Harry Potter y el cáliz de fuego (56 page)

Harry miró la mota fijamente. Se suponía que el señor Crouch estaba demasiado enfermo para ir al trabajo o para asistir al baile de Navidad: ¿qué hacía entonces colándose en Hogwarts a la una de la madrugada? Harry observó atentamente los movimientos de la mota por el despacho, que se detenía aquí y allá...

Harry dudó, pensando... y luego lo venció la curiosidad. Dio media vuelta, y continuó andando en sentido contrario, hacia la escalera más cercana. Iba a ver qué se traía Crouch entre manos.

Bajó la escalera lo más silenciosamente que pudo, aunque algunos retratos volvían la cara con curiosidad cuando crepitaba alguna tabla del suelo, o hacia frufrú la tela del pijama. Avanzó muy despacio por el corredor del piso inferior, apartó a un lado un tapiz que había en la mitad del pasillo, y empezó a bajar por una escalera más estrecha, un atajo que lo dejaría dos pisos más abajo. Seguía mirando el mapa, reflexionando. La verdad era que no parecía propio del correcto y legalista señor Crouch meterse furtivamente en el despacho de otro a aquellas horas de la noche.

Y entonces, cuando había descendido media escalera sin pensar en lo que hacía, concentrado tan sólo en el peculiar comportamiento del señor Crouch, metió una pierna en el escalón falso que Neville siempre olvidaba saltar. Se tambaleó, y el huevo de oro, aún húmedo del baño, se deslizó de debajo de su brazo... Se lanzó hacia delante para intentar cogerlo, pero era ya demasiado tarde: el huevo caía por la larga escalera, repicando como un gong en cada uno de los escalones. Al mismo tiempo se le escurrió la capa invisible. Harry la cogió, pero entonces se le resbaló de la mano el mapa del merodeador y cayó seis escalones más abajo, donde, atrapado como estaba en el peldaño por encima de la rodilla, no podía alcanzarlo.

En su caída, el huevo de oro atravesó el tapiz que había al pie de la escalera, se abrió de golpe y comenzó a gemir estridentemente en el corredor de abajo. Harry sacó la varita e intentó alcanzar con ella el mapa del merodeador para borrar el contenido, pero estaba demasiado lejos para llegar hasta él.

Volviéndose a tapar con la capa, Harry escuchó atentamente, arrugando el entrecejo por el miedo. Casi de inmediato...


¡PEEVES!

Era el inconfundible grito de caza del conserje Filch. Harry oyó sus pasos arrastrados acercarse más y más, y su sibilante voz que se elevaba furiosamente.

—¿Qué es este estruendo? ¿Es que quieres despertar a todo el castillo? Te voy a coger, Peeves, te voy a coger. Tú... Pero ¿qué es esto?

Los pasos de Filch se detuvieron. Se oyó un chasquido producido por metal al golpear contra otro metal, y los gemidos cesaron. Filch había cogido el huevo y lo había cerrado. Harry permanecía muy quieto, con la pierna aún atrapada en el escalón mágico, escuchando. En cualquier momento Filch apartaría a un lado el tapiz esperando ver a Peeves... y no lo encontraría. Pero si seguía subiendo la escalera vería el mapa del merodeador y, tuviera o no puesta la capa invisible, el mapa del merodeador mostraría el letrero «Harry Potter» en el punto exacto en que se hallaba.

—¿Un huevo? —dijo en voz baja Filch al pie de la escalera—. Cielo mío —evidentemente la
Señora Norris
se encontraba con él—, ¡esto es el enigma del Torneo! ¡Esto pertenece a uno de los campeones!

Harry empezó a encontrarse mal. El corazón le latía muy aprisa.


¡PEEVES!
—bramó Filch con júbilo—. ¡Has estado robando!

Apartó el tapiz, y Harry vio su horrible cara abotargada, y los ojos claros y saltones que observaban la escalera oscura y (para él) desierta.

