Harry Potter. La colección completa (371 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Katie todavía no había vuelto de San Mungo. Y además,
El Profeta
había informado de otras desapariciones, entre ellas varios parientes de alumnos de Hogwarts.

—Pues lo único que ahora podrá motivarme un poco es esa tontería de la Aparición —refunfuñó Ron—. Menudo regalo de cumpleaños…

Ya llevaban tres sesiones y se estaba demostrando que la Aparición no era coser y cantar; a lo sumo, algunos estudiantes habían conseguido despartirse. Se respiraba un ambiente de frustración y una palpable hostilidad hacia Wilkie Twycross y sus tres D, lo cual había dado pie a varios apodos para el instructor; los más educados, don Desastre y doctor Desgracia.

—¡Feliz cumpleaños, Ron! —dijo Harry el primero de marzo cuando los ruidos de Seamus y Dean, que se iban a desayunar, los despertaron—. Toma, tu regalo.

Lanzó un paquete sobre la cama de su amigo, donde ya había un pequeño montón de obsequios que Harry supuso le habían dejado los elfos domésticos por la noche.

—Gracias —contestó Ron, adormilado, y mientras desgarraba el envoltorio, Harry se levantó, abrió su baúl y buscó el mapa del merodeador; siempre lo escondía ahí después de utilizarlo. Sacó la mitad del contenido del baúl hasta que lo encontró debajo de los calcetines, hechos una bola, donde todavía guardaba la botellita de poción de la suerte
Felix Felicis
.

Se llevó el mapa a la cama, le dio unos golpecitos y pronunció: «¡Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas!», pero en voz muy baja para que no lo oyera Neville, que en ese momento pasaba por allí.

—¡Son fenomenales, Harry! ¡Muchas gracias! —exclamó Ron, agitando unos guantes de guardián nuevos.

—De nada —repuso Harry, distraído, mientras escudriñaba el dormitorio de Slytherin en busca de Malfoy—. ¡Eh, me parece que no está en la cama…!

Ron no contestó; estaba demasiado ocupado abriendo paquetes y de vez en cuando soltaba una exclamación de júbilo.

—¡Qué pasada de regalos me han hecho este año! —se alegró, y sostuvo en alto un pesado reloj de pulsera de oro con extraños símbolos alrededor de la esfera y diminutas estrellas móviles en lugar de manecillas—. ¡Mira lo que me han enviado mis padres! Jo, me parece que el año que viene también me haré mayor de edad.

—¡Qué guapo! —contestó Harry echándole un breve vistazo al reloj, y siguió examinando atentamente el mapa. ¿Dónde se había metido Malfoy? No estaba desayunando en la mesa de Slytherin del Gran Comedor, ni con Snape, que estaba sentado en su despacho, ni en los lavabos, ni en la enfermería…

—¿Quieres uno? —le ofreció Ron con la boca llena, tendiéndole una caja de calderos de chocolate.

—No, gracias —dijo Harry, y levantó la cabeza—. ¡Malfoy ha vuelto a esfumarse!

—No puede ser —replicó su amigo, y se zampó otro caldero mientras se levantaba para vestirse—. ¡Vamos, si no te das prisa tendrás que aparecerte con el estómago vacío! Aunque, ahora que lo pienso, quizá sería más fácil así… —Se quedó mirando la caja de calderos de chocolate, pensativo; luego se encogió de hombros y se comió el tercero.

Harry le dio unos golpecitos con la varita al mapa, murmuró «¡Travesura realizada!», aunque en realidad no había hecho ninguna, y se vistió sin dejar de cavilar. Tenía que haber una explicación para las periódicas desapariciones de Malfoy. Claro, la mejor forma de averiguarlo sería seguirlo, pero esa idea era poco práctica aunque utilizara la capa invisible, porque tenía clases, entrenamientos de
quidditch
, deberes y cursillo de Aparición. No podía pasarse todo el día persiguiendo a Malfoy por el castillo sin que nadie reparara en sus ausencias.

