Harry Potter y el cáliz de fuego (59 page)

Miró hacia el lugar del que provenía la voz. Era Percy Weasley, sentado a la mesa del tribunal. Nuevamente faltaba el señor Crouch.

—¡Bueno, bueno, Percy! —dijo Ludo Bagman, que parecía muy contento de ver a Harry—. ¡Dejémoslo que recupere el aliento!

Dumbledore le sonrió, pero Karkarov y Madame Maxime no parecían nada contentos de verlo... Por las caras, resultaba obvio que habían pensado que no aparecería.

Se inclinó hacia delante poniendo las manos en las rodillas, y respiró hondo. Tenía flato en el costado, que le dolía como un cuchillo clavado entre las costillas, pero no había tiempo para esperar a que se le pasara. Ludo Bagman iba en aquel momento entre los campeones, espaciándolos por la orilla del lago a una distancia de tres metros. Harry quedó en un extremo, al lado de Krum, que se había puesto el bañador y sostenía en la mano la varita.

—¿Todo bien, Harry? —susurró Bagman, distanciándolo un poco más de Krum—. ¿Tienes algún plan?

—Sí —musitó Harry, frotándose las costillas.

Bagman le dio un apretón en el hombro y volvió a la mesa del tribunal. Apuntó a la garganta con la varita como había hecho en los Mundiales, dijo
«¡Sonorus!»
, y su voz retumbó por las oscuras aguas hasta las tribunas.

—Bien, todos los campeones están listos para la segunda prueba, que comenzará cuando suene el silbato. Disponen exactamente de una hora para recuperar lo que se les ha quitado. Así que, cuando cuente tres: uno... dos... ¡tres!

El silbato sonó en el aire frío y calmado. Las tribunas se convirtieron en un hervidero de gritos y aplausos. Sin pararse a mirar lo que hacían los otros campeones, Harry se quitó zapatos y calcetines, sacó del bolsillo el puñado de
branquialgas
, se lo metió en la boca y entró en el lago.

El agua estaba tan fría que sintió que la piel de las piernas le quemaba como si hubiera entrado en fuego. A medida que se adentraba, la túnica empapada le pesaba cada vez más. El agua ya le llegaba a las rodillas, y los entumecidos pies se deslizaban por encima de sedimentos y piedras planas y viscosas. Masticaba las
branquialgas
con toda la prisa y fuerza de que era capaz. Eran desagradablemente gomosas, como tentáculos de pulpo. Cuando el agua helada le llegaba a la cintura, se detuvo, tragó las
branquialgas
y esperó a que sucediera algo.

Se dio cuenta de que había risas entre la multitud, y sabía que debía de parecer tonto, entrando en el agua sin mostrar ningún signo de poder mágico. En la parte del cuerpo que aún no se le había mojado tenía carne de gallina. Medio sumergido en el agua helada y con la brisa levantándole el pelo, empezó a tiritar. Evitó mirar hacia las tribunas. La risa se hacía más fuerte, y los de Slytherin lo silbaban y abucheaban...

Entonces, de repente, sintió como si le hubieran tapado la boca y la nariz con una almohada invisible. Intentó respirar, pero eso hizo que la cabeza le diera vueltas. Tenía los pulmones vacíos, y notaba un dolor agudo a ambos lados del cuello.

Se llevó las manos a la garganta, y notó dos grandes rajas justo debajo de las orejas, agitándose en el aire frío: ¡eran agallas! Sin pararse a pensarlo, hizo lo único que tenía sentido en aquel momento: se echó al agua.

El primer trago de agua helada fue como respirar vida. La cabeza dejó de darle vueltas. Tomó otro trago de agua, y notó cómo pasaba suavemente por entre las branquias y le enviaba oxígeno al cerebro. Extendió las manos y se las miró: parecían verdes y fantasmales bajo el agua, y le habían nacido membranas entre los dedos. Se retorció para verse los pies desnudos: se habían alargado y también les habían salido membranas: era como si tuviera aletas.

