Gengis Kan, el soberano del cielo (54 page)

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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

De pronto, una sombra oscureció la luz de la entrada.

—Bortai —dijo Khadagan—, los hombres no corren a buscar sus armas ni sus caballos, de modo que no deben de haberles ordenado que se prepararan para el combate.

Bortai tenía miedo de creerle. Finalmente se levantó y salió de la tienda. Un guardia se acercó a ella.

—Buenas noticias, Honorable Señora —dijo—. Los Onggirat se someten a nosotros. Nuestro hombre dijo que uno de sus jefes cabalgaba hacia aquí, pero monté antes de escuchar más.

Ella volvió a la tienda, donde Khadagan colgaba tiras de carne en una cuerda. En la planicie, Bortai divisó la nube de polvo levantada por otros jinetes.

—Habrá paz —le dijo a Khadagan.

—Bien —respondió la mujer de rostro sin atractivo—. Tendremos tiempo de preparar esta carne de la manera apropiada.

Bortai se echó a reír. Uno de los jinetes galopaba hacia el campamento muy agachado sobre su caballo; un recuerdo despertó en Bortai. Siguió observándolo hasta que llegó a las hogueras y desmontó para saludar a los guardias con las manos extendidas. Ella conocía ese andar; se tapó la boca con la mano.

—¿Qué ocurre, Bortai? —preguntó Khadagan.

—Mi padre —dijo Bortai, saliendo de la tienda—. Mi padre está aquí.

Lloraba demasiado para recibir a Dei Sechen como hubiese deseado. De algún modo se acordó de presentarle a Khadagan, después volvió a abrazar al anciano. La barba y los bigotes de Dei estaban completamente blancos, su rostro arrugado y curtido, su cuerpo había menguado a causa de la edad, pero los brazos que la sujetaban seguían siendo fuertes.

—Padre —susurró Bortai.

—Cuando llegaron los enviados de Temujin, Terge y Amel convocaron a los otros jefes. Todos juraron fidelidad a Gengis Kan. Les dije que, como padre de la esposa principal de éste, debía presentarme de inmediato ante él y transmitirle nuestra decisión. Terge y Amel nos designaron a mí y a Anchar como enviados. Tu hermano está con Temujin ahora, y cuando supe que te encontrabas en su campamento, pregunté si podía venir a verte.

—Oh, padre —dijo ella—, será maravilloso disfrutar de la presencia de Anchar.

Él le sonrió.

—Los enviados del Kan hablaron de su bella Bortai, pero yo pensé que esa belleza ya se habría convertido en un recuerdo. Ahora veo que aún subsiste.

—Me halagas, padre, pero esta flor ya se ha marchitado.

—Apenas si se ha ajado un poco, niña. —Hizo una reverencia a Khadagan, después siguió a Bortai al interior de la tienda—. Tu madre está bien. Se sentirá muy feliz de volver a verte.

—Y tú, ¿has tomado otra esposa durante estos años?

Dei negó con la cabeza.

—Soy demasiado viejo para pensar ahora en otras esposas, y a estas alturas no creo que Shotan estuviese dispuesta a aceptarlo.

Bortai sirvió a su padre un jarro de "kumiss" y le ofreció un cojín para que se sentara. Luego, tomó asiento a su lado.

—Lamento tener tan poco para ofrecerte —dijo, rociando algunas gotas— Todavía nos faltan muchas cosas.

—Vuestras manadas engordarán en nuestras tierras.

—Padre, fui yo quien le dijo a Temujin que recurriera a tu pueblo. Él lo habría hecho de todos modos, pero quería que yo estuviese de acuerdo. Habría atacado si los jefes se hubieran negado a acceder a su pedido. Yo lo sabía cuando le di mi consejo.

—Como lo supimos nosotros al conocer su mensaje. Agradezco que las cosas no hayan resultado de ese modo. —El anciano bebió, después le devolvió el jarro—. Las cosas no son como eran antes, hija. Nuestros jóvenes ya no están tan dispuestos a florecer solamente a expensas de la belleza de nuestras muchachas. Han oído muchas historias sobre las proezas de Gengis Kan. Algunos deseaban combatir contra él junto a los tártaros, para ponerse a prueba ante un adversario digno, y nosotros tuvimos que refrenarlos.

