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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Gengis Kan, el soberano del cielo (9 page)

—¿Qué viste? —preguntó Bortai.

—Vi la estepa, y miles de "yurts", y valles junto a montañas, y tantas manadas de caballos que no pude contarlas, y cientos de cazadores persiguiendo a los ciervos y los asnos salvajes. También había otros animales, y una caravana de camellos, y halcones y águilas volando sobre ellos.

—¿No viste poblaciones? —preguntó ella.

Temujin negó con la cabeza.

—Entonces no puede haber sido el mundo entero —dijo Bortai.

—Era el mundo —respondió Temujin—, y nuestro pueblo era el único bajo el cielo. En el sueño, me quitaba el sombrero, me colgaba el cinturón sobre los hombros y ofrecía leche de yegua a Koko Mongke Tengri, agradeciéndole que me hubiera permitido verlo.

—¿Qué significa? —preguntó Bortai.

—Que el mundo nos pertenecerá, tal vez. Mi padre dice que somos los mejores guerreros, que Dios nos hizo así. ¿Por qué no podríamos ser dueños de todo? ¿Y por qué un solo Kan no habría de gobernarlo todo?

Bortai frunció el entrecejo.

—¿Todo?

—Hay un solo sol en el cielo. ¿Por qué no habría de existir un solo Kan en la tierra?

Bortai posó sus manos sobre una rodilla.

—Hablas como si te propusieras ser ese Kan.

—Algún día seré jefe —dijo Temujin—, pero tal vez los espíritus favorezcan a otro. Si es lo bastante fuerte y valeroso, yo lo seguiría.

—Me pregunto si podrías seguir a alguien —le espetó ella.

Se habría reído de cualquier otro muchacho que dijera esas cosas, pero la voz suave de Temujin no se parecía a la de ningún niño jactancioso.

—¡Temujin! —bramó Yesugei desde la parte trasera del "yurt"—. Muéstrale a tu anfitrión cómo sabes recitar la historia de los antepasados, la Cierva Parda y el Lobo Gris Azulado.

Bortai se incorporó. Su nombre significaba "gris azulado", y los ojos de Temujin eran tan pardos y dorados como debían de haber sido los de la cierva ancestral; tal vez Yesugei pretendía hablar de ella.

Bortai yacía en su cama, sin poder conciliar el sueño. Después de varias historias y canciones, todos se habían ido a dormir sin hablar de matrimonio.

Espió por encima de su manta. Los huéspedes dormían tendidos sobre almohadones, cerca del fogón. Una figura en sombras se deslizó hacia la entrada; la niña esperó que su padre saliera, después se levantó y se calzó las botas.

Los perros gruñeron un poco al verla. Encontró a Dei fuera del círculo de tiendas, de espaldas a éstas, orinando. Bortai permaneció a cierta distancia hasta que el hombre se ajustó los pantalones, después se acercó rápidamente a él.

—Padre —susurró. Dei gruñó—. Padre, los ojos del halcón de mi sueño… eran los de Temujin. Significaba que él venía a buscarme, estoy segura.

—Te has decidido rápido.

—Es verdad, tiene que serlo.

—Hemos hecho lo posible, muchacha. El Bahadur ofrecería bastante por ti, pero no queremos que nos crea demasiado ansiosos. Debemos esperar.

13.

Bortai despertó antes que los demás. Se acomodó las ropas con las que había dormido, se calzó las botas y se deslizó hasta el fogón para avivar el fuego.

El padre de Temujin la pediría, se dijo; tenía que hacerlo. Pero tal vez este Bahadur fuese más ambicioso en lo que a su hijo respectaba; quizá desease seguir buscando en otra parte en vez de pedir la mano de la hija de un jefe de poca importancia.

Oyó un bostezo. Temujin se sentó y la miró; ella intentó sonreírle.

—Buenos días, Bortai —dijo él.

—Buenos días, Temujin.

