Harry Potter. La colección completa (251 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—Os he puesto la nota que os habrían puesto si hubierais presentado este trabajo en vuestro
TIMO
—explicó Snape con una sonrisita de suficiencia mientras se paseaba entre sus alumnos devolviéndoles los deberes corregidos—. Así os haréis una idea de los resultados que podéis esperar de vuestros exámenes. —Snape llegó a la parte delantera de la clase y se dio la vuelta para mirar a los alumnos—. En general, el nivel de la redacción ha sido pésimo. La mayoría de vosotros habríais suspendido si hubiera sido un examen. Espero que os esforcéis mucho más en la redacción de esta semana sobre las diferentes variedades de antídotos para veneno; si no, tendré que empezar a castigar a los burros que obtengan una D.

—¿A alguien le han puesto una D? ¡Ja! —dijo Malfoy en voz baja, y entonces Snape esbozó una sonrisa de complicidad.

Harry se dio cuenta de que Hermione lo miraba de reojo intentando ver qué nota había tenido, así que guardó su redacción sobre el ópalo en la mochila tan rápido como pudo, pues prefería no divulgar esa información.

Decidido a no proporcionar un pretexto a Snape para que lo regañara en aquella clase, Harry leyó y releyó cada una de las instrucciones escritas en la pizarra como mínimo tres veces antes de ponerlas en práctica. Su solución fortificante no tenía exactamente el tono turquesa claro de la de Hermione, pero al menos era azul y no rosa como la de Neville; al finalizar la clase, fue hasta la mesa de Snape y se la entregó con una mezcla de alivio y desafío.

—Bueno, no ha ido tan mal como la semana pasada, ¿verdad? —comentó Hermione cuando subían por la escalera de la mazmorra y cruzaban el vestíbulo hacia el Gran Comedor para ir a comer—. Y los deberes tampoco están tan mal, ¿no? —Como ninguno de sus amigos contestó, Hermione insistió—: Hombre, tampoco es que esperara la nota más alta, sobre todo si Snape los ha corregido como si fueran un examen de
TIMO
, pero un aprobado no está mal en esta etapa, ¿no os parece? —Harry hizo un ruidito evasivo con la garganta—. Evidentemente, pueden pasar muchas cosas desde ahora hasta el examen, y tenemos mucho tiempo para mejorar, pero las notas que obtenemos ahora son una especie de punto de referencia, ¿no? Algo sobre lo que podemos construir… —Se sentaron juntos a la mesa de Gryffindor—. Evidentemente me habría encantado que me hubiera puesto una E…

—Hermione —dijo Ron con aspereza—, si quieres saber qué notas nos ha puesto, pregúntanoslo, ¿vale?

—No, si yo no… Bueno, si queréis decírmelo…

—A mí me ha puesto una I —confesó Ron mientras se servía sopa—. ¿Estás contenta?

—Bueno, no tienes por qué avergonzarte de eso —dijo Fred, que acababa de llegar a la mesa con George y Lee Jordan y se había sentado a la derecha de Harry—. Una buena I no tiene nada de malo.

—Pero ¿la I no significa…? —empezó Hermione.

—Sí, «Insatisfactorio» —contestó Lee Jordan—. Pero es mejor que una D de «Desastroso», ¿no?

Harry notó que se le encendían las mejillas y fingió un acceso de tos mientras se comía el panecillo. Cuando paró de toser lamentó comprobar que Hermione seguía hablando sobre las notas de los
TIMOS
.

—O sea, que la mejor nota es la E de «Extraordinario» —iba diciendo—, y luego está la A…

—No, la S —la corrigió George—, S de «Supera las expectativas». Y siempre he pensado que Fred y yo deberíamos tener S en todo porque superamos las expectativas sólo con presentarnos a los exámenes.

Todos rieron excepto Hermione, que siguió insistiendo:

—Bueno, después de la S está la A de «Aceptable», y ésa es la última nota de aprobado, ¿no?

