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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

Grotesco (26 page)

—¿Así que sale a cuenta pasar un tiempo fuera? ¿Puedes ingresar en un colegio como éste sin tener que estudiar, sólo por haber vivido en otro país? —Kazue dejó escapar un suspiro—. Ojalá a mi padre lo hubieran destinado al extranjero.

—No es sólo por eso, Kazue: su hermana, por encima de todo, es una chica preciosa.

No me cabía duda de que Mitsuru odiaba a Kazue. Se daba golpecitos en los dientes con las uñas mientras hablaba con ella, y lo hacía de forma diferente de cuando hablaba conmigo. Era más aleatorio.

—¿Preciosa? ¿Qué quieres decir? —Kazue me miró frunciendo el ceño.

«¿Cómo es posible que tú tengas una hermana pequeña que sea guapa? Tú no lo eres en absoluto.» Esto era en realidad lo que estaba pensando.

—Quiero decir que todo el mundo está impresionado con ella —aclaró Mitsuru—. Hace unos minutos, todos los chicos del colegio han venido corriendo para ver a su hermana mayor.

Kazue bajó la vista hacia sus manos con la mirada vacía, como si se diera cuenta de que no tenía nada con lo que replicar.

—Mi hermana también quiere venir a este colegio.

—Dile que no se moleste —repuse, enojada. Kazue se sonrojó y pareció que iba a responder algo pero, sin embargo, se limitó a morderse el labio—. Lo que quiero decir es que las veteranas son tan mezquinas que no te dejarán entrar en el club que quieres, ¿no es así?

Kazue se aclaró la garganta de forma exagerada para eludir mi sarcasmo obvio. Se había unido al club de patinaje sobre hielo, pero me había enterado por otras personas que le estaba costando pagar la cuota de la pista de patinaje. El equipo tenía que conseguir mucho dinero para pagar al entrenador olímpico que habían contratado, así como el coste de la pista de patinaje que alquilaban para las clases. Por eso, aceptaban a cualquiera que quisiera unirse a ellas, aunque ni siquiera supiera ponerse los patines; mientras pudiera pagar la cuota, no les importaba. Las alumnas de ese colegio eran indiferentes a las penurias que sus caprichos imponían a aquellas que estaban a su alrededor.

—Pues, para que te enteres, me han aceptado en el equipo de patinaje sobre hielo. Eran el segundo de mi lista después del equipo de animadoras, así que estoy muy contenta por cómo han salido las cosas.

—¿Ya te han dejado patinar? —Kazue se pasó la lengua por los labios un par de veces, como si buscara las palabras adecuadas—. Son las veteranas ricas las que monopolizan la pista, ¿no? O las chicas guapas, a las que les sientan tan bien esos diminutos trajes. De todas formas, seguramente su entrenador olímpico les da clases particulares y así tienen toda su atención. No hay nada como el favoritismo. De lo contrario, la única forma de que te presten atención aquí es tener talento de verdad. Menuda tontería. La sola idea de esas alumnas de instituto fingiendo ser patinadoras sobre hielo es una farsa. Únicamente es un divertimento para esas princesitas.

Los ojos de Kazue chispearon y compuso un sonrisa tan ancha que pensé que se le iba a desgarrar la cara. Oh, sí. Por encima de todo, Kazue era ambiciosa. Todo cuanto deseaba —su deseo era más fuerte que el de ninguna otra de nosotras— era ser reconocida como una «princesita»; ser tan buena en clase como patinando sobre hielo. Ése era el anhelo más ferviente del padre de Kazue.

—Me apuesto lo que quieras a que lo único que te dejan hacer es limpiar la pista y cuidar de sus patines. Deben de llamarlo «entrenamiento físico», pero de hecho no es más que una novatada. ¿Cuántas vueltas tuviste que dar al campo el otro día, con treinta y cinco grados? ¡Parecía que te ibas a morir! ¿Es así como se divierte una princesa?

