Harry Potter. La colección completa (225 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—No pasa nada —dijo examinándose la mano con interés antes de darle unos golpecitos con la varita mágica para que la piel volviera a su estado normal—. Dentro debía de haber polvos verrugosos.

Metió la caja en el saco donde iban guardando lo que sacaban de las vitrinas, y poco después Harry vio cómo George se envolvía la mano con un trapo y se guardaba la caja en el bolsillo lleno de
doxys
.

Encontraron un instrumento de plata de aspecto espeluznante, algo parecido a unas pinzas con muchas patas; cuando Harry lo cogió, subió corriendo por su brazo, como una araña, e intentó pincharlo. Sirius lo atrapó y lo aplastó con un pesado libro titulado
La nobleza de la naturaleza: una genealogía mágica.
También había una caja de música que emitía una melodía tintineante y un poco siniestra cuando le dabas cuerda, y de pronto todos se sintieron débiles y soñolientos de una forma muy extraña, hasta que a Ginny se le ocurrió cerrar la tapa de un porrazo; un enorme guardapelo que nadie pudo abrir; varios sellos antiguos; y, en una caja cubierta de polvo, una Orden de Merlín, Primera Clase, concedida al abuelo de Sirius por los «servicios prestados al Ministerio».

—Quiere decir que les dio mucho oro —aclaró Sirius con desprecio, y metió la medalla en el saco de basura.

Kreacher se coló en la habitación varias veces e intentó llevarse cosas en el taparrabos, murmurando terribles maldiciones cada vez que lo pillaban. Cuando Sirius le arrancó de la mano un enorme anillo de oro con el emblema de los Black, Kreacher rompió a llorar de rabia y salió de la habitación sollozando y lanzando contra Sirius unos insultos que Harry nunca había oído.

—Era de mi padre —explicó Sirius, y metió el anillo en el saco—. Kreacher no le tenía tanto aprecio a él como a mi madre, pero la semana pasada lo sorprendí robando unos pantalones suyos.

La señora Weasley los tuvo unos cuantos días trabajando muy duro. Tardaron tres días en descontaminar el salón. Al final los únicos trastos que quedaron fueron el tapiz del árbol genealógico de la familia Black, que resistió todos sus intentos de retirarlo de la pared, y el escritorio vibrante. Moody aún no había aparecido por el cuartel general, de modo que no podían estar seguros de qué había dentro.

Pasaron del salón a un comedor de la planta baja donde encontraron arañas, del tamaño de platos de postre, escondidas en el aparador (Ron salió precipitadamente de la habitación para hacerse una taza de té y no regresó hasta una hora y media más tarde). Sirius, sin miramientos, metió la porcelana, que llevaba el emblema y el lema de los Black, en un saco al que fueron a parar también una serie de fotografías viejas con deslustrados marcos de plata, cuyos ocupantes soltaron agudos gritos al romperse los cristales que los cubrían.

Snape se había referido a su trabajo como «limpieza», pero Harry opinaba que en realidad estaban guerreando contra la casa, que se defendía con uñas y dientes con la ayuda de Kreacher. El elfo doméstico aparecía siempre en el lugar donde se habían congregado, y sus murmullos de protesta cada vez eran más ofensivos mientras intentaba llevarse cualquier cosa que pudiera de los sacos de basura. Sirius hasta llegó a amenazarlo con darle una prenda, pero Kreacher lo miró fijamente con sus ojos vidriosos y dijo: «El amo puede hacer lo que quiera»; luego se dio la vuelta y farfulló de modo que todos pudieran oírlo: «Pero el amo no echará a Kreacher, no, porque Kreacher sabe lo que están tramando, oh, sí, están conspirando contra el Señor Tenebroso, sí, con estos sangre sucia y traidores y escoria…»

Al oír tales palabras, Sirius, sin hacer caso de las protestas de Hermione, agarró a Kreacher por la parte de atrás del taparrabos y lo sacó a la fuerza de la habitación.

El timbre de la puerta sonaba varias veces al día, y ésa era la señal para que la madre de Sirius se pusiera a gritar de nuevo, y para que Harry y los demás intentaran escuchar lo que decía el visitante, aunque podían deducir muy poco a partir de las fugaces imágenes y de los breves fragmentos de conversación que captaban, antes de que la señora Weasley los hiciera volver a sus tareas. Snape entró y salió de la casa varias veces más, aunque para gran alivio de Harry nunca se encontraron cara a cara; Harry también vio a la profesora McGonagall, de Transformaciones, que estaba muy rara con un vestido y un abrigo de
muggle
, y que al parecer también estaba demasiado ocupada para entretenerse mucho. A veces, sin embargo, los visitantes se quedaban para echar una mano. Tonks se quedó con ellos una tarde memorable en la que encontraron un viejo
ghoul
de instintos asesinos escondido en un cuarto de baño del piso superior, y Lupin, que vivía en la casa con Sirius pero pasaba largos periodos fuera, realizando misteriosas misiones para la Orden, los ayudó a reparar un reloj de pie que había desarrollado la desagradable costumbre de lanzarse contra quien pasara por delante de él. Mundungus se reconcilió un poco con la señora Weasley al rescatar a Ron de unas viejas túnicas de color morado que intentaron estrangularlo cuando las sacó de su armario.

