Harry Potter y el cáliz de fuego (51 page)

—¿Qué hay? —le preguntó Harry a Ron, sentándose y abriendo una botella de cerveza de mantequilla.

Ron no respondió. No quitaba ojo a Hermione y a Krum, que bailaban cerca de ellos. Padma estaba sentada con las piernas y los brazos cruzados, moviendo un pie al compás de la música. De vez en cuando le dirigía una mirada asesina a Ron, que no le hacía el menor caso. Parvati se sentó junto a Harry y cruzó también brazos y piernas. Al cabo de unos minutos se le acercó un chico de Beauxbatons para preguntarle si quería bailar con él.

—No te importa, ¿verdad, Harry? —le preguntó Parvati.

—¿Qué? —dijo Harry, observando a Cho y Cedric.

—Olvídalo —le espetó Parvati, y se marchó con el chico de Beauxbatons. No volvió al terminar la canción.

Hermione se acercó y se sentó en la silla que Parvati había dejado. Estaba un poco sofocada de tanto bailar.

—Hola —la saludó Harry.

Ron no dijo nada.

—Hace calor, ¿no? —comentó Hermione abanicándose con la mano—. Viktor acaba de ir por bebidas.

—¿Viktor? —dijo Ron con furia contenida—. ¿Todavía no te ha pedido que lo llames «Vicky»?

Hermione lo miró sorprendida.

—¿Qué te pasa? —le preguntó.

—Si no lo sabes, no te lo voy a explicar —replicó Ron mordazmente.

Hermione interrogó con la mirada a Harry, que se encogió de hombros.

—Ron, ¿qué...?

—¡Es de Durmstrang! —soltó Ron—. ¡Compite contra Harry! ¡Contra Hogwarts! Tú, tú estás... —Ron estaba obviamente buscando palabras lo bastante fuertes para describir el crimen de Hermione— ¡confraternizando con el enemigo, eso es lo que estás haciendo!

Hermione se quedó boquiabierta.

—¡No seas idiota! —contestó al cabo—. ¡El enemigo! No comprendo... ¿Quién era el que estaba tan emocionado cuando lo vio llegar? ¿Quién era el que quería pedirle un autógrafo? ¿Quién tiene una miniatura suya en el dormitorio?

Ron prefirió no hacer caso de aquello.

—Supongo que te pidió ser su pareja cuando los dos estabais en la biblioteca.

—Sí, así fue —respondió Hermione, y sus mejillas, que estaban ligeramente subidas de color, se pusieron de un rojo brillante—. ¿Y qué?

—¿Qué pasó? ¿Intentaste afiliarlo a la
P.E.D.D.O.
?

—¡No, nada de eso! ¡Si de verdad quieres saberlo, me dijo que había ido a la biblioteca todos los días para intentar hablar conmigo, pero que no había conseguido armarse del valor suficiente!

Hermione dijo esto muy aprisa, y se ruborizó tanto que su cara adquirió el mismo tono que la túnica de Parvati.

—Sí, bien, eso es lo que él dice —repuso Ron.

—¿Qué quieres decir con eso?

—¡Pues está bien claro! Él es alumno de Karkarov, ¿no? Sabe con quién vas... Intenta aproximarse a Harry, obtener información de él, o acercarse lo bastante para gafarlo.

Hermione reaccionó como si Ron le acabara de pegar una bofetada. Cuando al fin habló, le temblaba la voz.

—Para tu información, no me ha preguntado nada sobre Harry, absolutamente nada.

Inmediatamente Ron cambió de argumento.

—¡Entonces es que espera que lo ayudes a desentrañar el enigma del huevo! Supongo que durante esas encantadoras sesiones de biblioteca os habéis dedicado a pensar juntos...

—¡Yo nunca lo ayudaría a averiguar lo del huevo! —replicó Hermione, ofendida—. Nunca. ¡Cómo puedes decir algo así...! Yo quiero que el Torneo lo gane Harry, y Harry lo sabe, ¿o no?

—Tienes una curiosa manera de demostrarlo —dijo Ron de forma despectiva.