—¿Estás listo? —le preguntó a Ron, y se encaminó a la puerta del dormitorio. Pero Ron no se movió; se había apoyado contra un poste de su cama y miraba por la ventana, azotada por la lluvia, con los ojos desenfocados de una forma muy extraña—. ¡Vamos! ¡El desayuno!

—No tengo hambre.

—Pero ¿no acabas de decir…?

—Está bien, bajaré contigo —cedió con un suspiro—, pero no voy a comer nada.

Harry lo observó con ceño.

—Te has comido media caja de calderos, ¿verdad?

—No es eso —contestó Ron, y volvió a suspirar—. Déjalo; tú… no lo entenderías.

—Y que lo digas —repuso Harry, muy extrañado, y se dio la vuelta para salir al pasillo.

—¡Harry! —exclamó de pronto Ron.

—¿Qué?

—¡No puedo soportarlo, Harry!

—¿Qué es lo que no puedes soportar? —Empezaba a alarmarse de verdad. Su amigo había palidecido y daba la impresión de que iba a vomitar.

—¡No puedo dejar de pensar en ella! —admitió Ron con voz quebrada.

Harry lo miró boquiabierto. No estaba preparado para una cosa así, y no estaba seguro de querer escuchar su confesión. Eran íntimos amigos, pero si Ron empezaba a llamar a Lavender «La-La», él se iba a plantar.

—¿Y por qué eso va a impedirte bajar a desayunar? —le preguntó, procurando introducir un poco de sentido común en la conversación.

—Me parece que ella ni siquiera sabe que existo —dijo Ron con un gesto de desesperación.

—¡Claro que sabe que existes! —exclamó Harry, perplejo—. Se pasa el día besándote, ¿no?

—¿De quién estás hablando? —Ron parpadeó.

—¿Y de quién estás hablando tú? —Era evidente que aquel diálogo no tenía ni pizca de lógica.

—De Romilda Vane —contestó Ron con un hilo de voz, pero el rostro se le iluminó como si hubiese recibido un rayo de sol.

Se miraron a los ojos un momento, y al cabo Harry dijo:

—Es una broma, ¿verdad? Te estás burlando de mí.

—Creo que… creo que estoy enamorado de ella —confesó Ron con voz ahogada.

—Vale. —Y se acercó a él, fingiendo que le examinaba los ojos y el pálido semblante—. Muy bien. Dilo otra vez sin reírte.

—Estoy enamorado de ella —repitió Ron con voz entrecortada—. ¿Has visto su cabello? Es negro, brillante y sedoso… ¡Y sus ojos! ¡Sus enormes ojos castaños! Y su…

—Oye, mira, todo esto es muy divertido —lo cortó Harry—, pero basta de bromas, ¿de acuerdo? Déjalo ya.

Giró sobre los talones y se dirigió hacia la puerta, pero apenas había dado dos pasos cuando recibió un puñetazo en la oreja derecha. Se dio la vuelta tambaleándose. Ron tenía el brazo preparado y el rostro crispado, a punto de golpearlo de nuevo.

Reaccionando de manera instintiva, Harry sacó su varita del bolsillo y pronunció el conjuro:


¡Levicorpus!

Una fuerza invisible tiró del talón de Ron hacia arriba. El muchacho soltó un grito y quedó colgado cabeza abajo, indefenso, con la túnica colgando.

—¿Por qué me has golpeado? —bramó Harry.

—¡La has insultado! ¡Has dicho que era una broma! —gritó Ron, y su cara empezó a amoratarse por la sangre que le bajaba a la cabeza.

—¿Te has vuelto loco? ¿Qué demonios te ha…? —Y entonces vio la caja abierta encima de la cama de Ron y la verdad lo sacudió con la fuerza de un trol en estampida—. ¿De dónde has sacado esos calderos de chocolate?

—¡Son un regalo de cumpleaños! —chilló Ron, dando vueltas lentamente en el aire mientras intentaba soltarse—. ¡Te he ofrecido uno! ¿No te acuerdas?

—Los has cogido del suelo, ¿verdad?

—Se han caído de mi cama, ¿te enteras? ¡Déjame bajar!

