Harry Potter y el cáliz de fuego (7 page)


¡Incendio!
—exclamó el señor Weasley, apuntando con su varita al orificio que había en la pared.

De inmediato apareció una hoguera que crepitó como si llevara horas encendida. El señor Weasley se sacó del bolsillo un saquito, lo desanudó, cogió un pellizco de polvos de dentro y lo echó a las llamas, que adquirieron un color verde esmeralda y llegaron más alto que antes.

—Tú primero, Fred —indicó el señor Weasley.

—Voy —dijo Fred—. ¡Oh, no! Esperad...

A Fred se le cayó del bolsillo una bolsa de caramelos, y su contenido rodó en todas direcciones: grandes caramelos con envoltorios de vivos colores.

Fred los recogió a toda prisa y los metió de nuevo en los bolsillos; luego se despidió de los Dursley con un gesto de la mano y avanzó hacia el fuego diciendo: «¡La Madriguera!» Tía Petunia profirió un leve grito de horror. Se oyó una especie de rugido en la hoguera, y Fred desapareció.

—Ahora tú, George —dijo el señor Weasley—. Con el baúl.

Harry ayudó a George a llevar el baúl hasta la hoguera, y lo puso de pie para que pudiera sujetarlo mejor. Luego, gritó «¡La Madriguera!», se volvió a oír el rugido de las llamas y George desapareció a su vez.

—Te toca, Ron —indicó el señor Weasley.

—Hasta luego —se despidió alegremente Ron. Tras dirigirle a Harry una amplia sonrisa, entró en la hoguera, gritó «¡La Madriguera!» y desapareció.

Ya sólo quedaban Harry y el señor Weasley.

—Bueno... Pues adiós —les dijo Harry a los Dursley.

Pero ellos no respondieron. Harry avanzó hacia el fuego; pero, justo cuando llegaba ante él, el señor Weasley lo sujetó con una mano. Observaba atónito a los Dursley.

—Harry les ha dicho adiós —dijo—. ¿No lo han oído?

—No tiene importancia —le susurró Harry al señor Weasley—. De verdad, me da igual.

Pero el señor Weasley no le quitó la mano del hombro.

—No va a ver a su sobrino hasta el próximo verano —dijo indignado a tío Vernon—. ¿No piensa despedirse de él?

El rostro de tío Vernon expresó su ira. La idea de que un hombre que había armado aquel estropicio en su sala de estar le enseñara modales era insoportable. Pero el señor Weasley seguía teniendo la varita en la mano, y tío Vernon clavó en ella sus diminutos ojos antes de contestar con tono de odio:

—Adiós.

—Hasta luego —respondió Harry, introduciendo un pie en la hoguera de color verde, que resultaba de una agradable tibieza. Pero en aquel momento oyó detrás de él un horrible sonido como de arcadas y a tía Petunia que se ponía a gritar.

Harry se dio la vuelta. Dudley ya no trataba de ocultarse detrás de sus padres, sino que estaba arrodillado junto a la mesita del café, resoplando y dando arcadas ante una cosa roja y delgada de treinta centímetros de largo que le salía de la boca. Tras un instante de perplejidad, Harry comprendió que aquella cosa era la lengua de Dudley... y vio que delante de él, en el suelo, había un envoltorio de colores brillantes.

Tía Petunia se lanzó al suelo, al lado de Dudley, agarró el extremo de su larga lengua y trató de arrancársela; como es lógico, Dudley gritó y farfulló más que antes, intentando que ella desistiera. Tío Vernon daba voces y agitaba los brazos, y el señor Weasley no tuvo más remedio que gritar para hacerse oír.

—¡No se preocupen, puedo arreglarlo! —chilló, avanzando hacia Dudley con la mano tendida.

Pero tía Petunia gritó aún más y se arrojó sobre Dudley para servirle de escudo.

—¡No se pongan así! —dijo el señor Weasley, desesperado—. Es un proceso muy simple. Era el caramelo. Mi hijo Fred... es un bromista redomado. Pero no es más que un encantamiento aumentador... o al menos eso creo. Déjenme, puedo deshacerlo...

Pero, lejos de tranquilizarse, los Dursley estaban cada vez más aterrorizados: tía Petunia sollozaba como una histérica y tiraba de la lengua de Dudley dispuesta a arrancársela; Dudley parecía estar ahogándose bajo la doble presión de su madre y de su lengua; y tío Vernon, que había perdido completamente el control de sí mismo, cogió una figura de porcelana del aparador y se la tiró al señor Weasley con todas sus fuerzas. Éste se agachó, y la figura de porcelana fue a estrellarse contra la descompuesta chimenea.

—¡Vaya! —exclamó el señor Weasley, enfadado y blandiendo la varita—. ¡Yo sólo trataba de ayudar!

Aullando como un hipopótamo herido, tío Vernon agarró otra pieza de adorno.