—Sí —confirmó Fred echando un panecillo entero en su cuenco de sopa; luego se lo metió en la boca y se lo tragó de una vez.

—Después está la I de «Insatisfactorio»… —Ron levantó ambos brazos fingiendo que lo celebraba—, y la D de «Desastroso».

—Y luego la T —le recordó George.

—¿La T? —repitió Hermione, desconcertada—. ¿Es más baja incluso que la D? ¿Qué demonios significa la T?

—«Trol» —contestó George.

Harry volvió a reír, aunque no estaba seguro de si George bromeaba o no. Se imaginó que intentaba ocultar a Hermione que le habían puesto una T en todos los
TIMOS
, e inmediatamente decidió que trabajaría más a partir de entonces.

—¿Ya habéis tenido alguna clase supervisada? —inquirió Fred.

—No —contestó Hermione en el acto—. ¿Y vosotros?

—Sólo una, antes de la comida —respondió George—. Encantamientos.

—¿Cómo ha ido? —preguntaron Harry y Hermione.

Fred se encogió de hombros.

—No ha estado tan mal. La profesora Umbridge se ha quedado en un rincón tomando notas en un fajo de pergaminos cogidos con un sujetapapeles. Ya conocéis a Flitwick, la ha tratado como si fuera una invitada; no parecía que le preocupara ni lo más mínimo. Y ella no ha dicho casi nada. Le ha hecho un par de preguntas a Alicia sobre cómo son las clases normalmente, Alicia le ha dicho que eran muy interesantes y ya está.

—No me imagino al viejo Flitwick suspendiendo la supervisión —comentó George—. Casi siempre aprueba a todo el mundo.

—¿A quién tenéis esta tarde? —le preguntó Fred a Harry.

—A Trelawney…

—Una T como hay pocas…

—… y a Umbridge.

—Pues hoy sé bueno y controla tu genio con la profesora Umbridge —le aconsejó George—. Angelina va a ponerse hecha una fiera como te pierdas otro entrenamiento de
quidditch
.

Pero Harry no tuvo que esperar a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras para ver a la profesora Umbridge. Estaba sentado en la última fila de la lóbrega aula de Adivinación, sacando de su mochila el diario de sueños, cuando Ron le dio un codazo en las costillas; Harry giró la cabeza y observó que la profesora Umbridge entraba por la trampilla del suelo. La clase, que hasta entonces hablaba alegremente, guardó silencio de inmediato. El brusco descenso del ruido hizo que la profesora Trelawney, que se paseaba repartiendo copias de
El oráculo de los sueños,
se volviera para ver qué sucedía.

—Buenas tardes, profesora Trelawney —saludó la profesora Umbridge sonriendo ampliamente—. Espero que haya recibido mi nota en la que le indicaba la fecha y la hora en que la supervisaría.

La profesora Trelawney asintió con sequedad y, muy contrariada, le dio la espalda a la profesora Umbridge y siguió repartiendo los libros. Sin dejar de sonreír, la profesora Umbridge cogió el respaldo de la butaca que había más cerca y la arrastró hasta la parte delantera de la clase para colocarla unos centímetros por detrás de la profesora Trelawney. Entonces se sentó, sacó las hojas de pergamino de su floreado bolso y se quedó mirando expectante a su colega esperando que comenzara la clase.

La profesora Trelawney se ciñó los chales con manos ligeramente temblorosas y miró a sus alumnos a través de sus gafas de cristales de aumento.

—Hoy vamos a continuar con nuestro estudio de los sueños proféticos —dijo en un valeroso intento de adoptar su tono místico, aunque la voz también le temblaba un poco—. Colocaos por parejas, por favor, e interpretad las últimas visiones nocturnas de vuestro compañero con la ayuda del libro.

