Harry Potter. La colección completa (379 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—¡No! —susurró Hermione sujetando a Harry por el brazo al ver que éste, furioso, iba a replicar—. ¡No tiene sentido, sólo conseguirás que te castigue otra vez!

—Abrid los libros por la página doscientos trece —ordenó Snape con una sonrisita de suficiencia—, y leed los dos primeros párrafos sobre la maldición
cruciatus

Ron estuvo muy apagado durante toda la clase. Cuando sonó el timbre, Lavender se acercó a los chicos (Hermione se había esfumado misteriosamente al verla aproximarse) y soltó improperios contra Snape por haberse burlado de los escasos progresos de Ron en Aparición, pero sólo consiguió fastidiar al muchacho, que se escabulló con la excusa de ir al lavabo con Harry.

—En el fondo, Snape tiene razón —admitió Ron tras contemplarse un minuto en un espejo resquebrajado—. No sé si vale la pena que me presente al examen. No le pillo el truco a la Aparición.

—Podrías apuntarte a las sesiones de práctica complementarias de Hogsmeade y tratar de mejorar un poco —propuso Harry—. Como mínimo será más interesante que intentar meterte en un estúpido aro. Y si tampoco así lo consigues, siempre puedes aplazar el examen y presentarte conmigo el verano que vie… ¡Myrtle! ¡Este lavabo es de chicos!

El fantasma de una niña salió volando del retrete de uno de los cubículos que tenían a la espalda y se quedó suspendido en el aire, mirándolos fijamente con unas gafas gruesas, blancuzcas y redondas.

—¡Ah, sois vosotros! —dijo con desánimo.

—¿A quién esperabas? —preguntó Ron mirándola por el espejo.

—A nadie —contestó Myrtle mientras se tocaba con aire taciturno un grano en la barbilla—. Dijo que vendría a verme otra vez, pero tú también me lo prometiste… —Le lanzó una mirada de reproche a Harry—. Y hace meses que no te veo el pelo. La verdad, he aprendido a no hacerme ilusiones con los chicos —suspiró.

—Creía que vivías en aquel lavabo de chicas —se disculpó Harry, que desde hacía años evitaba escrupulosamente entrar allí.

—Así es —repuso ella y se encogió de hombros, enfurruñada—, pero eso no significa que no pueda ir a otros sitios. Una vez salí y te vi dándote un baño, ¿no te acuerdas?

—Sí, me acuerdo muy bien.

—Creí que yo le gustaba —prosiguió la niña con tono lastimero—. Quizá si os marcharais él volvería a entrar… Tenemos tantas cosas en común… Estoy segura de que él se dio cuenta… —Y miró hacia la puerta, esperanzada.

—Cuando dices que tenéis mucho en común —intervino Ron, que empezaba a encontrar graciosa la conversación—, ¿te refieres a que él también vive en una cañería?

—No —contestó Myrtle, desafiante, y su voz resonó en el viejo lavabo revestido de azulejos—. ¡Quiero decir que es sensible, que la gente también se mete con él, que se siente solo, que no tiene a nadie con quien hablar y que no le da miedo expresar sus sentimientos ni llorar!

—¿Aquí ha habido un chico llorando? —preguntó Harry con curiosidad—. Sería un alumno de primero.

—¡No es asunto tuyo! —exclamó Myrtle con sus pequeños y llorosos ojos clavados en Ron, que ya no disimulaba su sonrisa—. Le prometí que no se lo diría a nadie y me llevaré el secreto a la…

—No irás a decir «a la tumba», ¿verdad? —bufó Ron—. A las cañerías, vale…

Myrtle soltó un grito de rabia y volvió a meterse en el retrete, provocando que el agua salpicara por los lados y mojara el suelo. Al parecer, mofándose de Myrtle, Ron se había animado un poco.

—Tienes razón —le dijo a Harry mientras se colgaba la mochila a la espalda—, me apuntaré a las sesiones de prácticas de Hogsmeade y luego ya decidiré si me presento al examen o no.