—No se han caído de tu cama, inútil. ¿Es que no lo entiendes? Esos calderos son míos, los saqué de mi baúl cuando buscaba el mapa. ¡Son los que me regaló Romilda antes de Navidad y están rellenos de filtro de amor!

Pero Ron sólo oyó una de las palabras pronunciadas por Harry.

—¿Romilda? —repitió—. ¿Has dicho Romilda? ¿Tú la conoces, Harry? ¿Puedes presentármela?

Harry se quedó mirándolo, allí colgado con cara de radiante optimismo, y tuvo que reprimir el impulso de echarse a reír. Por una parte (la que estaba más cerca de su dolorida oreja derecha) lo tentaba la idea de bajarlo y ver cómo se comportaba igual que un enajenado hasta que le pasasen los efectos de la poción. Pero, por la otra, se suponía que eran amigos… Ron no estaba en pleno uso de sus facultades cuando le había pegado y Harry consideró que merecería otro puñetazo si permitía que su amigo le declarara su amor a Romilda Vane.

—Vale, te la presentaré —dijo Harry por fin—. Ahora voy a bajarte.

Lo hizo caer de golpe (al fin y al cabo, la oreja le dolía mucho), pero Ron, en lugar de protestar, se puso en pie con agilidad y muy sonriente.

—Debe de estar en el despacho de Slughorn —añadió, y salió del dormitorio.

—¿Por qué iba a estar ahí? —preguntó Ron, corriendo para alcanzarlo.

—Es que Slughorn le da clases de repaso de Pociones —inventó Harry.

—A lo mejor puedo pedir que me dejen ir con ella, ¿no? —dijo Ron, esperanzado.

—Me parece una idea genial.

Lavender estaba esperando junto al hueco del retrato, una complicación que Harry no había previsto.

—¡Llegas tarde, Ro-Ro! —protestó la muchacha haciendo un mohín—. Te he traído un regalo de…

—Déjame en paz —la interrumpió Ron con impaciencia—, Harry va a presentarme a Romilda Vane.

Y salió por el hueco del retrato sin dirigirle ni una palabra más. Harry intentó hacerle un gesto de disculpa a Lavender, pero debió de parecer una mueca burlona porque la muchacha echaba chispas cuando la Señora Gorda se cerró detrás de ellos.

A Harry le preocupaba que Slughorn estuviera desayunando, pero el profesor abrió la puerta del despacho a la primera llamada. Llevaba un batín de terciopelo verde a juego con un gorro de dormir, y todavía tenía cara de sueño.

—¡Hola, Harry! —murmuró—. Es muy temprano para visitas. Los sábados suelo levantarme tarde.

—Siento mucho molestarlo, profesor —dijo Harry en voz baja; Ron se puso de puntillas para atisbar en el despacho—, pero mi amigo ha ingerido un filtro de amor por error. ¿No podría prepararle un antídoto? Yo lo llevaría a que la señora Pomfrey lo viese, pero los productos de Sortilegios Weasley están prohibidos, como usted sabe, y no quisiera poner a nadie en un compromiso…

—Me extraña que no le hayas preparado un remedio tú mismo, Harry, siendo tan experto elaborador de pociones —comentó Slughorn.

—Verá, es que… —dijo Harry, mientras Ron le hincaba el codo en las costillas para que entraran en el despacho— es que nunca he preparado un antídoto para un filtro de amor, señor, y quizá cuando lo tuviera listo mi amigo ya habría hecho algo grave…

Sin saberlo, Ron lo ayudó al gimotear:

—No la veo, Harry. ¿La tiene escondida?

—¿Cuándo se preparó esa poción? —preguntó Slughorn mientras contemplaba a Ron con interés profesional—. Lo digo porque, si se conservan mucho tiempo, sus efectos pueden potenciarse.

—Eso… eso lo explica todo —jadeó Harry mientras forcejeaba con Ron para impedir que le soltara un puñetazo a Slughorn—. Hoy… hoy es su cumpleaños, profesor —añadió con mirada implorante.