El agua ya no parecía helada. Al contrario, resultaba agradablemente fresca y muy fácil de atravesar... Harry nadó, asombrándose de lo lejos y rápido que lo propulsaban por el agua sus pies con aspecto de aletas, y también de lo claramente que veía, y de que no necesitara parpadear. Se había alejado tanto de la orilla que ya no veía el fondo. Se hundió en las profundidades.

Al deslizarse por aquel paisaje extraño, oscuro y neblinoso, el silencio le presionaba los oídos. No veía más allá de tres metros a la redonda, de forma que, mientras nadaba velozmente, las cosas surgían de repente de la oscuridad: bosques de algas ondulantes y enmarañadas, extensas planicies de barro con piedras iluminadas por un levísimo resplandor. Bajó más y más hondo hacia las profundidades del lago, con los ojos abiertos, escudriñando, entre la misteriosa luz gris que lo rodeaba, las sombras que había más allá, donde el agua se volvía opaca.

Pequeños peces pasaban en todas direcciones como dardos de plata. Una o dos veces creyó ver algo más grande ante él, pero al acercarse descubría que no era otra cosa que algún tronco grande y ennegrecido o un denso macizo de algas. No había ni rastro de los otros campeones, de sirenas ni tritones, de Ron ni, afortunadamente, tampoco del calamar gigante.

Unas algas de color esmeralda de sesenta centímetros de altura se extendían ante él hasta donde le alcanzaba la vista, como un prado de hierba muy crecida. Miraba hacia delante sin parpadear, intentando distinguir alguna forma en la oscuridad... y entonces, sin previo aviso, algo lo agarró por el tobillo.

Se retorció para mirar y vio que un
grindylow
, un pequeño demonio marino con cuernos, le había aferrado la pierna con sus largos dedos y le enseñaba los afilados colmillos. Se apresuró a meterse en el bolsillo la mano membranosa, y buscó a tientas la varita mágica. Pero, para cuando logró hacerse con ella, otros dos
grindylows
habían salido de las algas y, cogiéndolo de la túnica, intentaban arrastrarlo hacia abajo.


¡Relaxo!
—gritó Harry.

Pero no salió ningún sonido de la boca, sino una burbuja grande, y la varita, en vez de lanzar chispas contra los
grindylows
, les arrojó lo que parecía un chorro de agua hirviendo, porque donde les daba les producía en la piel verde unas ronchas rojas de aspecto infeccioso. Harry se soltó el tobillo del
grindylow
y escapó tan rápido como pudo, echando a discreción de vez en cuando más chorros de agua hirviendo por encima del hombro. Cada vez que notaba que alguno de los
grindylows
le volvía a agarrar el tobillo, le lanzaba una patada muy fuerte. Por fin, sintió que su pie había golpeado una cabeza con cuernos; volviéndose a mirar, vio al aturdido
grindylow
alejarse en el agua, bizqueando, mientras sus compañeros amenazaban a Harry con el puño y se hundían otra vez entre las algas.

Aminoró un tanto, guardó la varita en la túnica, y miró en torno, escuchando, mientras describía en el agua un círculo completo. La presión del silencio contra los tímpanos se había incrementado. Debía de hallarse a mayor profundidad, pero nada se movía salvo las ondulantes algas.

—¿Cómo te va?

Harry creyó que le daba un infarto. Se volvió de inmediato, y vio a Myrtle
la Llorona
flotando vaporosamente delante de él, mirándolo a través de sus gruesas gafas nacaradas.

—¡Myrtle! —intentó gritar Harry.

Pero, una vez más, lo único que le salió de la boca fue una burbuja muy grande. Myrtle
la Llorona
se rió.

—¡Deberías mirar por allá! —le dijo, señalando en una dirección—. No te acompaño. No me gustan mucho: me persiguen cada vez que me acerco.

