Harry Potter y el cáliz de fuego (71 page)

Harry notó que se elevaba en el aire; la mazmorra se desvaneció. Por un instante la oscuridad fue total, y luego sintió como si diera una voltereta a cámara lenta y se posara de pronto sobre sus pies en lo que parecía la luz cegadora del soleado despacho de Dumbledore. La vasija de piedra brillaba en el armario, delante de él, y a su lado se encontraba Albus Dumbledore.

—Profesor —dijo Harry con voz entrecortada—, sé que no debería... Yo no pretendía... La puerta del armario estaba algo abierta y...

—Lo comprendo perfectamente —lo tranquilizó Dumbledore. Levantó la vasija, la llevó a su escritorio, la puso sobre la superficie pulida y se sentó en la silla detrás de la mesa. Con una seña, le indicó a Harry que tomara asiento enfrente de él.

Harry lo hizo, sin dejar de mirar la vasija de piedra. El contenido había vuelto a su estado original, blanco plateado, y se arremolinaba y agitaba bajo su atenta mirada.

—¿Qué es? —preguntó con voz temblorosa.

—¿Esto? Se llama
pensadero
—explicó Dumbledore—. A veces me parece, y estoy seguro de que tú también conoces esa sensación, que tengo demasiados pensamientos y recuerdos metidos en el cerebro.

—Eh... —dijo Harry, que en realidad no podía decir que hubiera sentido nunca nada parecido.

—En esas ocasiones —siguió Dumbledore, señalando la vasija de piedra— uso el
pensadero
: no hay más que abrir el grifo de los pensamientos que sobran, verterlos en la vasija y examinarlos a placer. Es más fácil descubrir las pautas y las conexiones cuando están así, ¿me entiendes?

—¿Quiere decir que esas cosas son sus pensamientos? —preguntó Harry, observando la sustancia blanca que giraba en la vasija.

—Eso es —asintió Dumbledore—. Déjame que te lo muestre.

Dumbledore sacó la varita de la túnica y apoyó la punta en el canoso pelo de su sien. Al separar la varita, el pelo parecía haberse pegado a la punta, pero luego Harry se dio cuenta de que era una hebra brillante de la misma extraña sustancia plateada que había en el
pensadero
. Dumbledore añadió a la vasija aquel nuevo pensamiento, y Harry, anonadado, vio su propia cara en la superficie de la vasija.

Dumbledore colocó sus largas manos a cada lado del
pensadero
y lo movió de forma parecida a un buscador de oro que buscara pepitas... y Harry vio que su cara se transmutaba paulatinamente en la de Snape, que abría la boca y se dirigía al techo con una voz que resonaba ligeramente:

—Está volviendo... y la de Karkarov también... mas intensa y más clara que nunca...

—Una conexión que yo podría haber hecho sin ayuda —dijo Dumbledore suspirando—, pero no importa. —Miró por encima de sus gafas de media luna a Harry, que a su vez miraba con la boca abierta cómo Snape seguía moviéndose en la superficie de la vasija—. Estaba utilizando el
pensadero
cuando llegó el señor Fudge a nuestra cita, y lo guardé apresuradamente. Supongo que no dejé bien cerrado el armario. Es lógico que atrajera tu atención.

—Lo siento —murmuró Harry.

Dumbledore movió la cabeza a los lados.

—La curiosidad no es pecado —replicó— Pero tenemos que ser cautos con ella, claro...

Frunciendo el entrecejo ligeramente, tocó con la punta de la varita los pensamientos que había en la vasija. Al instante surgió una chica rolliza y enfurruñada de unos dieciséis años, que empezó a girar despacio, con los pies en la vasija. No vio ni a Harry ni al profesor Dumbledore. Al hablar, su voz resonaba como la de Snape, como si llegara de las profundidades de la vasija de piedra:

—Me echó un maleficio, profesor Dumbledore, y sólo le estaba tomando un poco el pelo, señor. Sólo le dije que lo había visto el jueves besándose con Florence detrás de los invernaderos...

—Pero ¿por qué, Bertha? —dijo con tristeza Dumbledore, mirando a la chica que seguía dando vueltas, en aquel momento en silencio—. Para empezar, ¿por qué tenías que seguirlo?

—¿Bertha? —susurró Harry, mirándola—. ¿Ésa es... ésa era Bertha Jorkins?

—Sí —contestó Dumbledore, volviendo a tocar con la varita los pensamientos de la vasija; Bertha se hundió nuevamente en ellos, y la sustancia recuperó su aspecto opaco y plateado—. Era Bertha en el colegio, tal como la recuerdo.

