonable, sin gritos ni recriminaciones, sobre su retraso en desactivar los robots guardianes. A fin de cuentas, Bliss sigue salvando nuestras vidas, de modo que lo menos que puedo hacer es ofrecerle mi amistad, ¿no crees?

—Sí, lo creo, pero no me refiero a discutir en el sentido de pelearos. Quiero decir esta constante discusión sobre Galaxia como opuesta a individualidad.

—¡Oh, eso? Supongo que continuará…, aunque con toda cortesía.

—¿Te importaría, Golan, que me pusiese de parte de Bliss en la discusión?

—Tienes perfecto derecho a hacerlo. ¿Aceptas la idea de Galaxia por tu propia cuenta, o es que te sientes más dichoso cuando estás de acuerdo con Bliss?

—Sinceramente, lo hago por mi cuenta. Creo que el futuro está en Galaxia. Tú mismo elegiste ese curso de acción y cada vez estoy más convencido de que es el correcto.

—¿Porque lo elegí yo? Éste no es un argumento. Diga Gaia lo que diga, puedo estar equivocado, ¿sabes? Por consiguiente, no te dejes persuadir por Bliss en lo de Galaxia partiendo de aquella base.

—No creo que estés equivocado. Solaria me lo demostró, no Bliss.

—¿Cómo?

—Bueno, en primer lugar, tú y yo somos Aislados.

—Ese término es de ella, Janov. Yo prefiero pensar en nosotros como individuos.

—Todo es cuestión de semántica, viejo amigo. Llámalo como quieras, pero estamos encerrados en nuestras pieles particulares que envuelven nuestras ideas particulares, y pensamos primero y por encima de todo en nosotros mismos. La autodefensa es nuestra primera ley natural, aunque signifique perjudicar a todos los demás seres existentes.

—Ha habido gente que ha dado su vida por los demás.

—Un fenómeno raro. Son muchos más los que han sacrificado las necesidades más importantes de otros por satisfacer algún tonto capricho suyo propio.

—¿Y qué tiene esto que ver con Solaria?

—Bueno, en Solaria vimos en qué pueden convertirse los Aislados… o los individuos, si lo prefieres. Los solarianos, a duras penas, pueden soportar la división de todo un mundo entre ellos. Consideran que la libertad perfecta consiste en vivir en completo aislamiento. Ni siquiera aprecian a sus propios hijos, ya que los matan si son demasiados. Se rodean de esclavos robots a los que suministran energía, de manera que, cuando ellos mueren, todas sus enormes posesiones mueren también de manera simbólica. ¿Te parece esto admirable. Golan? ¿Es posible compararlo con Gaia, en honradez, amabilidad y preocupación de los unos por los otros? Bliss no ha comenta o nada de esto conmigo, en absoluto. Lo digo porque lo siento así.

—Y es un sentimiento muy propio de ti, Janov. Yo lo comparto. Creo que la sociedad solariana es horrible, pero no siempre ha ocurrido eso, son descendientes de los hombres de la Tierra y, más inmediatamente, de unos Espaciales que vivieron una vida mucho más normal. Los solarianos eligieron, por la razón que fuese, un camino que los condujo a un extremo, pero no podemos juzgar un asunto basándonos en los casos extremos. En toda la Galaxia, con sus millones de planetas habitados, ¿conoces alguno que ahora, o en el pasado, haya tenido una sociedad como la de Solaria, o incluso que se parezca remotamente a ella? E incluso salaria, ¿tendría una sociedad semejante si no estuviese plagada de robots? ¿Es concebible que una sociedad compuesta de individuos hubiese podido evolucionar de un modo tan horrible como en Solaria, sin los robots?

A Pelorat se le nubló un poco el semblante.

—Tú encuentras defectos en todo, Golan…, o al menos quiero decir que no parece que te importe defender el tipo de Galaxia contra el que votaste.

—Yo no voy a combatirlo todo. Hay una razón para Galaxia, y cuando la encuentre, la conoceré y me daré por vencido. O, quizás habría podido decir más exactamente, si la encuentro.

—¿Crees que podrías no encontrarla?

Trevize se encogió de hombros.

—¿Cómo puedo saberlo? ¿Sabes por qué estoy esperando unas pocas horas para dar el Salto, y por qué estoy corriendo el peligro de tomarme unos pocos días de espera?

—Dijiste que sería más seguro si lo hacíamos así.

—Sí, eso fue lo que dije, pero ahora estaríamos bastante seguros. Lo que temo, en realidad, es que esos mundos Espaciales, de cuyas coordenadas disponemos, nos defrauden por completo. Sólo tenemos tres y ya hemos examinado dos, librándonos ambas veces de la muerte por los pelos. Con todo esto, todavía no hemos conseguido el menor indicio sobre la situación de la Tierra, ni siquiera, si hemos de ser sinceros, sobre su existencia. Ahora me enfrento con la tercera y última oportunidad, ¿y qué pasará, si también ésta fracasa?

Pelorat suspiró.

—Sabes que hay antiguos cuentos populares (por cierto, que uno de ellos se lo he dejado a Fallom para hacer prácticas) en los que se permite a alguien formular tres deseos, pero sólo tres. El tres parece ser un número significativo, tal vez porque es el primer número impar, de modo qué es el número decisivo más pequeño. Ya sabes, dos ganan a uno. La moraleja de estos cuentos es que los deseos resultan inútiles. Nadie desea nunca correctamente, lo cual, según he supuesto siempre, es la antigua manera sabia de decir que la satisfacción de los propios deseos tiene que ganarse a pulso y no… —Calló de pronto, como avergonzado—. Lo siento, viejo, pero te estoy haciendo perder el tiempo. Hablo demasiado cuando comento algo referido a mi hobby.

—Lo que dices me parece interesante siempre, Janov. Comprendo la analogía. Hemos formulado tres deseos, se han cumplido y no han dado resultado. Ahora sólo queda uno. Sin saber por qué, estoy seguro de fracasar de nuevo, y por eso quiero demorarlo. Por eso estoy aplazando el Salto el mayor tiempo posible.

—¿Qué harás si fracasas de nuevo? ¿Volver a Gaia? ¿A Términus?

—¡Oh, no! —dijo Trevize en voz baja y negando con la cabeza—. La búsqueda tiene que continuar…, aunque yo no sepa cómo.

XIV. El planeta muerto

Trevize se sentía deprimido. Las pocas victorias alcanzadas desde que habían empezado la búsqueda nunca podían considerarlas definitivas; sólo habían servido para evitar la derrota temporalmente. Ahora, había retrasado el Salto al tercero de los mundos Espaciales hasta que había contagiado su inquietud a los otros. Cuando, al fin, decidió que debía decir al ordenador que condujese la nave a través del hiperespacio, Pelorat se hallaba de pie, en el umbral de la puerta de la cabina-piloto, con aire solemne, y Bliss estaba exactamente detrás de él y hacia un lado. Incluso Fallom se encontraba allí, mirando a Trevize con fijeza, mientras asía con fuerza una mano de Bliss.

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