Read Gengis Kan, el soberano del cielo Online

Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Gengis Kan, el soberano del cielo (55 page)

Khasar suspiró.

—Nilkha se enfureció —prosiguió Jakha—. Gritó que cómo Temujin podía llamar "padre" a Toghril, pero dijo que también lo ha llamado "bastardo sanguinolento". Dijo a los enviados que nuestro pueblo engordaría los caballos hasta que pudieran ir a la guerra, y que el que ganase la batalla se apoderaría del pueblo vencido. Ése es el mensaje que tu hermano recibirá. —Jakha soltó una maldición en voz baja—. Ahora Toghril y mi sobrino han vuelto a discutir, mientras los otros tres desdichados han partido hacia sus respectivos campamentos. Es el final de cualquier esperanza de paz, y ha producido todavía más discordia.

Khasar sonrió.

—Entonces tal vez ha conseguido algo.

—Nunca quise combatir contra Temujin —murmuró Jakha—, y ahora la posibilidad me preocupa mucho más. Toghril vacila, y es posible que Khuchar y Altan tengan otras ideas. Nuestra alianza tal vez no dure.

—Y yo sigo siendo tu cautivo —dijo Khasar.

Ibakha se mordió los labios. Sorkhatani se levantó y buscó un plato de huesos para los perros. Ahora ya lo sabía: su padre tendría que luchar a pesar de sus sentimientos.

Los guardias estaban cerca del fuego, delante de la entrada. Sorkhatani encontró a los tres perros detrás de un carro; gruñeron cuando les arrojó los huesos. Se disponía a regresar a la tienda cuando oyó la voz de Khasar.

—Te deseo buenas noches, Nokor y amigo —decía.

Sorkhatani se ocultó en las sombras. Su padre y el mongol estaban solos, cerca de los peldaños que conducían a la tienda.

—Supongo que acompañarás a Toghril si él decide luchar —agregó Khasar.

—Luchará —dijo su padre—. Nilkha lo obligará a ello, como ya hizo antes.

—Mi destino está en tus manos, Jakha Gambu. Pero debes saber que no puedo luchar contigo contra Temujin. Mi hermano y yo siempre hemos sido flechas del mismo carcaj.

—Lo entiendo. —Jakha se aclaró la garganta y escupió—. Tu familia está a salvo conmigo —murmuró—, y en ocasiones los guardias nocturnos se distraen.

Sorkhatani contuvo la respiración. Su padre se estaba arriesgando al permitir que su prisionero escapara; la joven se preguntó cuál sería el resultado.

81.

El lago Baljuna no era más que una charca en un mar de lodo. Las mujeres avanzaban por las ciénagas, agachándose para recoger plantas o para exprimir el lodo a fin de conseguir algo de agua. Bortai recogió un poco de agua en su jarro, después se enderezó. El agua lodosa siempre tenía gusto a arcilla, aun cuando la colasen.

Teb-Tenggeri había estado invocando la lluvia durante días; Bortai lo había visto fuera del campamento con otros chamanes, entonando letanías mientras dejaba caer sus pálidas piedras de jade en pequeñas copas de agua. Los rebaños habían sido llevados a pastar al este, y los hombres habían encontrado allí pozos de agua, pero estaban casi secos. Lejos, hacia el norte, unos pocos abetos y sauces se recortaban contra el horizonte; mas alla se extendían las tierras boscosas del Tunguz. Los mongoles no podían ir más al norte de ese punto.

Muchas personas se habían unido a ellos en las tierras de los Onggirat, abriéndose paso hasta el campamento de Temujin con los rebaños y posesiones que habían conseguido salvar al huir de los Kereit. Temujin los había conducido hacia el norte después de que su enviado Arkhai volviese con la noticia de que el Senggum había amenazado con la guerra; Sukegei, tras enterarse de que su familia era prisionera de los Kereit habia decidido regresar con ellos. Sin una promesa de paz, Temujin habia tenido que retirarse; las tropas Onggirat eran ahora su retaguardia.

