Harry Potter. La colección completa (486 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—¿Está vivo Draco? ¿Está en el castillo? —le susurró muy quedamente la mujer, rozándole la oreja con los labios, al tiempo que su larga melena ocultaba la cara de Harry a los curiosos.

—Sí —musitó el muchacho.

Notó cómo la mano que ella le había posado en el pecho se contraía, clavándole las uñas. Entonces retiró la mano y se incorporó.

—¡Está muerto! —anunció Narcisa Malfoy a los demás.

Todos soltaron gritos y exclamaciones de triunfo y dieron contundentes patadas en el suelo. Aunque mantenía los ojos cerrados, Harry vislumbró destellos rojos y plateados de celebración. Y mientras seguía así, fingiéndose muerto, lo entendió: Narcisa sabía que la única manera de que le permitieran entrar en Hogwarts y buscar a su hijo era formando parte del ejército conquistador. Ya no le importaba que Voldemort ganara o no.

—¡¿Lo veis?! —chilló Voldemort por encima del alboroto—. ¡He matado a Harry Potter y ya no existe hombre vivo que pueda amenazarme! ¡Mirad! ¡Crucio!

Harry estaba esperándolo: sabía que no permitirían que su cuerpo quedara impoluto en el Bosque Prohibido; tenían que humillarlo para demostrar la victoria del Señor Tenebroso. Notó que se elevaba del suelo y tuvo que emplear toda su determinación para relajar los músculos y no ofrecer resistencia, pero no sintió ningún dolor. Se vio lanzado una, dos, hasta tres veces al aire; se le cayeron las gafas y la varita mágica se le desplazó bajo la túnica, pero se mantuvo flojo e inerte, y cuando cayó al suelo por última vez, en el bosque resonaron vítores y carcajadas.

—Y ahora —anunció Voldemort—, iremos al castillo y les mostraremos qué ha sido de su héroe. ¿Quién quiere arrastrar el cadáver? ¡No! ¡Esperad!

Hubo más carcajadas y, pasados unos instantes, Harry notó que el suelo temblaba bajo su cuerpo.

—Vas a llevarlo tú —ordenó Voldemort—. En tus brazos se verá bien, ¿no crees? Recoge a tu amiguito, Hagrid. ¡Ah, y las gafas! Pónselas; quiero que lo reconozcan.

Alguien se las plantó en la cara con una fuerza deliberadamente excesiva; las manazas del guardabosques, en cambio, lo levantaron con sumo cuidado. El muchacho percibió que los brazos de Hagrid temblaban debido a sus sollozos convulsivos, y unas gruesas lágrimas le cayeron encima cuando el guardabosques lo cogió, pero no se atrevió a darle a entender, mediante movimientos o palabras, que no todo estaba perdido.

—¡Muévete! —ordenó Voldemort, y Hagrid avanzó a trompicones entre los árboles, muy juntos entre sí.

Las ramas se enredaban en el cabello y la túnica de Harry, pero él permaneció quieto, con la boca abierta y los ojos cerrados. Los
mortífagos
iban en tropel alrededor del guardabosques, que sollozaba a ciegas, pero nadie se molestó en comprobar si latía algún pulso en el descubierto cuello de Harry Potter…

Los dos gigantes cerraban la comitiva; Harry oía crujir y caer los árboles que iban derribando. Hacían tanto ruido que los pájaros echaban a volar chillando, y hasta ahogaban los abucheos de los
mortífagos
. El victorioso cortejo desfiló hacia campo abierto, y al cabo de un rato el muchacho dedujo que habían llegado a una zona donde los árboles crecían más separados, porque vislumbraba cierta claridad.

—¡¡Bane!!

El inesperado grito de Hagrid estuvo a punto de hacer que Harry abriera los ojos.

—Qué contentos debéis de estar ahora de no haber peleado, ¿verdad, pandilla de mulas cobardes? Os alegráis de que Harry Potter esté… mu… muerto, ¿eh?

