Harry Potter. La colección completa (187 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

No le apetecía regresar a la torre de Gryffindor y oír a Ron y Hermione gruñéndose el uno al otro, así que se quedó observando cavar a Hagrid hasta que la oscuridad lo envolvió y, a su alrededor, las lechuzas empezaron a despertar y a pasar zumbando por su lado para internarse en la noche.

Al día siguiente, para el desayuno, se había disipado el mal humor de sus amigos, y, para alivio de Harry, no se cumplieron las pesimistas predicciones de Ron de que los elfos domésticos mandarían a la mesa de Gryffindor una pésima comida por culpa de Hermione: el tocino, los huevos y los arenques ahumados estaban tan ricos como siempre.

Cuando llegaron las lechuzas, ella las miró con impaciencia; parecía que esperaba algo.

—Percy no habrá tenido tiempo de responder —dijo Ron—. Enviamos a
Hedwig
ayer.

—No, no es eso —repuso Hermione—. Me he suscrito a
El Profeta:
ya estoy harta de enterarme de las cosas por los de Slytherin.

—¡Bien pensado! —aprobó Harry, levantando también la vista hacia las lechuzas—. ¡Eh, Hermione, me parece que estás de suerte!

Una lechuza gris bajaba hasta ella.

—Pero no trae ningún periódico —comentó ella decepcionada—. Es...

Para su asombro, la lechuza gris se posó delante de su plato, seguida de cerca por cuatro lechuzas comunes, una parda y un cárabo.

—¿Cuántos ejemplares has pedido? —preguntó Harry, agarrando la copa de Hermione antes de que la tiraran las lechuzas, que se empujaban unas a otras intentando acercarse a ella para entregar la carta primero.

—¿Qué demonios...? —exclamó Hermione, que cogió la carta de la lechuza gris, la abrió y comenzó a leerla—. Pero ¡bueno! ¡Hay que ver! —farfulló, poniéndose colorada.

—¿Qué pasa? —inquirió Ron.

—Es... ¡ah, qué ridículo...!

Le pasó la carta a Harry, que vio que no estaba escrita a mano, sino compuesta a partir de letras que parecían recortadas de
El Profeta
:

eRes una ChicA malVAdA. HaRRy PottEr se merEce alGo MejoR quE tú. vUelve a tU sitIO, mUggle.

—¡Son todas por el estilo! —dijo Hermione desesperada, abriendo una carta tras otra—. «Harry Potter puede llegar mucho más lejos que la gente como tú...» «Te mereces que te escalden en aceite hirviendo... » ¡Ay!

Acababa de abrir el último sobre, y un líquido verde amarillento con un olor a gasolina muy fuerte se le derramó en las manos, que empezaron a llenarse de granos amarillos.

—¡Pus de
bubotubérculo
sin diluir! —dijo Ron, cogiendo con cautela el sobre y oliéndolo.

Con lágrimas en los ojos, Hermione intentaba limpiarse las manos con una servilleta, pero tenía ya los dedos tan llenos de dolorosas úlceras que parecía que se hubiera puesto un par de guantes gruesos y nudosos.

—Será mejor que vayas a la enfermería —le aconsejó Harry al tiempo que echaban a volar las lechuzas—. Nosotros le explicaremos a la profesora Sprout adónde has ido...

—¡Se lo advertí! —dijo Ron mientras Hermione se apresuraba a salir del Gran Comedor, soplándose las manos—. ¡Le advertí que no provocara a Rita Skeeter! Fíjate en ésta. —Leyó en voz alta una de las cartas que Hermione había dejado en la mesa—. «He leído en
Corazón de bruja
cómo has jugado con Harry Potter, y quiero decirte que ese chico ya ha pasado por cosas muy duras en esta vida. Pienso enviarte una maldición por correo en cuanto encuentre un sobre lo bastante grande.» ¡Va a tener que andarse con cuidado!