Esa noche el Kan fue a la tienda de Bortai. Comió en silencio las plantas y la caza que constituían su magro alimento. Finalmente envió a sus otras esposas y a sus hijas a sus propias tiendas.

Tolui y Ogedei se dirigieron hacia las pieles de animales que les servían de lecho. Temujin se acomodó en la angosta cama de la parte trasera de la tienda y se quedó mirando fijamente el fogón. Los espíritus oscuros habían vuelto a invadirlo. No se había acostado con Bortai desde que se trasladaron al lago Baljunat y tampoco había visitado a sus otras esposas.

—Tendríamos que luchar —dijo Tolui mientras se tendía en su cama.

Temujin miro al muchacho.

—Puedes estar seguro de que lo haremos —replicó.

—¿Cuándo?

—Cuando los Kereit empiecen a avanzar hacia nosotros. Sospecho que se desplazarán en dirección al este para hacer frente a los Onggirat, y entonces podremos caer sobre ellos desde el norte.

—Tal vez deberías atacar el primero —dijo Tolui.

—Para eso necesitaría más hombres.

—Tienes a los Onggirat.

Temujin sacudió la cabeza.

—Lucharán para defender sus terras, pero necesitan más experiencia. No sabrían cómo desenvolverse en un ataque.

Bortai oyó ruido de cascos fuera de la tienda y después gritos de los guardias; su esposo cogió la espada.

—¡Temujin! —gritó un hombre—. Han venido dos exploradores con Daritai Odchigin. Quiere hablar contigo ahora.

Temujin hizo una mueca de disgusto.

—Lo recibiré fuera —respondió—, no en mi tienda.

Se levantó y fue hacia la entrada. Los muchachos estaban a punto de seguirlo cuando Bortai les indicó con un gesto que no lo hicieran.

—¿Matará al tío abuelo Daritai? —preguntó Tolui.

—Tal vez. Quédate donde estás.

Bortai fue hacia la entrada y se sentó allí.

Temujin estaba de pie de espaldas a una hoguera. Daritai desmontó, avanzó hacia el Kan y cayó de rodillas. Los hombres lo rodearon; otros salieron de las tiendas más cercanas.

—Vengo en son de paz —dijo Daritai—, y me entrego a tu clemencia.

—Entonces —dijo Temujin—, tal vez pueda mostrarte la clase de clemencia que mereces.

—Trae noticias de una conspiración contra el Ong-Kan —dijo otro hombre—. Tu tío y sus hombres tuvieron que escapar de los Kereit. Sus guerreros están bajo custodia, a un día de marcha hacia el sur, pero Daritai Odchigin pidió verte de inmediato.

Bortai vio que la espalda de su esposo se ponía rígida.

—Habla, tío —dijo suavemente—. El Kan desea escuchar tus úlumas palabras.

Daritai apoyó la frente en el suelo y luego se sentó.

—Toghril no sabe mandar —dijo—. Sólo escucha a la última voz que le ha hablado. Jamukha finalmente se dio cuenta, y lo mismo les ocurrió a Khuchar y Altan. Tuvimos un consejo secreto y acordamos que había llegado el momento de atacarlo. Jamukha dijo que todos podíamos ser Kan, sin someternos a los Kereit ni a ti, pero yo advertí que la deposición de Toghril podría beneficiarte.

Bortai dudaba de que Daritai hubiera pensado en su sobrino.

—Íbamos a sorprender al Ong-Kan en su campamento —continuó Daritai—, pero alguien lo advirtió y nos vimos obligados a huir. Jamukha y los otros fueron hacia el oeste, hacia el país Naiman, pero yo decidí acudir a ti. Un hombre de un campamento Onggirat me dijo que te habias trasladado aquí, y tus exploradores me encontraron en el camino. —Bajó la cabeza.

—Mereces la muerte —dijo Temujin—, pero eres el hermano de mi padre y me has traído hombres que necesito de mi lado. Te perdono la vida, Daritai, pero debes saber una cosa: si alguna vez tengo razones para dudar de ti, si tengo la menor sospecha de que me eres desleal, si alguna vez pronuncias alguna palabra contra mí o contra otros, aunque sea porque estás borracho, tu cuerpo servirá de alimento a los buitres. Debes hacer todo lo posible por demostrarme tu lealtad, y rogar que nada me haga dudar de ti. Ante el menor error, encontrarás la muerte.

