Harry Potter. La colección completa (375 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—Te lo agradezco, Hermione —dijo Harry, palmeándole la espalda mientras consultaba su reloj de pulsera; eran casi las ocho en punto—. Mira, tengo que darme prisa si no quiero llegar tarde a la clase con Dumbledore…

Hermione no contestó y se limitó a tachar una de las frases más flojas con cara de hastío. Harry, sonriente, salió a toda prisa por el hueco del retrato y se dirigió hacia el despacho del director. La gárgola se apartó al oír mencionar las bombas de tofee y Harry se dio prisa en la escalera de caracol subiendo los escalones de dos en dos. Llamó a la puerta en el preciso instante en que, dentro, un reloj daba las ocho.

—Pasa —dijo Dumbledore, pero cuando el muchacho fue a empujar la puerta, ésta se abrió desde el interior. Allí estaba la profesora Trelawney.

—¡Aja! —exclamó la bruja, señalando con dramatismo a Harry mientras parpadeaba tras sus lentes de aumento—. ¡Así que éste es el motivo de que me eches de tu despacho sin miramientos, Dumbledore!

—Mi querida Sybill —repuso Dumbledore con leve exasperación—, no se trata de echarte sin miramientos de ningún sitio, pero Harry tiene una cita, así que, francamente, creo que no hay más que hablar…

—Muy bien —dijo la profesora, dolida—. Si te resistes a desterrar a ese jamelgo usurpador… quizá yo encuentre un colegio donde se valoren más mis talentos…

Apartó a Harry de un empujón y desapareció por la escalera de caracol; la oyeron dar un traspié hacia la mitad de ésta y Harry dedujo que había tropezado con uno de los chales que siempre llevaba colgando.

—Por favor, cierra la puerta y siéntate, Harry —dijo Dumbledore con voz cansada.

Al sentarse en su sitio habitual —delante de la mesa del director—, Harry se fijó en que el
pensadero
volvía a estar en la mesa y que al lado de la vasija había dos botellitas de cristal llenas de recuerdos que se arremolinaban.

—¿La profesora Trelawney todavía no ha digerido que Firenze enseñe en el colegio? —preguntó.

—No, aún no —respondió el director—. En verdad, la Adivinación me está causando más problemas de los que habría podido prever si me hubiese interesado por esa disciplina. No puedo pedirle a Firenze que vuelva al Bosque Prohibido, donde ahora es un marginado, ni pedirle a Sybill Trelawney que se marche. Entre nosotros, ella no tiene idea del peligro que correría fuera del castillo. Verás, la profesora no sabe que fue ella quien hizo la profecía acerca de ti y Voldemort, y creo que no sería sensato revelárselo. —Lanzó un hondo suspiro y agregó—: Pero ahora no nos interesan mis problemas de personal. Tenemos asuntos más importantes que tratar. Bien, ¿has realizado la tarea que te encargué?

—¿La ta…? Sí, claro… —dijo Harry, pillado en falta. Entre las clases de Aparición, el
quidditch
, el envenenamiento de Ron, el golpe en la cabeza y su empeño en averiguar qué tramaba Malfoy, Harry casi se había olvidado de que tenía que sonsacarle aquel recuerdo al profesor Slughorn—. Sí, se lo pregunté después de la clase de Pociones, señor, pero… no quiso decirme nada.

Hubo un breve silencio.

—Entiendo —dijo Dumbledore mirándolo por encima de las gafas de media luna (el muchacho sintió que lo estaban examinando con rayos X)—. Y crees que te has esforzado al máximo para cumplir esa tarea, que has puesto en práctica tu considerable ingenio y recurrido a toda tu astucia en la búsqueda de ese recuerdo, ¿no?

—Bueno… —Harry no sabía qué decir. En ese momento su único intento de recuperar aquel recuerdo parecía ridículo—. Es que… el día que Ron se bebió el filtro de amor por error, yo lo llevé al despacho del profesor Slughorn. Creí que a lo mejor, si conseguía poner de buen humor al profesor…

—¿Y dio resultado? —inquirió Dumbledore.