—¡Vete, Harry! ¡Vete ya! —gritó el señor Weasley, apuntando con la varita a tío Vernon—. ¡Yo lo arreglaré!

Harry no quería perderse la diversión, pero un segundo adorno le pasó rozando la oreja izquierda, y decidió que sería mejor dejar que el señor Weasley resolviera la situación. Entró en el fuego dando un paso, sin dejar de mirar por encima del hombro mientras decía «¡La Madriguera!». Lo último que alcanzó a ver en la sala de estar fue cómo el señor Weasley esquivaba con la varita el tercer adorno que le arrojaba tío Vernon mientras tía Petunia chillaba y cubría con su cuerpo a Dudley, cuya lengua, como una serpiente pitón larga y delgada, se le salía de la boca. Un instante después, Harry giraba muy rápido, y la sala de estar de los Dursley se perdió de vista entre el estrépito de llamas de color esmeralda.

CAPÍTULO 5

Sortilegios Weasley

H
ARRY
dio vueltas cada vez más rápido con los codos pegados al cuerpo. Borrosas chimeneas pasaban ante él a la velocidad del rayo, hasta que se sintió mareado y cerró los ojos. Cuando por fin le pareció que su velocidad aminoraba, estiró los brazos, a tiempo para evitar darse de bruces contra el suelo de la cocina de los Weasley al salir de la chimenea.

—¿Se lo comió? —preguntó Fred ansioso mientras le tendía a Harry la mano para ayudarlo a levantarse.

—Sí —respondió Harry poniéndose en pie—. ¿Qué era?

—Caramelo
longuilinguo
—explicó Fred, muy contento—. Los hemos inventado George y yo, y nos hemos pasado el verano buscando a alguien en quien probarlos...

Todos prorrumpieron en carcajadas en la pequeña cocina; Harry miró a su alrededor, y vio que Ron y George estaban sentados a una mesa de madera desgastada de tanto restregarla, con dos pelirrojos a los que Harry no había visto nunca, aunque no tardó en suponer quiénes serían: Bill y Charlie, los dos hermanos mayores Weasley.

—¿Qué tal te va, Harry? —preguntó el más cercano a él, dirigiéndole una amplia sonrisa y tendiéndole una mano grande que Harry estrechó. Estaba llena de callos y ampollas. Aquél tenía que ser Charlie, que trabajaba en Rumanía con dragones. Su constitución era igual a la de los gemelos, y diferente de la de Percy y Ron, que eran más altos y delgados. Tenía una cara ancha de expresión bonachona, con la piel curtida por el clima de Rumanía y tan llena de pecas que parecía bronceada; los brazos eran musculosos, y en uno de ellos se veía una quemadura grande y brillante.

Bill se levantó sonriendo y también le estrechó la mano a Harry, quien se sorprendió. Sabía que Bill trabajaba para Gringotts, el banco del mundo mágico, y que había sido Premio Anual de Hogwarts, y siempre se lo había imaginado como una versión crecida de Percy: quisquilloso en cuanto al incumplimiento de las normas e inclinado a mandar a todo el mundo. Sin embargo, Bill era (no había otra palabra para definirlo)
guay
: era alto, tenía el pelo largo y recogido en una coleta, llevaba un colmillo de pendiente e iba vestido de manera apropiada para un concierto de rock, salvo por las botas (que, según reconoció Harry, no eran de cuero sino de piel de dragón).

Antes de que ninguno de ellos pudiera añadir nada, se oyó un pequeño estallido y el señor Weasley apareció de pronto al lado de George. Harry no lo había visto nunca tan enfadado.

—¡No ha tenido ninguna gracia, Fred! ¿Qué demonios le diste a ese niño
muggle
?

—No le di nada —respondió Fred, con otra sonrisa maligna—. Sólo lo dejé caer... Ha sido culpa suya: lo cogió y se lo comió. Yo no le dije que lo hiciera.

—¡Lo dejaste caer a propósito! —vociferó el señor Weasley—. Sabías que se lo comería porque estaba a dieta...

—¿Cuánto le creció la lengua? —preguntó George, con mucho interés.

—Cuando sus padres me permitieron acortársela había alcanzado más de un metro de largo.

Harry y los Weasley prorrumpieron de nuevo en una sonora carcajada.

—¡No tiene gracia! —gritó el señor Weasley—. ¡Ese tipo de comportamiento enturbia muy seriamente las relaciones entre magos y
muggles
! Me paso la mitad de la vida luchando contra los malos tratos a los
muggles
, y resulta que mis propios hijos...

—¡No se lo dimos porque fuera
muggle
! —respondió Fred, indignado.

—No. Se lo dimos porque es un asqueroso bravucón —explicó George—. ¿No es verdad, Harry?

—Sí, lo es —contestó Harry seriamente.