—¿Te escondes? —dijo con voz melosa—. Te voy a atrapar, Peeves... Te has atrevido a robar uno de los enigmas del Torneo, Peeves. Dumbledore te expulsará por esto, ratero...

Filch empezó a subir por la escalera, acompañado por su escuálida gata de color apagado. Los ojos como faros de la
Señora Norris,
tan parecidos a los de su amo, estaban fijos en Harry. No era la primera vez que éste se preguntaba si la capa invisible surtía efecto con los gatos. Muerto de miedo, vio a Filch acercarse poco a poco en su vieja bata de franela. Intentó sacar el pie del escalón desesperadamente, pero sólo consiguió hundirlo un poco más. De un momento a otro, Filch vería el mapa o se tropezaría con él...

—Filch, ¿qué ocurre?

El conserje se detuvo unos escalones por debajo de Harry, y se volvió. Al pie de la escalera se hallaba la única persona que podía empeorar la situación de Harry: Snape. Llevaba un largo camisón gris y parecía lívido.

—Es Peeves, profesor —susurró Filch con malevolencia—. Tiró este huevo por la escalera.

Snape subió aprisa y se detuvo junto a Filch. Harry apretó los dientes, convencido de que los estruendosos latidos de su corazón no tardarían en delatarlo.

—¿Peeves? —dijo Snape en voz baja, observando el huevo en las manos de Filch—. Pero Peeves no ha podido entrar en mi despacho...

—¿El huevo estaba en su despacho, profesor?

—Por supuesto que no —replicó Snape—. Oí golpes y luego gemidos...

—Sí, profesor, era el huevo.

—Vine a investigar...

—Peeves lo tiró, señor...

—... y al pasar por mi despacho, ¡vi las antorchas encendidas y la puerta de un armario abierta de par en par! ¡Alguien ha estado revolviendo en él!

—Pero Peeves no pudo...

—¡Ya sé que no, Filch! —espetó Snape—. ¡Yo cierro mi despacho con un embrujo que sólo otro mago podría abrir! —Snape miró escaleras arriba, justo a través de Harry, y luego hacia el corredor de abajo—. Bueno, ahora quiero que vengas a ayudarme a buscar al intruso, Filch.

—Yo... Sí, profesor, pero...

Filch miró con ansia escaleras arriba, hacia Harry. Evidentemente, se resistía a renunciar a aquella oportunidad de acorralar a Peeves. «Vete —imploró Harry para sus adentros—, vete con Snape, vete...» Desde los pies de Filch, la
Señora Norris
miraba en torno. Harry tenía la convicción de que lo estaba oliendo... ¿Por qué habría echado tanta espuma perfumada en el baño?

—El caso es, profesor —dijo Filch lastimeramente—, que el director tendrá que hacerme caso esta vez. Peeves le ha robado a un alumno, y ésta podría ser mi oportunidad para echarlo del castillo de una vez para siempre.

—Filch, me importa un bledo ese maldito poltergeist. Es mi despacho lo que...

Bum, bum, bum.

Snape se calló de repente. Tanto él como Filch miraron al pie de la escalera. A través del hueco que quedaba entre sus cabezas, Harry vio aparecer cojeando a
Ojoloco
Moody. Moody llevaba su vieja capa de viaje puesta sobre el camisón, y se apoyaba en el bastón, como de costumbre.

—¿Qué es esto, una fiesta nocturna? —gruñó.

—El profesor Snape y yo hemos oído ruidos, profesor —se apresuró a contestar Filch—. Peeves el
poltergeist
, que ha estado tirando cosas como de costumbre. Y además el profesor Snape ha descubierto que alguien ha entrado en su despacho.

—¡Cállate! —le dijo Snape a Filch entre dientes.

Moody dio un paso más hacia la escalera. Harry vio que el ojo mágico de Moody se fijaba en Snape, y luego, sin posibilidad de error, en él mismo.

