Harry Potter. La colección completa (446 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

»Y allí estaba la pequeña esfera luminosa suspendida, esperándome. Me acerqué y ella se desplazó un poco, cabeceando; la seguí hasta detrás del cobertizo, y entonces… bueno, entonces se metió dentro de mí.

—¡Qué dices! —saltó Harry, creyendo no haber oído bien.

—No sé, flotó hacia mí —explicó Ron, ilustrando el movimiento con el dedo índice—, hasta mi pecho, y bueno… no sé, me traspasó. Estaba aquí. —Se tocó un punto junto al corazón—. La notaba, era cálida. Y una vez que entró en mí supe qué tenía que hacer y que me llevaría a donde necesitaba ir. Así que me desaparecí y me encontré en la ladera de una montaña. Había nieve por todas partes…

—Nosotros estuvimos ahí —dijo Harry—. ¡Pasamos dos noches en ese lugar, y la segunda noche me pareció que alguien se movía en medio de la oscuridad y nos llamaba todo el rato!

—Ya. Sí, debía de ser yo —afirmó Ron—. Por lo visto, los hechizos protectores funcionan, ya que no podía veros ni oíros. Pero como estaba convencido de que estabais cerca, al fin me metí en el saco de dormir y esperé. Pensé que no os quedaría más remedio que dejaros ver al recoger la tienda.

—Pero no fue así —dijo Hermione—. Las últimas veces nos hemos desaparecido bajo la capa invisible, para extremar las medidas de precaución. Además, nos marchamos muy temprano, porque, como dice Harry, habíamos oído a alguien merodeando por allí.

—Pues me quedé todo el día en aquella montaña —repuso Ron—; todavía con la esperanza de que os dejarais ver. Pero cuando oscureció, supuse que debía de haber perdido vuestro rastro, así que volví a accionar el desiluminador. La luz azulada reapareció y se metió dentro de mí, y yo me desaparecí y llegué a este bosque. Pero como seguí sin encontraros, sólo me quedó confiar en que tarde o temprano alguno daría señales de vida. Y Harry lo hizo. Bueno, primero vi la cierva, claro.

—¿Que viste qué? —saltó Hermione.

Le explicaron lo ocurrido, y a medida que desgranaban el relato de la cierva plateada y la espada en la charca, Hermione iba mirándolos alternativamente, tan concentrada que se le olvidó mantener los brazos y las piernas fuertemente apretados.

—¡Seguro que era un
patronus
! —exclamó—. ¿No visteis quién lo hizo aparecer? ¿No visteis a nadie? ¡Y os condujo hasta la espada! ¡No puedo creerlo! ¿Y qué pasó luego?

Ron le contó que vio a Harry meterse en la charca y esperó a que saliera a la superficie; pero al percatarse de que pasaba algo raro, se metió en el agua y lo salvó, aunque después volvió a sumergirse para coger la espada. Cuando llegó el momento de explicar cómo abrieron el guardapelo, titubeó, y Harry lo relevó.

—… y entonces Ron le clavó la espada —concluyó.

—¿Y se fue? ¿Sin más? —susurró Hermione.

—Bueno… antes gritó un poco —dijo Harry mirando de soslayo a Ron—. Mira. —Le puso el guardapelo en el regazo y ella lo cogió con cautela para examinar las perforadas ventanitas.

Harry se dijo que ya no había peligro y retiró el encantamiento escudo con una sacudida de la varita de Hermione; luego le preguntó a Ron:

—¿Dices que lograste huir de los Carroñeros con la ayuda de una varita que no era tuya?

—¿Hum? —murmuró Ron, que estaba mirando cómo Hermione examinaba el guardapelo—. ¡Ah, sí! —Desabrochó un bolsillo de su mochila y sacó una varita mágica corta y oscura—. Ten —dijo—. Me pareció útil tener siempre una de recambio.

—Tienes razón —replicó Harry tendiendo la mano—. La mía se ha roto.

—¿En serio? —se extrañó Ron, pero en ese momento Hermione se levantó y el chico volvió a adoptar un gesto de aprensión.

Ella metió el
Horrocrux
en el bolsito de cuentas, volvió a subir a la litera y se puso a dormir sin decir una palabra más.

Entonces Ron le pasó a Harry la varita nueva.

—Creo que esa actitud de Hermione era lo mínimo que podías esperar —murmuró Harry.

—Sí, en efecto. Habría podido ser mucho peor. ¿Te acuerdas de aquellos canarios que me arrojó una vez?

—Todavía no lo he descartado del todo —dijo la amortiguada voz de Hermione desde debajo de las mantas, y Harry vio que Ron sonreía tímidamente mientras sacaba su pijama granate de la mochila.