Yesugei despertó y se estiró mientras se ponía temblorosamente de pie. Masculló un saludo, después salió con su hijo.

Bortai se quedó vigilando el fogón hasta que su familia despertó. Shotan frunció el entrecejo al ver a Bortai mirando el caldero; Dei y Anchar salieron de la tienda para aliviar sus necesidades.

Cuando los hombres y los muchachos volvieron, el caldo hervía. Tal vez Yesugei ya hubiera hablado con su padre. Bortai escrutó el rostro de Dei, pero los ojos del hombre eran dos rendijas y las arrugas que rodeaban su boca se hicieron más profundas con su gesto de desagrado; siempre que bebía demasiado tenía ese aspecto. Se sentó sin decir palabra; Yesugei tampoco parecía estar muy conversador.

Bortai se obligó a tomar un poco de caldo. Temujin y Anchar hablaban en susurros pero ella no alcanzó a oír lo que decían. De repente se sintió enfadada con su padre por haberle contado el sueño a Yesugei, y con Shotan por haber hablado de Bortai como si su hija fuera un caballo que quería vender.

—Me has tratado bien, Dei Sechen —dijo finalmente Yesugei. Tenía el rostro más saludable y menos demacrado después de haber tomado un poco de "kumiss" junto con el caldo.

—Pero mereces un festejo —respondió Dei, que también parecía más recuperado—. Mis hermanos querrán hablar contigo, y tus caballos pueden descansar mientras pastan con los nuestros.

—Todo eso suena muy placentero —murmuró Yesugei—, pero hace demasiado tiempo que falto de mi campamento; primero estuve con mis aliados Kereit, y ahora aquí.

Bortai espió a Temujin. Él le devolvió la mirada y después miró a Yesugei.

—Unos pocos días más no harán diferencia —dijo el muchacho.

—La harán si todavía tenemos que viajar a ver a los Olkhunuguds.

Temujin entrecerró los ojos y apretó la boca. A Bortai le dio un brinco el corazón.

—Podría marcharme —continuó Yesugei—, y volver en otro momento, pero eso no serviría de nada. Tal vez ya hemos hecho suficientes rodeos. —Cambió de posición en su cojín—. Tú tienes una hija, y yo tengo un hijo. Ella es una muchacha bella y el fuego de sus ojos iguala el de los de mi hijo. Ya he visto lo suficiente para saber que será una buena esposa para Temujin, y a él parece gustarle. Hermano Dei, ¿consentirías entregarla en matrimonio?

A Bortai comenzaron a arderle las mejillas; el corazón le latía con fuerza. Temujin observaba a Dei con los ojos muy abiertos y el cuerpo tenso.

Dei se mesó su barba rala.

—Podría esperar que volvieras a pedírmelo —dijo—, pero la demora no me procuraría ningún elogio, y nadie pensará mal de mí si accedo ahora mismo. No es un buen destino para una muchacha, especialmente para una tan bella como mi hija, envejecer en la tienda de su padre. Entregaré a mi hija a tu hijo con alegría.

Bortai tragó saliva con esfuerzo. Su corazón latía tan rápidamente que estaba segura de que todos los demás lo advertían.

—Pero todavía son niños —prosiguió Dei—. Hermano Yesugei, ¿dejarías a tu hijo con nosotros? Bortai y Temujin pueden conocerse mejor antes de casarse, y mi hijo se beneficiará teniendo un compañero que sería para él como un hermano.

Yesugei miró a Temujin.

—Yo mismo quería pedírtelo —dijo—, ya que me proponía dejar a mi hijo con su prometida y su familia. Aunque lo echaré mucho de menos, estaré esperando ansiosamente el día en que él y tu hija se casen.

—Me alegra que hayas pedido a Bortai, padre —dijo Temujin—. Si no lo hubieras hecho, lo habría hecho yo mismo.

Yesugei soltó una carcajada.

—Lo sé. —Dio a Dei una palmada en la espalda—. Debo advertirte algo… ten cuidado con tus perros mientras Temujin permanezca aquí. Mi hijo no teme a nada, excepto a los perros.