A Harry el corazón le dio un brinco. Moody podía ver a través de las capas invisibles... Era el único que podía ver todo lo extraño de la escena: Snape en camisón, Filch agarrando el huevo, y él, Harry, atrapado tras ellos en la escalera. La boca de Moody, que era como un tajo torcido, se abrió por la sorpresa. Durante unos segundos, él y Harry se miraron a los ojos. Luego Moody cerró la boca y volvió a dirigir el ojo azul a Snape.

—¿He oído bien, Snape? —preguntó—. ¿Ha entrado alguien en tu despacho?

—No tiene importancia —repuso Snape con frialdad.

—Al contrario —replicó Moody con brusquedad—, tiene mucha importancia. ¿Quién puede estar interesado en entrar en tu despacho?

—Supongo que algún estudiante —contestó Snape. Harry vio que le latía una vena en la grasienta sien—. Ya ha ocurrido antes. Han estado desapareciendo de mi armario privado ingredientes de pociones... Sin duda, alumnos que tratan de probar mezclas prohibidas.

—¿Piensas que buscaban ingredientes de pociones? —dijo Moody—. ¿No escondes nada más en tu despacho?

Harry vio que la cetrina cara de Snape adquiría un desagradable color teja, y la vena de la sien palpitaba con más rapidez.

—Sabes que no, Moody —respondió en voz peligrosamente suave—, porque tú mismo lo has examinado exhaustivamente.

La cara de Moody se contorsionó en una terrible sonrisa.

—Privilegio de
auror
, Snape. Dumbledore me dijo que echara un ojo...

—Resulta que Dumbledore confía en mí —dijo Snape, con los dientes apretados—. ¡Me niego a creer que él te diera órdenes de husmear en mi despacho!

—¡Por supuesto que Dumbledore confía en ti! —gruñó Moody—. Es un hombre confiado, ¿no? Cree que hay que dar una segunda oportunidad. Yo, en cambio, pienso que hay manchas que no se quitan. Manchas que no se quitan nunca, ¿me entiendes?

Snape hizo de repente algo muy extraño. Se agarró convulsivamente el antebrazo izquierdo con la mano derecha, como si algo le doliera.

Moody se rió.

—Vuelve a la cama, Snape.

—¡Tú no tienes autoridad para enviarme a ningún lado! —replicó Snape con furia contenida, soltando el brazo como enojado consigo mismo—. Tengo tanto derecho como tú a hacer la ronda nocturna de este colegio.

—Pues sigue haciendo la ronda —contestó Moody, pero su voz resultaba amenazante—. Me muero de ganas de pillarte alguna vez en algún oscuro corredor... Se te ha caído algo, al parecer.

Con una punzada de pánico, Harry vio que Moody señalaba el mapa del merodeador, que seguía tirado en el suelo, seis escalones por debajo de él. Cuando Snape y Filch se volvieron a mirarlo, Harry abandonó toda prudencia: levantó los brazos bajo la capa y los movió para llamar la atención de Moody, mientras gesticulaba con la boca «¡es mío!, ¡mío!».

Snape fue a cogerlo; por la expresión de su cara, parecía que empezaba a entender.


¡Accio pergamino!

El mapa voló por el aire, se deslizó entre los dedos extendidos de Snape y bajó la escalera hasta la mano de Moody.

—Disculpa —dijo Moody con calma—. Es mío, se me ha debido de caer antes.

Pero los negros ojos de Snape pasaban del huevo en los brazos de Filch al mapa en la mano de Moody, y Harry se dio cuenta de que estaba atando cabos, como sólo él sabía...

—Potter —murmuró.

—¿Qué pasa? —preguntó Moody muy tranquilo, plegando el mapa y guardándoselo.

—¡Potter! —gruñó Snape, y entonces volvió la cabeza y miró hacia donde estaba Harry, como si de repente fuera capaz de verlo—. Ese huevo es el de Potter, y ese pergamino pertenece a Potter. Lo he visto antes, ¡lo reconozco! ¡Potter está por aquí! ¡Potter, con su capa invisible!