—¡Se supone que la finalidad del Torneo es conocer magos extranjeros y hacer amistad con ellos! —repuso Hermione con voz chillona.

—¡No, no lo es! —gritó Ron—. ¡La finalidad es ganar!

La gente empezaba a mirarlos.

—Ron —dijo Harry en voz baja—, a mí no me parece mal que Hermione haya venido con Krum...

Pero Ron tampoco le hizo caso a Harry.

—¿Por qué no te vas a buscar a Vicky? —dijo—. Seguro que se pregunta dónde estás.

—¡No lo llames Vicky! —Hermione se puso en pie de un salto y salió como un huracán hacia la zona de baile, donde desapareció entre la multitud.

Con una mezcla de ira y satisfacción en la cara, Ron la vio irse.

—¿No vas a pedirme que bailemos? —le preguntó Padma.

—No —contestó Ron, sin dejar de mirar a Hermione.

—Muy bien —espetó Padma.

Se levantó y fue adonde estaban Parvati y el chico de Beauxbatons. Éste se dio tanta prisa en encontrar a otro amigo para ella, que Harry habría jurado que lo había atraído con el encantamiento convocador.

—¿Dónde está Herr... mío... ne? —preguntó una voz.

Krum acababa de acercarse a la mesa con dos cervezas de mantequilla.

—Ni idea —respondió Ron con brusquedad, levantando la vista hacia él—. ¿Se te ha perdido?

Krum volvía a tener su gesto hosco.

—Bueno, si la veis, decidle que tengo las bebidas —dijo, y se fue con su paso desgarbado.

—Te has hecho amigo de Viktor Krum, ¿eh, Ron? —Percy se les había acercado y hablaba frotándose las manos y haciendo ademanes pomposos—. ¡Estupendo! Ésa es la verdadera finalidad del Torneo, ¿sabes?, ¡la cooperación mágica internacional!

Para disgusto de Harry, Percy se apresuró a ocupar el sitio de Padma. En aquel momento la mesa principal se hallaba vacía: el profesor Dumbledore bailaba con la profesora Sprout; Ludo Bagman, con la profesora McGonagall; Madame Maxime y Hagrid ocupaban un buen espacio mientras valseaban por entre los estudiantes, y al profesor Karkarov no se lo veía por ningún lado. Cuando terminó la siguiente pieza todo el mundo volvió a aplaudir, y Harry vio que Ludo Bagman besaba la mano de la profesora McGonagall y regresaba entre la multitud, hasta que lo abordaron Fred y George.

—¿Qué creen que hacen, molestando a los miembros del Ministerio? —refunfuñó Percy, mirando con recelo a Fred y George—. No hay respeto...

Pero Ludo Bagman se desprendió de Fred y George enseguida y, viendo a Harry, le hizo un gesto con la mano y se acercó a la mesa.

—Espero que mis hermanos no lo hayan importunado, señor Bagman —le dijo Percy de inmediato.

—¿Qué? ¡No, en absoluto, en absoluto! —repuso Bagman—. No, sólo querían decirme algo sobre esas varitas de pega que han inventado. Me han preguntado si yo podría aconsejarlos sobre mercadotecnia. Les he prometido ponerlos en contacto con un par de conocidos míos en la tienda de artículos de broma de Zonko...

A Percy aquello no le hizo ninguna gracia, y Harry estuvo seguro de que se lo contaría a su madre en cuanto llegara a su casa. Daba la impresión de que los planes de Fred y George se habían hecho más ambiciosos de un tiempo a aquella parte, si esperaban vender al público.

Bagman abrió la boca para preguntarle algo a Harry, pero Percy lo distrajo.

—¿Qué tal le parece que va el Torneo, señor Bagman? Nuestro departamento está muy satisfecho. Por supuesto, fue lamentable el contratiempo con el cáliz de fuego —miró fugazmente a Harry—, pero desde entonces parece que todo ha ido bien, ¿no cree?

—¡Ah, sí! —dijo Bagman muy alegre—, todo ha resultado muy divertido. ¿Cómo le va al viejo Barty? Qué pena que no haya podido venir.