Pese a que seguía durmiendo muy mal, pues todavía soñaba con pasillos y puertas cerradas con llave que hacían que le picara la cicatriz, Harry estaba pasándoselo bien por primera vez aquel verano. Mientras estaba ocupado se sentía contento; pero una vez terminadas las tareas, y tan pronto como bajaba la guardia o, agotado, se tumbaba en la cama y se quedaba mirando las sombras borrosas que se movían por el techo, volvía a acordarse de la vista del Ministerio que se avecinaba. El miedo lo atenazaba cada vez que se preguntaba qué sería de él si lo expulsaban de Hogwarts. Esa idea era tan terrible que no se atrevía a expresarla en voz alta, ni siquiera delante de Ron y Hermione, a los que Harry veía a menudo susurrando y mirándolo disimuladamente con expresión de tristeza, aunque seguían su ejemplo y no mencionaban aquel tema. A veces no podía impedir que su imaginación le hiciera ver a un funcionario sin rostro del Ministerio partiendo su varita mágica por la mitad y ordenándole que regresara a casa de los Dursley… Pero Harry no pensaba volver allí. Estaba decidido. Regresaría a Grimmauld Place y viviría con Sirius.

El miércoles por la noche, durante la cena, notó como si un ladrillo hubiera caído dentro de su estómago cuando la señora Weasley se volvió hacia él y, con voz queda, dijo:

—Te he planchado tu mejor ropa para mañana por la mañana, Harry, y quiero que esta noche te laves el pelo. Una buena primera impresión puede hacer maravillas.

Ron, Hermione, Fred, George y Ginny dejaron de hablar y miraron a Harry. Éste asintió con la cabeza e intentó seguir comiéndose la chuleta, pero se le había quedado la boca tan seca que no podía masticar.

—¿Cómo voy a ir hasta allí? —le preguntó a la señora Weasley intentando adoptar un tono despreocupado.

—Te llevará Arthur cuando vaya a trabajar —contestó ella con dulzura.

El señor Weasley, que estaba sentado al otro lado de la mesa, sonrió para animar a Harry.

Éste miró a Sirius, pero antes de que pudiera formular la pregunta, la señora Weasley ya la había respondido.

—El profesor Dumbledore no cree que sea buena idea que Sirius vaya contigo, y he de decir que yo…

—… opino que tiene mucha razón —continuó Sirius entre dientes.

La señora Weasley frunció los labios.

—¿Cuándo te ha dicho Dumbledore eso? —preguntó Harry mirando a Sirius.

—Vino anoche, cuando tú estabas acostado —terció el señor Weasley.

Sirius, malhumorado, clavó el tenedor en una patata. Harry bajó la vista y la fijó en su plato. Saber que Dumbledore había estado en aquella casa la víspera de su vista y no había ido a verlo hizo que se sintiera aún peor, si eso era posible.

7
El Ministerio de Magia

A la mañana siguiente, Harry despertó de golpe a las cinco, como si alguien le hubiera gritado en la oreja. Se quedó unos instantes tumbado, inmóvil, mientras la perspectiva de la vista disciplinaria llenaba cada diminuta partícula de su cerebro; luego, incapaz de soportarlo más, saltó de la cama y se puso las gafas. La señora Weasley le había dejado los vaqueros y una camiseta lavados y planchados a los pies de la cama. Harry se vistió. El cuadro vacío de la pared rió por lo bajo.

Ron estaba tirado en la cama, con la boca muy abierta, profundamente dormido. Ni siquiera se movió cuando Harry cruzó la habitación, salió al rellano y cerró la puerta sin hacer ruido. Procurando no pensar en la próxima vez que vería a Ron, cuando quizá ya no fueran compañeros de clase en Hogwarts, Harry bajó la escalera, pasó por delante de los antepasados de Kreacher y se dirigió a la cocina.

Se había imaginado que la encontraría vacía, pero cuando llegó a la puerta oyó un débil murmullo de voces al otro lado. Abrió y vio al señor y a la señora Weasley, Sirius, Lupin y Tonks sentados a la mesa como si estuvieran esperándolo. Todos estaban vestidos para salir, excepto la señora Weasley, que llevaba una bata acolchada de color morado. La mujer se puso en pie de un brinco en cuanto Harry entró en la cocina.

—Desayuno —dijo, y sacó su varita y corrió hacia el fuego.