—Pues… no, señor, porque Ron se envenenó y…

—… eso, como es lógico, hizo que te olvidaras de lo que te había pedido. Era de esperar, dado que tu mejor amigo se hallaba en peligro. Sin embargo, cuando se confirmó que el señor Weasley se recuperaría, me habría gustado que prosiguieses con la misión que te asigné. Creí que habías comprendido cuan trascendental es ese recuerdo. En nuestro anterior encuentro puse especial empeño en recalcarte que es el más valioso y que sin él perdemos el tiempo.

La vergüenza que Harry sentía se materializó en una sensación de calor y picor que le fue descendiendo desde la coronilla hasta los pies. Dumbledore, que no había elevado el tono, ni siquiera parecía enfadado, pero Harry habría preferido que le hubiera gritado, pues esa frialdad y su expresión de decepción eran peores que cualquier otra cosa.

—No crea que no me lo tomo en serio, señor —dijo abochornado—. Es que tenía otras cosas…

—Otras cosas en la cabeza —terminó Dumbledore—. Entiendo.

Volvieron a quedarse callados. Aquel silencio, el más desagradable que Harry había experimentado en presencia del director, pareció prolongarse eternamente, sólo interrumpido por los débiles ronquidos del retrato de Armando Dippet colgado detrás de Dumbledore. Harry tenía la extraña sensación de haberse encogido un poco.

Cuando no pudo soportarlo más, dijo:

—Lo siento mucho, profesor. Debí haberme esforzado. Debí darme cuenta de que usted no me lo habría pedido de no ser algo realmente importante.

—Te agradezco esas palabras, Harry —repuso Dumbledore con voz queda—. Así pues, ¿puedo confiar en que a partir de ahora le darás prioridad? No tendría mucho sentido volver a reunimos si no conseguimos ese recuerdo.

—Lo haré, señor. Se lo sacaré como sea —afirmó Harry con determinación.

—Entonces no se hable más del asunto —dijo Dumbledore con un tono más amable—. Continuaremos con nuestra historia a partir del punto en que la dejamos. ¿Te acuerdas de dónde nos habíamos quedado?

—Sí, señor. Voldemort asesinó a su padre y sus abuelos y lo dispuso todo para que pareciera que los había matado su tío Morfin. Luego regresó a Hogwarts y le preguntó… le preguntó al profesor Slughorn qué eran los
Horrocruxes
.

—Muy bien. Y también recordarás que cuando iniciamos estas reuniones privadas te dije que entraríamos en el reino de las conjeturas y las especulaciones.

—Así es, señor.

—Coincidirás conmigo en que, por ahora, te he mostrado fuentes de información considerablemente sólidas para mis deducciones acerca de lo que Voldemort había hecho hasta cumplir diecisiete años. —Harry asintió con la cabeza—. Sin embargo, a partir de ese momento —prosiguió el director— las cosas se vuelven cada vez más turbias y extrañas. Si ya resultó difícil hallar testimonios que pudieran hablar del Tom Ryddle niño, ha resultado casi imposible encontrar a alguien dispuesto a recordar al Voldemort adulto. De hecho, dudo que exista alguna persona viva, aparte de él mismo, que pueda ofrecer un relato completo de sus andanzas desde que abandonó Hogwarts. Con todo, conservo otros dos recuerdos que me gustaría compartir contigo. —Señaló las dos botellitas de cristal que relucían junto al
pensadero
—. Después me darás tu opinión sobre las conclusiones que he extraído de ellos.

El hecho de que Dumbledore valorara tanto la opinión de Harry hizo que éste se sintiera aún más avergonzado por haber fracasado en recuperar el recuerdo de los
Horrocruxes
, por lo que se removió en su asiento mientras el anciano profesor levantaba la primera botella para examinarla a la luz.

