Harry Potter y el cáliz de fuego (14 page)

—¡Ivanova!

Una nueva figura hizo su aparición zumbando en el aire, igualmente vestida con una túnica de color escarlata.

—¡Zograf!, ¡Levski!, ¡Vulchanov!, ¡Volkov! yyyyyyyyy... ¡Krum!

—¡Es él, es él! —gritó Ron, siguiendo a Krum con los
omniculares
. Harry se apresuró a enfocar los suyos.

Viktor Krum era delgado, moreno y de piel cetrina, con una nariz grande y curva y cejas negras y muy pobladas. Semejaba una enorme ave de presa. Costaba creer que sólo tuviera dieciocho años.

—Y recibamos ahora con un cordial saludo ¡a la selección nacional de
quidditch
de Irlanda! —bramó Bagman—. Les presento a... ¡Connolly!, ¡Ryan!, ¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!, ¡Quigley! yyyyyyyyy... ¡Lynch!

Siete borrones de color verde rasgaron el aire al entrar en el campo de juego. Harry dio vueltas a una ruedecilla lateral de los
omniculares
para ralentizar el movimiento de los jugadores hasta conseguir ver la inscripción «Saeta de Fuego» en cada una de las escobas y los nombres de los jugadores bordados en plata en la parte de atrás de las túnicas.

—Y ya por fin, llegado desde Egipto, nuestro árbitro, el aclamado Presimago de la Asociación Internacional de
Quidditch
: ¡Hasán Mustafá!

Entonces, caminando a zancadas, entró en el campo de juego un mago vestido con una túnica dorada que hacía juego con el estadio. Era delgado, pequeño y totalmente calvo salvo por el bigote, que no tenía nada que envidiar al de tío Vernon. Debajo de aquel bigote sobresalía un silbato de plata; bajo un brazo llevaba una caja de madera, y bajo el otro, su escoba voladora. Harry volvió a poner en velocidad normal sus
omniculares
y observó atentamente a Mustafá mientras éste montaba en la escoba y abría la caja con un golpe de la pierna: cuatro bolas quedaron libres en ese momento: la
quaffle
, de color escarlata; las dos
bludgers
negras, y (Harry la vio sólo durante una fracción de segundo, porque inmediatamente desapareció de la vista) la alada, dorada y minúscula
snitch
. Soplando el silbato, Mustafá emprendió el vuelo detrás de las bolas.

—¡Comieeeeeeeeenza el partido! —gritó Bagman—. Todos despegan en sus escobas y ¡Mullet tiene la
quaffle
! ¡Troy! ¡Moran! ¡Dimitrov! ¡Mullet de nuevo! ¡Troy! ¡Levski! ¡Moran!

Aquello era
quidditch
como Harry no había visto nunca. Se apretaba tanto los
omniculares
contra los cristales de las gafas que se hacía daño con el puente. La velocidad de los jugadores era increíble: los cazadores se arrojaban la
quaffle
unos a otros tan rápidamente que Bagman apenas tenía tiempo de decir los nombres. Harry volvió a poner la ruedecilla en posición de «lento», apretó el botón de «jugada a jugada» que había en la parte de arriba y empezó a ver el juego a cámara lenta, mientras los letreros de color púrpura brillaban a través de las lentes y el griterío de la multitud le golpeaba los tímpanos.

Formación de ataque «cabeza de halcón»
, leyó en el instante en que los tres cazadores del equipo irlandés se juntaron, con Troy en el centro y ligeramente por delante de Mullet y Moran, para caer en picado sobre los búlgaros.
Finta de Porskov
, indicó el letrero a continuación, cuando Troy hizo como que se lanzaba hacia arriba con la
quaffle
, apartando a la cazadora búlgara Ivanova y entregándole la
quaffle
a Moran. Uno de los golpeadores búlgaros, Volkov, pegó con su pequeño bate y con todas sus fuerzas a una
bludger
que pasaba cerca, lanzándola hacia Moran. Moran se apartó para evitar la
bludger
, y la
quaffle
se le cayó. Levski, elevándose desde abajo, la atrapó.


¡TROY MARCA!
—bramó Bagman, y el estadio entero vibró entre vítores y aplausos—. ¡Diez a cero a favor de Irlanda!

—¿Qué? —gritó Harry, mirando a un lado y a otro como loco a través de los
omniculares
—. ¡Pero si Levski acaba de coger la
quaffle
!

—¡Harry, si no ves el partido a velocidad normal, te vas a perder un montón de jugadas! —le gritó Hermione, que botaba en su asiento moviendo los brazos en el aire mientras Troy daba una vuelta de honor al campo de juego.

Harry miró por encima de los
omniculares
, y vio que los
leprechauns
, que observaban el partido desde las líneas de banda, habían vuelto a elevarse y a formar el brillante y enorme trébol. Desde el otro lado del campo, las
veelas
los miraban mal encaradas.

Enfadado consigo mismo, Harry volvió a poner la ruedecilla en velocidad normal antes de que el juego se reanudara.

