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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

Grotesco (29 page)

Ella negó con determinación.

—Para nada. Sólo bebo leche.

—¿En serio? El día que fui a tu casa te acabaste todo lo del plato. Incluso engulliste la salsa que sobró.

Ofendida, Kazue me miró furiosa.

—Pues ahora ya no hago eso. Ahora me fijo en lo que como porque quiero ser tan guapa como una modelo.

En ese momento pensé algo muy cruel. Si adelgazaba todavía más, tendría un aspecto tan horrible que no habría forma de que nadie se sintiera atraído por ella.

—Sí, tienes razón. Si adelgazas un poco estarás perfecta —dije.

—Lo sé, yo opino lo mismo. —Se levantó la falda con timidez—. Tengo unas piernas tan gordas. En los entrenamientos me han dicho que cuanto más delgada, más ligera, lo que hace que resulte más fácil patinar.

—Todo cuanto tienes que hacer es esforzarte un poco más. Kijima también es delgado, ¿no?

Kazue asintió con convicción al oír eso. Luego añadió con alegría:

—Si estuviera un poco más delgada, sería más guapa, y Kijima y yo haríamos una pareja perfecta.

Envolvió la fiambrera vacía con el paño manchado de tomate. Mitsuru se acercó entonces con el libro bajo el brazo y me dio una palmada en el hombro.

—Yuriko está aquí —señaló—. Dice que tiene que hablar contigo.

¿Yuriko? ¿Cuántas veces le había dicho que no viniera a verme bajo ningún concepto? Sorprendida, me dispuse a salir al pasillo. Estaba en la puerta, junto a Kijima hijo, mirándome. Kazue no se había dado cuenta de su presencia, así que le di un empujoncito.

—Es Kijima.

Kazue se puso nerviosa y enrojeció como un tomate. En su rostro podía leerse: «¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? ¡Todavía no estoy preparada para que me vea! ¿Qué voy a hacer?»

Me levanté.

—No te preocupes, han venido a hablar conmigo.

—¡Oh! Le has dicho a Yuriko que me gusta Kijima, ¿verdad?

—No se lo he dicho.

Dejé que le entrara el pánico y me dirigí hacia ellos. Mi hermana me observó mientras me acercaba. Estaba tiesa como un palo, y por entonces ya medía diez centímetros más que yo. De las mangas cortas de la blusa salían sus brazos largos, esbeltos y bien torneados. Incluso sus dedos eran preciosos.

—¿Qué queréis?

Al oír mi tono brusco, Kijima se estremeció.

—El profesor Kijima es mi tutor, creo que ya lo sabes, y me ha pedido que rellene una hoja informativa sobre mi familia. Pero no sé qué debería escribir. Creo que sería extraño si tú y yo no respondemos lo mismo.

—¿Por qué no la rellenas con información sobre Johnson y Masami?

—Pero ellos no son mi verdadera familia, ¿no?

Kijima sonrió con dulzura y admiró la cara de Yuriko. Ella se sonrojó. Sus ojos tenían un brillo especial. La ira hace nacer la determinación, y en los ojos de Yuriko había un brillo de determinación. No había razón para que mi hermana tuviera determinación, y yo tenía que pisotearla fuera como fuese.

—He rellenado el formulario con información sobre ti y sobre papá. Pero si el profesor Kijima me pregunta algo más, le diré que venga a hablar contigo.

—Perfecto, deja que yo me ocupe.

Miré a Kijima hijo.

—¿Tú no eres el hijo del profesor Kijima?

—Sí, ¿y a ti qué te importa eso? —Me devolvió una mirada furiosa. Estaba claro que no había nada que odiara más que le preguntaran sobre su padre.

—Sólo lo digo porque el profesor Kijima es un buen profesor.

—Pues en casa también es un buen padre —se defendió él.

—Yuriko y tú siempre estáis juntos, debéis de ser buenos amigos.

