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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Gengis Kan, el soberano del cielo (2 page)

—Debes estar agradecida —dijo uno de los otros—. Es mejor ser la mujer de un Borjigin que de un Merkit. —Extendió una mano para asir las riendas del caballo del hombre de ojos pálidos.

—Él volverá por mí —dijo Hoelun entre sollozos.

—Yo lo haría, si hubiera perdido a una esposa así —dijo el hombre sentado junto a ella—. Ese Merkit no lo hará.

—Tú hiciste que mi esposo me dejara. Cabalga en el viento, corriendo por su vida. Yo grito su nombre, pero él no me escucha. —El dolor la desgarraba, aunque en parte era consciente de que sus captores esperaban que se lamentase; no pensarían gran cosa de una mujer que olvidara su lealtad con demasiada rapidez—. Tú lo alejaste, tú…

—Cállate —dijo el hombre que cabalgaba junto al carro, con una voz que parecía de muchacho.

Hoelun chilló; el hombre de ojos pálidos hizo un gesto de irritación.

—Mi amo Yeke Chiledu… —comenzó a lamentarse Hoelun.

—¡Cállate! —la interrumpió el más joven—. Ya no puede oírte.

—Has terminado con él —masculló el hombre sentado a su lado—. No soportaré estos chillidos dentro de mi tienda.

Ella sintió que su odio por aquel hombre aumentaba.

—Así que piensas quedarte con ella —dijo el más joven.

—Por supuesto —dijo el hombre que iba en el carro con Hoelun.

—Ya tienes una esposa.

—¿Esperas que te la dé a ti? Yo la vi primero. Búscate tu propia mujer, Daritai.

—Muy bien, hermano —dijo el más joven—. Debería haber imaginado que tú no…

—¡Basta de hablar así! —dijo el hombre que iba al frente, girando en su montura—. Ya reñís bastante sin una mujer de por medio.

Así que su captor tenía una esposa. Ella sería la segunda, lo que significaba un rango inferior; lamentó más que nunca haber perdido a Chiledu.

—Tuvimos tan poco tiempo, Chiledu y yo. —Hoelun se enjugó los ojos con la manga—. Nos casamos hace sólo unos días.

—Mejor —dijo el hombre de ojos pálidos—. Así lo olvidarás más fácilmente.

Ella se cubrió la cara, después espió al extraño entreabriendo los dedos. Era más alto que Chiledu, y de pecho más ancho. Los largos bigotes le caían a los costados de la boca, pero ahora que estaba más cerca de él advirtió que no era mayor que su esposo.

—¿Cuál es tu nombre? —le preguntó él.

Ella se negó a responder.

—¿Tendré que sacártelo a golpes? ¿Cómo te llamas?

—Hoelun.

—Estos dos son mis hermanos. —Indicó con un gesto al que abría la marcha—. Nekun-taisi es el mayor.

El jinete se volvió para dedicarle una sonrisa tan amplia como la de su hermano.

—El que cabalga junto a nosotros es Daritai Odchigin. Cuando regresé y les hablé de la belleza que había visto, montaron al instante. Yo soy Yesugei.

—Yesugei Bahadur —agregó el que se llamaba Daritai.

Bahadur, el Bravo. Hoelun se preguntó qué habría hecho este hombre para merecer semejante título.

—Bartan Bahadur era nuestro padre —dijo Yesugei—. Nuestro abuelo era Khabul Kan, y Khutula Kan nuestro tío.

—La voz de Khutula Kan —dijo Daritai—, podía llenar un valle y llegar a los oídos de Tengri. Podía comerse una oveja entera y seguir hambriento. Podía tenderse junto a un bosque en llamas y alejar el fuego como si fuera ceniza.

Vanas jactancias, pensó Hoelun, las palabras envanecidas de aquellos cuyo orgullo era más grande que sus posesiones. Sabía algo de los Borjigin. Ese clan había sido alguna vez poderoso, pero los tártaros, auxiliados por un ejército de los Kin, los habían aplastado. Khutula, el Kan que parecía invencible según lo dicho por Daritai, estaba muerto, al igual que sus hermanos.