20
Xenophilius Lovegood

Harry ya suponía que a Hermione no se le pasaría el enfado de la noche a la mañana, de modo que no lo sorprendió que al día siguiente se comunicara con ellos mediante miradas asesinas y deliberados silencios. Ron reaccionó adoptando una actitud en extremo contrita cuando ella estaba presente, para demostrarle que seguía arrepentido. De hecho, cuando estaban los tres juntos, Harry se sentía como un intruso en un funeral con muy pocos dolientes. Sin embargo, durante los escasos momentos que ambos amigos pasaban a solas cuando iban a buscar agua o setas entre la maleza, Ron se mostraba pleno de entusiasmo.

—Alguien nos ha ayudado, Harry —decía una y otra vez—. Alguien que está de nuestra parte envió esa cierva. ¡Y ya hemos destruido un
Horrocrux
, colega!

Animados por su reciente victoria contra el guardapelo, se dedicaron a debatir las posibles ubicaciones de los otros
Horrocruxes
, y, aunque ya habían discutido mucho sobre ese asunto, Harry se mostraba esperanzado y tenía la certeza de que al primer éxito le seguirían otros. No permitiría que el malhumor de Hermione le estropeara el optimismo, pues estaba tan contento con su repentino cambio de suerte (la aparición de la misteriosa cierva, la recuperación de la espada de Gryffindor y, por encima de todo, el regreso de Ron) que resultaba difícil seguir poniendo aquella cara tan seria.

A última hora de la tarde, ambos volvieron a escaparse de la torva presencia de la chica con el pretexto de recoger moras entre los desnudos matorrales de los alrededores de la tienda, y siguieron intercambiando noticias. Harry ya había conseguido contarle a su amigo toda la historia de sus andanzas con Hermione, incluyendo lo ocurrido en Godric's Hollow; le correspondía ahora a Ron ponerlo al día de lo que hubiera descubierto sobre el mundo mágico en las semanas que había pasado lejos de ellos.

—¿Y cómo os habéis enterado de lo del tabú? —preguntó Ron después de relatar los muchos y desesperados intentos de los hijos de
muggles
de eludir al ministerio.

—¿Enterarnos de qué?

—¡Hermione y tú ya no llamáis a Quien-tú-sabes por su nombre!

—¡Ah, ya! Bueno, es una mala costumbre que hemos cogido. Pero yo no tengo ningún inconveniente en llamarlo Vo…

—¡¡No!! —El bramido de Ron provocó que Harry pegara un salto hacia un arbusto, y Hermione (que estaba con la nariz pegada a un libro en la entrada de la tienda) los miró con ceño—. Perdona —se disculpó y ayudó a su amigo a salir de las zarzas—, pero ese nombre está embrujado. ¡Así es como le siguen la pista a la gente! Si lo pronuncias se rompen los sortilegios protectores y provocas una especie de alteración mágica. ¡Fue así como nos encontraron en Tottenham Court Road!

—¿O sea que se debió a que pronunciamos su nombre?

—¡Exacto! Hay que admitir que tiene su lógica. Sólo los que estaban firmemente decididos a plantarle cara, como Dumbledore, se atrevían a emplearlo. Pero ahora lo han convertido en tabú, y pueden dar con cualquiera que lo pronuncie. ¡Es una forma fácil y rápida de averiguar el paradero de los miembros de la Orden! Tanto es así que estuvieron a punto de atrapar a Kingsley, ¿sabes?

—¿Lo dices en serio?

—Sí, sí, es cierto. Bill nos dijo que lo acorraló un grupo de
mortífagos
, aunque él consiguió escapar; pero ha pasado a ser un fugitivo, igual que nosotros. —Se rascó la barbilla con la punta de la varita, pensativo—. ¿Crees que pudo ser Kingsley quien envió a esa cierva?

—Su
patronus
es un lince. Lo vimos en la boda, ¿no te acuerdas?

—Sí, es verdad.

Siguieron caminando junto a la zarza, alejándose más de la tienda y de Hermione.

—Oye, Harry… ¿y si lo hubiera hecho Dumbledore?

—¿Si hubiera hecho qué?

Ron parecía un poco turbado, pero dijo en voz baja:

—Si fue él quien envió a la cierva. Porque… —observó a Harry con el rabillo del ojo— al fin y al cabo fue el último que tuvo en su poder la espada, ¿no?

Harry no se burló porque comprendía muy bien el vivo deseo que había detrás de esa pregunta. La idea de que Dumbledore hubiera logrado regresar y los estuviera vigilando, habría resultado indescriptiblemente reconfortante. Sin embargo, negó con la cabeza.

—Dumbledore está muerto —afirmó—. Yo vi cómo lo mataban y contemplé su cadáver. Se ha ido para siempre. Además, su
patronus
era un fénix, no una cierva.

—Pero los
patronus
pueden cambiar, como ocurrió con el de Tonks, ¿verdad?

—Sí, pero si Dumbledore estuviera vivo, ¿por qué no iba a dejarse ver y darnos la espada en persona?

