Harry Potter y el cáliz de fuego (5 page)

Tío Vernon lanzó un intenso suspiro que le alborotó el poblado bigote y cogió la cuchara.

Llamaron al timbre de la puerta. Tío Vernon se levantó con mucho esfuerzo y fue al recibidor. Veloz como un rayo, mientras su madre preparaba el té, Dudley le robó a su padre lo que le quedaba de pomelo.

Harry oyó un murmullo en la entrada, a alguien riéndose y a tío Vernon respondiendo de manera cortante. Luego se cerró la puerta y oyó rasgar un papel en el recibidor.

Tía Petunia posó la tetera en la mesa y miró a su alrededor preguntándose dónde se había metido tío Vernon. No tardó en averiguarlo: regresó un minuto después, lívido.

—Tú —le gritó a Harry—. Ven a la sala, ahora mismo.

Desconcertado, preguntándose qué demonios había hecho en aquella ocasión, Harry se levantó, salió de la cocina detrás de tío Vernon y fue con él hasta la habitación contigua. Tío Vernon cerró la puerta con fuerza detrás de ellos.

—Vaya —dijo, yendo hasta la chimenea y volviéndose hacia Harry como si estuviera a punto de pronunciar la sentencia de su arresto—. Vaya.

A Harry le hubiera encantado preguntar «¿Vaya qué?», pero no juzgó prudente poner a prueba el humor de tío Vernon tan temprano, y menos teniendo en cuenta que éste se encontraba sometido a una fuerte tensión por la carencia de alimento. Así que decidió adoptar una expresión de cortés desconcierto.

—Acaba de llegar esto —dijo tío Vernon, blandiendo ante Harry un trozo de papel de color púrpura—. Una carta. Sobre ti.

El desconcierto de Harry fue en aumento. ¿Quién le escribiría a tío Vernon sobre él? ¿Conocía a alguien que enviara cartas por correo?

Tío Vernon miró furioso a Harry; luego bajó los ojos al papel y empezó a leer:

Estimados señor y señora Dursley:

No nos conocemos personalmente, pero estoy segura de que Harry les habrá hablado mucho de mi hijo Ron.

Como Harry les habrá dicho, la final de los Mundiales de
quidditch
tendrá lugar el próximo lunes por la noche, y Arthur, mi marido, acaba de conseguir entradas de primera clase gracias a sus conocidos en el Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.

Espero que nos permitan llevar a Harry al partido, ya que es una oportunidad única en la vida. Hace treinta años que Gran Bretaña no es la anfitriona de la Copa y es extraordinariamente difícil conseguir una entrada. Nos encantaría que Harry pudiera quedarse con nosotros lo que queda de vacaciones de verano y acompañarlo al tren que lo llevará de nuevo al colegio.

Sería preferible que Harry nos enviara la respuesta de ustedes por el medio habitual, ya que el cartero
muggle
nunca nos ha entregado una carta y me temo que ni siquiera sabe dónde vivimos.

Esperando ver pronto a Harry, se despide cordialmente

Molly Weasley

P. D.: Espero que hayamos puesto bastantes sellos.

Tío Vernon terminó de leer, se metió la mano en el bolsillo superior y sacó otra cosa.

—Mira esto —gruñó.

Levantó el sobre en que había llegado la carta, y Harry tuvo que hacer un esfuerzo para contener la risa. Todo el sobre estaba cubierto de sellos salvo un trocito, delante, en el que la señora Weasley había consignado en letra diminuta la dirección de los Dursley.

—Creo que si que han puesto bastantes sellos —comentó Harry, como si cualquiera pudiera cometer el error de la señora Weasley.

Hubo un fulgor en los ojos de su tío.

—El cartero se dio cuenta —dijo entre sus dientes apretados—. Estaba muy interesado en saber de dónde procedía la carta. Por eso llamó al timbre. Daba la impresión de que le parecía divertido.

