Fundación y Tierra (45 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

»Tenemos las coordenadas de los cincuenta mundos. Tú las fotografiaste desde la estatua, ¿te acuerdas? Lo que sea que está destruyendo la información referente a la Tierra, o se olvidó de esas coordenadas o no pensó que podían darnos la información que necesitamos. Lo único que debes hacer, Golan, es ajustar las coordenadas a los movimientos estelares de los últimos veinte mil años, y encontrar después el centro de la esfera. Esto te llevará muy cerca del sol de la Tierra, o al menos de donde éste estaba hace veinte mil años.

Trevize había entreabierto la boca durante la disertación y tardó unos segundos en cerrarla cuando Pelorat hubo terminado.

—Ahora, ¿por qué no pensé yo en eso?

—Traté de decírtelo cuando todavía estábamos en Melpomenia.

—Sin duda lo hiciste. Te pido disculpas, Janov, por no querer escucharte. Lo cierto es que no se me ocurrió que…

Se interrumpió confuso. Pelorat rió entre dientes y terminó la frase por él:

—…que yo pudiese tener algo tan importante que decir. Supongo que así habría sido en circunstancias normales, pero esto correspondía a mi especialidad, Estoy seguro de que, como regla general, estaba perfectamente justificado que no quisieras escucharme.

—No —dijo Trevize—, No es así, Janov. Me siento como un imbécil, y este sentimiento sí que está justificado. Te pido perdón de nuevo…, Y, ahora, debo ir al ordenador.

Él y Pelorat entraron en la cabina-piloto, y este último, como siempre, observó, con una mezcla de asombro e incredulidad, cómo Trevize ponía las manos sobre el tablero y se convertía en lo que casi era un único organismo hombre-ordenador.

—Tendré que hacer ciertas suposiciones, Janov —dijo Trevize que había palidecido bastante debido a la absorción del ordenador—. Tengo que dar por supuesto que el primer numero es una distancia en pársecs y que los otros dos son ángulos radiales, el primero de ellos de arriba abajo, por así decirlo, y el otro de derecha a izquierda. Y debo presumir que el empleo de los signos más y menos es, en el caso de los ángulos el galáctico corriente, y que la marca “cero-cero-cero” es el sol de Melpomenia.

—Parece bastante lógico —dijo Pelorat

—¿Si? Hay seis maneras posibles de combinar los números, cuatro maneras posibles de ordenar los signos; las distancias pueden medirse en años luz y no en pársecs y los ángulos en grados y no en radios. Sólo aquí tenemos 96 variaciones. Añade a esto que, si las distancias se representan en anos luz, no se de cierto la duración del año que se empleo. Y añade también el hecho de que desconozco las verdaderas convenciones empleadas para medir los ángulos, supongo que desde el ecuador melpomeniano en un caso; pero, ¿cuál es su meridiano cero?

Pelorat frunció el entrecejo.

—Esto suena a empresa sin esperanza.

No, Aurora y Solaria están incluidas en la lista, y yo sé dónde se hallan situadas en el espacio. Usare las coordenadas e intentaré localizar los dos planetas. Si obtengo una situación errónea, ajustaré las coordenadas hasta que me den la localización justa, y esto me dirá cuales son los supuestos equivocados de los que he partido en lo tocante a las reglas que rigen las coordenadas. En cuanto los haya corregido, podré buscar el centro de la esfera.

—Con todas las posibilidades de cambio ¿no será difícil decidir lo que hay que hacer?

—¿Como? —dijo Trevize. Estaba cada vez más absorto. Después, al repetir Pelorat su pregunta dijo —Bueno, lo más probable es que las coordenadas sigan el sistema galáctico y ajustarlas a un meridiano cero desconocido no será difícil. Los sistemas para localizar puntos en el espacio fueron inventados hace muchísimo tiempo y la mayoría de los astrónomos están casi seguros de que se usaron incluso antes del viaje interestelar. Los seres humanos son muy conservadores en algunos asuntos y virtualmente nunca cambian las convenciones numéricas cuando se han acostumbrado a ellas. Creo que incluso las confunden con las leyes naturales. Lo cual me parece perfecto pues si todos los mundos tuviesen patrones propios de medición y los cambiasen cada siglo creo, con sinceridad, que la labor científica se estancaría de modo permanente.

Saltaba a la vista que estaba trabajando mientras hablaba, pues sus frases eran entrecortadas.

—Ahora no digas nada —murmuró.

Después, arrugó el entrecejo Y se concentró, hasta que, tras varios minutos, se incorporó y lanzó un largo suspiro.

—Las convenciones se mantienen —dijo a media voz—. He localizado Aurora. Es indiscutible. ¿Lo ves?

Pelorat miró el campo de estrellas, en particular una que brillaba cerca del centro.

—¿Estás seguro?

—Mi opinión no importa —dijo Trevize—. El ordenador lo está. Nosotros hemos visitado Aurora. Tenemos sus características: diámetro, masa, luminosidad, temperatura, detalles espectrales, por no hablar de la situación de los astros vecinos. El ordenador dice que es Aurora.