—¡No es una novatada ni nada por el estilo! —dijo al fin Kazue recuperando el aliento—. Debes entrenarte de ese modo para conseguir la forma física básica.

—Y, una vez que posees esa forma física, ¿entonces, qué? ¿Intentarás ir a las Olimpiadas?

Tenía que decirlo, y no era sólo por crueldad. Aquella chica estúpida creía que todo cuanto tenías que hacer era dedicarte en cuerpo y alma y de ese modo podías conseguirlo todo. Yo quería aclararle las cosas. No sabía nada del mundo real, y yo quería explicarle cómo funcionaba todo. Es más, quería vengarme de su padre por haberla envenenado con todas aquellas ideas absurdas.

Cuando levanté la vista vi que Mitsuru se dirigía hacia la ventana, junto a la que charlaban un grupo de chicas. La aceptaron en su pequeño círculo y pronto ya estaban todas riendo. Mitsuru y yo cruzamos una mirada. Ella se encogió levemente de hombros sin decir nada, aunque su gesto parecía decir: «¿Para qué perder el tiempo?»

—No es mi intención ir a las Olimpiadas. Pero sólo tengo dieciséis años y, si quisiera y entrenara duramente, no hay razón para que no pudiera hacerlo.

Yo no daba crédito a lo que estaba oyendo.

—Madre mía, eres realmente estúpida. ¿Así que piensas que si te entrenaras jugando al tenis como una loca podrías ir a Wimbledon? O, si decidieras ser hermosa y te dedicaras a ello con todas tus fuerzas, ¿llegarías a ser Miss Universo? ¿Piensas que si te esfuerzas en los estudios llegarás a ser la primera de la clase cuando acabe el curso? ¿Crees que puedes superar a Mitsuru? Ha sido la primera de la clase desde que era estudiante de primer año en el colegio, y ni una sola vez ha abandonado ese puesto. ¿Sabes por qué? Porque es un genio. ¿Crees que todo cuanto tienes que hacer es hacerlo lo mejor que puedas? Puedes intentarlo hasta agotarte, pero hay un límite, ¿sabes? Puedes pasarte toda la vida intentándolo, joder, puedes intentarlo hasta que no queden de ti más que los huesos, pero aun así nunca serás un genio.

La pausa para el almuerzo ya casi había acabado, pero yo no había hecho más que empezar. Supongo que todavía estaba molesta porque con todos aquellos chicos de secundaria me había sentido como si estuviera en el circo. Y Kazue era la que debería haber estado en la arena, no yo. Se había metido en un lugar al que no pertenecía y hacía todo tipo de estupideces sin que le importara el mundo que la rodeaba. Pero Kazue tenía valor, eso hay que reconocérselo.

Me miró y me dijo con condescendencia:

—Me he sentado aquí, te he escuchado con paciencia y he llegado a la conclusión de que tu actitud es la de una perdedora. Hablas como alguien que nunca ha intentado tener éxito en nada. Yo, por mi parte, seguiré intentando hacerlo lo mejor que pueda. Está claro que seguramente es descabellado pensar que puedo ir a las Olimpiadas o a Wimbledon, pero no veo exagerado intentar ser la primera de la clase cuando acabe el curso. Puede que pienses que Mitsuru es un genio, pero yo no estoy de acuerdo con eso. Simplemente se limita a esforzarse mucho.

Me acordé de cómo la familia de Kazue determinaba la jerarquía de sus miembros en la casa según sus notas académicas y rompí a reír con sarcasmo.

—¿Alguna vez has visto a un monstruo? —dije.

Kazue levantó una ceja y me miró con desconfianza.

—¿Un monstruo?

—Sí, una persona que no es humana.

—¿Te refieres a los genios?

Me interrumpí un momento. Los genios no se ajustaban a esa definición, ya que un monstruo es alguien que tiene algo retorcido en su interior, algo que no para de crecer hasta desbordarse. Señalé silenciosamente a Mitsuru. Unos instantes antes había estado riéndose con las amigas, pero en ese momento ya había vuelto a su pupitre para prepararse la siguiente clase. Una extraña aura de soledad la envolvía. Algo se formaba alrededor de Mitsuru cuando sabía que la lección iba a empezar.