Harry no dijo nada. Otra gente podría no entender por qué tío Vernon armaba tanto escándalo porque alguien hubiera puesto demasiados sellos en un sobre, pero Harry había vivido demasiado tiempo con ellos para no comprender hasta qué punto les molestaba cualquier cosa que se saliera de lo ordinario. Nada los aterrorizaba tanto como que alguien pudiera averiguar que tenían relación (aunque fuera lejana) con gente como la señora Weasley.

Tío Vernon seguía mirando a Harry, que intentaba mantener su expresión neutra. Si no hacía ni decía ninguna tontería, podía lograr que lo dejaran asistir al mejor espectáculo de su vida. Esperó a que tío Vernon añadiera algo, pero simplemente seguía mirándolo. Harry decidió romper el silencio.

—Entonces, ¿puedo ir? —preguntó.

Un ligero espasmo cruzó el rostro de tío Vernon, grande y colorado. Se le erizó el bigote. Harry creía saber lo que tenía lugar detrás de aquel mostacho: una furiosa batalla en la que entraban en conflicto dos de los instintos más básicos en tío Vernon. Permitirle marchar haría feliz a Harry, algo contra lo que tío Vernon había luchado durante trece años. Pero, por otro lado, dejar que se fuera con los Weasley lo que quedaba de verano equivalía a deshacerse de él dos semanas antes de lo esperado, y tío Vernon aborrecía tener a Harry en casa. Para ganar algo de tiempo, volvió a mirar la carta de la señora Weasley.

—¿Quién es esta mujer? —inquirió, observando la firma con desagrado.

—La conoces —respondió Harry—. Es la madre de mi amigo Ron. Lo estaba esperando cuando llegamos en el expreso de Hog... en el tren del colegio al final del curso.

Había estado a punto de decir «expreso de Hogwarts», y eso habría irritado a tío Vernon. En casa de los Dursley no se podía mencionar el nombre del colegio de Harry.

Tío Vernon hizo una mueca con su enorme rostro como si tratara de recordar algo muy desagradable.

—¿Una mujer gorda? —gruñó por fin—. ¿Con un montón de niños pelirrojos?

Harry frunció el entrecejo pensando que tenía gracia que tío Vernon llamara gordo a alguien cuando su propio hijo, Dudley, acababa de lograr lo que había estado intentando desde que tenía tres años: ser más ancho que alto.

Tío Vernon volvió a examinar la carta.


Quidditch
—murmuró entre dientes—,
quidditch
. ¿Qué demonios es eso?

Harry sintió una segunda punzada de irritación.

—Es un deporte —dijo lacónicamente— que se juega sobre esc...

—¡Vale, vale! —interrumpió tío Vernon casi gritando.

Con cierta satisfacción, Harry observó que su tío tenía expresión de miedo. Daba la impresión de que sus nervios no aguantarían el sonido de las palabras «escobas voladoras» en la sala de estar. Disimuló volviendo a examinar la carta. Harry descubrió que movía los labios formando las palabras «que nos enviara la respuesta de ustedes por el medio habitual».

—¿Qué quiere decir eso de «el medio habitual»? —preguntó irritado.

—Habitual para nosotros —explicó Harry y, antes de que su tío pudiera detenerlo, añadió—: Ya sabes, lechuzas mensajeras. Es lo normal entre magos.

Tío Vernon parecía tan ofendido como si Harry acabara de soltar una horrible blasfemia. Temblando de enojo, lanzó una mirada nerviosa por la ventana; parecía temeroso de ver a algún vecino con la oreja pegada al cristal.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no menciones tu anormalidad bajo este techo? —dijo entre dientes. Su rostro había adquirido un tono ciruela vivo—. Recuerda dónde estás, y recuerda que deberías agradecer un poco esa ropa que Petunia y yo te hemos da...

—Después de que Dudley la usó —lo interrumpió Harry con frialdad; de hecho, llevaba una sudadera tan grande para él que tenía que dar cinco vueltas a las mangas para poder utilizar las manos y que le caía hasta más abajo de las rodillas de unos vaqueros extremadamente anchos.