Harry sabía lo suficiente de
quidditch
para darse cuenta de que los cazadores de Irlanda eran soberbios. Formaban un equipo perfectamente coordinado, y, por las posiciones que ocupaban, parecía como si cada uno pudiera leer la mente de los otros. La escarapela que llevaba Harry en el pecho no dejaba de gritar sus nombres: «¡Troy... Mullet... Moran!» Al cabo de diez minutos, Irlanda había marcado otras dos veces, hasta alcanzar el treinta a cero, lo que había provocado mareas de vítores atronadores entre su afición, vestida de verde.

El juego se tomó aún más rápido pero también más brutal. Volkov y Vulchanov, los golpeadores búlgaros, aporreaban las
bludgers
con todas sus fuerzas para pegar con ellas a los cazadores del equipo de Irlanda, y les impedían hacer uso de algunos de sus mejores movimientos: dos veces se vieron forzados a dispersarse y luego, por fin, Ivanova logró romper su defensa, esquivar al guardián, Ryan, y marcar el primer tanto del equipo de Bulgaria.

—¡Meteos los dedos en las orejas! —les gritó el señor Weasley cuando las
veelas
empezaron a bailar para celebrarlo.

Harry además cerró los ojos: no quería que su mente se evadiera del juego. Tras unos segundos, se atrevió a echar una mirada al terreno de juego: las
veelas
ya habían dejado de bailar, y Bulgaria volvía a estar en posesión de la
quaffle
.

—¡Dimitrov! ¡Levski! ¡Dimitrov! Ivanova... ¡¡eh!! —bramó Bagman.

Cien mil magos y brujas ahogaron un grito cuando los dos buscadores, Krum y Lynch, cayeron en picado por en medio de los cazadores, tan veloces como si se hubieran tirado de un avión sin paracaídas. Harry siguió su descenso con los
omniculares
, entrecerrando los ojos para tratar de ver dónde estaba la
snitch
...

—¡Se van a estrellar! —gritó Hermione a su lado.

Y así parecía... hasta que en el último segundo Viktor Krum frenó su descenso y se elevó con un movimiento de espiral. Lynch, sin embargo, chocó contra el suelo con un golpe sordo que se oyó en todo el estadio. Un gemido brotó de la afición irlandesa.

—¡Tonto! —se lamentó el señor Weasley—. ¡Krum lo ha engañado!

—¡Tiempo muerto! —gritó la voz de Bagman—. ¡Expertos medimagos tienen que salir al campo para examinar a Aidan Lynch!

—Estará bien, ¡sólo ha sido un castañazo! —le dijo Charlie en tono tranquilizador a Ginny, que se asomaba por encima de la pared de la tribuna principal, horrorizada—. Que es lo que andaba buscando Krum, claro...

Harry se apresuró a apretar el botón de retroceso y luego el de «jugada a jugada» en sus
omniculares
, giró la ruedecilla de velocidad, y se los puso otra vez en los ojos.

Vio de nuevo, esta vez a cámara lenta, a Krum y Lynch cayendo hacia el suelo.
Amago de Wronski: un desvío del buscador muy peligroso
, leyó en las letras de color púrpura impresas en la imagen. Vio que el rostro de Krum se contorsionaba a causa de la concentración cuando, justo a tiempo, se frenaba para evitar el impacto, mientras Lynch se estrellaba, y comprendió que Krum no había visto la
snitch
: sólo se había lanzado en picado para engañar a Lynch y que lo imitara. Harry no había visto nunca a nadie volar de aquella manera. Krum no parecía usar una escoba voladora: se movía con tal agilidad que más bien parecía ingrávido. Harry volvió a poner sus
omniculares
en posición normal, y enfocó a Krum, que volaba en círculos por encima de Lynch, a quien en esos momentos los medimagos trataban de reanimar con tazas de poción. Enfocando aún más de cerca el rostro de Krum, Harry vio cómo sus oscuros ojos recorrían el terreno que había treinta metros más abajo. Estaba aprovechando el tiempo para buscar la
snitch
sin la interferencia de otros jugadores.

Finalmente Lynch se incorporó, en medio de los vítores de la afición del equipo de Irlanda, montó en la Saeta de Fuego y, dando una patada en la hierba, levantó el vuelo. Su recuperación pareció otorgar un nuevo empuje al equipo de Irlanda. Cuando Mustafá volvió a pitar, los cazadores se pusieron a jugar con una destreza que Harry no había visto nunca.

En otros quince minutos trepidantes, Irlanda consiguió marcar diez veces más. Ganaban por ciento treinta puntos a diez, y los jugadores comenzaban a jugar de manera más sucia.

Cuando Mullet, una vez más, salió disparada hacia los postes de gol aferrando la
quaffle
bajo el brazo, el guardián del equipo búlgaro, Zograf, salió a su encuentro. Fuera lo que fuera lo que sucedió, ocurrió tan rápido que Harry no pudo verlo, pero un grito de rabia brotó de la afición de Irlanda, y el largo y vibrante pitido de Mustafá indicó falta.

—Y Mustafá está reprendiendo al guardián búlgaro por juego violento... ¡Excesivo uso de los codos! —informó Bagman a los espectadores, por encima de su clamor—. Y... ¡sí, señores, penalti favorable a Irlanda!

