Read Harry Potter y el cáliz de fuego Online
Authors: J.K. Rowling
Mientras Harry los observaba, George le dirigió a Fred un gesto negativo de la cabeza, tachó algo con la pluma y, en una voz muy baja que sin embargo llegó al otro lado de la sala casi vacía, le dijo:
—No... así da la impresión de que lo estamos acusando. Tenemos que tener cuidado...
En ese momento George levantó la vista y se dio cuenta de que Harry los observaba. Harry sonrió y se apresuró a volver a sus predicciones. No quería que George pensara que los espiaba. Poco después, los gemelos enrollaron el pergamino, les dieron las buenas noches y se fueron a dormir.
Hacía unos diez minutos que Fred y George se habían marchado cuando se abrió el hueco del retrato y Hermione entró en la sala común con un manojo de pergaminos en una mano y en la otra una caja cuyo contenido hacía ruido conforme ella andaba.
Crookshanks
arqueó la espalda, ronroneando.
—¡Hola! —saludó—, ¡acabo de terminar!
—¡Yo también! —contestó Ron con una sonrisa de triunfo, soltando la pluma.
Hermione se sentó, dejó en una butaca vacía las cosas que llevaba, y cogió las predicciones de Ron.
—No vas a tener un mes muy bueno, ¿verdad? —comentó con sorna, mientras
Crookshanks
se hacia un ovillo en su regazo.
—Bueno, al menos no me coge de sorpresa —repuso Ron bostezando.
—Me temo que te vas a ahogar dos veces —dijo Hermione.
—¿Sí? —Ron echó un vistazo a sus predicciones—. Tendré que cambiar una de ellas por ser pisoteado por un
hipogrifo
desbocado.
—¿No te parece que es demasiado evidente que te lo has inventado? —preguntó Hermione.
—¡Cómo te atreves! —exclamó Ron, ofendiéndose de broma—. ¡Hemos trabajado como elfos domésticos!
Hermione arrugó el entrecejo.
—No es más que una forma de hablar —se apresuró a decir Ron.
Harry dejó también la pluma. Acababa de predecir su propia muerte por decapitación.
—¿Qué hay en la caja? —inquirió, señalando hacia ella.
—Es curioso que lo preguntes —dijo Hermione, dirigiéndole a Ron una mirada desagradable. Levantó la tapa y les mostró el contenido.
Dentro había unas cincuenta insignias de diferentes colores, pero todas con las mismas letras: «
P.E.D.D.O.
»
—¿«Peddo»? —leyó Harry, cogiendo una insignia y mirándola—. ¿Qué es esto?
—No es «peddo» —repuso Hermione algo molesta—. Es pe, e, de, de, o: «Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros.»
—No había oído hablar de eso en mi vida —se extrañó Ron.
—Por supuesto que no —replicó Hermione con énfasis—. Acabo de fundarla.
—¿De verdad? —dijo Ron, sorprendido—. ¿Con cuántos miembros cuenta?
—Bueno, si vosotros os afiliáis, con tres —respondió Hermione.
—¿Y crees que queremos ir por ahí con unas insignias en las que pone «peddo»? —dijo Ron.
—Pe, e, de, de, o —lo corrigió Hermione, enfadada—. Iba a poner «Detengamos el Vergonzante Abuso de Nuestras Compañeras las Criaturas Mágicas y Exijamos el Cambio de su Situación Legal», pero no cabía. Así que ése es el encabezamiento de nuestro manifiesto. —Blandió ante ellos el manojo de pergaminos—. He estado documentándome en la biblioteca. La esclavitud de los elfos se remonta a varios siglos atrás. No comprendo cómo nadie ha hecho nada hasta ahora...
—Hermione, métetelo en la cabeza —la interrumpió Ron—: a... ellos... les... gusta. ¡A ellos les gusta la esclavitud!
—Nuestro objetivo a corto plazo—siguió Hermione, hablando aún más alto que Ron y actuando como si no hubiera oído una palabra— es lograr para los elfos domésticos un salario digno y unas condiciones laborales justas. Los objetivos a largo plazo incluyen el cambio de la legislación sobre el uso de la varita mágica y conseguir que haya un representante elfo en el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas.
—¿Y cómo lograremos todo eso? —preguntó Harry.
—Comenzaremos buscando afiliados —explicó Hermione muy contenta—. Pienso que puede estar bien pedir como cuota de afiliación dos
sickles
, que darán derecho a una insignia, y podemos destinar los beneficios a elaborar panfletos para nuestra campaña. Tú serás el tesorero, Ron: tengo arriba una hucha de lata para ti. Y tú, Harry, serás el secretario, así que quizá quieras escribir ahora algo de lo que estoy diciendo, como testimonio de nuestra primera sesión.