—¡Ésa no es la cuestión! —repuso enfadado el señor Weasley—. Ya veréis cuando se lo diga a vuestra madre.

—¿Cuando me digas qué? —preguntó una voz tras ellos.

La señora Weasley acababa de entrar en la cocina. Era bajita, rechoncha y tenía una cara generalmente muy amable, aunque en aquellos momentos la sospecha le hacía entornar los ojos.

—¡Ah, hola, Harry! —dijo sonriéndole al advertir que estaba allí. Luego volvió bruscamente la mirada a su marido—. ¿Qué es lo que tienes que decirme?

El señor Weasley dudó. Harry se dio cuenta de que, a pesar de estar tan enfadado con Fred y George, no había tenido verdadera intención de contarle a la señora Weasley lo ocurrido. Se hizo un silencio mientras el señor Weasley observaba nervioso a su mujer. Entonces aparecieron dos chicas en la puerta de la cocina, detrás de la señora Weasley: una, de pelo castaño y espeso e incisivos bastante grandes, era Hermione Granger, la amiga de Harry y Ron; la otra, menuda y pelirroja, era Ginny, la hermana pequeña de Ron. Las dos sonrieron a Harry, y él les sonrió a su vez, lo que provocó que Ginny se sonrojara: Harry le había gustado desde su primera visita a La Madriguera.

—¿Qué tienes que decirme, Arthur? —repitió la señora Weasley en un tono de voz que daba miedo.

—Nada, Molly —farfulló el señor Weasley—. Fred y George sólo... He tenido unas palabras con ellos...

—¿Qué han hecho esta vez? —preguntó la señora Weasley—. Si tiene que ver con los «Sortilegios Weasley»...

—¿Por qué no le enseñas a Harry dónde va a dormir, Ron? —propuso Hermione desde la puerta.

—Ya lo sabe —respondió Ron—. En mi habitación. Durmió allí la última...

—Podemos ir todos —dijo Hermione, con una significativa mirada.

—¡Ah! —exclamó Ron, cayendo en la cuenta—. De acuerdo.

—Sí, nosotros también vamos —dijo George.

—¡Vosotros os quedáis donde estáis! —gruñó la señora Weasley.

Harry y Ron salieron despacio de la cocina y, acompañados por Hermione y Ginny, emprendieron el camino por el estrecho pasillo y subieron por la desvencijada escalera que zigzagueaba hacia los pisos superiores.

—¿Qué es eso de los «Sortilegios Weasley»? —preguntó Harry mientras subían.

Ron y Ginny se rieron, pero Hermione no.

—Mi madre ha encontrado un montón de cupones de pedido cuando limpiaba la habitación de Fred y George —explicó Ron en voz baja—. Largas listas de precios de cosas que ellos han inventado. Artículos de broma, ya sabes: varitas falsas y caramelos con truco, montones de cosas. Es estupendo: nunca me imaginé que hubieran estado inventando todo eso...

—Hace mucho tiempo que escuchamos explosiones en su habitación, pero nunca supusimos que estuvieran fabricando algo —dijo Ginny—. Creíamos que simplemente les gustaba el ruido.

—Lo que pasa es que la mayor parte de los inventos... bueno, todos, en realidad... son algo peligrosos y, ¿sabes?, pensaban venderlos en Hogwarts para sacar dinero. Mi madre se ha puesto furiosa con ellos. Les ha prohibido seguir fabricando nada y ha quemado todos los cupones de pedido... Además está enfadada con ellos porque no han conseguido tan buenas notas como esperaba...

—Y también ha habido broncas porque mi madre quiere que entren en el Ministerio de Magia como nuestro padre, y ellos le han dicho que lo único que quieren es abrir una tienda de artículos de broma —añadió Ginny.

Entonces se abrió una puerta en el segundo rellano y asomó por ella una cara con gafas de montura de hueso y expresión de enfado.

—Hola, Percy —saludó Harry.

—Ah, hola, Harry —contestó Percy—. Me preguntaba quién estaría armando tanto jaleo. Intento trabajar, ¿sabéis? Tengo que terminar un informe para la oficina, y resulta muy difícil concentrarse cuando la gente no para de subir y bajar la escalera haciendo tanto ruido.

—No hacemos tanto ruido —replicó Ron, enfadado—. Estamos subiendo con paso normal. Lamentamos haber entorpecido los asuntos reservados del Ministerio.

—¿En qué estás trabajando? —quiso saber Harry.

—Es un informe para el Departamento de Cooperación Mágica Internacional —respondió Percy con aires de suficiencia—. Estamos intentando estandarizar el grosor de los calderos. Algunos de los calderos importados son algo delgados, y el goteo se ha incrementado en una proporción cercana al tres por ciento anual...

—Eso cambiará el mundo —intervino Ron—. Ese informe será un bombazo. Ya me lo imagino en la primera página de
El Profeta
: «Calderos con agujeros.»

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