—Llegaré a ser la primera de la clase porque me entregaré por completo a ello —declaró Kazue.

—Haz lo que te dé la gana.

—¡Dices cosas tan odiosas! —A Kazue le estaba costando encontrar las palabras adecuadas para rebatirme—. Mi padre me dijo que eras rara y que no actuabas como una chica normal. Seguramente debes de padecer algún tipo de desviación. Tal vez tengas una hermana pequeña hermosa y tal vez tú seas inteligente, pero yo tengo una familia normal cuyo padre tiene un buen empleo y trabaja duro.

Kazue regresó a su pupitre. Podría haberme hablado de las opiniones de su padre durante todo el día, pero ¿qué me importaba eso a mí? Mientras la veía alejarse, decidí que desde ese momento me lo tomaría como algo personal y no perdería de vista sus intentos de «entregarse por completo».

El aula se quedó en silencio. Cuando miré mi reloj, vi que ya era la hora de la siguiente clase. Me apresuré a coger la fiambrera que había dejado sobre el pupitre y la metí en la mochila. La puerta se abrió y Kijima entró vestido con una bata de laboratorio y una expresión seria.

Había olvidado por completo que ése era el día de nuestra clase semanal de biología. Primero Yuriko, después el odioso hijo de Kijima y, por último, su padre. ¿Qué probabilidades había de encontrarme a los tres el mismo día? Busqué a toda prisa el libro de biología y lo puse sobre el pupitre. Estaba tan estresada que de un golpe tiré al suelo el bloc, que cayó con un sonido seco. Vi que Kijima fruncía el ceño.

Descansó las manos a ambos lados del atril y miró con detenimiento el aula. Sabía que me estaba buscando, así que bajé la cabeza, pero pronto sentí sus ojos cerniéndose sobre mi pupitre. «Sí, eso es. Aquí estoy, la fea hermana mayor de la hermosa Yuriko, la mancha en la vida de Yuriko. Pero usted también tiene una mancha en su vida, ¿verdad? Su hijo.» Levanté los ojos y lo miré de hito en hito.

Al igual que su hijo, la frente de Kijima era ancha, el puente de la nariz delgado y tenía una mirada penetrante. Las gafas doradas que llevaba complementaban su rostro y le daban un aspecto intelectual pero, aun así, había algo en él que siempre transmitía una impresión de descuido. ¿Un poco de barba que había olvidado afeitarse quizá? ¿O los mechones de pelo que le caían sobre la frente? ¿Tal vez una mancha en la bata? Las pequeñas señales de descuido simbolizaban algo: su hijo no cumplía sus expectativas. Aunque ambos se parecían en todos los demás aspectos, sus ojos eran diferentes. Kijima lo miraba todo de frente, mientras que su hijo lo hacía de reojo. La mirada directa del padre no se quedaba fija en un punto, sino que reseguía los contornos, aprehendiendo todos los detalles uno a uno, de manera que era fácil saber qué estaba observando. En ese momento me observaba a mí, mi cara, mi figura, sin decir una palabra. «¿Ha descubierto una prueba biológica que me relacione con Yuriko? ¡No me mire como si fuera una especie de insecto extraño!» Me sentí enfurecer mientras me prestaba, allí sentada, al escrutinio de Kijima. Finalmente, apartó la mirada y empezó a hablar con un tono lento y moderado.