—¡No consentiré que se me hable en ese tono! —exclamó tío Vernon, temblando de ira.

Pero Harry no pensaba resignarse. Ya habían pasado los tiempos en que se había visto obligado a aceptar cada una de las estúpidas disposiciones de los Dursley. No estaba siguiendo el régimen de Dudley, y no se iba a quedar sin ir a los Mundiales de
Quidditch
por culpa de tío Vernon si podía evitarlo. Harry respiró hondo para relajarse y luego dijo:

—Vale, no iré a los Mundiales. ¿Puedo subir ya a mi habitación? Tengo que terminar una carta para Sirius. Ya sabes... mi padrino.

Lo había hecho, había pronunciado las palabras mágicas. Vio cómo la colorada piel de tío Vernon palidecía a ronchas, dándole el aspecto de un helado de grosellas mal mezclado.

—Le... ¿le vas a escribir, de verdad? —dijo tío Vernon, intentando aparentar tranquilidad. Pero Harry había visto cómo se le contraían de miedo los diminutos ojos.

—Bueno, sí... —contestó Harry, como sin darle importancia—. Hace tiempo que no ha tenido noticias mías y, bueno, si no le escribo puede pensar que algo va mal.

Se detuvo para disfrutar el efecto de sus palabras. Casi podía ver funcionar los engranajes del cerebro de tío Vernon debajo de su grueso y oscuro cabello peinado con una raya muy recta. Si intentaba impedir que Harry escribiera a Sirius, éste pensaría que lo maltrataban. Si no lo dejaba ir a los Mundiales de
Quidditch
, Harry se lo contaría a Sirius, y Sirius
sabría
que lo maltrataban. A tío Vernon sólo le quedaba una salida, y Harry pudo ver esa conclusión formársele en el cerebro como si el rostro grande adornado con el bigote fuera transparente. Harry trató de no reírse y de mantener la cara tan inexpresiva como le fuera posible. Y luego...

—Bien, de acuerdo. Puedes ir a esa condenada... a esa estúpida... a esa Copa del Mundo. Escríbeles a esos... a esos Weasley para que vengan a recogerte, porque yo no tengo tiempo para llevarte a ningún lado. Y puedes pasar con ellos el resto del verano. Y dile a tu... tu padrino... dile... dile que vas.

—Muy bien —asintió Harry, muy contento.

Se volvió y fue hacia la puerta de la sala, reprimiendo el impulso de gritar y dar saltos. Iba a... ¡Se iba con los Weasley! ¡Iba a presenciar la final de los Mundiales! En el recibidor estuvo a punto de atropellar a Dudley, que acechaba detrás de la puerta esperando oír una buena reprimenda contra Harry y se quedó desconcertado al ver su amplia sonrisa.

—¡Qué buen desayuno!, ¿verdad? —le dijo Harry—. Estoy lleno, ¿tú no?

Riéndose de la cara atónita de Dudley, Harry subió los escalones de tres en tres y entró en su habitación como un bólido.

Lo primero que vio fue que
Hedwig
ya había regresado. Estaba en la jaula, mirando a Harry con sus enormes ojos ambarinos y chasqueando el pico como hacía siempre que estaba molesta. Harry no tardó en ver qué era lo que le molestaba en aquella ocasión.

—¡Ay! —gritó.

Acababa de pegarle en un lado de la cabeza lo que parecía ser una pelota de tenis pequeña, gris y cubierta de plumas. Harry se frotó con fuerza la zona dolorida al tiempo que intentaba descubrir qué era lo que lo había golpeado, y vio una lechuza diminuta, lo bastante pequeña para ocultarla en la mano, que, como si fuera un cohete buscapiés, zumbaba sin parar por toda la habitación. Harry se dio cuenta entonces de que la lechuza había dejado caer a sus pies una carta. Se inclinó para recogerla, reconoció la letra de Ron y abrió el sobre. Dentro había una nota escrita apresuradamente:

Harry:
¡MI PADRE HA CONSEGUIDO LAS ENTRADAS!
Irlanda contra Bulgaria, el lunes por la noche. Mi madre les ha escrito a los muggles para pedirles que te dejen venir y quedarte. A lo mejor ya han recibido la carta, no sé cuánto tarda el correo
muggle
. De todas maneras, he querido enviarte esta nota por medio de
Pig.