Así que el fin de semana siguiente, Ron fue al pueblo con Hermione y los demás alumnos de sexto que cumplían diecisiete años antes del examen, que tendría lugar al cabo de dos semanas. Harry sintió celos cuando los vio prepararse para partir; echaba de menos las excursiones a Hogsmeade, y además era un día de primavera particularmente bonito, uno de los primeros con un cielo despejado tras los meses invernales. Sin embargo, Harry había decidido emplear ese tiempo en volver a intentarlo en la Sala de los Menesteres.

—Sería mejor que fueras al despacho de Slughorn y trataras de sonsacarle ese recuerdo —refunfuñó Hermione en el vestíbulo cuando Harry les confió su plan.

—¡Ya lo he intentado! —se defendió Harry, molesto.

Y era verdad: se había quedado rezagado después de todas las clases de Pociones de esa semana con el propósito de abordar a Slughorn, pero éste siempre se marchaba precipitadamente de la mazmorra. En dos ocasiones había llamado a la puerta del despacho, pero el profesor no le abrió, a pesar de que la segunda vez Harry creyó oír un viejo gramófono que alguien se apresuró a apagar.

—No quiere hablar conmigo, Hermione. Sabe que quiero pillarlo otra vez a solas y no lo va a permitir.

—Pues deberías seguir intentándolo, ¿no crees?

La corta fila de estudiantes que esperaban para pasar ante Filch, que estaba realizando su habitual control con el sensor de ocultamiento, avanzó unos pasos, y Harry no contestó por si lo oía el conserje. Les deseó suerte a sus dos amigos y subió por la escalinata de mármol, decidido a emplear un par de horas en la Sala de los Menesteres, a pesar de lo que opinase Hermione.

Cuando ya no podían verlo desde el vestíbulo, sacó de su mochila el mapa del merodeador y la capa invisible. Se la echó por encima, dio unos golpecitos en el mapa con la varita y murmuró: «¡Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas!» Luego lo examinó con detenimiento.

Como era domingo por la mañana, casi todos los estudiantes se hallaban en sus respectivas salas comunes: los de Gryffindor en una torre, los de Ravenclaw en otra, los de Slytherin en las mazmorras, y los de Hufflepuff en el sótano, cerca de las cocinas. Alguno que otro deambulaba por la biblioteca o los pasillos; unos pocos habían salido a los jardines. Gregory Goyle estaba solo en el pasillo del séptimo piso. No había ningún indicio de la Sala de los Menesteres, pero a Harry eso no le preocupaba: si Goyle estaba de guardia fuera, la sala debía de estar abierta, tanto si ese hecho se reflejaba en el mapa como si no. Así que subió la escalera a toda prisa y no aminoró hasta llegar a la esquina donde se iniciaba el pasillo. Una vez allí, empezó a andar con sigilo, muy despacio, hacia aquella niña; sostenía la misma balanza de bronce que Hermione le había reparado dos semanas atrás. Cuando estuvo justo detrás de ella, se inclinó y le susurró:

—Hola, encanto… Eres muy guapa, ¿sabes?

Goyle soltó un grito de espanto, lanzó la balanza a un lado y echó a correr a toda pastilla. Se perdió de vista antes de que el estrépito de la balanza se apagase. Riendo, Harry se volvió y observó la pared detrás de la cual Draco Malfoy debía de estar inmóvil, consciente de que fuera había alguien inoportuno y sin atreverse a salir. Eso le provocó una agradable sensación de poder que saboreó mientras intentaba recordar qué fórmula no había probado todavía.

Sin embargo, el optimismo no le duró mucho. Media hora más tarde había ensayado numerosas variaciones de su petición de ver qué estaba haciendo Malfoy, pero la pared seguía tan imperturbable como de costumbre. La frustración lo invadió: Malfoy quizá estaba a sólo unos palmos de él, y, sin embargo, a él le resultaba imposible averiguar qué tramaba allí dentro. Perdiendo la paciencia, avanzó hacia la pared y le dio una patada.