Temujin se sonrojó. Bortai seguramente había creído que nada podía asustarlo.

—¿Miedo a los perros? —dijo Anchar en tono burlón.

—Tú mismo te asustaste bastante cuando uno de ellos te mordió —dijo rápidamente Bortai—. No te preocupes, Temujin. Yo te enseñaré cómo debes hacer para que ellos te tengan miedo a ti.

El muchacho irguió la cabeza.

—No permitiré que me asusten.

—Shotan, hoy matarás una oveja —dijo Dei—, y este campamento tendrá una fiesta de compromiso.

Bortai tembló cuando su padre tomó su mano y la puso sobre la cálida palma del muchacho.

14.

La montaña llamada Chegcher se erguía hacia el norte, y su ladera este se ensombrecía a medida que el sol se hundía por el oeste. Al pie de la montaña había un círculo de veinte "yurts"; unos hilos de humo pálido subían desde los techos hacia el cielo.

Yesugei sofrenó su caballo; el que llevaba de recambio relinchó suavemente. La gente se había reunido en torno a una hoguera donde la carne se asaba. Muchos de ellos llevaban las fajas de color rojo brillante que él había visto ya en los campamentos tártaros.

Podía seguir su camino, pero todos se preguntarían por qué no se había detenido, y era poco probable que alguien lo reconociera. Estos tártaros no esperarían que Yesugei el Bravo se demorara allí y pidiera la hospitalidad que siempre se le debía a cualquier extraño. Podría descansar un poco antes de seguir a través de la estepa amarilla hasta sus tierras.

Estaba satisfecho, aunque echaría de menos a Temujin. Amaba el valor y la rapidez de su hijo, y también su obstinación y su orgullo. Temujin había cazado su primera presa a los seis años; Yesugei aún recordaba el intenso placer que había sentido cuando untó el dedo de su hijo, el que había disparado el arco, con la sangre y la grasa del órix caído.

Pasarían todavía unos años antes de que el muchacho se casara, pero Temujin no viviría todo ese tiempo con los Onggirat. La primavera siguiente volvería a buscar a Temujin, que podría hacer otra larga visita a Dei antes de la boda.

Hoelun se pondría contenta con las novedades. Yesugei se alegró: arreglar la boda de su hijo había vuelto a despertar en él todos sus sentimientos por Hoelun. Sin duda, a ella le habría sorprendido saber cuánto la echaba de menos en ese momento. Estar dentro de ella, sentir la calidez y la tensión de su vagina, seguía siendo para él la sensación más consoladora que conocía. Aunque últimamente todo ocurría demasiado de prisa para él y, estaba seguro, también para ella. Se prometió ser más cariñoso con Hoelun cuando volviera, redescubrir ese cuerpo que tanto placer le había dado y volver a compartir ese placer con ella. Muy pronto, la campaña inminente lo alejaría de su lado.

Sintió dolor, el placer del combate ya no le resultaba tan atractivo. Casi deseaba que las batallas acabaran para poder envejecer junto a Hoelun.

Apretó los labios; sintió vergüenza por haberse permitido esos pensamientos. Dei el Sabio y los jefes Onggirat podían comprar la paz por medio de sus hijas, pero Yesugei y sus hijos debían ganarla de otra manera.

Estaba cerca del campamento tártaro. Los perros encadenados junto a los "yurts" le ladraron. Percibió el aroma del cordero asado. Los tártaros que rodeaban la hoguera lo observaron con la mirada curiosa pero distante de los que se disponen a recibir a un extraño. Al menos tendría un breve descanso. Yesugei detuvo su caballo.

—¿Estáis en paz? —preguntó.

—Estamos en paz —replicó un hombre—. ¿Y tú?

—Lo estoy, y la cabalgata me ha dado sed.

Yesugei desmontó, alzó las manos para demostrar que venía en son de paz, y después condujo a sus caballos hacia las hogueras.