—¡Ah, sin duda el señor Crouch no tardará en volver a la carga! —repuso Percy imbuido de importancia—. Pero, mientras tanto, estoy más que deseoso de mejorar las cosas. Por supuesto, no todo consiste en asistir a bailes... —Rió despreocupadamente—. Me las he tenido que ver con asuntos de todo tipo que han surgido en su ausencia. ¿No ha oído que han pillado a Alí Bashir intentando meter de contrabando en el país un cargamento de alfombras voladoras? Y luego hemos estado intentando que los transilvanos firmen la Prohibición universal de los duelos. Tengo una entrevista con el director de su Departamento de Cooperación Mágica para el año nuevo...

—Vamos a dar una vuelta —le susurró Ron a Harry—. Huyamos de Percy...

Pretextando que iban a buscar más bebida, Harry y Ron dejaron la mesa, rodearon la zona de baile y salieron al vestíbulo. La puerta principal estaba abierta, y mientras bajaban la escalinata de piedra distinguieron el centelleo de las luces de colores repartidas por la rosaleda. Una vez abajo, se encontraron rodeados de arbustos, caminos serpenteantes y grandes estatuas de piedra. Se oía el rumor del agua, probablemente de una fuente. Aquí y allá había gente sentada en bancos labrados. Harry y Ron tomaron uno de los caminos que zigzagueaba entre los rosales, y apenas habían recorrido un corto trecho cuando oyeron una voz tan conocida como desagradable:

—... no veo a qué viene tanto revuelo, Igor.

—¡No puedes negar lo que está pasando, Severus! —La voz de Karkarov sonaba nerviosa y muy baja, como si estuviera tomando precauciones para que nadie pudiera oírlo—. Ha empezado a ser cada vez más evidente durante los últimos meses, y estoy preocupado de verdad, no lo puedo negar...

—Entonces, huye —dijo la voz de Snape—. Huye: yo te disculparé. Pero yo me quedo en Hogwarts.

Snape y Karkarov doblaron la esquina. Snape llevaba la varita en la mano, e iba golpeando los rosales con una expresión de lo más malvada. Muchos de los rosales proferían chillidos, y de ellos surgían unas formas oscuras.

—¡Diez puntos menos para Hufflepuff, Fawcett! —gruñó Snape, cuando una chica pasó corriendo por su lado—. ¡Y diez puntos menos para Ravenclaw, Stebbins! —añadió cuando pasó tras ella un chico—. ¿Y qué hacéis vosotros dos? —preguntó al toparse de improviso con Ron y Harry.

Karkarov, según notó Harry, pareció asustado de verlos allí. Se llevó nerviosamente la mano a la perilla y empezó a ensortijarse el pelo con un dedo.

—Estamos paseando —contestó Ron lacónicamente—. No va contra las normas, ¿o sí?

—¡Seguid paseando, entonces! —gruñó Snape, y los rozó al pasar con su larga capa negra, que se hinchaba tras él.

Karkarov lo siguió apresuradamente. Harry y Ron prosiguieron su camino.

—¿Por qué estará tan preocupado Karkarov? —le cuchicheó Ron.

—¿Y desde cuándo él y Snape se tratan de tú? —dijo Harry pensativamente.

Acababan de llegar hasta una estatua grande de piedra que representaba a un reno del que salían los surtidores de una alta fuente. Sobre un banco de piedra se veía la oscura silueta de dos personas muy grandes que contemplaban el agua a la luz de la luna. Y luego Harry oyó hablar a Hagrid:

—Lo supe en cuanto te vi —decía él, con la voz extrañamente ronca.

Harry y Ron se quedaron de piedra. Daba la impresión de que no debían interrumpir aquella escena... Harry miró a su alrededor y hacia atrás por el camino, y vio a Fleur Delacour y Roger Davies medio ocultos en un rosal cercano. Le dio una palmada a Ron en el hombro y los señaló con un gesto de cabeza, indicándole que podrían escabullirse fácilmente por aquel lado sin ser notados (Fleur y Davies parecían muy entretenidos), pero Ron, horrorizado al ver a Fleur y poniendo los ojos como platos, negó vigorosamente con la cabeza y tiró de Harry para ocultarse más entre las sombras, tras el reno.