—Fue bueno que lo hicierais. Ahora os necesita —dijo Bortai—, pero debes saber que su fortuna ha disminuido.

Dei asintió.

—Si lo ayudamos a que vuelva a ser tan rico y poderoso como antes, nos recompensará. Los jóvenes también han oído historias acerca de su generosidad. —El anciano se mesó la barba—. La guerra habría llegado a nosotros de todos modos… nuestras bellas muchachas ya no son suficiente protección. Mejor que Anchar combata junto al hermano de su esposa y no contra él.

—Recuerdo que en un tiempo Anchar tuvo la esperanza de convertirse en su general —dijo Bortai.

—Sí… Temujin demostró de qué madera estaba hecho incluso cuando era un muchacho. Sabía que estaba destinado a grandes cosas. Ignoraba entonces que eso significaría el fin de nuestro pueblo.

—Pero no lo es —dijo Bortai—. Te has unido a él, y cuando sea más fuerte…

—Sin duda se hará más fuerte. Que recupere el poder perdido sólo es cuestión de tiempo. Pero su victoria significará el fin de lo que somos. —Su padre suspiró—. ¿Acaso no voló hacia ti en tu sueño, llevando el sol y la luna? Nuestro pueblo se convertirá en una de sus garras. —Su rostro cobró una expresión triste, revelando sus años—. Ya no seremos más Onggirat, sino mongoles.

80.

Sorkhatani observó la estepa. Los jinetes eran diminutas figuras oscuras sobre la hierba rala y amarillenta; a través del polvo que envolvía a su padre distinguió los ribetes azules de su abrigo.

Jakha Gambu había ido al "ordu" del tío de la joven varios días antes. Aun cuando creía que la campaña contra los mongoles era un error, había marchado al combate. Había vuelto de la guerra con historias acerca de cómo su hermano Toghril se había enfurecido con el Senggum, culpándolo por todos los hombres que los Kereit habían perdido.

Jakha había regresado al campamento del Ong-Kan para tratar de resolver las diferencias entre padre e hijo y asegurarle a Toghril que seguía siendo leal a él. El padre de Sorkhatani decía a menudo que no era de sabios despertar las sospechas de Toghril, y el Ong-Kan ya había matado a otros hermanos para asegurarse el trono.

Las criadas habían reunido las ovejas cerca de una tienda. Ibakha, la hermana de Sorkhatani, miraba fijamente las yeguas atadas junto al campamento. Khasar y su hijo Yegu estaban con los hombres ordeñándolas; Ibakha se sonrojó aun más.

—Ibakha —dijo Sorkhatani en tono cortante.

Su hermana se sobresaltó, y después se arrodilló junto a una oveja. Desde que Khasar había sido llevado allí, Ibakha buscaba cualquier excusa para estar cerca de él, pero también se había sentido atraída meses antes por un comerciante Uighur que se había detenido en el campamento.

Ibakha otra vez miraba embobada a los hombres.

—Ocúpate de ordeñar —masculló Sorkhatani.

Ibakha sonrió y reanudó su tarea.

El sol ya se ponía cuando las dos hermanas terminaron de trasladar la leche al interior de la tienda.

—Padre ha regresado —dijo Sorkhatani mientras ayudaba a su madre a verter la leche en un caldero.

Su madre era la tercera esposa, pero la favorita. Jakha Gambu siempre venía a su tienda cuando quería discutir asuntos que no deseaba que sus otras dos esposas escucharan; ellas dos chismorreaban, en tanto Keuken Ghoa nunca parecía oír nada de lo que él decía.

Sorkhatani estudió el rostro terso de su madre. Keuken la Bella aún lucía como una muchacha y los años al parecer no pasaban para ella. De pronto, Sorkhatani pensó que tal vez su madre había sido tan tonta como Ibakha, pues sus ojos no denotaban expresión alguna.