Harry le hizo un gesto de agradecimiento con la mano, y se fue en la dirección indicada, con cuidado de nadar algo más distanciado de las algas para evitar a otros
grindylows
que pudieran estar al acecho.

Siguió nadando durante unos veinte minutos, hasta que llegó a unas vastas extensiones de barro negro, que enturbiaba el agua en pequeños remolinos cuando él pasaba aleteando. Luego, por fin, percibió un retazo del canto de las criaturas marinas:

Nos hemos llevado lo que más valoras, y para encontrarlo tienes una hora...

Harry nadó más aprisa, y no tardó en ver aparecer frente a él una roca grande que se alzaba del lodo. Había en ella pinturas de sirenas y tritones que portaban lanzas y parecían estar tratando de dar caza al calamar gigante. Harry pasó la roca, guiado por la canción:

... ya ha pasado media hora, así que no nos des largas si no quieres que lo que buscas se quede criando algas...

De repente, de la oscuridad que lo envolvía todo surgió un grupo de casas de piedra sin labrar y cubiertas de algas. Harry distinguió rostros en las ventanas, rostros que no guardaban ninguna semejanza con el del cuadro de la sirena que había en el baño de los prefectos...

Las sirenas y los tritones tenían la piel cetrina y el pelo verde oscuro, largo y revuelto. Los ojos eran amarillos, del mismo color que sus dientes partidos, y llevaban alrededor del cuello unas gruesas cuerdas con guijarros ensartados. Le dirigieron a Harry sonrisas malévolas. Dos de aquellas criaturas, que enarbolaban una lanza, salieron de sus moradas para observarlo, mientras batían el agua con sus fuertes colas de pez plateadas.

Harry siguió, mirando a su alrededor, y enseguida las casas se hicieron más numerosas. Alrededor de algunas de ellas había jardines de algas, y hasta vio un
grindylow
que parecían tener de mascota, atado a una estaca a la puerta de una de las moradas. Para entonces las sirenas y los tritones salían de todos lados y lo contemplaban con mucha curiosidad; señalaban sus branquias y las membranas de sus extremidades, y se tapaban la boca con las manos para hablar entre ellos. Harry dobló muy aprisa una esquina, y vio de pronto algo muy raro.

Una multitud de sirenas y tritones flotaba delante de las casas que se alineaban en lo que parecía una versión submarina de la plaza de un pueblo pintoresco. En el medio cantaba un coro de tritones y sirenas para atraer a los campeones, y tras ellos se erguía una tosca estatua que representaba a una sirena gigante tallada en una mole de piedra. Había cuatro personas ligadas con cuerdas a la cola de la sirena.

Ron estaba atado entre Hermione y Cho Chang. Había también una niña que no parecía contar más de ocho años y cuyo pelo plateado le indicó a Harry que debía de ser hermana de Fleur Delacour. Daba la impresión de que los cuatro se hallaban sumidos en un sueño muy profundo: la cabeza les colgaba sobre los hombros, y de la boca les salía una fina hilera de burbujas.

Se acercó rápidamente a ellos, temiendo que los tritones bajaran las lanzas para atacarlo, pero no hicieron nada. Las cuerdas de algas que sujetaban a los rehenes a la estatua eran gruesas, viscosas y muy fuertes. Por una fracción de segundo, pensó en la navaja que Sirius le había regalado por Navidad y que tenía guardada en el baúl, dentro del castillo, a cuatrocientos metros de allí, donde no le podía servir de nada en absoluto.

Miró a su alrededor. Muchos de los tritones y sirenas que los rodeaban llevaban lanzas. Se acercó rápidamente a un tritón de más de dos metros de altura que lucía una larga barba verde y un collar de colmillos de tiburón, y le pidió por señas la lanza. El tritón se rió y negó con la cabeza.

—No ayudamos —declaró con una voz ronca.