Hagrid no pudo continuar y rompió a llorar de nuevo. El chico se preguntó cuántos centauros estarían contemplando la procesión, pero tampoco se atrevió a mirar. Algunos
mortífagos
insultaron a los centauros una vez que los hubieron dejado atrás. Poco después, Harry supuso, porque hacía más frío, que habían llegado a la linde del bosque.

—¡Quieto!

Hagrid dio una pequeña sacudida, y el chico imaginó que lo habían obligado a obedecer la orden de Voldemort. Entonces los envolvió un frío espeluznante; Harry oyó la vibrante respiración de los
dementores
que patrullaban entre los árboles más cercanos a los jardines de Hogwarts, pero ahora ya no lo afectaban, porque el milagro de su propia supervivencia ardía en su interior como un talismán contra ellos, como si el ciervo de su padre se hubiera convertido en el custodio de su corazón.

Alguien pasó cerca de él y supo que se trataba de Voldemort cuando éste habló, amplificando su voz mediante magia para que se propagara por los jardines. La voz le retumbó en los oídos.

—Harry Potter ha muerto. Lo mataron cuando huía, intentando salvarse mientras vosotros entregabais su vida por él. Os hemos traído su cadáver para demostraros que vuestro héroe ha sucumbido.

»Hemos ganado la batalla y vosotros habéis perdido a la mitad de vuestros combatientes. Mis
mortífagos
os superan en número y el niño que sobrevivió ya no existe. No debe haber más guerras. Aquel que continúe resistiendo, ya sea hombre, mujer o niño, será sacrificado junto con toda su familia. Y ahora, salid del castillo, arrodillaos ante mí, y os salvaréis. Vuestros padres e hijos, vuestros hermanos y hermanas vivirán y serán perdonados, y todos os uniréis a mí en el nuevo mundo que construiremos juntos.

No se oía nada en absoluto, ni en los jardines ni en el castillo. Voldemort estaba tan cerca que Harry continuó sin abrir los ojos.

—¡Vamos! —ordenó el Señor Tenebroso, y Harry oyó que echaba a andar.

Obligaron a Hagrid a seguirlo. Entonces el chico sí entreabrió apenas los ojos y vio a Voldemort caminando a grandes zancadas delante de ellos, con la enorme serpiente colgada de los hombros, liberada ya de su jaula encantada. Pero Harry no podía sacar la varita que llevaba bajo la túnica sin que lo vieran los
mortífagos
que marchaban a ambos lados, bajo una oscuridad que poco a poco iba cediendo…

—Harry —sollozó Hagrid—. ¡Oh, Harry! ¡Harry!

El muchacho cerró una vez más los párpados. Sabía que estaban acercándose al castillo y aguzó el oído tratando de distinguir, aparte de las alegres voces de los
mortífagos
y sus ruidosas pisadas, alguna señal de vida en su interior.

—¡Alto!

Los
mortífagos
se detuvieron. Harry los oyó desplegarse frente a las puertas del colegio, que estaban abiertas, y percibió un resplandor rojizo que imaginó era luz que salía del vestíbulo. Esperó. En cualquier momento, aquellos por los que él había intentado morir lo verían, aparentemente muerto, en brazos de Hagrid.

—¡¡Nooo!!

El grito fue aún más terrible porque el chico jamás habría imaginado que la profesora McGonagall fuera capaz de producir semejante sonido. De inmediato oyó reír a otra mujer y comprendió que Bellatrix se regodeaba con la desesperación de McGonagall. Volvió a abrir un poco los ojos, sólo un segundo, y observó cómo la entrada del castillo se llenaba de gente: los supervivientes de la batalla salían a los escalones de piedra para enfrentarse a sus vencedores y comprobar con sus propios ojos que Harry había muerto. Voldemort estaba de pie, un poco más adelante, acariciándole la cabeza a
Nagini
con un solo y blanco dedo. Cerró los ojos.

—¡Nooo!

—¡Nooo!

—¡Harry! ¡¡Harry!!