Snape extendió las manos como un ciego y comenzó a subir por la escalera. Harry hubiera jurado que sus narices de por si grandes se dilataban, intentando descubrir a Harry por el olfato. Atrapado como estaba, Harry se hizo atrás para evitar los dedos de Snape, pero de un momento a otro...

—¡Ahí no hay nada, Snape! —bramó Moody—. ¡Pero me encantará contarle al director lo rápido que pensaste en Harry Potter!

—¿Con qué intención? —inquirió Snape, girando el rostro hacia Moody, pero con las manos todavía extendidas a sólo unos centímetros del pecho de Harry.

—¡Con la intención de darle una pista sobre quién pudo meter a ese muchacho en el Torneo! —contestó Moody, acercándose más al inicio de la escalera—. Lo mismo que yo, está muy interesado en el problema. —La luz de la antorcha titiló en su mutilado rostro, de forma que las cicatrices y el trozo de nariz que le faltaba fueron más evidentes que nunca.

Snape miraba a Moody, y Harry no pudo ver la expresión de su cara. Durante un momento nadie se movió ni dijo nada. Luego Snape bajó las manos lentamente.

—Sólo pensé —dijo intentando aparentar calma— que si Potter había vuelto a pasear por el castillo de noche... (es un mal hábito que tiene) habría que impedirlo. Por... por su propia seguridad.

—¡Ah, ya veo! —repuso Moody en voz baja—. Lo haces por Potter, ¿eh?

Hubo una pausa. Snape y Moody seguían mirándose el uno al otro. La
Señora Norris
emitió un sonoro maullido, todavía escudriñando desde los pies de Filch, como si buscara la fuente del olor del baño de espuma.

—Creo que volveré a la cama —declaró Snape con tono cortante.

—Ésa es la mejor idea que has tenido en toda la noche —dijo Moody—. Ahora, Filch, si me das ese huevo...

—¡No! —Filch agarraba el huevo como si fuera su primogénito—. ¡Profesor Moody, ésta es la prueba de la conducta de Peeves!

—Pero pertenece al campeón al que se lo robó —replicó Moody—. Entrégamelo. Ahora mismo.

Snape bajó la escalera y pasó por al lado de Moody sin decir nada más. Filch le hizo una especie de marramiau a la
Señora Norris
, que miró a Harry fijamente, como sin comprender, antes de volverse y seguir a su amo. Aún con la respiración alterada, Harry oyó a Snape alejarse por el corredor. Filch le entregó el huevo a Moody, y también desapareció de la vista, susurrándole a la
Señora Norris
:

—No importa, cielo mío. Veremos a Dumbledore por la mañana y le diremos lo de Peeves.

Se oyó un portazo. Quedaron solos Harry y Moody, que apoyó el bastón en el primer escalón y empezó a ascender con dificultad hacia él, dando un golpe sordo a cada paso.

—Por un pelo, Potter —murmuró.

—Sí... eh... gracias —dijo Harry débilmente.

—¿Qué es esto? —preguntó Moody, sacando del bolsillo el mapa del merodeador y desplegándolo.

—Un mapa de Hogwarts —explicó Harry, esperando que Moody no tardara en sacarlo del escalón falso: le dolía la pierna.

—¡Por las barbas de Merlín! —susurró Moody, mirando el mapa. Su ojo mágico lo recorría como enloquecido—. Esto... ¡esto si que es un buen mapa, Potter!

—Sí, es... es muy útil —repuso Harry. Estaba a punto de llorar del dolor—. Eh... profesor Moody, ¿cree que podrá ayudarme?

—¿Qué? ¡Ah!, si, claro.

Moody agarró a Harry de los brazos y tiró. La pierna de Harry se liberó del escalón falso, y él se subió al inmediatamente superior.

Moody volvió a observar el mapa.

—Potter... —dijo pensativamente—, ¿no verías por casualidad quién entró en el despacho de Snape? ¿No lo verías en el mapa?

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