—¿Qué es lo que supiste, «Hagguid»? —le preguntó Madame Maxime, con un evidente ronroneo en su suave voz.

Decididamente, Harry no quería escuchar aquello: sabía que a Hagrid le horrorizaría que lo oyeran (porque a él le pasaría lo mismo). Si hubiera podido, se habría tapado los oídos con los dedos y se habría puesto a canturrear bien fuerte, pero no era posible. En vez de eso, intentó interesarse en un escarabajo que caminaba por la espalda del reno, pero el escarabajo no conseguía ser lo bastante atrayente para que se dejaran de oír las palabras de Hagrid.

—Supe... supe que eras como yo... ¿Fue tu madre o tu padre?

—Eh... no entiendo lo que «quiegues decig», Hagrid.

—En mi caso fue mi madre —explicó Hagrid en voz baja—. Fue una de las últimas de Gran Bretaña. Naturalmente, no la recuerdo muy bien... Me abandonó, ya ves. Cuando yo tenía unos tres años. No era lo que se dice del tipo maternal. Bueno, lo llevan en su naturaleza, ¿no? No sé qué fue de ella... Tal vez haya muerto.

Madame Maxime no decía nada. Y Harry, a pesar de si mismo, apartó los ojos del escarabajo y echó un vistazo por encima de las astas del reno, escuchando... Nunca había oído a Hagrid hablar de su infancia.

—A mi padre se le partió el corazón cuando ella se fue. Mi padre era muy pequeño. Con seis años yo ya podía levantarlo y ponerlo encima del aparador si me enfadaba. Solía hacerlo reír... —La voz de Hagrid era profunda, pero de repente cambió porque lo embargó la emoción. Madame Maxime escuchaba sin moverse, según parecía con la vista fija en la fuente plateada—. Mi padre me crió... pero murió, claro, justo después de que yo vine al colegio. Entonces, me las tuve que apañar por mí mismo. Aunque Dumbledore fue una gran ayuda: fue muy bueno conmigo... —Hagrid sacó un pañuelo grande de seda de lunares y se sonó la nariz muy fuerte—. Bueno... en fin... basta de hablar de mí. ¿Y tú? ¿De qué parte te viene?

Pero Madame Maxime acababa de ponerse repentinamente en pie.

—Hace demasiado «fguío» —dijo, pero el tiempo no era tan frío como su voz—. Me «paguece» que voy a «entgag».

—¿Eh? —exclamó Hagrid, sin entender—. ¡No, no te vayas! ¡Yo no... nunca había conocido a otro!

—¿«Otgo» qué, exactamente? —preguntó Madame Maxime, con un tono gélido.

Harry le hubiera aconsejado a Hagrid que no respondiera. Oculto en la sombra, apretó los dientes, esperando contra toda esperanza que no lo hiciera, pero de nada valía.

—¡Otro semigigante, por supuesto! —repuso Hagrid.

—¡Cómo te «atgueves»! —gritó Madame Maxime. Su voz resonó en el silencioso aire de la noche como la sirena de un barco. Tras él, Harry oyó a Fleur y Roger caerse de su rosal—. ¡Jamás en mi vida me han insultado así! ¿Semigigante?
Moi?
Yo... ¡yo soy de esqueleto grande!

Se marchó furiosa. A medida que pasaba, apartando enojada los arbustos, se levantaban en el aire enjambres de hadas multicolores. Hagrid permaneció sentado en el banco, mirándola. Estaba demasiado oscuro para ver su expresión. Luego, aproximadamente un minuto después, se levantó y se fue a grandes zancadas, no de regreso al castillo sino atravesando los oscuros terrenos de camino a su cabaña.

—Vamos —le dijo Harry a Ron en voz muy baja—, vámonos.

Pero Ron no se movió.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry mirándolo.

Ron tenía una expresión realmente muy seria.

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