Escuchar las voces de Ron, Hermione y Ginny fue peor que oír a la profesora McGonagall. Tuvo el impulso de contestarles, aunque se contuvo, pero sus exclamaciones fueron como un detonante, pues la multitud de supervivientes hizo suya su causa y se lanzaron a gritar y chillar insultos a los
mortífagos
, hasta que…

—¡¡Silencio!! —bramó Voldemort. Hubo un estallido y un destello de brillante luz, y todos obedecieron a la fuerza—. ¡Todo ha terminado! ¡Ponlo en el suelo, Hagrid, a mis pies, que es donde le corresponde estar! —El guardabosques lo depositó sobre la hierba—. ¿Lo veis? —se jactó Voldemort, paseándose alrededor del yacente muchacho—. ¡Harry Potter ha muerto! ¿Lo entendéis ahora, ilusos? ¡Nunca fue más que un crío que confió en que otros se sacrificarían por él!

—¡Harry te venció! —gritó Ron. Sus palabras hicieron trizas el hechizo y los defensores de Hogwarts empezaron a gritar e insultar de nuevo, hasta que otro estallido, más potente, volvió a apagar sus voces.

—Lo mataron cuando intentaba huir de los jardines del castillo —mintió Voldemort, regodeándose con el embuste—. Lo mataron cuando intentaba salvarse…

Pero el Señor Tenebroso se interrumpió. Entonces Harry oyó una carrera y un grito, y luego otro estallido, un destello de luz y un gruñido de dolor; abrió apenas los ojos: alguien se había separado del grupo y embestido a Voldemort. La figura cayó al suelo, víctima de un encantamiento de desarme; Voldemort arrojó la varita de su agresor a un lado y rió.

—¿A quién tenemos aquí? —preguntó con su sibilante voz de reptil—. ¿Quién se ha ofrecido como voluntario para demostrar qué les pasa a quienes siguen luchando cuando la batalla está perdida?

Bellatrix rió con regocijo e informó:

—¡Es Neville Longbottom, mi señor! ¡El chico que tantos problemas ha causado a los Carrow! El hijo de los aurores, ¿os acordáis?

—¡Ah, sí! Ya me acuerdo —afirmó el Señor Tenebroso viendo cómo Neville se levantaba, desarmado y desprotegido, en la tierra de nadie que separaba a los supervivientes de los
mortífagos
—. Pero tú eres un sangre limpia, ¿verdad, mi valiente amigo? —le preguntó a Neville, que se le había encarado con los puños apretados.

—¡Sí! ¿Y qué? —contestó el chico.

—Demuestras temple y valentía, y desciendes de una noble estirpe. Así que serás un valioso
mortífago
. Necesitamos gente como tú, Neville Longbottom.

—¡Me uniré a vosotros el día que se congele el infierno! —espetó Neville—. ¡Ejército de Dumbledore! —chilló, y la multitud respondió con vítores que los encantamientos silenciadores de Voldemort no lograron reprimir.

—Muy bien —dijo el Señor Tenebroso, y Harry detectó más peligro en aquel tono sedoso que en la más poderosa maldición—. Si así lo quieres, Longbottom, volveremos al plan original. La responsabilidad es tuya —añadió sin alterarse.

Harry, que seguía mirando entre las pestañas, vio cómo Voldemort agitaba su varita. Unos segundos más tarde, un bulto que parecía un pájaro deforme salió por una de las rotas ventanas del castillo y voló en medio de la penumbra hasta posarse en la mano del Señor Tenebroso. Él cogió aquella cosa enmohecida por su puntiagudo extremo y la sostuvo en alto, vacía y raída: era el Sombrero Seleccionador. Entonces anunció:

—Ya no volverá a haber otra Ceremonia de Selección en el colegio Hogwarts, y tampoco casas. El emblema, el escudo y los colores de mi noble antepasado, Salazar Slytherin, servirán para todos, ¿no es así, Neville Longbottom?