Hermione no asistió a Herbología. Al salir del invernadero para ir a clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, Harry y Ron vieron a Malfoy, Crabbe y Goyle descendiendo la escalinata de la puerta del castillo. Pansy Parkinson iba cuchicheando y riéndose tras ellos con el grupo de chicas de Slytherin. Al ver a Harry, Pansy le gritó:

—Potter, ¿has roto con tu novia? ¿Por qué estaba tan alterada en el desayuno?

Harry no le hizo caso: no quería darle la satisfacción de que supiera cuántos problemas les estaba causando el artículo de
Corazón de bruja
.

Hagrid, que en la clase anterior les había dicho que ya habían acabado con los unicornios, los esperaba fuera de la cabaña con una nueva remesa de cajas. Al verlas, a Harry se le cayó el alma a los pies. ¿Les tocaría cuidar otra camada de
escregutos
? Pero, cuando llegaron lo bastante cerca para echar un vistazo, vieron un montón de animalitos negros de aspecto esponjoso y largo hocico. Tenían las patas delanteras curiosamente planas, como palas, y miraban a la clase sin dejar de parpadear, algo sorprendidos de la atención que atraían.

—Son
escarbatos
—explicó Hagrid cuando la clase se congregó en torno a ellos—. Se encuentran sobre todo en las minas. Les gustan las cosas brillantes... Mirad.

Uno de los
escarbatos
dio un salto para intentar quitarle de un mordisco el reloj de pulsera a Pansy Parkinson, que gritó y se echó para atrás.

—Resultan muy útiles como detectores de tesoros —dijo Hagrid contento—. Pensé que hoy podríamos divertirnos un poco con ellos. ¿Veis eso? —Señaló el trozo grande de tierra recién cavada en la que Harry lo había visto trabajar desde la ventana de la lechucería—. He enterrado algunas monedas de oro. Tengo preparado un premio para el que coja al
escarbato
que consiga sacar más. Pero lo primero que tenéis que hacer es quitaros las cosas de valor; luego escoged un
escarbato
y preparaos para soltarlo.

Harry se quitó el reloj, que sólo llevaba por costumbre, dado que ya no funcionaba, y lo guardó en el bolsillo. Luego cogió un
escarbato
, que le metió el hocico en la oreja, olfateando. Era bastante cariñoso.

—Esperad —dijo Hagrid mirando dentro de una caja—, aquí queda un
escarbato
. ¿Quién falta? ¿Dónde está Hermione?

—Ha tenido que ir a la enfermería —explicó Ron.

—Luego te lo explicamos —susurró Harry, viendo que Pansy Parkinson estaba muy atenta.

Era con diferencia lo más divertido que hubieran visto nunca en clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Los
escarbatos
entraban y salían de la tierra como si ésta fuera agua, y acudían corriendo a su estudiante respectivo para depositar el oro en sus manos. El de Ron parecía especialmente eficiente. No tardó en llenarle el regazo de monedas.

—¿Se pueden comprar y tener de mascotas, Hagrid? —le preguntó emocionado, mientras su
escarbato
volvía a hundirse en la tierra, salpicándole la túnica.

—A tu madre no le haría gracia, Ron —repuso Hagrid sonriendo—, porque destrozan las casas. Me parece que ya deben de haberlas recuperado todas —añadió paseando por el trozo de tierra excavado, mientras los
escarbatos
continuaban buscando—. Sólo enterré cien monedas. ¡Ah, ahí está Hermione!

Se acercaba por la explanada. Llevaba las manos llenas de vendajes, y parecía triste. Pansy Parkinson la miró escrutadoramente.

—¡Bueno, comprobemos cómo ha ido la cosa! —dijo Hagrid—. ¡Contad las monedas! Y no merece la pena que intentes robar ninguna, Goyle —agregó, entornando los ojos de color azabache—. Es oro
leprechaun
: se desvanece al cabo de unas horas.