—Ya hemos acabado con la era de los dinosaurios, ¿verdad? Hemos hablado de cómo los dinosaurios devoraban todas las coníferas y otras gimnospermas, ¿lo recordáis? Con el tiempo, el cuello de los dinosaurios se hizo más y más largo para que pudieran llegar a las plantas más altas. Ya hablamos de cómo las plantas se desarrollaban según su hábitat. Es interesante, ¿no creéis? Las gimnospermas se llamaron así (las plantas de semillas desnudas) porque sus semillas no se forman en un ovario adjunto. Las angiospermas, en cambio, poseen un ovario o carpelo, de modo que se conocen como plantas de floración. Ahora bien, como las gimnospermas dependían por completo de la dispersión del viento para reproducirse, al final fueron devoradas hasta que se extinguieron. Por el contrario, las angiospermas sobrevivieron al asociarse con toda clase de insectos. ¿Alguna pregunta hasta aquí?

Mitsuru no le quitaba los ojos de encima, ni siquiera se movía. Para mí era evidente que había electricidad entre ellos. Yo sospechaba que Mitsuru estaba enamorada de Kijima, pero aun así no podía creer lo que veían mis ojos. La pasión flotaba entre ambos en el aire como si de un enorme globo se tratara.

Antes os he dicho que sentía una especie de amor por Mitsuru, ¿verdad? Bueno, tal vez no sea exacto. Ella y yo éramos como un lago de montaña que se ha formado por las corrientes subterráneas. Las montañas son profundas y solitarias, y el lago es desolador; no lo visita ningún viajero. Pero, bajo la superficie, el agua siempre fluye de manera uniforme. Si yo iba bajo tierra, Mitsuru hacía lo mismo. Si yo emergía, ella también. Para Mitsuru, Kijima debía de representar un mundo por completo diferente, pero para mí sólo representaba un obstáculo.

No cabía duda de que el profesor Kijima se sentía atraído por Yuriko. Y la única razón por la que se fijaba en mí era porque estaba interesado en ella. ¿Creéis que estoy equivocada? Lo cierto es que yo nunca me he enamorado. Pero cuando alguien se enamora de otra persona, ¿no creéis que es natural que quiera conocer todos los obstáculos a los que tiene que enfrentarse? Y no olvidemos que Kijima era profesor de biología. ¿No pensáis que también estaba interesado en nosotras dos desde un punto de vista estrictamente científico? Kijima se volvió hacia la pizarra y escribió: «Las flores y los mamíferos: el nacimiento de una nueva cooperación.»

—Abrid el libro por la página setenta y ocho. Veréis que el ratón se come una angiosperma, o una planta de flor, y desperdiga las semillas con sus excrementos.

Como si fuera un coro, el sonido de los lápices escribiendo frenéticamente en los cuadernos inundó el aula. Yo no escribí nada en mi cuaderno y seguí soñando despierta. Yuriko debía de ser una planta de flor, y yo una planta de semillas desnudas. La planta de flor atrae a los insectos y a los animales con sus hermosos brotes y su néctar dulce. Supongo, entonces, que Kijima debía de ser un animal. Si así era, ¿qué clase de animal debía de ser? El profesor se volvió y me clavó la mirada.

—Bien, hagamos un repaso. Tú, ¿recuerdas por qué se extinguieron los dinosaurios?

Kijima me estaba señalando. Perdida en mis pensamientos y cogida totalmente por sorpresa, me desplomé en la silla con una mirada de amargura.

—¡Levántate! —ordenó Kijima reprobadoramente.

Al levantarme con torpeza, el pupitre crujió y la silla arañó el suelo. Mitsuru se volvió para mirarme.

—¿No fue a causa de unos meteoritos gigantes?

—En parte. Pero ¿qué hay de su relación con las plantas?

—No me acuerdo.

—Ah… ¿Y tú, te acuerdas?

Mitsuru se levantó sin hacer ruido y empezó a responder de manera fluida.

—Cuando acababan con la comida del lugar que habitaban, migraban a otra parte hasta que allí también devoraban todas las plantas. Poco a poco, los bosques de los que dependían los dinosaurios fueron desapareciendo. De este ejemplo podemos deducir que entre las plantas y los animales había una relación sin intermediarios pero, para sobrevivir, es importante establecer una relación de cooperación.

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