Fue hacia su butaca, pero como vio a la profesora Umbridge sentada justo detrás, de inmediato giró hacia la izquierda, donde se hallaban Parvati y Lavender, que ya estaban enfrascadas en un profundo análisis del último sueño de Parvati.

Harry abrió su ejemplar de
El oráculo de los sueños
mirando disimuladamente a la profesora Umbridge, que había empezado a tomar notas. Pasados unos minutos, ésta se levantó y empezó a pasearse por el aula siguiendo a la profesora Trelawney, escuchando las conversaciones que mantenía con los alumnos y haciendo preguntas de vez en cuando. Harry agachó la cabeza sobre su libro rápidamente.

—Deprisa, piensa un sueño por si el sapo viene hacia aquí.

—Yo me lo inventé la última vez —protestó Ron—, ahora te toca a ti.

—¡Ay, no sé! —dijo Harry, desesperado. No recordaba haber soñado nada en los últimos días—. Digamos que soñé que estaba… ahogando a Snape en mi caldero. Sí, eso servirá…

Ron contuvo la risa mientras abría
El oráculo de los sueños.

—Vale, tenemos que sumar tu edad a la fecha en que tuviste el sueño, y el número de letras del tema… ¿Cuál sería el tema? ¿Ahogamiento, caldero o Snape?

—No importa, elige el que quieras —contestó Harry, y se arriesgó a mirar hacia atrás.

La profesora Umbridge estaba de pie detrás de la profesora Trelawney, echando un vistazo por encima de su hombro y tomando notas, mientras la profesora de Adivinación interrogaba a Neville sobre su diario de sueños.

—A ver, ¿qué noche lo soñaste? —le preguntó Ron, enfrascado en sus cálculos.

—No lo sé, anoche, o cuando te parezca —respondió Harry intentando escuchar lo que Dolores Umbridge estaba diciéndole a la profesora Trelawney.

En ese momento ya sólo estaban a una mesa de distancia de ellos. La profesora Umbridge anotaba algo más, y la profesora Trelawney parecía sumamente molesta.

—Dígame —dijo la profesora Umbridge mirando a su colega—, ¿cuánto tiempo hace exactamente que imparte esta clase?

La profesora Trelawney la observó frunciendo el entrecejo, con los brazos cruzados y los hombros encorvados, como si quisiera protegerse cuanto pudiera de la humillación que suponía aquel examen. Tras una breve pausa, durante la cual pareció decidir que la pregunta no era tan ofensiva como para ignorarla por completo, contestó con un tono que denotaba un profundo resentimiento:

—Casi dieciséis años.

—Eso es mucho tiempo —repuso la profesora Umbridge, y lo anotó en sus hojas de pergamino—. ¿Y fue el profesor Dumbledore quien le ofreció el puesto?

—Sí —respondió la profesora Trelawney con sequedad.

La profesora Umbridge lo apuntó también.

—¿Y es usted la tataranieta de la famosa vidente Cassandra Trelawney?

—Sí —respondió la profesora levantando un poco más la barbilla.

Otra nota en las hojas de pergamino.

—Pero tengo entendido, y corríjame si me equivoco, que usted es la primera de su familia, desde Cassandra, que tiene el don de la clarividencia.

—Estos dones suelen saltarse… tres generaciones —repuso la profesora Trelawney.

La sonrisa de sapo de la profesora Umbridge se ensanchó un poco más.

—Claro, claro —dijo con dulzura, y tomó otra nota—. ¿Podría predecirme algo, por favor? —preguntó, y miró inquisidoramente a su colega sin dejar de sonreír.

La profesora Trelawney se puso tensa, como si no pudiera creer lo que acababa de oír.

—Perdone, pero no la entiendo —dijo cogiendo convulsivamente el chal que tenía alrededor del esquelético cuello.

—Me gustaría que me predijera algo —repitió la profesora Umbridge con toda claridad.