—Espero que no estés cansado de sumergirte en la memoria de otras personas, Harry. Estos dos recuerdos son muy curiosos. El primero lo obtuve de una elfina doméstica muy anciana llamada Hokey. No obstante, antes de ver la escena que ésta presenció, te haré unos breves comentarios sobre las circunstancias en que lord Voldemort se marchó de Hogwarts.

»Como quizá hayas imaginado, llegó al séptimo año de su escolarización con excelentes notas en todas las asignaturas que cursó. Sus compañeros de estudios trataban de decidir a qué profesión se dedicarían cuando salieran de Hogwarts, y casi todo el mundo esperaba cosas espectaculares de Tom Ryddle, que había sido prefecto, delegado y ganador del Premio por Servicios Especiales. Me consta que varios profesores, entre ellos Horace Slughorn, le propusieron que entrara a trabajar en el Ministerio de Magia y se ofrecieron para conseguirle empleo y ponerlo en contacto con personas influyentes. Pues bien, él rechazó todas esas ofertas. Antes de que el profesorado se diera cuenta, Voldemort estaba trabajando en Borgin y Burkes.

—¿En Borgin y Burkes? —repitió Harry con asombro.

—Sí, así es. Ya verás qué atractivos le ofrecía ese lugar cuando entremos en el recuerdo de Hokey. Sin embargo, ésa no fue la primera opción de empleo que eligió Voldemort, aunque en esa época no lo supo casi nadie (yo fui una de las pocas personas a quienes se lo confió el por entonces director del colegio, el profesor Dippet). Así pues, Voldemort fue a ver al director y le pidió quedarse en Hogwarts trabajando como profesor.

—¿Quería quedarse aquí? ¿Por qué? —preguntó Harry, todavía más extrañado.

—Creo que tenía varias razones, pero no le comentó ninguna al profesor Dippet. En primer lugar, y esto es muy importante, creo que Voldemort le tenía más cariño a Hogwarts del que jamás le ha tenido a ninguna persona. Aquí había sido feliz; este colegio era el único lugar donde había estado a gusto. —Harry sintió cierta incomodidad al escuchar estas palabras porque era exactamente el mismo sentimiento que él experimentaba respectoa Hogwarts—. En segundo lugar, el castillo es un baluarte de la magia antigua. Sin duda alguna, Voldemort descifró muchos más secretos que la mayoría de los estudiantes que pasan por el colegio, pero es probable que sospechara que todavía quedaban misterios por desvelar, reservas de magia que explotar… Y en tercer lugar, como profesor habría ejercido mucho poder y considerable influencia sobre un gran número de jóvenes magos y brujas. Quizá sacó esa idea del profesor Slughorn, que era con quien se llevaba mejor, ya que éste le había demostrado que un profesor podía tener un papel muy influyente. Nunca he concebido que Voldemort tuviera pensado quedarse el resto de su vida en Hogwarts, pero sí creo que consideraba que el colegio era un útil terreno de reclutamiento y un sitio donde podría empezar a formar un ejército.

—¿Y qué pasó? ¿No lo aceptaron?

—No. El profesor Dippet le dijo que era demasiado joven (tenía dieciocho años), pero le sugirió que volviera a intentarlo pasados unos años, si aún seguía interesándole la docencia.

—¿Qué opinó usted de eso, señor? —preguntó Harry, vacilante.

—Me produjo un profundo desasosiego. Le aconsejé a Dippet que no le concediera el empleo. No le planteé las razones que te he dado a ti porque él apreciaba mucho a Voldemort y creía que era una persona honrada, pero yo no quería que ese muchacho volviera a este colegio, y menos aún que ocupara un puesto de poder.

—¿Qué puesto solicitó, señor? ¿Qué asignatura quería enseñar?

Harry intuyó la respuesta antes de que Dumbledore se la diera.