—Ni idea, tío. Quizá por la misma razón por la que no te la dio cuando todavía vivía, o te dejó una vieja
snitch
a ti y un libro de cuentos infantiles a Hermione.

—¿Y qué razón es ésa? —preguntó Harry mirándolo a los ojos, ansioso por encontrar una respuesta.

—No lo sé, colega. Mira, a veces, cuando estaba un poco deprimido, pensaba que Dumbledore se reía de nosotros, o que sólo quería ponérnoslo más difícil. Pero no lo creo, ya no. Él sabía lo que hacía cuando me dio el desiluminador, ¿no? Él… bueno… —Se le enrojecieron las orejas y se quedó mirando una mata que había junto a sus pies mientras la pateaba—. Quiero decir que él probablemente sabía que yo os abandonaría.

—No, más bien debía de saber que querrías volver —lo corrigió Harry. Ron lo miró entre agradecido e incómodo, y Harry, en parte para cambiar de tema, comentó—: Y hablando de Dumbledore, ¿te has enterado de lo que Skeeter dice sobre él en su libro?

—¡Oh, sí, la gente habla mucho de eso! Si la situación fuera diferente, sería una gran noticia que Dumbledore hubiera sido amigo de Grindelwald, claro; pero ahora sólo es motivo de regodeo para aquellos a quienes nunca les cayó bien el profesor, y una bofetada para todos los que pensaban que era muy buena persona. Pero yo no creo que haya para tanto. Dumbledore era muy joven cuando…

—Tenía nuestra edad —puntualizó Harry, inflexible, tal como había hecho con Hermione. Ron vio que no valía la pena insistir.

En las zarzas junto a las que se hallaban, en medio de una telaraña congelada, había una araña enorme. Harry le apuntó con la varita que Ron le había dado la noche anterior (Hermione había accedido a examinarla y dictaminó que era de endrino).


¡Engorgio!

La araña se estremeció un poco y rebotó ligeramente en la telaraña. Harry volvió a intentarlo. Esta vez la araña aumentó un poco de tamaño.

—¡Para! —dijo Ron con brusquedad—. Retiro eso de que Dumbledore era muy joven, ¿vale?

Harry había olvidado que Ron odiaba las arañas.

—¡Ay, lo siento!
¡Reducio!

Pero la araña no se encogió y Harry contempló la varita de endrino. Todos los hechizos menores realizados con esa varita resultaban menos potentes que los que hacía con la suya de fénix. No estaba familiarizado con la nueva; era como tener la mano de otra persona cosida en el extremo del brazo.

—Sólo necesitas practicar un poco —lo animó Hermione, que se les había acercado sigilosamente y miraba, nerviosa, cómo Harry intentaba agrandar y reducir la araña—. Todo es cuestión de confianza en uno mismo, Harry.

Él sabía que si a su amiga le interesaba tanto que la varita funcionara se debía a que todavía se sentía culpable por haberle roto la suya. Así que reprimió el comentario que estuvo a punto de hacerle (si tan segura estaba de que no había diferencia, podía quedarse ella con la nueva varita) y le dio la razón, porque quería que los tres volvieran a ser amigos. Sin embargo, cuando Ron le dirigió a Hermione una vacilante sonrisa, ella se alejó con gesto indignado y volvió a ocultarse detrás de su libro.

Al anochecer entraron en la tienda y Harry hizo la primera guardia. Sentado en la entrada, intentó hacer levitar con la varita de endrino unas piedras pequeñas, pero su magia continuó pareciendo más torpe y menos potente que antes. Tumbada en su litera, Hermione leía, mientras que Ron, tras lanzarle varias miradas inquietas, había sacado de su mochila una pequeña radio de madera e intentaba sintonizar una emisora.

—Hay un programa que explica las noticias tal como son en realidad —le dijo a Harry en voz baja—. Todos los demás están de parte de Quien-tú-sabes y siguen la línea del ministerio, pero éste… Espera y verás, es genial, aunque no pueden transmitir todas las noches y además tienen que hacerlo siempre desde sitios diferentes para que no los localicen. Se necesita una contraseña para sintonizarla, y el problema es que no me enteré de cuál era la última…

Le dio unos golpecitos a la radio con la varita, murmurando palabras al azar. De vez en cuando miraba con disimulo a Hermione, porque temía que le diera un arranque de ira, pero ella lo ignoraba olímpicamente. De manera que continuó dando golpecitos y musitando, mientras ella pasaba las páginas de su libro y Harry practicaba con la varita de endrino.

Luego, Hermione bajó de la litera. Ron se quedó quieto al instante y dijo con inquietud:

—Si te molesta, lo dejo.

Hermione, sin dignarse contestar, se acercó a Harry y le espetó:

—Tenemos que hablar.

El muchacho miró el libro que ella tenía en la mano: se trataba de
Vida y mentiras de Albus Dumbledore
.

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