—Es porque yo soy su agente —bromeó Takashi. Se metió las manos en los bolsillos y se encogió de hombros.

Aquellos dos se llevaban algo entre manos, y yo tenía tantas ganas de saber qué era que apenas podía controlarme.

—¿Qué clase de agente?

—Hago un poco de esto y un poco de aquello. Por cierto, Yuriko ha decidido unirse al equipo de animadoras.

«Vaya, menuda ironía», pensé, y me volví para mirar a Kazue. Estaba cabizbaja, fingiendo indiferencia, pero yo sabía que cada célula de su cuerpo estaba pendiente de todo lo que hacíamos.

—Kijima, ¿qué te parece aquella chica de allí?

Él le echó un vistazo y luego se encogió de hombros sin el menor interés. Yuriko pareció repentinamente incómoda y le tiró del brazo.

—Kijima, vámonos.

Cuando Yuriko se volvió para marcharse, de repente me di cuenta de que ya no era aquella niña pequeña que me había perseguido por la carretera nevada aquella noche. Seis meses antes, cuando se había marchado a Suiza, apenas articulaba palabra pero, al separarse de mí, se había vuelto mucho más decidida.

—¿Yuriko? —dije cogiéndola del brazo—. ¿Qué te ha pasado en Suiza?

¿Tenía baja la temperatura corporal, porque su brazo estaba helado? ¿Por qué le había preguntado eso? Supongo que era obvio, y había hecho la pregunta con mala idea. Quería obligarla a que me dijera lo que yo ya había entrevisto, es decir, que se había acostado con un hombre. Yuriko ya no era virgen.

Pero la respuesta de mi hermana me sorprendió.

—He perdido a la persona que más quería.

—¿A quién?

—No me digas que ya te has olvidado. —El brillo en los ojos de Yuriko se intensificó por un momento, como si de una llama se tratara—. Mamá, por supuesto.

Me miró con desprecio. Su rostro se contrajo, el brillo en sus ojos empezó a parpadear y su expresión se entristeció. Yo anhelaba conseguir que aquella cara se tornara incluso más horrenda de lo que ya era en ese momento.

—¡Si no te pareces en absoluto a ella! —le espeté.

—El parecido no tiene ninguna importancia. —Me dijo esto a modo de despedida, y luego se apoyó en el hombro de Takashi—. Ya he tenido suficiente, Kijima. Salgamos de aquí.

Él apenas tuvo tiempo de volverse antes de que Yuriko lo arrastrara por el pasillo, pero se las arregló para observarme con una mirada curiosa. Sí, eso es. Me sentía orgullosa de lo del parecido, y no iba a dejar de estarlo. Incluso ahora lo estoy, no sé por qué.

Antes de que pudiera volver a sentarme, Kazue vino corriendo y empezó a interrogarme.

—Oye, ¿de qué habéis estado hablando? Has estado un buen rato fuera.

—Ah, de muchas cosas, pero no hemos hablado de ti.

Kazue bajó sus párpados artificiales y pensó un momento antes de preguntar:

—¿Qué debería hacer para que Kijima se fijara en mí?

—¿Por qué no le escribes una carta?

Su rostro se iluminó con mi sugerencia.

—¡Qué gran idea! Sí, le escribiré una carta. Pero, antes de enviarla, ¿te la podría enseñar a ti? Me ayudaría tener una opinión imparcial.

¿Imparcial? Mis labios se torcieron con una sonrisa. Me di cuenta de que mi sonrisa era una imitación de la que Yuriko había esbozado antes.

2

¿A
divináis qué hice aquella noche? Estaba conmocionada por la idea del parecido. Al darme cuenta de ello, decidí sonsacar a mi abuelo. Quería saber quién era mi padre. Por descontado, sabía que era mestiza, eso era indudable. También sabía que mi madre era japonesa, y estaba convencida de que mi padre tenía que ser extranjero. Sólo hay que ver mi piel: no es amarilla, ¿verdad? ¿Lo es?