—¡Ay!

Se agarró el pie dolorido y saltó a la pata coja, y la capa invisible le resbaló de los hombros.

—¡Harry!

El muchacho se dio la vuelta sobre una pierna, tropezó y se cayó. Se quedó estupefacto al ver a Tonks, que caminaba hacia él como si se paseara todos los días por aquel pasillo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Harry mientras se ponía en pie. ¿Por qué Tonks siempre tenía que encontrarlo tirado en el suelo?

—He venido a ver a Dumbledore —contestó la bruja.

El muchacho se fijó en que presentaba muy mal aspecto: estaba más delgada que antes y seguía teniendo el cabello descolorido, lacio y sin brillo.

—Su despacho no está aquí —aclaró—. Está en el otro lado del castillo, detrás de la gárgola…

—Ya lo sé. Pero no se encuentra allí. Por lo visto ha vuelto a marcharse.

—¿Ah, sí? —se extrañó Harry, y con cuidado apoyó el magullado pie en el suelo—. Oye, tú no sabrás adónde va, ¿verdad?

—No.

—¿Para qué quieres verlo?

—Para nada en particular —repuso Tonks tocándose, al parecer de manera inconsciente, la manga de la túnica—. Pensé que quizá él podría explicarme qué está pasando. He oído rumores… Ha habido heridos…

—Sí, lo sé. Sale en los periódicos. Y lo de ese niño que intentó matar a sus abue…

—Muchas veces
El Profeta
publica las noticias con retraso —lo interrumpió Tonks con expresión abstraída—. ¿No has recibido carta de ningún miembro de la Orden últimamente?

—No; nadie de la Orden me escribe desde que Sirius… —Vio que los ojos de Tonks se humedecían—. Lo siento —murmuró con torpeza—. Oye, yo… también lo añoro…

—¿Que? —dijo Tonks, como si ya no lo escuchase—. Bueno, ya nos veremos, Harry.

Se dio la vuelta con brusquedad y echó a andar por el pasillo, dejándolo plantado. Un minuto después, Harry se puso otra vez la capa invisible y volvió a intentar entrar en la Sala de los Menesteres, pero cada vez con menos convicción. Al final, una sensación de vacío en el estómago y el hecho de que Ron y Hermione pronto volverían para comer le hicieron abandonar su intento, y le dejó el pasillo libre a Malfoy, quien, con un poco de suerte, estaría demasiado asustado y no saldría hasta unas horas después.

Se reunió con sus amigos en el Gran Comedor; ellos ya iban por el segundo plato.

—¡Lo he conseguido! —se apresuró a contarle Ron apenas lo vio—. Bueno, más o menos. Tenía que aparecerme fuera del salón de té de Madame Pudipié, y como me desvié un poco, acabé cerca de La Casa de las Plumas, ¡pero al menos me desplacé!

—Qué bien —comentó Harry—. ¿Y a ti, Hermione, cómo te ha ido?

—¡Uy, ella lo ha hecho a la perfección, claro! —se adelantó Ron—. Con perfecta discusión, difusión y desesperación, o como se diga. Después de la clase fuimos todos a tomar algo a Las Tres Escobas, y tendrías que haber oído cómo hablaba Twycross de ella. Sólo faltó que le propusiera matrimonio…

—¿Y tú? —lo interrumpió Hermione—. ¿Has estado toda la mañana en el pasillo de la Sala de los Menesteres?

—Sí. ¿Y a que no sabéis a quién me he encontrado allí? ¡A Tonks!

—¿Tonks? —se extrañaron Ron y Hermione.

—Sí, me dijo que venía a ver a Dumbledore…

—Pues yo creo que no está bien de los nervios —dijo Ron cuando Harry hubo terminado de explicar su encuentro con la bruja—. Supongo que lo ocurrido en el ministerio la ha afectado.