Goyle se vació los bolsillos, enfurruñado. Resultó que el que más monedas había recuperado era el
escarbato
de Ron, así que Hagrid le dio como premio una enorme tableta de chocolate de Honeydukes. En esos momentos sonó la campana del colegio anunciando la comida. Todos regresaron al castillo salvo Harry, Ron y Hermione, que se quedaron ayudando a Hagrid a guardar los
escarbatos
en las cajas. Harry se dio cuenta de que Madame Maxime los observaba por la ventanilla del carruaje.

—¿Qué te ha pasado en las manos, Hermione? —preguntó Hagrid, preocupado.

Hermione le contó lo de los anónimos que había recibido aquella mañana, y el sobre lleno de pus de
bubotubérculo
.

—¡Bah, no te preocupes! —le dijo Hagrid amablemente, mirándola desde lo alto de su estatura—. Yo también recibí cartas de ésas después de que Rita Skeeter escribió sobre mi madre. «Eres un monstruo y deberían sacrificarte.» «Tu madre mató a gente inocente, y si tú tuvieras un poco de dignidad, te tirarías al lago.»

—¡No! —exclamó Hermione, asustada.

—Sí —dijo Hagrid, levantando las cajas de los
escarbatos
y arrimándolas a la pared de la cabaña—. Es gente que está chiflada, Hermione. No abras ninguna más. Échalas al fuego según vengan.

—Te has perdido una clase estupenda —le dijo Harry a Hermione de camino al castillo—. Los
escarbatos
molan, ¿a que sí, Ron?

Pero Ron miraba ceñudo el chocolate que Hagrid le había dado. Parecía preocupado por algo.

—¿Qué pasa? —le preguntó Harry—. ¿No está bueno?

—No es eso —replicó Ron—. ¿Por qué no me dijiste lo del oro?

—¿Qué oro?

—El oro que te di en los Mundiales de
Quidditch
—explicó Ron—. El oro
leprechaun
que te di en pago de los
omniculares
. En la tribuna principal. ¿Por qué no me dijiste que había desaparecido?

Harry tuvo que hacer un esfuerzo para entender de qué hablaba Ron.

—Ah... —dijo recordando—. No sé... no me di cuenta de que hubiera desaparecido. Creo que estaba más preocupado por la varita.

Subieron la escalinata de piedra, entraron en el vestíbulo y fueron al Gran Comedor para la comida.

—Tiene que ser estupendo —dijo Ron de repente, cuando ya estaban sentados y habían comenzado a servirse rosbif con budín de Yorkshire— eso de tener tanto dinero que uno no se da cuenta si le desaparece un puñado de galeones.

—¡Mira, esa noche tenía otras cosas en la cabeza! —contestó Harry perdiendo un poco la paciencia—. Y no era el único, ¿recuerdas?

—Yo no sabía que el oro
leprechaun
se desvanecía —murmuró Ron—. Creí que te estaba pagando. No tendrías que haberme regalado por Navidad el sombrero de los Chudley Cannons.

—Olvídalo, ¿quieres? —le pidió Harry.

Ron ensartó con el tenedor una patata asada y se quedó mirándola. Luego dijo:

—Odio ser pobre.

Harry y Hermione se miraron. Ninguno de los dos sabía qué decir.

—Es un asco —siguió Ron, sin dejar de observar la patata—. No me extraña que Fred y George quieran ganar dinero. A mí también me gustaría. Quisiera tener un
escarbato
.

—Bueno, ya sabemos qué regalarte la próxima Navidad —dijo Hermione para animarlo. Pero, como continuaba triste, añadió—: Vamos, Ron, podría ser peor. Por lo menos no tienes los dedos llenos de pus. —Hermione estaba teniendo dificultades para manejar el tenedor y el cuchillo con los dedos tan rígidos e hinchados—. ¡Odio a esa Skeeter! —exclamó—. ¡Me vengaré de esto aunque sea lo último que haga en la vida!