Sin embargo, estaba completamente segura de que mi padre no podía ser el mismo suizo que había engendrado a Yuriko. ¿Por qué? Pues, para empezar, no nos parecíamos en nada y, en segundo lugar, ¿cómo podía un hombre tan mediocre haber engendrado a una niña tan brillante como yo? Sin duda era imposible. Además, mi padre me trataba de forma ofensiva. Siempre guardaba las distancias conmigo y, aunque no tenía problemas en regañarme, ni una sola vez había sentido que me quisiera.

Desde que éramos niñas, Yuriko se metía conmigo porque nos parecíamos muy poco. ¿Cómo? ¿No os podéis imaginar a mi hermana metiéndose conmigo? ¿Por qué no? ¿Es porque ella es hermosa? Pues las apariencias pueden engañar. Yuriko era diez veces más rencorosa y malvada que yo. No tenía el más mínimo reparo en partirme el corazón. «Me pregunto dónde debe de estar tu padre —me chinchaba—, porque no te pareces ni un poco al mío.» Éste era siempre su último recurso.

Me di cuenta de que mi padre suizo no era mi verdadero padre cuando fui consciente de la existencia de Yuriko. Es verdad que ella no se parecía a nadie, pero resultaba evidente que tenía rasgos asiáticos y occidentales en igual medida. Y el hecho de que fuera estúpida encajaba a la perfección con nuestros padres. Yo tampoco me parecía a nadie pero, a diferencia de mi hermana, mis rasgos tenían un aspecto mucho más asiático, y era inteligente. Así que, ¿de dónde venía? Desde que había tenido uso de razón me atormentaban las dudas sobre mi origen. ¿Quién era mi padre?

Una vez, en clase de naturales, creí haber encontrado la respuesta: yo era una mutación. Pero la euforia de mi descubrimiento se esfumó pronto. Era mucho más probable que la mutante fuera Yuriko. Una vez que la teoría se hubo ido al infierno, me encontré en el mismo lugar en el que había empezado: perpleja, triste y sin una sola pista que respondiera a lo que me había estado atormentando y seguía atormentándome. Ni siquiera ahora tengo una respuesta. Y la vuelta de Yuriko a Japón provocó que mis dudas resurgieran.

Al parecer, mi abuelo había salido esa noche; por fin estaba sola en casa. No había nada para cenar, así que, a falta de otra alternativa, me dispuse a lavar el arroz. Saqué el tofu de la nevera y me preparé una sopa miso. Como no había nada más en casa para la guarnición, pensé que el abuelo había salido a comprar algo y esperé a que volviera. Se hizo de noche. Esperé, pero seguía sin volver. Eran casi las diez cuando oí que se abría la puerta de la calle.

—¡Qué tarde llegas!

—Oh —masculló.

Salí al recibidor y lo encontré con la cabeza baja, igual que un niño al que regañan. «¿Cómo es posible?», me dije. ¡El abuelo había crecido! Se estaba descalzando unos zapatos marrones ajustados que nunca antes le había visto. Cuando los miré de cerca, sentándome en el suelo del recibidor, observé que los tacones eran tan altos como los de unos zapatos de mujer.

—¿Qué haces con esos zapatos?

—Los llaman «botas secretas».

—¿Dónde diablos venden zapatos así?

—¿Qué tienen de malo?

El abuelo se rascó la cabeza con timidez. El olor a gomina que desprendía era especialmente acre. Era muy presumido y nunca salía sin su gomina; se la echaba aunque no tuviera que salir a la calle. Sin embargo, esa noche había usado el doble de lo normal. Me tapé la nariz y lo escudriñé. El traje marrón, que nunca antes le había visto puesto, no le sentaba nada bien, y había pedido prestada una camisa azul a su amigo el guarda de seguridad. Lo sabía porque recordaba haber visto al guarda llevando esa misma camisa con orgullo. Además, resultaba obvio que se la habían prestado, porque los puños le sobresalían por debajo de las mangas de la chaqueta. Como guinda, llevaba una estridente corbata plateada.

