Harry Potter. La colección completa (506 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

El mago no podía dormir ni comer con el cazo a su lado, pero éste se negaba a separarse, y él no podía hacerlo callar ni obligarlo a estarse quieto.

Llegó un momento en que el mago ya no pudo soportarlo más.

—¡Traedme todos vuestros problemas, todas vuestras tribulaciones y todos vuestros males! —gritó, y salió corriendo de la casa en plena noche, con el cazo saltando tras él por el camino que conducía al pueblo—. ¡Venid! ¡Dejad que os cure, os alivie y os consuele! ¡Tengo el cazo de mi padre y solucionaré todos vuestros problemas!

Y así, perseguido por el repugnante cazo, recorrió la calle principal de punta a punta, lanzando hechizos en todas direcciones.

En una casa, las verrugas de la niña desaparecieron mientras ella dormía; la burra, que se había perdido en un lejano brezal, apareció mediante un encantamiento convocador y se posó suavemente en su establo; el bebé enfermo se empapó de díctamo y despertó curado y con buen color. El mago hizo cuanto pudo en cada una de las casas donde alguien padecía alguna dolencia o aflicción; y poco a poco, el cazo, que no se había separado de él ni un solo momento, dejó de gemir y tener arcadas y, limpio y reluciente, se quedó quieto por fin.

—Y ahora qué, Cazo —preguntó el mago, tembloroso, cuando empezaba a despuntar el sol.

El cazo escupió la zapatilla que el mago le había metido dentro y dejó que se la pusiera en el pie de latón. Luego se encaminaron hacia la casa del mago, y el cazo ya no hacía ruido al andar. Pero, a partir de ese día, el mago ayudó a los vecinos como había hecho su padre, por temor a que el cazo se quitara la zapatilla y empezase a saltar otra vez.

Notas de Albus Dumbledore sobre «El mago y el cazo saltarín»

Un anciano y bondadoso mago decide darle una lección a su despiadado hijo haciéndole probar las miserias humanas de su vecindario. Al joven mago se le despierta la conciencia y accede a emplear la magia en beneficio de sus vecinos muggles. Una fábula sencilla y reconfortante, o eso podría parecer —en cuyo caso, uno demostraría ser un inocente papanatas—. ¿Una historia pro-muggles en que un padre que respeta a los muggles supera en magia a un hijo que los desprecia? Resulta asombroso que sobreviviera alguna copia de la versión original de este cuento, que no las arrojaran todas a las llamas.

Beedle no sintonizaba mucho con sus contemporáneos al predicar un mensaje de amor fraternal hacia los muggles. A principios del siglo
XV
, la persecución de magos y brujas se estaba agudizando en toda Europa. Muchos miembros de la comunidad mágica creían, y no sin motivos, que ofrecerse para lanzar un hechizo al enfermizo cerdo del vecino muggle equivalía a recoger voluntariamente la leña de su propia pira funeraria.
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«¡Que los muggles se las arreglen sin nosotros!», era el lema de entonces, y los magos fueron distanciándose cada vez más de sus hermanos no mágicos, tendencia que culminó con la creación del Estatuto Internacional del Secreto de los Brujos en 1689, año en que la raza mágica decidió pasar a la clandestinidad.

Pero los niños son niños, y el grotesco cazo saltarín había subyugado su imaginación. La solución consistía en conservar el caldero verrugoso y eliminar el contenido pro-muggles, por lo que hacia mediados del siglo
XVI
circulaba otra versión entre las familias de magos. En la historia revisada, el cazo saltarín protege a un inocente mago de sus vecinos, que lo amenazan provistos de antorchas y horquetas; los persigue, los aleja de la casa del mago, los atrapa y se los traga enteros. Al final de la historia, para cuando el cazo se ha comido a todos sus vecinos, el mago obtiene de los pocos aldeanos supervivientes la promesa de dejarlo en paz para que practique su magia. A cambio, el mago ordena al cazo que entregue a sus víctimas; éste obedece y las regurgita, y los aldeanos salen sólo ligeramente magullados. Incluso hoy en día, a algunos niños magos sus padres (generalmente anti-muggles) sólo les cuentan la versión revisada de la historia; y cuando leen la original, si es que algún día llegan a leerla, se llevan una gran sorpresa.

Pero como ya he insinuado, el sentimiento pro-muggles no era la única razón por la que «El mago y el cazo saltarín» despertaba tanta ira. A medida que las cazas de brujas se iban volviendo más violentas, las familias de magos empezaron a llevar una doble vida y utilizaban encantamientos de ocultación para protegerse. En el siglo
XVII
, todo mago o bruja que confraternizara con los muggles se convertía en sospechoso, e incluso en un marginado dentro de su propia comunidad. Entre los muchos insultos que recibían las brujas y los magos pro-muggles (jugosos epítetos como «comefango», «chupaboñigas» y «lamemugre» datan de este período) estaba la acusación de poseer una magia débil o de inferior calidad.

Algunos magos influyentes de la época, como Brutus Malfoy, director de
El Brujo en Guerra
, un periódico anti-muggles, contribuyeron a perpetuar el estereotipo de que quienes respetaban a los muggles eran tan poco mágicos como los squibs.
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En 1675, Brutus escribió:

Podemos afirmar con certeza que todo mago que simpatice con la sociedad de los muggles tiene una inteligencia pobre y una magia tan débil y lamentable que sólo puede sentirse superior cuando se encuentra rodeado de porqueros muggles.