—Entonces, supongo que debemos aceptar su palabra.

—Tenemos que hacerlo. Voy a reajustar la pantalla y el ordenador pondrá manos a la obra. Tiene las cincuenta series de coordenadas y las empleará una a una. Trevize se movía ante la pantalla mientras hablaba. El ordenador trabajaba por rutina en las cuatro dimensiones del espacio-tiempo, pero, para la inspección humana, raras veces se necesitaban más de dos dimensiones en la pantalla. Ahora, ésta pareció desplegarse en un oscuro volumen tan profundo como alto y ancho. Trevize apagó las luces de la cabina casi del todo para facilitar la observación del campo estrellado.

—Ahora empezará —murmuró.

Un momento más tarde, un astro apareció; después, otro; después, otro. La vista de la pantalla cambiaba con cada adición de modo que pudiese incluirse todo en ella. Era como si el espacio se moviese hacia atrás para tomar una panorámica más y más amplia. Y eso, combinado con movimientos hacia arriba o hacia abajo, hacia la derecha o hacia la izquierda…

Por fin, aparecieron cinco puntos de luz, flotando en el espacio tridimensional.

—Me habría gustado encontrar una bella ordenación esférica, pero eso se parece a la silueta de una bola de nieve demasiado dura y quebradiza a la que se hubiese intentado dar forma precipitadamente.

—¿Crees que es un obstáculo insalvable?

—Plantea algunas dificultades, pero supongo que eso no se podía evitar, Las propias estrellas no están uniformemente repartidas, y los planetas habitables tampoco lo están; por consiguiente, tiene que haber desigualdades en la colonización de nuevos mundos. El ordenador ajustará cada uno de esos puntos a su posición actual, teniendo en cuenta sus movimientos probables en los últimos veinte mil años (ni siquiera este período de tiempo requerirá mucho reajuste) y después los fijará todos en la «esfera mejor». Dicho en otras palabras, encontrará una superficie esférica a la mínima distancia de todos los puntos. Entonces, buscaremos el centro de la esfera, y la Tierra tendría que estar bastante cerca de aquel centro. Al menos, así lo espero. No será cuestión de mucho tiempo.

Y no lo fue. Trevize, que estaba acostumbrado a aceptar milagros del ordenador, esta vez se sorprendió de su rapidez.

Le había ordenado que emitiese un sonido suave y vibrante al decidir las coordenadas del centro mejor. No había motivo para ello, salvo la satisfacción de oírlo y de saber que tal vez la búsqueda había terminado.

Aquel sonido se produjo a los pocos minutos, y fue como el débil tañido de un gong melodioso. Aumentó el volumen, hasta que pudieron sentir la vibración físicamente después, se extinguió poco a poco.

Bliss apareció casi en la puerta de inmediato.

—¿Qué ha sido eso? —pregunto, abriendo mucho los ojos—. ¿Una emergencia?

—En absoluto —respondió Trevize.

—Hemos localizado la Tierra, Bliss —añadió Pelorat ansiosamente—. Así nos lo ha comunicado el ordenador con ese sonido.

Ella entró en la cabina.

—Podíais haberme avisado.

—Lo siento, Bliss —dijo Trevize—. No creía que sonase tan pronto.

Fallom había seguido a Bliss, y preguntó:

—¿Qué ha sido ese ruido, Bliss?

—Veo que también es curiosa —dijo Trevize.

Se echó hacia atrás, sintiéndose agotado. El paso siguiente sería probar el descubrimiento en la Galaxia real, enfocar las coordenadas del centro de los mundos Espaciales y ver si realmente estaba presente un astro de tipo G, Una vez más, se sentía reacio a dar el paso definitivo, incapaz de poner a prueba, realmente, la posible solución.

—Sí —dijo Bliss—. ¿Por qué no había de serlo? Es tan humana como nosotros.

—Su padre no lo habría creído así —dijo Trevize abstraído—. Me preocupa esta criatura. Es de mal augurio.

—¿En qué lo ha demostrado? —preguntó Bliss.

Trevize extendió los brazos.

—No es más que una impresión.

Bliss le dirigió una mirada desdeñosa y se volvió a Fallom.

—Estamos tratando de localizar la Tierra, Fallom.

—¿Qué es la Tierra?

—Otro mundo, pero muy especial. Es el planeta del que nuestros antepasados vinieron. ¿Sabes lo que significa la palabra «antepasados» Fallom?

—Significa… —Y dijo una palabra que no era de galáctico.

—Ése es un término arcaico equivalente a «antepasados», Bliss —dijo Pelorat—. Nuestra palabra «ascendientes» se le parece más.

—Muy bien —dijo Bliss, con una súbita y brillante sonrisa—. La Tierra es el mundo del que nuestros ascendientes salieron, Fallom. Los tuyos, los míos, los de Pel y los de Trevize.

—¿Los tuyos, Bliss, y también los míos? —preguntó Fallom, que parecía confusa—. ¿Los dos?

—Sólo hay unos antepasados —dijo Bliss—. Todos nosotros tuvimos los mismos.