—Necesito más estiércol seco —dijo Keuken a una de sus criadas.

—Yo iré por él. —Ibakha se apresuró a salir.

Sorkhatani dejó su cubo en el suelo.

—Mi hermana debería casarse —dijo.

—Yo la echaría de menos.

—Pronto cumplirá dieciocho años, madre. ¿Quieres que envejezca en esta tienda? Deberías hablar con padre. —Pero Keuken no lo haría, por supuesto; dejaría que Sorkhatani se encargara de ello—. La ayudaré a buscar estiércol.

Salió. Su hermana se dirigía hacia la tienda de Khasar, que se alzaba en el extremo sur del círculo de Jakha Gambu. Había otros prisioneros mongoles en otras partes del campamento, pero su padre había querido que Khasar estuviera cerca; era un rehén importante y también un antiguo camarada.

Ibakha se apoyó en un carro, obviamente a la espera de poder ver al mongol. Sorkhatani se acercó a ella. Unos niños pasaron corriendo a su lado; la esposa principal de Khasar, la única que había sido capturada, estaba fuera del "yurt", trabajando con otra mujer en un trozo de fieltro. Otro muchacho pasó trotando a caballo, y se detuvo.

—Te saludo, Tukhu —dijo Ibakha, sonriendo mientras miraba al hijo menor de Khasar.

Tukhu tenía doce años, uno menos que Sorkhatani; el muchacho se sonrojó y masculló un saludo.

—Tal vez tú y tu padre podríais venir a misa mañana.

Ibakha entrecerró los párpados mientras Sorkhatani se encolerizaba en silencio. Naturalmente, su hermana deseaba que el hombre que amaba asistiera al rito, donde sin duda ella lo veneraría tanto como a la cruz.

—Los sacerdotes podrían bautizaros —prosiguió.

El muchacho soltó una carcajada.

—Un desperdicio de agua —dijo, y siguió camino hacia la tienda de su madre. Khasar estaba regresando, seguido de otros jinetes y de dos carros cargados de botes de leche. Tenía el torso descubierto; su ancho pecho pardo relucía de sudor.

Ibakha suspiró; Sorkhatani tomó a su hermana de la muñeca.

—Ya lo has visto —le dijo—. No te llenes de vergüenza corriendo hacia allí. De todos modos, ahora que nuestro padre ha regresado es probable que Khasar venga pronto a nuestra tienda.

Khasar iba con frecuencia a beber con Jakha Gambu y ambos conversaban sobre viejas batallas. Aparentemente, el cautiverio no le resultaba demasiado penoso, pero, además, su familia dependía de su buena conducta.

Khasar desmontó; sus poderosos brazos cargaron un bote de leche. Era apuesto, admitió Sorkhatani; tal vez su hermano el Kan fuera igualmente favorecido. Alguna vez, su tío Toghril había llamado a Gengis Kan su hijo adoptivo, y ahora el mongol estaba oculto, y los Kereit controlaban sus tierras. Ibakha debería recordarlo; aquél que fuera su esposo sin duda no formaría parte del pueblo de Khasar.

Esa noche Jakha Gambu comió en la tienda de Keuken Ghoa. Sorkhatani advirtió que no hablaba y parecía abatido, al igual que sus hijos. Sus tres esposas y las esposas de sus hijos parloteaban entre sí y hacían callar a los niños. Keuken parecía tan indiferente al sombrío estado de ánimo de su esposo como lo era cuando éste estaba de buen humor.

Jakha despidió a todos, incluidas las criadas, más temprano que de costumbre, y salió de la tienda. Sorkhatani e Ibakha ayudaron a su madre a levantar las fuentes. La cuajada ya se había formado en la leche que bullía sobre el fogón; cuando Jakha Gambu volvió a entrar, ellas ya habían separado el suero.

—He enviado a uno de los guardias para que llame a Khasar —le murmuró a su esposa.

Ibakha sonrió abiertamente, después se acomodó las trenzas; Sorkhatani frunció el entrecejo. Tal vez los hombres que aconsejaban al Ong Kan habían logrado persuadirlo de que debía librarse del hermano de su enemigo, y eso podía ser la causa del estado de ánimo de su padre.