Los
leprechauns
, que se habían elevado en el aire, enojados como un enjambre de avispas cuando Mullet había sufrido la falta, se apresuraron en aquel momento a formar las palabras:
«¡JA, JA, JA!»
Las
veelas
, al otro lado del campo, se pusieron de pie de un salto, agitaron de enfado sus melenas y volvieron a bailar.

Todos a una, los chicos Weasley y Harry se metieron los dedos en los oídos; pero Hermione, que no se había tomado la molestia de hacerlo, no tardó en tirar a Harry del brazo. Él se volvió hacia ella, y Hermione, con un gesto de impaciencia, le quitó los dedos de las orejas.

—¡Fíjate en el árbitro! —le dijo riéndose.

Harry miró el terreno de juego. Hasán Mustafá había aterrizado justo delante de las
veelas
y se comportaba de una manera muy extraña: flexionaba los músculos y se atusaba nerviosamente el bigote.

—¡No, esto sí que no! —dijo Ludo Bagman, aunque parecía que le hacía mucha gracia—. ¡Por favor, que alguien le dé una palmada al árbitro!

Un medimago cruzó a toda prisa el campo, tapándose los oídos con los dedos, y le dio una patada a Mustafá en la espinilla. Mustafá volvió en sí. Harry, mirando por los
omniculares
, advirtió que parecía muy embarazado y que les estaba gritando a las
veelas
, que habían dejado de bailar y adoptaban ademanes rebeldes.

—Y, si no me equivoco, ¡Mustafá está tratando de expulsar a las mascotas del equipo búlgaro! —explicó la voz de Bagman—. Esto es algo que no habíamos visto nunca... ¡Ah, la cosa podría ponerse fea...!

Y, desde luego, se puso fea: los golpeadores del equipo de Bulgaria, Volkov y Vulchanov, habían tomado tierra uno a cada lado de Mustafá, y discutían con él furiosamente señalando hacia los
leprechauns
, que acababan de formar las palabras:
«¡JE, JE, JE!»
Pero a Mustafá no lo cohibían los búlgaros: señalaba al aire con el dedo, claramente pidiéndoles que volvieran al juego, y, como ellos no le hacían caso, dio dos breves soplidos al silbato.

—¡Dos penaltis a favor de Irlanda! —gritó Bagman, y la afición del equipo búlgaro vociferó de rabia—. Será mejor que Volkov y Vulchanov regresen a sus escobas... Sí... ahí van... Troy toma la
quaffle
...

A partir de aquel instante el juego alcanzó nuevos niveles de ferocidad. Los golpeadores de ambos equipos jugaban sin compasión: Volkov y Vulchanov, en especial, no parecían preocuparse mucho si en vez de a las
bludgers
golpeaban con los bates a los jugadores irlandeses. Dimitrov se lanzó hacia Moran, que estaba en posesión de la
quaffle
, y casi la derriba de la escoba.

—¡Falta! —corearon los seguidores del equipo de Irlanda todos a una, y al levantarse a la vez, con su color verde, semejaron una ola.

—¡Falta! —repitió la voz mágicamente amplificada de Ludo Bagman—. Dimitrov pretende acabar con Moran... volando deliberadamente para chocar con ella... Eso será otro penalti... ¡Sí, ya oímos el silbato!

Los
leprechauns
habían vuelto a alzarse en el aire, y formaron una mano gigante que hacía un signo muy grosero dedicado a las
veelas
que tenían enfrente. Entonces las
veelas
perdieron el control. Se lanzaron al campo y arrojaron a los duendes lo que parecían puñados de fuego. A través de sus
omniculares
, Harry vio que su aspecto ya no era bello en absoluto. Por el contrario, sus caras se alargaban hasta convertirse en cabezas de pájaro con un pico temible y afilado, y unas alas largas y escamosas les nacían de los hombros.

—¡Por eso, muchachos —gritó el señor Weasley para hacerse oír por encima del tumulto—, es por lo que no hay que fijarse sólo en la belleza!

Los magos del Ministerio se lanzaron en tropel al terreno de juego para separar a las
veelas
y los
leprechauns
, pero con poco éxito. Y la batalla que tenía lugar en el suelo no era nada comparada con la del aire. Harry movía los
omniculares
de un lado para otro sin parar porque la
quaffle
cambiaba de manos a la velocidad de una bala.

—Levski... Dimitrov... Moran... Troy... Mullet... Ivanova... De nuevo Moran... Moran...
¡Y MORAN CONSIGUE MARCAR!

Pero apenas se pudieron oír los vítores de la afición irlandesa, tapados por los gritos de las
veelas
, los disparos de las varitas de los funcionarios y los bramidos de furia de los búlgaros. El juego se reanudó enseguida: primero Levski se hizo con la
quaffle
, luego Dimitrov...

Quigley, el golpeador irlandés, le dio a una
bludger
que pasaba a su lado y la lanzó con todas sus fuerzas contra Krum, que no consiguió esquivarla a tiempo: le pegó de lleno en la cara.

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