Harry y Ron ya no eran los únicos que observaban y escuchaban a hurtadillas escondidos tras sus libros. La mayoría de los estudiantes miraban perplejos a la profesora Trelawney, que se enderezó completamente haciendo tintinear sus brazaletes y sus collares de cuentas.

—¡El Ojo Interior no ve nada por encargo! —respondió escandalizada.

—Bien —dijo la profesora Umbridge, y tomó una nueva nota.

—Pero… ¡un momento! —exclamó de pronto la profesora Trelawney en un intento de recuperar su tono etéreo, aunque el efecto místico se malogró un poco porque la voz le temblaba de rabia—. Creo…, creo… que veo algo. Algo… que la concierne a usted… Sí, noto algo…, algo tenebroso…, un grave peligro…

La profesora Trelawney señaló con un tembloroso dedo a la profesora Umbridge, que siguió sonriéndole de manera insulsa con las cejas arqueadas.

—Me temo… ¡Me temo que corre un grave peligro! —concluyó la profesora Trelawney con dramatismo.

Se produjo un silencio. La profesora Umbridge todavía tenía las cejas arqueadas.

—Muy bien —repuso en voz baja, y volvió a hacer una anotación—. Si no es capaz de nada mejor…

Se dio la vuelta y dejó a la profesora Trelawney plantada donde estaba mientras ésta respiraba con agitación. Harry miró de reojo a Ron y comprendió que su amigo estaba pensando exactamente lo mismo que él: ambos sabían que la profesora Trelawney era una farsante, pero, por otra parte, detestaban tanto a Umbridge que se sentían inclinados a defenderla. Bueno, al menos hasta que unos segundos más tarde la profesora Trelawney se abatió sobre ellos.

—¿Y bien? —dijo, chasqueando los dedos bajo la nariz de Harry con una brusquedad inusitada—. Déjame ver lo que has escrito en tu diario de sueños, por favor.

Pero cuando terminó de interpretar en voz alta los sueños de Harry (los cuales, incluso aquellos en los que comía gachas de avena, parecía que pronosticaban una muerte espantosa y prematura), él ya no sentía tanta compasión por ella. La profesora Umbridge permaneció todo el rato de pie, un poco alejada, sin dejar de tomar notas, y cuando sonó la campana fue la primera en bajar por la escalerilla de plata, de modo que ya los esperaba en el aula cuando los alumnos llegaron, diez minutos más tarde, para su clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Cuando entraron en el aula la encontraron tarareando y sonriendo. Harry y Ron le contaron a Hermione, que había estado en Aritmancia, lo que había pasado en Adivinación mientras los alumnos sacaban sus ejemplares de
Teoría de defensa mágica,
pero antes de que Hermione pudiera preguntar algo, la profesora Umbridge ya los había llamado al orden y todos se habían callado.

—Guardad las varitas —ordenó sin dejar de sonreír, y los estudiantes más optimistas, que las habían sacado, volvieron a guardarlas con pesar en sus mochilas—. En la última clase terminamos el capítulo uno, de modo que hoy quiero que abráis el libro por la página diecinueve y empecéis a leer el capítulo dos, titulado «Teorías defensivas más comunes y su derivación». En silencio, por favor —añadió, y exhibiendo aquella amplia sonrisa de autosuficiencia, se sentó detrás de su mesa.

Los alumnos suspiraron mientras, todos a una, abrían los libros por la página 19. Harry, abatido, se preguntó si habría suficientes capítulos para pasarse el año leyendo en las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras, y cuando estaba a punto de revisar el índice se fijó en que Hermione volvía a tener la mano levantada.

La profesora Umbridge también lo había visto, y no sólo eso, sino que al parecer había diseñado una estrategia por si se presentaba aquella eventualidad. En lugar de fingir que no se había fijado en Hermione, se puso en pie y pasó por la primera hilera de pupitres hasta colocarse delante de ella; entonces se agachó y susurró para que el resto de la clase no pudiera oírla:

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