Apuntó con su varita al joven, que se quedó rígido e inmóvil, y entonces le plantó el sombrero en la cabeza, calado hasta los ojos. Se produjo cierta agitación entre la multitud que observaba la escena desde los escalones de piedra, pero los
mortífagos
enarbolaron amenazadoramente las varitas para disuadir a los defensores de Hogwarts.

—Ahora Longbottom va a mostrarnos qué les ocurre a quienes son lo bastante estúpidos para seguir oponiéndose a mí. —Y con una sacudida de la varita prendió fuego al Sombrero Seleccionador.

Los gritos colmaron el amanecer. Neville estaba envuelto en llamas, clavado en el suelo e incapaz de moverse, y Harry no pudo soportarlo más. Tenía que actuar…

De repente sucedieron varias cosas a la vez.

Se oyó una barahúnda proveniente de los límites del colegio. Era como si cientos de personas irrumpieran saltando los muros, que no se veían desde allí, y salieran disparadas hacia el castillo lanzando gritos de guerra. Por su parte, Grawp bordeó el castillo con sus torpes andares, y bramó: «¡¡Jagi!!» Los gigantes de Voldemort respondieron a su grito con rugidos, y al correr hacia él como elefantes enfurecidos hicieron temblar el suelo. También se oyeron ruidos de cascos y de arcos tensándose, y una lluvia de flechas cayó sobre los
mortífagos
, que rompieron filas, desprevenidos. Harry sacó en ese momento la capa invisible de debajo de su túnica, se la echó por encima y se puso en pie de un brinco. Y entonces Neville también se movió.

Con un rápido y fluido movimiento se libró de la maldición de inmovilidad total que lo aprisionaba, y el llameante sombrero se le cayó de la cabeza. Acto seguido sacó de su interior un objeto de plata con rubíes incrustados en la empuñadura… y de un solo tajo de espada degolló a la serpiente. La cabeza de
Nagini
salió despedida hacia arriba, girando sobre sí misma, reluciente a la luz que llegaba del vestíbulo. Voldemort abrió la boca para dar un grito de cólera que nadie pudo oír, y el cuerpo de la serpiente cayó a sus pies con un ruido sordo.

Oculto bajo la capa, Harry hizo un encantamiento escudo entre Neville y Voldemort antes de que éste pudiera alzar la varita. Entonces, por encima de los gritos, los bramidos y las atronadoras pisadas de los batalladores gigantes, se oyó el grito de Hagrid:

—¡¡Harry!! ¡¡Harry!! ¡¡¿Dónde está Harry?!!

En cuestión de segundos reinó el caos: los centauros cargaron contra los
mortífagos
y los obligaron a dispersarse; la gente corría en todas las direcciones para no morir aplastada bajo los pies de los gigantes, y con tremendo estruendo se acercaban los refuerzos venidos de quién sabía dónde. Harry distinguió unas enormes criaturas aladas —
thestrals
y
Buckbeak
, el
hipogrifo
— que volaban alrededor de las cabezas de los gigantes de Voldemort, arañándoles los ojos, mientras Grawp les daba puñetazos y los aporreaba. Por su parte, los magos, tanto los defensores de Hogwarts como los
mortífagos
de Voldemort, se vieron obligados a refugiarse en el castillo. Harry lanzaba embrujos y maldiciones a todos los
mortífagos
que veía, los cuales se desplomaban sin saber qué o quién los había alcanzado, y la multitud los pisoteaba al batirse en retirada.

Todavía oculto bajo la capa invisible, el chico se vio empujado hasta el vestíbulo. Buscaba a Voldemort, y lo descubrió en el otro extremo de la estancia, arrojando hechizos a diestro y siniestro mientras se retiraba hacia el Gran Comedor sin dejar de gritarles instrucciones a sus seguidores. Harry realizó más encantamientos escudo, y dos víctimas potenciales de Voldemort, Seamus Finnigan y Hannah Abbott, pasaron a toda velocidad por su lado y entraron en el Gran Comedor para participar en la contienda que se estaba desarrollando dentro.

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