—¡Llama a tus perros! —gritó un hombre, fuera; Ibakha levantó la cabeza al oír la voz de Khasar.

—Bienvenido, Nokor —dijo Jakha Gambu mientras Khasar entraba y hacía una reverencia.

Sorkhatani se tranquilizó. Si su padre lo invitaba a entrar y lo llamaba Nokor, camarada de armas, era porque todavía no planeaba matarlo. Khasar murmuró un saludo y avanzó hacia la parte trasera de la tienda. Sorkhatani terminó de colar la cuajada y de ponerla a secar en fuentes. Ibakha se sentó y se acomodó la túnica.

Khasar se sentó a la derecha de Jakha; Keuken Ghoa sirvió "kumiss".

—Bebe —dijo Jakha—. Lo necesitarás. Tu hermano envió mensajeros a Toghril.

Khasar asintió.

—El guardia me dijo que Sukegei y Arkhai eran enviados de Temujin y que mi hermano ofrecía la paz. Fue todo cuanto me dijo.

—El mensaje no era solamente para mi hermano, sino también para algunos de los que lo rodean. Tienes que enterarte por mí de lo que se dijo. —Jakha Gambu bebió más "kumiss"—. Todos los hombres a los que tu hermano quería dirigirse estaban en el campamento de Toghril, de modo que el asunto se arregló rápidamente. —Hizo una pausa—. Arkhai y Sukegei transmitieron a Toghril las palabras de Temujin, y ahora trataré de imitar algo de la elocuencia de tu hermano: "¿Qué te he hecho, Padre y Kan? ¿Por qué has obligado a mi pueblo a huir, a dispersar el humo que se alza de sus "yurts"? ¿Acaso no soy la segunda rueda de tu carro? Mi padre te devolvió el trono y se convirtió en tu "anda". Cuando los Naiman pusieron a Erke Khara en tu trono, yo te recibí en mi campamento y expulsé a tus enemigos de tus tierras. Tú me abandonaste una vez, tratándome como la carne quemada del sacrificio, y, sin embargo, salí en tu defensa cuando fuiste atacado. Dime qué delito he cometido, para que pueda corregirlo". El mensaje era más largo, pero esto es lo esencial.

—¿Y el Ong-Kan no se conmovió? —preguntó Kansar.

—Oh, sí. Toghril se maldijo, se hizo un corte en un dedo y dejó caer su sangre en una copa de corteza de abeto. Pidió a Arkhai que se la llevara a Temujin, y dijo que si alguna vez volvía a concebir malos pensamientos hacia el hijo de Yesugei, su propia sangre sería derramada.

—Pero me dijeron…

Jakha levantó una mano.

—El mensaje siguiente era para Jamukha. —Hizo un gesto de disgusto—. "Me has separado de Toghril-echige. Alguna vez los dos bebimos de la copa del Ong-Kan. Ahora tú bebes de ella solo, pero ¿por cuánto tiempo seguirás haciéndolo?" En cuanto a Altan y Khuchar, los enviados les recordaron que ellos habían convertido a Temujin en Kan y habían jurado servirlo, después les preguntaron si era así como hacían honor a su juramento. "Ahora apoyais al Ong-Kan, mi padre, pero ¿qué lealtad habeis demostrado hacia mí?".

—¿Y ellos qué contestaron? —preguntó Khasar.

—No dijeron nada. Sólo quedaba un mensaje más, destinado a Nilkha. Hasta ese momento, Temujin podría haber logrado sus propósitos. Mi hermano lamentaba esta guerra, y los mensajeros le habían recordado lo poco confiables que son Altan, Khuchar y Jamukha.

—¿Cuál era el mensaje para Nilkha? —quiso saber Khasar.

—Era éste: "Me convertí en hijo de tu padre cuando estaba vestido, en tanto que tú naciste estando desnudo. La envidia te llevó a romper el corazón de tu padre y a alejarme de él. ¿Cómo puedes causarle tanto dolor deseando convertirte en Kan cuando él todavía vive?".

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