—¡Vamos! —dijo Harry furioso (aunque sólo le salieron burbujas de la boca), e intentó arrancarle la lanza al tritón, pero él tiró de ella, sin dejar de negar ni de reírse.

Harry se volvió y buscó algo afilado... algo...

Había piedras en el fondo del lago. Se hundió para coger una particularmente dentada, y regresó junto a la estatua. Comenzó a cortar las cuerdas que ataban a Ron, y, tras varios minutos de duro trabajo, lo consiguió. Ron flotó, inconsciente, unos centímetros por encima del fondo del lago, balanceándose ligeramente con el flujo del agua.

Harry miró a su alrededor. No había señal de ninguno de los otros campeones. ¿Qué hacían? ¿Por qué no se daban prisa? Se volvió hacia Hermione, levantó la piedra dentada y se dispuso a cortarle las cuerdas también a ella...

De inmediato lo agarraron varios pares de fuertes manos grises. Media docena de tritones lo separaban de Hermione, negando con la cabeza y riéndose.

—Llévate el tuyo —le dijo uno de ellos—. ¡Deja a los otros!

—¡De ninguna manera! —respondió Harry furioso... pero de la boca sólo le salieron dos burbujas grandes.

—Tu misión consiste en liberar a tu amigo... ¡Deja a los otros!

—¡Ella también es amiga mía! —gritó Harry, señalando a Hermione y sin echar por la boca más que una enorme burbuja plateada—. ¡Y tampoco quiero que ellas mueran!

La cabeza de Cho se indinaba sobre el hombro de Hermione. La niña del pelo plateado estaba espectralmente pálida y verdosa. Harry intentó apartar a los tritones, pero ellos se reían más fuerte que antes, deteniéndolo. Harry miró a su alrededor, desesperado. ¿Dónde estaban los otros? ¿Le daría tiempo de subir con Ron a la superficie y volver por Hermione y las otras? ¿Podría encontrarlas otra vez? Miró el reloj para ver cuánto tiempo le quedaba, pero se le había parado.

Entonces los tritones y las sirenas que lo rodeaban señalaron hacia lo alto. Al levantar la vista, Harry vio a Cedric nadando hacia allí. Tenía una enorme burbuja alrededor de la cabeza, que agrandaba extrañamente los rasgos de su cara.

—¡Nos perdimos! —dijo moviendo los labios, sin pronunciar ningún sonido, y estremecido de horror—. ¡Fleur y Krum vienen detrás!

Muy aliviado, Harry vio a Cedric sacar un cuchillo del bolsillo y liberar con él a Cho, para luego subir con ella hasta perderse de vista.

Harry miró a su alrededor, esperando. ¿Dónde estaban Fleur y Krum? El tiempo se agotaba y, de acuerdo con la canción, si la hora de plazo concluía, los rehenes se quedarían allí para siempre.

De pronto, los tritones y las sirenas prorrumpieron en alaridos de excitación. Los que sujetaban a Harry aflojaron las manos, mirando hacia atrás. Harry se volvió y vio algo monstruoso que se dirigía hacia ellos abriéndose paso por el agua: el cuerpo de un hombre en bañador con cabeza de tiburón: era Krum. Parecía que se había transformado, pero mal.

El hombre-tiburón fue directamente hasta Hermione y empezó a morderle las cuerdas. El problema estaba en que los nuevos dientes de Krum se hallaban en una posición poco práctica para morder nada que fuera más pequeño que un delfín, y Harry se dio cuenta de que, si Krum no ponía mucho cuidado, cortaría a Hermione por la mitad. Lanzándose hacia Krum, le dio un golpe en el hombro y le entregó la piedra dentada. Krum la cogió y la usó para liberar a Hermione. Al cabo de unos segundos ya lo había logrado. Cogió a Hermione por la cintura y, sin una mirada hacia atrás, se impulsó rápidamente hacia la superficie con ella.

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