—¿Y quién es Kan ahora? —preguntó Hoelun con audacia

Yesugei frunció el entrecejo.

—No tenéis Kan —prosiguió ella—, eso es lo que he oído.—Quería enfurecer a ese hombre, vengarse de algún modo de él—. Perdisteis dos Kanes, ése del que se jacta tu hermano y el que os conducía antes que él. ¿No es verdad?

—Cállate —masculló Daritai.

—Los tártaros mataron a tu tío —prosiguió Hoelun—, y los Kin mataron al anterior.

Yesugei apretó los dientes; por un momento ella creyó que iba a golpearla.

—Ambaghai se dirigía al encuentro de los tártaros para hacer la paz con ellos —dijo—, pero los tártaros lo apresaron y lo vendieron a los Kin. Éstos lo empalaron en un asno de madera delante de su Rey Dorado y se burlaron de él mientras moría, pero en su último mensaje para nosotros, su pueblo, Ambaghai Kan dijo que no debíamos descansar hasta que él no fuera vengado. Los condenados tártaros pagarán por eso.

—Eso significa, por supuesto, que tenéis que luchar —dijo Hoelun—. Los Kin ayudarán a los tártaros a impedir que os hagáis fuertes, pero si los tártaros se tornan muy poderosos, los Kin podrían ayudaros a vosotros.

Eso da seguridad a Khitai, que trata de mantener todas esas luchas más allá de su Gran Muralla.

—¿Qué sabes tú de esas cosas?

—Sólo que las guerras de aquí son más útiles para el Rey Dorado de Khitai que para nosotros.

Yesugei la cogió del brazo con fuerza, después la soltó.

—Ya has hablado bastante, mujer.

Ella se frotó el brazo.

—Creo que ya tienes suficientes enemigos sin necesidad de robarme.

—Tal vez valga la pena que me haga de algunos enemigos más.

Hoelun cerró los ojos un momento, temerosa de volver a llorar. Una brisa repentina meció los árboles. Pensó en Chiledu, que cabalgaba solo en el viento caliente azotando su cara.

Al sur del bosquecillo en el que Hoelun había visto por primera vez a Yesugei, el terreno era más plano y despojado de árboles. Una tropilla de caballos pastaba a lo lejos.

—Nuestros —dijo Daritai al tiempo que señalaba con la mano los caballos y a los hombres que los custodiaban.

Hoelun permaneció en silencio.

—Mi hermano Yesugei —prosiguió el joven— es el "anda" de Toghril, el Kan Kereit, que vive en una tienda de tela de oro.

Así que Yesugei y el Kan Khereit habían hecho un juramento de hermandad. Daritai cambió de posición en la montura. Ya le había dicho que Yesugei era el jefe del campamento y del clan de los Borjigin Kiyat, y que tenía seguidores en otros subclanes.

—Hicieron ese juramento después de que Yesugei luchara contra los enemigos de Toghril Kan y le permitiera recuperar su trono. Un tío de Toghril reclamaba el Kanato de Kereit, pero nuestras fuerzas lo derrotaron, y Toghril quedó tan agradecido que ofreció a mi hermano un sagrado juramento de "anda". Los Kereit son ricos, y Toghril Kan es un aliado importante.

—Así que tu hermano tiene algunos amigos —dijo Hoelun—. Creí que su única habilidad era robar las esposas ajenas.

Daritai se encogió de hombros.

—En nuestro campamento viven hombres del clan Taychiut, y algunos Khongkhotat, y muchos descendientes de Bodonchar nos siguen en la guerra.

Hoelun pronto avistó el campamento de Yesugei en el horizonte. Círculos de "yurts", semejantes a grandes hongos negros, se erguían en la pradera más baja, cerca del río; unos hilos de humo ascendían de los agujeros abiertos en el techo para tal efecto. Había carros junto a cada vivienda. Hoelun calculó que vivirían unas trescientas personas en el campamento, pero después de las jactancias de Daritai, había esperado encontrar más.