—Me parece un poco raro —opinó Hermione, que parecía preocupada, aunque no dijo por qué—. Si se supone que ha de vigilar el colegio, ¿por qué de repente abandona su puesto para ir a ver a Dumbledore cuando él ni siquiera está en el castillo?

—Tal vez… —apuntó Harry, vacilante. Le incomodaba expresarse en voz alta en presencia de Hermione, porque ella estaba más acostumbrada y lo hacía mucho mejor que él—. ¿Y si…? ¿Y si se había enamorado… de Sirius?

—¿De dónde has sacado eso? —le preguntó Hermione.

—No sé… cuando mencioné el nombre de mi padrino se puso a lagrimear… Y ahora su
patronus
es un animal enorme de cuatro patas. Pensé que quizá su
patronus
había adoptado la forma… de Sirius.

—Tienes razón, podría ser —concedió Hermione—. Pero sigo sin entender por qué entró de sopetón en el castillo para ver a Dumbledore. Si es que de verdad estaba allí por ese motivo…

—Es lo que he dicho —intervino Ron mientras engullía puré de patatas—. No está bien de los nervios. Está un poco trastornada. ¡Mujeres! —añadió mirando a Harry con gesto de complicidad—. Se disgustan por cualquier cosa.

—Y sin embargo —repuso Hermione saliendo de su ensimismamiento—, dudo que encuentres a una mujer que se pase media hora enfurruñada porque la señora Rosmerta no se ha reído de su chiste sobre la bruja, el sanador y la
Mimbulus mimbletonia
.

Ron la miró con ceño.

22
Después del entierro

Por encima de las torrecillas del castillo empezaban a verse fragmentos de un cielo azul intenso, pero esos indicios de la proximidad del verano no le levantaron el ánimo a Harry. Se sentía fracasado tanto en sus intentos de averiguar qué tramaba Malfoy como en sus esfuerzos por trabar una conversación con Slughorn que, de alguna manera, diera pie a que el profesor le revelara ese recuerdo que al parecer había ocultado durante décadas.

—Te lo digo por última vez: olvídate de Malfoy —insistió Hermione con severidad.

Los tres amigos estaban sentados en un rincón soleado del patio, después de comer. Hermione y Ron leían juntos un folleto del Ministerio de Magia:
Errores comunes de Aparición y cómo evitarlos
, porque esa misma tarde iban a examinarse, pero en general los folletos no conseguían calmarles los nervios. Ron dio un respingo e intentó ocultarse detrás de Hermione al ver que se acercaba una chica.

—No es Lavender —dijo Hermione con fastidio.

—¡Uf, menos mal! —resopló él, y se relajó.

—¿Harry Potter? —preguntó la chica—. Me han pedido que te entregue esto.

—Gracias…

Harry se puso nervioso al coger el pequeño rollo de pergamino.

En cuanto la muchacha se hubo alejado, susurró:

—¡Dumbledore me advirtió que no habría más clases particulares hasta que hubiera conseguido el recuerdo!

—A lo mejor sólo quiere saber si has hecho progresos —observó Hermione mientras él desenrollaba el pergamino.

Pero en lugar de encontrar la pulcra y estilizada caligrafía de Dumbledore, vio una letra de trazos grandes y desgarbados, muy difícil de descifrar debido a las manchas de tinta que emborronaban el pergamino.

Queridos Harry, Ron y Hermione
:

Aragog
murió anoche. Harry y Ron, vosotros lo conocisteis y sabéis que era extraordinario. Hermione, sé que te habría caído bien. Me gustaría mucho que esta noche asistieseis al entierro. He pensado oficiarlo hacia el anochecer porque ésa era su hora preferida del día. Como sé que no os dejan salir del castillo a esas horas, tendréis que utilizar la capa. No debería pedíroslo, pero no tengo ánimos para hacerlo solo.

Hagrid

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