—A mi me parece que la niña sabe muy bien que es diferente de nosotros —dijo Trevize.

—No digas eso —murmuró Bliss a Trevize en voz baja—. Debemos hacerle ver que no lo es; no en lo esencial.

—Yo diría que el hermafroditismo es esencial.

—Estoy hablando de la mente.

—Los lóbulos transductores son esenciales también.

—No compliques las cosas, Trevize. Ella es inteligente y humana con independencia de los detalles.

Se volvió a Fallom y levantó la voz a su nivel normal.

—Piensa con tranquilidad en esto, Fallom, y ve lo que significa para ti. Tus ascendientes y los míos fueron los mismos. Todos los habitantes de todos los mundos, de los muchos, muchísimos mundos, tuvieron los mismos ascendientes, los cuales, al principio, vivieron en el mundo llamado Tierra. Eso significa que todos somos parientes, ¿no? Ahora, vuelve a nuestra habitación y piensa sobre ello.

Fallom, después de dirigir una pensativa mirada a Trevize, dio media vuelta y echó a correr, espoleada por una afectuosa palmada de Bliss en el trasero.

Bliss se volvió a Trevize.

—Por favor, Trevize, prométeme que, cuando ella pueda oírlo, no harás comentarios que le induzcan a pensar que es diferente de nosotros.

—Lo prometo —dijo Trevize—. No quiero impedir ni trastornar su sistema educativo, pero ella es diferente de nosotros, ¿Sabes?

—En ciertas cosas. Como yo soy diferente de ti y también de Pel.

—Rezumas ingenuidad, Bliss. Las diferencias se agrandan en el caso de Fallom.

—Sólo un poco. Las similitudes importan mucho más. Ella y su pueblo serán parte de Galaxia algún día, y una parte muy útil, estoy convencida de ello.

—Está bien, No discutamos —dijo él, volviéndose de mala gana hacia el ordenador—. Mientras tanto, me temo que debo comprobar la presunta situación de la Tierra en el espacio real.

—¿Tienes miedo?

—Bueno —respondió Trevize haciendo un encogimiento de hombros en lo que esperaba que fuese un ademán medio humorístico—, ¿qué pasará si no hay ninguna estrella adecuada cerca del lugar?

—Entonces, no la habrá —dijo Bliss.

—Me estoy preguntando si merece la pena comprobarlo ahora. No estaremos en condiciones de dar el Salto hasta dentro de varios días.

—Y pasarás todo el tiempo angustiándote sobre las posibilidades.

Averígualo ahora. La espera no cambiará las cosas.

Trevize permaneció sentado, y con los labios apretados, durante un momento.

—Tienes razón. Está bien…, vamos allá.

Se volvió hacia el ordenador, puso las manos sobre las marcas del tablero y la pantalla se oscureció.

—Te dejo —dijo Bliss—. Te pondría nervioso si me quedase.

Agitó una mano y se marchó.

—La cuestión es —murmuró él —que si comprobamos el mapa galáctico del ordenador en primer lugar y, aunque el sol de la Tierra esté en la posición calculada, el mapa podría no incluirlo. Pero entonces…

El asombro hizo que su voz se extinguiese al aparecer un telón de fondo estrellado en la pantalla. Los astros eran numerosos y opacos, con alguno ocasionalmente más brillante aquí y allá, bien repartidos sobre la cara de la pantalla. Pero, muy cerca del centro, había una estrella más brillante que todas las demás.

—¡La tenemos! —exclamó, entusiasmado, Pelorat—. La tenemos, viejo amigo. Mira cómo brilla.

—Cualquier estrella en coordenadas centradas parecería brillante —dijo Trevize, tratando claramente de evitar un júbilo inicial que pudiese resultar infundado—. A fin de cuentas, la vista es ofrecida desde la distancia de un pársec de las coordenadas centradas. Sin embargo, la estrella centrada no es una enana roja, ni una gigante roja, ni una azul-blanca en ignición. Esperemos la información; el ordenador está comprobando en sus bancos de datos.

—Clase espectral G-2 —dijo Trevize, después de unos segundos de silencio—; diámetro, 1,4 millones de kilómetros; masa, 1,02 veces la del sol de Términus; temperatura en la superficie, 6.000 grados absolutos; rotación lenta, de un poco menos de treinta días; ninguna actividad o irregularidad desacostumbradas.

—¿No es eso típico de la clase de estrellas alrededor de las cuales pueden encontrarse planetas habitables? —preguntó Pelorat.

—Típico —dijo Trevize, asintiendo con la cabeza en la penumbra—. Y, por consiguiente, como esperamos que sea el sol de la Tierra. Si la vida surgió en ella, su sol debió marcar la pauta original.

—Entonces, existe una probabilidad razonable de que haya un planeta habitable girando a su alrededor.

—No tenemos que especular sobre eso —dijo Trevize, que, empero, parecía muy intrigado—. El mapa galáctico la incluye como una estrella poseedora de un planeta con vida humana…, pero con un interrogante.

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