—Eres generoso, Temujin —dijo Daritai.

—Vivirás con mi espada sobre tu cabeza. Tal vez la muerte te hubiera resultado más fácil. —Temujin hizo un gesto con la mano—. Llevad a mi tío a la tienda de Borchu. Por la mañana, él y Borchu irán a buscar a sus hombres y los traerán aquí para que me presten juramento de lealtad. —Se volvió; Bortai se puso de pie y se retiró de la entrada. Él entró, se sentó en la cama.

—Supongo que piensas que debía haber acabado con él —dijo.

—Lo necesitas —respondió Bortai.

—Lo habría matado —masculló Tolui.

Temujin suspiró, miró a su hijo, y dijo:

—Un Kan tiene que saber cuándo la venganza es inútil, por justificada que esté. Daritai se entregó, y el que ahora podamos contar con sus tropas tal vez nos permita atacar tal como tú me pedías que hiciese. —Se quitó las botas y se acostó—. Ve a dormir.

Bortai se acercó a la cama. Cuando se tendió junto a Temujin, él la besó en los labios. Ella lo abrazó, dándole la bienvenida.

Pocos días después de la rendición de Daritai, el cielo los favoreció con una lluvia. La gente buscó refugio dentro de las tiendas y en los carros pero ningún rayo cayó sobre ellos; el lago y los pozos de agua se colmaron.

Cuando pasó la tormenta, una caravana encabezada por un mercader que montaba un camello blanco se detuvo en el campamento. Los mongoles rodearon la caravana, haciendo miles de preguntas a los mercaderes, admirando los adornos de oro de los arneses de los camellos y los abrigos de piel de los hombres.

El jefe de la caravana se llamaba Hassan; él y sus camaradas Jafar y Danishmenhajib hablaban la lengua de los mongoles. Habían venido al norte desde las tierras Ongghut situadas al sur del Gobi, con un millar de ovejas para canjearlas por pieles. El Kan muy pronto empezó a tratar a los mercaderes como camaradas, y los recibió en su tienda.

Los mercaderes hablaron de lo que ocurría en otras tierras, y les preocupaba que el conflicto entre Kereit y mongoles pudiera perturbar sus rutas comerciales del norte.

—¿De qué te has enterado hoy? —preguntó Bortai a su esposo una noche, cuando ambos estaban solos; él había pasado gran parte del día en la tienda de Hassan.

—Supe más cosas acerca de los cuatro muchachos que viajan con los mercaderes.

Bortai los había visto. Sus ojos eran redondos, sin pliegues, y uno de ellos tenía el pelo tan rojo como las llamas.

—¿Qué ocurre con ellos?

—Tal como sospechaba, los usan como compañeros de cama.

Bortai soltó un silbido, agradeciendo que sus hijos no estuvieran presentes.

—Preferiría no oír esas cosas —dijo.

—Si tienen que viajar durante tanto tiempo sin sus mujeres, sin duda deben satisfacer sus necesidades de algún modo, y así nuestras mujeres están seguras. Es una manera de ordenar estas cosas. —La miró fijamente—. También estoy aprendiendo cuántas cosas hay más allá de estas tierras. Siempre que estuve en el campamento de Toghril, soñé con tener sus riquezas, y sin embargo, por lo que me han dicho los mercaderes, hay gobernantes más lejanos cuyas riquezas empequeñecen las de Toghril.

—Y entonces deseas tener más —dijo ella—. Es natural.

—Tener mucho significa poco si no tienes el poder de conservarlo, y la riqueza es siempre una tentación para el enemigo. —Hizo una pausa—. Sólo estaremos seguros cuando todos nuestros posibles rivales hayan sido vencidos. Dios quiere que seamos un solo "ulus".

—Eso han dicho con frecuencia —murmuró la mujer.