—Defensa Contra las Artes Oscuras. En esa época la impartía una anciana profesora, Galatea Merrythought, que llevaba casi cincuenta años en Hogwarts.

»Pues bien, Voldemort se fue a trabajar a Borgin y Burkes, y todos los maestros que lo admiraban lamentaron que un joven mago tan brillante acabara trabajando en una tienda, menudo desperdicio. Sin embargo, no era un simple dependiente. Al ser educado, atractivo e inteligente, pronto empezaron a asignarle ciertas tareas especiales, propias de un sitio como Borgin y Burkes. Como bien sabes, Harry, esa tienda se ha especializado en objetos con propiedades inusuales y poderosas. Bien, los dueños lo enviaban a convencer a la gente de que vendiese sus tesoros, y a decir de todos, tenía un talento especial para persuadir a cualquiera.

—No me extraña —dijo Harry sin poder contenerse.

—No, claro —corroboró Dumbledore esbozando una sonrisa—. Y ahora ha llegado el momento de oír a Hokey, la elfina doméstica que trabajaba para una bruja muy anciana y muy rica llamada Hepzibah Smith.

Dumbledore golpeó la botella con su varita, el corcho salió disparado y el director vertió el recuerdo en el
pensadero
.

—Tú primero, Harry.

Harry se levantó y se inclinó una vez más sobre aquella ondulada y plateada superficie líquida hasta que su cara la tocó. Se precipitó por un oscuro vacío y aterrizó en un salón frente a una anciana gordísima. Ésta llevaba una elaborada peluca pelirroja y una túnica rosa brillante, cuyos pliegues se desparramaban a su alrededor de tal forma que la mujer parecía un pastel de helado derretido. Se estaba mirando en un espejito con joyas incrustadas y se aplicaba colorete en las mejillas, que ya tenía muy rojas, con una gran borla, mientras la elfina doméstica más vieja y diminuta que Harry había visto jamás le calzaba en los regordetes pies unas ceñidas zapatillas de raso.

—¡Date prisa, Hokey! —la apremió Hepzibah—. ¡Dijo que vendría a las cuatro! ¡Sólo faltan dos minutos y nunca ha llegado tarde!

La anciana guardó la borla de colorete y la elfina doméstica se enderezó. La cabeza de la sirvienta apenas llegaba a la altura del taburete de Hepzibah y la apergaminada piel le colgaba igual que la áspera sábana de lino que llevaba puesta como si fuera una toga.

—¿Cómo estoy? —preguntó Hepzibah, y movió la cabeza para admirar su cara en el espejo desde diversos ángulos.

—Preciosa, señora —dijo Hokey con voz chillona.

Seguramente el contrato de Hokey especificaba que debía mentir con descaro cada vez que le hicieran esa pregunta, porque Hepzibah Smith, en opinión de Harry, no tenía nada de preciosa.

Se oyó el tintineo de una campanilla y tanto el ama como la elfina dieron un respingo.

—¡Rápido, rápido! ¡Ya está aquí, Hokey! —exclamó Hepzibah, y la elfina se escabulló de la habitación, que estaba tan abarrotada de objetos que costaba creer que alguien pudiese andar por allí sin derribar al menos una docena de cosas: había armarios repletos de cajitas lacadas, estanterías llenas de libros repujados en oro, estantes con esferas y globos celestes y exuberantes plantas en recipientes de bronce. De hecho, la habitación parecía una mezcla de tienda de antigüedades y jardín de invierno.

La elfina regresó pasados unos momentos, seguida de un joven alto al que Harry reconoció sin dificultad: era Voldemort. Vestido con un sencillo traje negro, llevaba el pelo un poco más largo que cuando estudiaba en el colegio y tenía las mejillas hundidas, pero todo eso le sentaba bien; estaba más atractivo que nunca. Sorteó los diversos objetos diseminados por la habitación con una soltura que indicaba que conocía el lugar y se inclinó sobre la regordeta mano de Hepzibah para rozarla con los labios.

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