15.

—Padre está de regreso —gritó Khasar.

Hoelun alzó los ojos.

—No tenías que cabalgar hasta aquí para decírmelo…

—Está enfermo. —Khasar respiró hondo—. Los hombres que cuidaban los caballos me enviaron. Dobon viene con él.

Hoelun se puso de pie.

—¡Biliktu! —llamó .

La joven miró desde la entrada en dirección a Hoelun.

—Busca recipientes donde poner todo esto. —Hoelun indicó con un gesto la cuajada que había puesto a secar sobre unas piedras.

Biliktu miró a los niños que se reunían cerca de un carro.

—Ujin, ¿qué…?

—Haz lo que te digo.

Hoelun fue rápidamente tras su hijo hacia el límite del campamento. Dos jinetes se aproximaban desde el este. Yesugei estaba caído hacia adelante, con la cabeza apoyada en el cuello de su caballo. Dobon estaba montado detrás de él, y llevaba otro caballo de las riendas.

Hoelun se acercó a Khasar.

—Ve a buscar a Bughu —le dijo.

El muchacho se alejó corriendo. Empezaba a reunirse gente en los círculos vecinos. "No debo temer", se dijo Hoelun. Yesugei era fuerte; Bughu alejaría de él al espíritu maligno.

Dos hombres corrieron a ayudar a desmontar a Yesugei. Tenía el rostro lívido, se tocó el estómago cuando los hombres lo pusieron de pie. La gente que rodeaba a Hoelun retrocedió mientras Dobon y los hombres que llevaban a su esposo la seguían al "yurt".

—¿Qué le ha ocurrido a mi esposo? —preguntó ella.

Los hombres permanecieron en silencio mientras pasaban entre los fuegos encendidos.

—Veneno —masculló Yesugei.

Hoelun se estremeció e hizo un signo contra el mal; después indicó a los hombres que entraran en la tienda.

Arrastraron a Yesugei hasta la parte trasera, lo acostaron en la cama y le quitaron las botas. Dobon se acercó a Hoelun y le dijo:

—Yesugei habló del veneno mientras cabalgábamos hacia aquí. Eso es todo lo que sé.

Los dos hombres se incorporaron junto al lecho.

—Ya habéis hecho lo posible —dijo Hoelun—. Khasar fue a buscar al chamán. Yo atenderé a mi esposo.

Los tres salieron rápidamente del "yurt". "Creen que morirá", pensó Hoelun; nadie querría quedarse junto a un agonizante. Se inclinó sobre Yesugei; él se quejó cuando ella le quitó la chaqueta de piel de oveja.

—Veneno —susurró-. Cuando dejé a Temujin…

Ella casi se había olvidado de su hijo mayor.

—¿Dónde lo dejaste? ¿Qué es esto del veneno?

—Está en un campamento Onggirat junto al río Urchun. Lo prometí con la hija del jefe. —Gimió mientras ella le deslizaba una almohada debajo de la cabeza—. En el camino de regreso me detuve en un campamento tártaro. Me dieron bebida y comida antes de que siguiera viaje. Pensé que no me reconocerían, pero alguien debe de haber sabido…

"Tonto —pensó ella—, ¿has olvidado cuántos tártaros mataste?" Pero se contuvo. Él se había detenido allí sólo para reclamar la hospitalidad debida a los viajeros. Los tártaros seguramente esperaron que Yesugei muriera antes de llegar a su campamento, para que nadie se enterara de la acción que habían cometido.

Entró Sochigil, seguida por Biliktu.

—¿Qué ocurre? —preguntó la otra esposa—. Biliktu dice que han herido a nuestro esposo…

—El espíritu maligno será alejado —dijo Hoelun con firmeza—. Sochigil, cuida a mis hijos. Biliktu, lleva a mi hija con Khokakhchin. Yo me quedaré con mi esposo.

Biliktu dejó los recipientes con cuajada y alzó la cuna de Temulun.

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