—Está bien. Pasad, pasad —cedió Slughorn—. Tengo todo lo necesario en mi bolsa. No es un antídoto difícil…

Ron irrumpió en el caldeado y atiborrado despacho de Slughorn, tropezó con un taburete adornado con borlas y recuperó el equilibrio agarrando a Harry por el cuello:

—Romilda no me ha visto tropezar, ¿verdad? —murmuró ansioso.

—Ella todavía no ha llegado —lo tranquilizó Harry mientras observaba cómo Slughorn abría su kit de pociones y añadía unos pellizcos de diversos ingredientes en una botellita de cristal.

—¡Uf, qué suerte! —dijo Ron—. ¿Cómo me ves?

—Muy guapo —dijo Slughorn con naturalidad, y le tendió un vaso de un líquido transparente—. Bébetelo, es un tónico para los nervios. Te tranquilizará hasta que llegue ella.

—Excelente —repuso Ron entusiasmado, y se bebió el antídoto de un ruidoso trago.

Harry y Slughorn lo observaron. Ron los miró con una amplia sonrisa en los labios, pero ésta se fue desdibujando poco a poco hasta trocarse en una expresión de desconcierto.

—Veo que has vuelto a la normalidad, ¿eh? —sonrió Harry. Slughorn soltó una risita—. Gracias, profesor.

—De nada, amigo, de nada —dijo Slughorn. Ron se dejó caer en un sillón con cara de consternación—. Lo que necesita ahora es algo que le levante el ánimo. —Se acercó a una mesa llena de bebidas—. Tengo cerveza de mantequilla, vino… Y me queda una botella de un hidromiel criado en barrica de roble. Hum, tenía intención de regalársela a Dumbledore por Navidad… ¡Bueno —añadió encogiéndose de hombros—, no creo que eche de menos una cosa que nunca ha tenido! Bien, ¿la abrimos y celebramos el cumpleaños del señor Weasley? No hay nada como un buen licor para aliviar el dolor que produce un desengaño amoroso…

Soltó una risotada y Harry lo imitó. Era la primera vez que estaba casi a solas con Slughorn desde su fallido intento de sonsacarle el recuerdo auténtico. Quizá si conseguía mantenerlo de buen humor… quizá si bebían suficiente hidromiel criado en barrica de roble…

—Aquí tenéis —dijo el profesor, y le entregó a cada uno una copa de hidromiel. Luego alzó la suya y brindó—: ¡Feliz cumpleaños, Ralph!…

—Ron —susurró Harry.

Pero Ron, sin prestar atención al brindis, ya se había llevado la copa a los labios y bebido el hidromiel. Tras un instante, el tiempo que tarda el corazón en dar un latido, Harry comprendió que pasaba algo grave, pero Slughorn no se dio cuenta.

—… ¡y que cumplas muchos más!

—¡Ron!

Este soltó su copa e hizo ademán de levantarse del sillón, pero se dejó caer de nuevo. Empezó a sacudir con violencia las extremidades y a echar espumarajos por la boca, y los ojos se le salían de las órbitas.

—¡Profesor! —exclamó Harry—. ¡Haga algo!

Slughorn parecía paralizado por la conmoción. Ron se retorcía y se asfixiaba, y la cara se le estaba poniendo azulada.

—Pero ¿qué…? Pero ¿cómo…? —farfulló Slughorn.

Harry saltó por encima de una mesita, se lanzó sobre el kit de pociones que el profesor había dejado abierto y empezó a sacar tarros y bolsitas. En la estancia resonaban los espantosos gargarismos que hacía Ron al respirar. Entonces encontró lo que buscaba: la piedra con aspecto de riñón reseco que Slughorn le había cogido en la clase de Pociones.

Harry se precipitó sobre Ron, le separó las mandíbulas y le metió el bezoar en la boca. Su amigo dio una fuerte sacudida, emitió un jadeo vibrante y de pronto se quedó flácido e inmóvil.

19
Espionaje élfico

—O sea que, entre una cosa y otra, no ha sido el mejor cumpleaños de Ron, ¿verdad? —dijo Fred.

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