No existe una señal más indudable de magia débil que tener debilidad por los seres no mágicos y codearse con ellos.

Ese prejuicio acabó desapareciendo ante la abrumadora evidencia de que algunos de los magos más destacados del mundo
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eran pro-muggles.

Hay otra objeción a «El mago y el cazo saltarín» aún vigente en ciertos sectores. Quizá sea Beatrix Bloxam (1794-1910), autora de los infames
Cuentos para leer bajo una seta,
quien mejor la haya resumido. La señora Bloxam creía que los
Cuentos de Beedle el Bardo
eran perjudiciales para los niños por lo que ella llamaba «su morboso interés por los temas más escabrosos, como la muerte, la enfermedad, el crimen, la magia siniestra, los personajes desagradables y las más repugnantes efusiones y erupciones corporales». La señora Bloxam tomó una serie de antiguas historias, entre ellas algunas de Beedle, y las reescribió de acuerdo con sus ideales, los cuales, según su parecer, «llenaban las mentes puras de nuestros angelitos con pensamientos saludables y felices, manteniendo su dulce sueño libre de pesadillas y protegiendo la preciosa flor de su inocencia».

El último párrafo de la pura y preciosa adaptación de «El mago y el cazo saltarín» de la señora Bloxam reza:

Entonces el cacito dorado se puso a bailar, feliz —¡yupi, yupi, yupi!—, con sus rosados piececillos. El pequeño Willykins había curado el dolor de tripita a todas las muñequitas, y el cacito estaba tan contento que se llenó de caramelos para el pequeño Willykins y las muñequitas.


¡Pero no olvidéis lavaros los dientecitos! —gritó el cazo.

Y el pequeño Willykins cubrió de besos al cazo saltarín y le prometió que siempre ayudaría a las muñequitas y que nunca volvería a ser tan gruñón.

Desde hace varias generaciones, los niños magos siempre reaccionan igual cuando leen el cuento de la señora Bloxam: sufren violentas arcadas y exigen que aparten el libro de ellos y lo hagan papilla.

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La Fuente de a la Buena Fortuna

En lo alto de una colina que se alzaba en un jardín encantado, rodeado por altos muros y protegido por poderosos hechizos, manaba la fuente de la buena fortuna.

El día más largo del año, durante las horas comprendidas entre el amanecer y el ocaso, se permitía que un solo desdichado intentara llegar hasta la fuente, bañarse en sus aguas y gozar de buena fortuna por siempre jamás.

El día señalado, antes del alba, centenares de personas venidas de todos los rincones del reino se congregaron ante los muros del jardín. Hombres y mujeres, ricos y pobres, jóvenes y ancianos, con poderes mágicos y sin ellos, se reunieron allí de madrugada, todos confiados en ser el afortunado que lograra entrar en el jardín.

Tres brujas, cada una con su carga de aflicción, se encontraron entre la multitud y se contaron sus penas mientras aguardaban el amanecer.

La primera, que se llamaba Asha, padecía una enfermedad que ningún sanador había logrado curar. Confiaba en que la fuente remediara su dolencia y le concediera una vida larga y feliz.

A la segunda, Altheda, un hechicero perverso le había robado la casa, el oro y la varita mágica. Confiaba en que la fuente reparara su impotencia y su pobreza.

La tercera, Amata, había sido abandonada por un joven del que estaba muy enamorada, y creía que su corazón nunca se repondría. Confiaba en que la fuente aliviara su dolor y su añoranza.

Tras compadecerse unas de otras por sus respectivos padecimientos, las tres mujeres decidieron que, si se presentaba la oportunidad, unirían sus esfuerzos y tratarían de llegar juntas a la fuente.

Cuando los primeros rayos de sol desgarraron el cielo, se abrió una grieta en el muro. La multitud se abalanzó hacia allí; todos reivindicaban a gritos su derecho a recibir la bendición de la fuente. Unas enredaderas que crecían en el jardín, al otro lado del muro, serpentearon entre la muchedumbre y se enroscaron alrededor de la primera bruja, Asha. Ésta agarró por la muñeca a la segunda bruja, Altheda, quien a su vez se aferró a la túnica de la tercera, Amata.

Y Amata se enganchó en la armadura de un caballero de semblante triste que estaba allí montado en un flaco rocín.

La enredadera tiró de las tres brujas y las hizo pasar por la grieta del muro, y el caballero cayó de su montura y se vio arrastrado también.

Los furiosos gritos de la defraudada muchedumbre inundaron la mañana, pero al cerrarse la grieta todos guardaron silencio.

Asha y Altheda se enfadaron con Amata, porque sin querer había arrastrado a aquel caballero.

—¡En la fuente sólo puede bañarse una persona! ¡Como si no fuera bastante difícil decidir cuál de las tres se bañará! ¡Sólo falta que añadamos uno más!

Sir Desventura, como era conocido el caballero en aquel reino, se percató de que las tres mujeres eran brujas. Por tanto, como él no sabía hacer magia ni tenía ninguna habilidad especial que lo hiciera destacar en las justas o los duelos con espada, ni nada por lo que pudieran distinguirse los hombres no mágicos, se convenció de que no conseguiría llegar antes que ellas a la fuente. Así pues, declaró sus intenciones de retirarse al otro lado del muro.

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