—Lo siento, debes de estar muerta de hambre —dijo al mismo tiempo que me tendía un paquetito envuelto. Estaba de buen humor.

Percibí un olor de anguila asada, tan intenso que por un momento pensé que iba a desmayarme. El envoltorio estaba manchado de salsa, todavía tibio. Lo cogí y me quedé allí de pie durante un momento sin decir nada. Mi abuelo estaba muy raro. Tal vez se le había pasado la obsesión por los bonsáis. Pero ¿cómo había podido comprarse ropa y zapatos nuevos? ¿De dónde sacaba el dinero?

—Abuelo, ¿el traje es nuevo?

—Lo he comprado en el Nakaya de delante de la estación —respondió acariciando la tela con las manos—. Me va un poco grande, pero me siento como un playboy cuando lo llevo. Ya me conoces, no puedo resistirme al lujo, y me han aconsejado esta corbata. Dijeron que una corbata plateada resaltaría con un traje como éste. Si la miras bien, verás que la tela es estampada. Parece piel de serpiente, ¿verdad? Cuando le da la luz, brilla. Fui a la tienda de Kitamura, al otro lado de la estación, para los zapatos. Soy un hombre bajo, y los demás tienden a mirarme por encima del hombro, lo que no soporto. Así que hoy he decidido ir de compras. La camisa es lo único que no he comprado (me sentía un poco culpable por gastar tanto); se la he pedido prestada a un amigo. ¿No crees que el color queda bien con el traje? Aunque sería mejor que los puños fueran franceses, claro. Tan pronto como encuentre una buena camisa con puños franceses, la compraré. Ésa será mi nueva adquisición.

El abuelo se miró con reproche las mangas de la camisa. Le quedaban bastante sueltas y largas, cubriéndole por completo los dedos esbeltos. Señalé el paquete:

—¿Y qué hay de la anguila? ¿Te la ha dado alguien?

—Ah, sí. Date prisa y cómetela. Pensé que podrías llevártela para el almuerzo de mañana, así que he comprado un poco más.

—Te he preguntado si te la ha dado alguien…

—Ya te he dicho que la he comprado, ¿no? —replicó con aspereza—. Me sobraba un poco de dinero.

Al fin se había dado cuenta de que estaba enfadada.

—Has ido al bar de la madre de Mitsuru.

—Sí, he ido. ¿Te molesta?

—También fuiste anoche. Debe de sobrarte el dinero.

El abuelo abrió la puerta de la galería haciendo bastante ruido y miró afuera. Enseguida tuve un mal presentimiento y salí corriendo a ver. Faltaban dos o tres de sus plantas.

—Abuelo, ¿has vendido tus bonsáis?

No respondió. Cogió la maceta grande donde estaba el pino negro y frotó con cariño sus mejillas contra las hojas.

—¿Tienes pensado vender éste mañana?

—No, antes de venderlo me moriría. Aunque el Jardín de la Longevidad me ofreciera treinta millones de yenes.

Si no controlaba un poco a mi abuelo, pronto vendería todos los bonsáis. Los beneficios se los llevaría o bien el Jardín de la Longevidad o bien el Blue River, y nosotros tocaríamos fondo.

—¿Estaba la madre de Mitsuru?

—Sí.

—¿De qué habéis hablado?

—Verás, ella estaba ocupada. No podía estar allí sentada conmigo, entreteniéndome todo el rato.

«Ella.» Había un matiz cariñoso en su tono de voz. Una gran fuerza parecía emanar del cuerpo del abuelo, una esencia que nunca le había notado, fuerte pero suave. Podía sentir la influencia de Yuriko; su presencia los estaba cambiando a todos. Quería taparme los ojos y los oídos. Entonces, el abuelo se volvió y me miró, temeroso. Creo que había notado que su amor recién encontrado me parecía ofensivo.

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