—Detén el carro —dijo ella—. Quiero vestirme adecuadamente.

Yesugei enarcó las cejas.

—No parecías tan decente allá junto al río.

El carro se detuvo; Hoelun recogió sus pantalones y se metió bajo la lona del carro, después desenrolló la tela que cerraba la entrada. Encontró otra camisa en uno de sus baúles, se puso los pantalones, se acomodó la túnica de seda y se ató una faja azul a la cintura.

Yesugei estaba inquieto e impaciente cuando ella volvió a sentarse junto a él. Cuando el carro se puso en marcha, ella recogió su "bocca", el tocado de abedul decorado con unas pocas plumas de ánade, que tenía más de treinta centímetros de altura. Se colocó la "bocca" en la cabeza, metió las trenzas debajo y se ató las cuerdas bajo el mentón.

—Ahora pareces respetable —le dijo el hombre de ojos pálidos, en tono burlón.

El caballo de Nekun-taisi empezó a trotar. En el campamento estaba en marcha el trabajo del atardecer. Hoelun pensó en el campamento de su padre, donde su familia estaría dedicada a las mismas tareas, y sintió una punzada de dolor.

Varios jóvenes cabalgaron hacia ellos, saludando ruidosamente a Yesugei.

—El Bahadur hizo su captura —gritó un hombre, y otro se rio.

Hoelun bajó la vista; aborrecía la manera en que la miraban.

—Esta noche habrá celebración —dijo Yesugei.

Ante sus palabras, Hoelun se puso tensa.

El círculo de tiendas de Yesugei estaba en el extremo norte del campamento. Su estandarte, una larga vara adornada con nueve colas de caballo, se erguía junto al "yurt" situado más al norte. Yesugei alzó a Hoelun para ayudarla a bajar del carro, la condujo entre dos hogueras fuera del círculo para purificarla, después desensilló su caballo. Un muchacho vino corriendo a llevarse los caballos de los hermanos.

—Ya veo por qué el Bahadur salió al galope de aquí —dijo una voz de mujer.

Un grupo de mujeres se había reunido junto al carro para observar a Hoelun. Más allá del círculo de tiendas de Yesugei, hacia el oeste, dos ancianas con altos tocados la miraban; con semejantes "boccas", sin duda serían importantes.

—Debo levantar mi "yurt" —dijo Hoelun.

—Mañana —respondió Yesugei en voz baja—. Esta noche la pasarás en mi tienda.—Sus dedos se hundieron en el brazo de la muchacha.

Una mujer joven salió de la tienda de Yesugei; llevaba una criatura a la espalda. Se acercó a ellos, observó detenidamente a Hoelun con sus ojos grandes y oscuros y después inclinó la cabeza.

—Bienvenido, esposo —dijo con suavidad.

Él sonrió.

—Se llama Hoelun —dijo al tiempo que la empujaba hacia adelante—. Ésta es mi esposa, Sochigil.

Hoelun hizo una inclinación. A algunas mujeres no les gustaba que su esposo tomara otra esposa, pero la expresión de Sochigil era de tranquilidad.

—Mi hijo —dijo Yesugei señalando al niño que la mujer llevaba a la espalda—. Se llama Bekter.

Así que la bonita joven ya le había dado un hijo. Su lugar como primera esposa ya estaba asegurado; tenía poco que temer de Hoelun.

Dos grandes perros negros aparecieron ladrando; Yesugei les rascó las orejas.

—Déjanos solos —le dijo a Sochigil.

Su esposa bajó los ojos y se dirigió al "yurt" situado al este del de Yesugei.