Harry reparó en el nombre «Pig», y luego observó a la diminuta lechuza que zumbaba dando vueltas alrededor de la lámpara del techo. Nunca había visto nada que se pareciera menos a un cerdo. Quizá no había entendido bien la letra de Ron. Siguió leyendo:

Vamos a ir a buscarte tanto si quieren los
muggles
como si no, porque no te puedes perder los Mundiales. Lo que pasa es que mis padres pensaban que era mejor pedirles su consentimiento. Si dicen que te dejan, envía a
Pig
inmediatamente con la respuesta, e iremos a recogerte el domingo a las cinco en punto. Si no te dejan, envía también a
Pig
e iremos a recogerte de todas maneras el domingo a las cinco.

Hermione llega esta tarde. Percy ha comenzado a trabajar: en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional. No menciones nada sobre el extranjero mientras estés aquí a menos que quieras que te mate de aburrimiento.

Hasta pronto,

Ron

—¡Cálmate! —dijo Harry a la pequeña lechuza, que revoloteaba por encima de su cabeza gorjeando como loca (Harry supuso que era a causa del orgullo de haber llevado la carta a la persona correcta)—. ¡Ven aquí! Tienes que llevar la contestación.

La lechuza revoloteó hasta posarse sobre la jaula de
Hedwig
, que le echó una mirada fría, como desafiándola a que se acercara más. Harry volvió a coger su pluma de águila y un trozo de pergamino, y escribió:

Todo perfecto, Ron: los
muggles
me dejan ir. Hasta mañana a las cinco. ¡Me muero de impaciencia!

Harry

Plegó la nota hasta hacerla muy pequeña y, con inmensa dificultad, la ató a la diminuta pata de la lechuza, que aguardaba muy excitada. En cuanto la nota estuvo asegurada, la lechuza se marchó: salió por la ventana zumbando y se perdió de vista.

Harry se volvió hacia
Hedwig
.

—¿Estás lista para un viaje largo? —le preguntó.

Hedwig
ululó henchida de dignidad.

—¿Puedes hacerme el favor de llevar esto a Sirius? —le pidió, cogiendo la carta—. Espera: tengo que terminarla.

Volvió a desdoblar el pergamino y añadió rápidamente una postdata:

Si quieres ponerte en contacto conmigo, estaré en casa de mi amigo Ron hasta el final del verano. ¡Su padre nos ha conseguido entradas para los Mundiales de
quidditch
!

Una vez concluida la carta, la ató a una de las patas de
Hedwig
, que permanecía más quieta que nunca, como si quisiera mostrar el modo en que debía comportarse una lechuza mensajera.

—Estaré en casa de Ron cuando vuelvas, ¿de acuerdo? —le dijo Harry.

Ella le pellizcó cariñosamente el dedo con el pico y, a continuación, con un zumbido, extendió sus grandes alas y salió volando por la ventana.

Harry la observó mientras desaparecía. Luego se metió debajo de la cama, tiró de la tabla suelta y sacó un buen trozo de tarta de cumpleaños. Se lo comió sentado en el suelo, disfrutando de la felicidad que lo embargaba: tenía tarta, mientras que Dudley sólo tenía pomelo; era un radiante día de verano; se iría de casa de los Dursley al día siguiente, la cicatriz ya había dejado de dolerle e iba a presenciar los Mundiales de
Quidditch
. Era difícil, precisamente en aquel momento, preocuparse por algo. Ni siquiera por lord Voldemort.

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