···

Hermione continuó recibiendo anónimos durante la semana siguiente, y, aunque siguió el consejo de Hagrid y dejó de abrirlos, varios de ellos eran vociferadores, así que estallaron en la mesa de Gryffindor y le gritaron insultos que oyeron todos los que estaban en el Gran Comedor. Hasta los que no habían leído
Corazón de bruja
se enteraron de todo lo relativo al supuesto triángulo amoroso Harry-Hermione-Krum. Harry estaba harto de explicar a todo el mundo que Hermione no era su novia.

—Ya pasará —le dijo a Hermione—. Basta con que no hagas caso... La gente terminó por aburrirse de lo que ella escribió sobre mí.

—¡Tengo que enterarme de cómo logra escuchar las conversaciones privadas cuando se supone que tiene prohibida la entrada a los terrenos del colegio! —contestó Hermione irritada.

Hermione se quedó al término de la siguiente clase de Defensa Contra las Artes Oscuras para preguntarle algo al profesor Moody. El resto de la clase estaba deseando marcharse: Moody les había puesto un examen de desvío de maleficios tan duro que muchos de ellos sufrían pequeñas heridas. Harry padecía un caso agudo de orejas bailonas, y tenía que sujetárselas con las manos mientras salía de clase.

—Bueno, ¡por lo menos está claro que Rita no usó una capa invisible! —dijo Hermione jadeando cinco minutos más tarde, cuando alcanzó a Ron y Harry en el vestíbulo y le apartó a éste una mano de la oreja bailona para que pudiera oírla—. Moody dice que no la vio por ningún lado durante la segunda prueba, ni cerca de la mesa del tribunal ni cerca del lago.

—¿Serviría de algo pedirte que lo olvidaras, Hermione? —le preguntó Ron.

—¡No! —respondió ella testarudamente—. ¡Tengo que saber cómo escuchó mi conversación con Viktor! ¡Y cómo averiguó lo de la madre de Hagrid!

—A lo mejor te ha pinchado —dijo Harry.

—¿Pinchado? —repitió Ron sin entender—. ¿Qué quieres decir, que le ha clavado alfileres?

Harry explicó lo que eran los micrófonos ocultos y los equipos de grabación. Ron lo escuchaba fascinado, pero Hermione los interrumpió:

—Pero ¿es que no leeréis nunca
Historia de Hogwarts
?

—¿Para qué? —repuso Ron—. Si tú te la sabes de memoria... Sólo tenemos que preguntarte.

—Todos esos sustitutos de la magia que usan los
muggles
(electricidad, informática, radar y todas esas cosas) no funcionan en los alrededores de Hogwarts porque hay demasiada magia en el aire. No, Rita está usando la magia para escuchar a escondidas. Si pudiera averiguar lo que es... ¡Ah, y si es ilegal, la tendré en mis redes!

—¿No tenemos ya bastantes motivos de preocupación, para emprender también una
vendetta
contra Rita Skeeter? —le preguntó Ron.

—¡No te estoy pidiendo ayuda! —replicó Hermione—. ¡Me basto yo sola!

Subió por la escalinata de mármol sin volver la vista atrás. Harry estaba seguro de que iba a la biblioteca.

—¿Qué te apuestas a que vuelve con una caja de insignias de «Odio a Rita Skeeter»? —comentó Ron.

Hermione no les pidió que la ayudaran en su venganza contra Rita Skeeter, algo que ambos le agradecían porque el trabajo se amontonaba en los días previos a la semana de Pascua. Harry se maravillaba de que Hermione fuera capaz de investigar medios mágicos de escucha además de cumplir con todo lo que tenían que hacer para clase. Él trabajaba muchísimo sólo para conseguir terminar los deberes, aunque también se ocupaba de enviar a Sirius regularmente paquetes de comida a la cueva de la montaña. Después del último verano, sabía muy bien lo que era pasar hambre. Le incluía notas diciéndole que no ocurría nada extraordinario y que continuaban esperando la respuesta de Percy.

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