Hubo una pausa en la que Hermione les sonrió satisfecha, y Harry permaneció callado, dividido entre la exasperación que le provocaba Hermione y la diversión que le causaba la cara de Ron, el cual parecía hallarse en un estado de aturdimiento. El silencio fue roto por un leve golpeteo en la ventana. Harry miró hacia allí e, iluminada por la luz de la luna, vio una lechuza blanca posada en el alféizar.
—
¡Hedwig!
—gritó, y se levantó de un salto para ir al otro lado de la sala común a abrir la ventana.
Hedwig
entró, cruzó la sala volando y se posó en la mesa, sobre las predicciones de Harry.
—¡Ya era hora! —exclamó Harry, yendo aprisa tras ella.
—¡Trae la contestación! —dijo Ron nervioso, señalando el mugriento trozo de pergamino que
Hedwig
llevaba atado a la pata.
Harry se dio prisa en desatarlo y se sentó para leerlo. Una vez desprendida de su carga,
Hedwig
aleteó hasta posarse en una de sus rodillas, ululando suavemente.
—¿Qué dice? —preguntó Hermione con impaciencia.
La carta era muy corta, y parecía escrita con mucha premura. Harry la leyó en voz alta:
Harry:
Salgo ahora mismo hacia el norte. Esta noticia de que tu cicatriz te ha dolido se suma a una serie de extraños rumores que me han llegado hasta aquí. Si vuelve a dolerte, ve directamente a Dumbledore. Me han dicho que ha sacado a
Ojoloco
de su retiro, lo que significa que al menos él está al tanto de los indicios, aunque sea el único.
Estaremos pronto en contacto. Un fuerte abrazo a Ron y Hermione. Abre los ojos, Harry.
Sirius
Harry miró a Ron y Hermione, que le devolvieron la mirada.
—¿Que viene hacia el norte? —susurró Hermione—. ¿Regresa?
—¿Que Dumbledore está al tanto de los indicios? —dijo Ron, perplejo—. ¿Qué pasa, Harry?
Harry acababa de pegarse con el puño en la frente, ahuyentando a
Hedwig
.
—¡No tendría que haberle contado nada! —exclamó con furia.
—¿De qué hablas? —le preguntó Ron, sorprendido.
—¡Ha pensado que tenía que venir! —repuso Harry, dando un puñetazo en la mesa que hizo que
Hedwig
fuera a posarse en el respaldo de la silla de Ron, ululando indignada—. ¡Regresa porque cree que estoy en peligro! ¡Y a mí no me pasa nada! No tengo nada para ti —le dijo en tono de regañina a
Hedwig
, que abría y cerraba el pico esperando una recompensa—. Si quieres comer tendrás que ir a la lechucería.
Hedwig
lo miró con aire ofendido y volvió a salir por la ventana abierta, pegándole en la cabeza con el ala al pasar.
—Harry... —comenzó a decir Hermione, en un tono de voz tranquilizador.
—Me voy a la cama —atajó Harry—. Hasta mañana.
En el dormitorio, Harry se puso el pijama y se metió en su cama de dosel, pero no tenía sueño.
Si Sirius volvía y lo atrapaban, sería culpa suya, de Harry. ¿Por qué demonios no se había callado? Un ratito de dolor y enseguida a contarlo... Si hubiera tenido la sensatez de guardárselo...
Oyó a Ron entrar en el dormitorio poco después, pero no le dijo nada. Permaneció mucho tiempo contemplando el oscuro dosel de la cama. El dormitorio estaba sumido en completo silencio, y, si se hubiera hallado menos agobiado por las preocupaciones, Harry se habría dado cuenta de que la ausencia de los habituales ronquidos de Neville indicaba que alguien más tampoco lograba conciliar el sueño.
Beauxbatons y Durmstrang
C
OMO
si su cerebro se hubiera pasado la noche discurriendo, Harry se levantó temprano a la mañana siguiente con un plan perfectamente concebido. Se vistió a la pálida luz del alba, salió del dormitorio sin despertar a Ron y bajó a la sala común, en la que aún no había nadie. Allí cogió un trozo de pergamino de la mesa en la que todavía estaba su trabajo para la clase de Adivinación, y escribió en él la siguiente carta:
Querido Sirius:
Creo que lo de que me dolía la cicatriz fue algo que me imaginé, nada más. Estaba medio dormido la última vez que te escribí. No tiene sentido que vengas, aquí todo va perfectamente. No te preocupes por mí, mi cabeza está bien.
Harry
Salió por el hueco del retrato, subió por la escalera del castillo, que estaba sumido en el silencio (sólo lo retrasó Peeves, que intentó vaciar un jarrón grande encima de él, en medio del corredor del cuarto piso), y finalmente llego a la lechucería, que estaba situada en la parte superior de la torre oeste.