—B-buenos días, Harry —lo saludó Tonks con un bostezo. Esa mañana tenía el pelo rubio y rizado—. ¿Has dormido bien?

—Sí.

—Yo no he pe-pegado ojo —comentó ella con otro bostezo que la hizo estremecerse—. Ven y siéntate…

Apartó una silla, y al hacerlo derribó la de al lado.

—¿Qué te apetece comer, Harry? —le preguntó la señora Weasley—. ¿Gachas de avena? ¿Bollos? ¿Arenques ahumados? ¿Huevos con beicon? ¿Tostadas?

—Tostadas, gracias.

Lupin miró a Harry y luego, dirigiéndose a Tonks, le dijo:

—¿Qué decías de Scrimgeour?

—¡Ah, sí! Bueno, que tendremos que ir con cuidado; ha estado haciéndonos preguntas raras a Kingsley y a mí…

Harry agradeció que no le pidieran que participara en la conversación. Tenía el estómago revuelto. La señora Weasley le puso delante un par de tostadas con mermelada; Harry intentó comer, pero era como si masticara un trozo de alfombra. La señora Weasley se sentó a su lado y empezó a arreglarle la camiseta, escondiéndole la etiqueta y alisándole las arrugas de los hombros. Harry habría preferido que no lo hiciera.

—…y tendré que decirle a Dumbledore que mañana no podré hacer el turno de noche, estoy demasiado ca-cansada —terminó Tonks, bostezando otra vez.

—Ya te cubriré yo —se ofreció el señor Weasley—. No me importa, y de todos modos tengo que terminar un informe…

El señor Weasley no llevaba ropa de mago, sino unos pantalones de raya diplomática y una cazadora. Cuando terminó de hablar con Tonks miró a Harry.

—¿Cómo te sientes? —El muchacho se encogió de hombros—. Pronto habrá terminado todo —le aseguró con optimismo—. Dentro de unas horas estarás absuelto. —Harry no dijo nada—. La vista se celebrará en mi planta, en el despacho de Amelia Bones. Es la jefa del Departamento de Seguridad Mágica, y la encargada de interrogarte.

—Amelia Bones es buena persona, Harry —afirmó Tonks con seriedad—. Es justa y te escuchará.

Harry asintió con la cabeza; seguía sin ocurrírsele nada que decir.

—No pierdas la calma —intervino Sirius—. Sé educado y cíñete a los hechos.

Harry volvió a asentir.

—La ley está de nuestra parte —comentó Lupin con voz queda—. Hasta los magos menores de edad están autorizados a utilizar la magia en situaciones de peligro para su vida.

Harry tuvo la sensación de que algo muy frío goteaba por su espalda; al principio creyó que alguien estaba haciéndole un encantamiento desilusionador, pero entonces se dio cuenta de que era la señora Weasley, que intentaba peinarlo con un peine mojado. Le aplastaba con fuerza el pelo contra la coronilla, pero éste volvía a erizarse enseguida.

—¿No hay forma de aplastarlo? —preguntó desesperada.

Harry negó con la cabeza.

El señor Weasley consultó su reloj y miró al chico.

—Creo que deberíamos irnos ya —dijo—. Es un poco pronto, pero estarás mejor en el Ministerio que aquí, sin hacer nada.

—Vale —contestó Harry automáticamente; dejó la tostada en el plato y se puso en pie.

—Todo irá bien, Harry —aseguró Tonks, y le dio unas palmaditas en el brazo.

—Buena suerte —le deseó Lupin—. Estoy convencido de que todo saldrá bien.

—Y si no —añadió Sirius con gravedad—, ya me encargaré yo de Amelia Bones…

Harry esbozó una tímida sonrisa. La señora Weasley lo abrazó.

—Todos cruzaremos los dedos —afirmó.

—Bueno… Hasta luego —dijo Harry.

Subió con el señor Weasley al vestíbulo y oyó cómo la madre de Sirius gruñía en sueños detrás de las cortinas de su retrato. El señor Weasley abrió la puerta de la calle y salieron al frío y gris amanecer.

—Normalmente usted no va al trabajo andando, ¿verdad? —le preguntó cuando empezaron a caminar a buen paso bordeando la plaza.

—No, suelo aparecerme —respondió el señor Weasley—, pero evidentemente tú no puedes aparecerte, y creo que lo mejor es que lleguemos de forma no mágica. Así causarás mejor impresión, dado el motivo por el que te han sancionado…

Mientras caminaban, el señor Weasley llevaba una mano dentro de la cazadora. Harry sabía que en esa mano llevaba la varita. Las calles, de aspecto abandonado, estaban casi desiertas, pero cuando llegaron a la desangelada estación de metro la encontraron llena de gente madrugadora que iba al trabajo. Como le ocurría siempre que se hallaba rodeado de
muggles
que realizaban su rutina diaria, el señor Weasley a duras penas podía contener su entusiasmo.

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