—Pero ahora lo veo más claramente que cuando era un muchacho y te contaba mis sueños. Tengri quiere que yo haga algo más que unir a mi pueblo… Io sé, aun cuando esté acosado por mis enemigos. —Sus ojos tenían esa expresión distante que significaba que ya había olvidado que Bortai estaba allí—. Quiere que todo el mundo sea un "ulus".

82.

Khasar no halló rastros de su hermano a lo largo del Onon ni tampoco al norte del río. Había escapado la misma noche que Jakha Gambu había hablado con él, y desde entonces había pasado toda una luna. Sólo sus camaradas Chakhurkhan y Khali-undar habían escapado con él, y no habían encontrado caza entre los cedros ni en la densa maleza de las montañas salvajes que se elevaban más allá del Onon. Los mosquitos los acosaban; sólo se alimentaban de la sangre que extraían de las venas de sus caballos, y Khasar tenía que mascar el cuero de sus arneses para aplacar el hambre. La temperatura descendió; los espíritus del bosque aullaban entre los árboles.

Temujin se había dirigido al noreste, para poner distancia entre él y los Kereit y ganar tiempo para recuperarse. Khasar siguió adelante en esa direccion, y finalmente encontró huellas que conducían hacia el lago Baljuna.

Cuando avistaron unos "yurts" a lo lejos, Khasar estaba tan débil que tuvo que detenerse hasta que unos hombres cabalgaron hasta donde él y sus camaradas esperaban. Los llevaron a una tienda, les dieron de comer y los envolvieron en mantas; Khasar durmió profundamente. Cuando despertó, el sol estaba alto; un soldado le dijo que el Kan había llegado al alba.

—Me dijeron que dormías —dijo Temujin al entrar en el "yurt".—Abrazo a Khasar, después estrechó la mano de los otros dos hombres—. Me pidieron que no te despertara. —Volvió a abrazar a su hermano—. Temía por ti.

—Y yo por ti—dijo Khasar—. No podías haber escapado más lejos sin abandonar las tierras que conocemos.

—Los espíritus volverán a favorecernos. Teb-Tenggeri nos trajo lluvia, y todos los que me acompañan han hecho nuevos juramentos… Bebimos agua del Baljuna para sellarlos. Incluso he conseguido que unos mercaderes que se detuvieron en nuestro campamento apoyaran nuestra causa.

—Bien —dijo Khasar—, serán útiles como espías.

Los hombres se sentaron.

—¿Cómo lograste huir? —preguntó Temujin.

—Estaba en el campamento de Jakha Gambu. Él me dejó escapar, y me prometió que mi esposa y mis tres hijos estarían a salvo. No quiere luchar, y desconfía de los aliados del Ong-Kan.

—Tiene motivos para ello —dijo Temuhjin—. Khuchar, Altan y mi "anda" decidieron atacar al Ong-Kan. Toghril desbarató sus planes y sus tres falsos amigos tuvieron que escapar hacia el oeste. Daritai vino aquí y me contó todo acerca de la frustrada conspiración.

Khasar soltó una maldición.

—Me juró lealtad —continuó Temujin—. Sabe que morirá si tengo la menor sospecha de él, pero ahora lo necesito.

Khasar era lo bastante inteligente para no protestar.

—Jakha me contó los mensajes que enviaste. Habrías conseguido la paz de no haber sido por Nilkha.

—En efecto, quería la paz. Pero sabía que no la tendría. —Temujin se mesó la corta barba y frunció el entrecejo, luego se dirigió a Chakhurkhan y a Khali-undar—. ¿Cuánto tiempo os llevará estar en condiciones de montar?

—Ya nos hemos recuperado —respondió Khali-undar.

Other books

RoamWild by Valerie Herme´
The Plough and the Stars by Sean O'Casey
By a Slow River by Philippe Claudel
The Psychological Solution by A. Hyatt Verrill
Up Close and Personal by Magda Alexander
Sleep with the Fishes by Brian M. Wiprud
The Awakening by Heather Graham
Keturah and Lord Death by Leavitt, Martine