La lechucería era un habitáculo circular con muros de piedra, bastante frío y con muchas corrientes de aire, puesto que ninguna de las ventanas tenía cristales. El suelo estaba completamente cubierto de paja, excrementos de lechuza y huesos regurgitados de ratones y campañoles. Sobre las perchas, fijadas a largos palos que llegaban hasta el techo de la torre, descansaban cientos y cientos de lechuzas de todas las razas imaginables, casi todas dormidas, aunque Harry podía distinguir aquí y allá algún ojo ambarino fijo en él. Vio a
Hedwig
acurrucada entre una lechuza común y un cárabo, y se fue aprisa hacia ella, resbalando un poco en los excrementos esparcidos por el suelo.
Le costó bastante rato persuadirla de que abriera los ojos y, luego, de que los dirigiera hacia él en vez de caminar de un lado a otro de la percha arrastrando las garras y dándole la espalda. Evidentemente, seguía dolida por la falta de gratitud mostrada por Harry la noche anterior. Al final, Harry sugirió en voz alta que tal vez estuviera demasiado cansada y que sería mejor pedirle a Ron que le prestara a
Pigwidgeon
, y fue entonces cuando
Hedwig
levantó la pata para que le atara la carta.
—Tienes que encontrarlo, ¿vale? —le dijo Harry, acariciándole la espalda mientras la llevaba posada en su brazo hasta uno de los agujeros del muro—. Tienes que encontrarlo antes que los
dementores
.
Ella le pellizcó el dedo, quizá más fuerte de lo habitual, pero ululó como siempre, suavemente, como diciéndole que se quedara tranquilo. Luego extendió las alas y salió al mismo tiempo que lo hacía el sol. Harry la contempló mientras se perdía de vista, sintiendo la ya habitual molestia en el estómago. Había estado demasiado seguro de que la respuesta de Sirius lo aliviaría de las preocupaciones en vez de incrementárselas.
—Le has dicho una mentira, Harry —le espetó Hermione en el desayuno, después que él les contó lo que había hecho—. No te imaginaste que la cicatriz te doliera, y lo sabes.
—¿Y qué? —repuso Harry—. No quiero que vuelva a Azkaban por culpa mía.
—Déjalo —le dijo Ron a Hermione bruscamente, cuando ella abrió la boca para argumentar contra Harry. Y, por una vez, Hermione le hizo caso y se quedó callada.
Durante las dos semanas siguientes, Harry intentó no preocuparse por Sirius. La verdad era que cada mañana, cuando llegaban las lechuzas, no podía dejar de mirar muy nervioso en busca de
Hedwig
, y por las noches, antes de ir a dormir, tampoco podía evitar representarse horribles visiones de Sirius acorralado por los
dementores
en alguna oscura calle de Londres; pero, entre una cosa y otra, intentaba apartar sus pensamientos de su padrino. Hubiera querido poder jugar al
quidditch
para distraerse. Nada le iba mejor a una mente atribulada que una buena sesión de entrenamiento. Por otro lado, las clases se estaban haciendo más difíciles y duras que nunca, en especial la de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Para su sorpresa, el profesor Moody anunció que les echaría la maldición
imperius
por turno, tanto para mostrarles su poder como para ver si podían resistirse a sus efectos.
—Pero... pero usted dijo que eso estaba prohibido, profesor —le dijo una vacilante Hermione, al tiempo que Moody apartaba las mesas con un movimiento de la varita, dejando un amplio espacio en el medio del aula—. Usted dijo que usarlo contra otro ser humano estaba...
—Dumbledore quiere que os enseñe cómo es —la interrumpió Moody, girando hacia Hermione el ojo mágico y fijándolo sin parpadear en una mirada sobrecogedora—. Si alguno de vosotros prefiere aprenderlo del modo más duro, cuando alguien le eche la maldición para controlarlo completamente, por mí de acuerdo. Puede salir del aula.
Señaló la puerta con un dedo nudoso. Hermione se puso muy colorada, y murmuró algo de que no había querido decir que deseara irse. Harry y Ron se sonrieron el uno al otro. Sabían que Hermione preferiría beber pus de
bubotubérculo
antes que perderse una clase tan importante.
Moody empezó a llamar por señas a los alumnos y a echarles la maldición
imperius
. Harry vio cómo sus compañeros de clase, uno tras otro, hacían las cosas más extrañas bajo su influencia: Dean Thomas dio tres vueltas al aula a la pata coja cantando el himno nacional, Lavender Brown imitó una ardilla y Neville ejecutó una serie de movimientos gimnásticos muy sorprendentes, de los que hubiera sido completamente incapaz en estado normal. Ninguno de ellos parecía capaz de oponer ninguna resistencia a la maldición, y se recobraban sólo cuando Moody la anulaba.