La cortina estaba enrollada sobre la entrada. Yesugei entró desde la izquierda, para evitar la mala suerte; Hoelun lo hizo cautelosamente, como muestra de respeto hacia el espíritu del hogar que allí se alojaba. Había un lecho pequeño casi junto a la entrada; el suelo de tierra estaba cubierto con hierba seca y tapetes de fieltro. Era una vivienda más grande que la de ella. Dos muñecas de fieltro, las imágenes de los espíritus del hogar, colgaban de la armazón de madera en la parte trasera de la tienda, junto con un "ongghon", una ubre de yegua tallada; Hoelun desvió los ojos de la cama de madera con cojines de fieltro y mantas.

Un hombre maduro estaba colgando carne en la parte izquierda de la tienda. Corrió hacia Yesugei y lo abrazó.

—Fue un trabajo rápido —dijo el hombre.

—Éste es Charakha —le dijo Yesugei a Hoelun—. Ha estado a mi lado desde que yo era un niño.

El hombre sonrió.

—Querréis quedaros solos —dijo, y se marchó.

Hoelun miró a su alrededor con inquietud. El fogón, un círculo de bandas de hierro curvas, se erguía sobre sus seis patas metálicas en el centro de la tienda; una pálida columna de humo se elevaba hacia un agujero abierto en el techo.

Yesugei extendió los brazos hacia Hoelun, que dio un paso al costado.

—Vi a dos mujeres ancianas fuera —dijo ella, deseando distraerlo con la conversación—. Estaban en el círculo de tiendas situado al oeste del tuyo.

—Son Orbey y Sokhatai, las viudas de Ambaghai Kan. —Frunció el entrecejo—. Orbey Khatun piensa que un Taychiut debería ser nuestro jefe, pero sus nietos Targhutai y Todogen decidieron seguirme a mí. —Se acercó a ella e intentó quitarle las ropas con brusquedad. Ella se liberó violentamente de sus manos. Él le pellizcó un brazo—. ¿Quieres que espere? Tal vez lo que quieres es imaginarte cómo será. —La soltó—. Prepárate. Quiero que luzcas lo mejor que puedas.

3.

Hoelun se sentó a la izquierda de Yesugei; Nekun-taisi y Daritai estaban a la derecha de su hermano. Desde otras partes del campamento había venido gente al círculo de Yesugei a sentarse junto a las hogueras y ver a su nueva mujer. La estación acababa de comenzar y tenían muy pocas cosas para celebrar una fiesta: los animales tenían que engordar y las crías que crecer antes de poder sacrificarlos y preparar la carne. Pero tenían cuajada, un poco de carne seca, algunas aves y jarros de "kumiss" para beber. Disfrutarían de lo que pudieran, y agradecerían cualquier ocasión para celebrar.

Hoelun sintió las miradas de las dos viejas Khatun. Las mujeres que la rodeaban ya estaban borrachas. La mujer de Nekun-taisi le pasó a Sochigil un cuerno de carnero colmado de "kumiss". Algunos hombres se pusieron de pie y comenzaron a bailar, alzando sus cortas piernas y golpeando la tierra, mientras sus voces aullaban una canción.

Yesugei le tendió un pellejo de piel de buey.

—No tengo sed —susurró Hoelun.

—Bebe, o te lo haré tragar a la fuerza.

Ella aceptó el pellejo y bebió; la ácida leche fermentada de yegua desató el nudo que tenía en la garganta. Dos hombres se incorporaron de un salto para luchar. Uno de los Taychiut la miró lascivamente. Muy pronto la oscuridad impediría ver; Hoelun quería ocultarse en las sombras.

Yesugei le arrebató el pellejo y después la hizo ponerse de pie. Daritai le ofreció un pedazo de carne, que Yesugei cogió del cuchillo de su hermano.

—Terminaré la fiesta en mi "yurt" —gritó.

Los hombres se rieron. Los dedos que rodeaban el brazo de Hoelun eran tan duros como garras. Yesugei permaneció en silencio hasta que llegaron a su vivienda. La hizo entrar, después la empujó hacia el fogón.

—No has comido —le dijo.

—No tenía hambre.

—No está bien desperdiciar la comida.

Él bebió un trago de "kumiss" del pellejo, después se limpió los bigotes.

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