La luz plateada del
pensadero
iluminaba el rostro de Dumbledore, y a Harry le sorprendió de repente ver lo viejo que parecía. Sabía, naturalmente, que Dumbledore estaba entrado en años, pero nunca pensaba en él como un viejo.

—Bueno, Harry —dijo Dumbledore en voz baja—, antes de que te perdieras entre mis pensamientos, querías decirme algo.

—Si. Profesor... yo estaba en clase de Adivinación, y... eh... me dormí.

Dudó, preguntándose si iba a recibir una regañina, pero Dumbledore sólo dijo:

—Lo puedo entender. Prosigue.

—Bueno, y soñé. Un sueño sobre lord Voldemort. Estaba torturando a Colagusano... ya sabe usted...

—Sí, lo conozco —dijo Dumbledore enseguida—. Continúa.

—A Voldemort le llegó una carta por medio de una lechuza. Dijo algo como que el error garrafal de Colagusano había quedado reparado. Dijo que había muerto alguien. Y luego dijo que Colagusano no tendría que servir de alimento a la serpiente (había una serpiente al lado del sillón). Dijo... dijo que, en vez de a él, la serpiente podría comerme a mí. Luego utilizó contra Colagusano la maldición
cruciatus
... y la cicatriz empezó a dolerme. Me desperté porque el dolor era muy fuerte.

Dumbledore simplemente lo miró.

—Eh... eso es todo —concluyó Harry.

—Ya veo —respondió Dumbledore en voz baja—. Ya veo. ¿Te había vuelto a doler la cicatriz este curso alguna vez, aparte de cuando lo hizo en verano?

—No, no me... ¿Cómo sabe usted que me desperté este verano con el dolor de la cicatriz? —preguntó Harry, sorprendido.

—Tú no eres el único que se cartea con Sirius —explicó Dumbledore—. Yo también he estado en contacto con él desde que salió el año pasado de Hogwarts. Fui yo quien le sugirió la cueva de la ladera de la montaña como el lugar más seguro para esconderse.

Dumbledore se levantó y comenzó a pasear por detrás del escritorio. De vez en cuando se ponía en la sien la punta de la varita, se sacaba otro pensamiento brillante y plateado, y lo echaba al
pensadero
. Dentro de éste, los pensamientos empezaron a girar tan rápido que Harry no podía distinguir nada: no era más que un borrón de colores.

—Profesor... —lo llamó después de un par de minutos.

Dumbledore dejó de pasear y miró a Harry.

—Disculpa —dijo, y volvió a sentarse tras el escritorio.

—¿Sabe por qué me duele la cicatriz?

Dumbledore lo observó en silencio durante un momento antes de responder.

—Tengo una teoría, nada más... Me da la impresión de que te duele la cicatriz tanto cuando Voldemort está cerca de ti como cuando a él lo acomete un acceso de odio especialmente intenso.

—Pero... ¿por qué?

—Porque tú y él estáis conectados por una maldición malograda —explicó Dumbledore—. Eso no es una cicatriz ordinaria.

—¿Y piensa que ese sueño... sucedió de verdad?

—Es posible —admitió Dumbledore—. Diría que probable. ¿Viste a Voldemort, Harry?

—No. Sólo la parte de atrás del asiento. Pero... no habría nada que ver, ¿verdad? Quiero decir que... no tiene cuerpo, ¿o sí? Pero... pero entonces, ¿cómo pudo sujetar la varita? —dijo Harry pensativamente.

—Buena pregunta —murmuró Dumbledore—. Buena pregunta...

Ni Harry ni Dumbledore hablaron durante un rato. Dumbledore tenía la vista fija en el otro lado del despacho, y de vez en cuando se ponía la punta de la varita en la sien y añadía otro pensamiento brillante y plateado a la sustancia en continuo movimiento del
pensadero
.

—Profesor —dijo Harry al fin—, ¿cree que está cobrando fuerzas?

—¿Voldemort? —Dumbledore miró a Harry por encima del
pensadero
. Era la misma mirada característica y penetrante que le había dirigido en otras ocasiones, y a Harry siempre le daba la impresión de que el director veía a través de él, de una manera en que ni siquiera podía hacerlo el ojo mágico de Moody—. Una vez más, Harry, me temo que sólo puedo hacer suposiciones.

Dumbledore volvió a suspirar, y de pronto pareció más viejo y más débil que nunca.

—Los años del ascenso de Voldemort estuvieron salpicados de desapariciones —explicó—. Ahora Bertha Jorkins ha desaparecido sin dejar rastro en el lugar en que Voldemort fue localizado por última vez. El señor Crouch también ha desaparecido... en estos mismos terrenos. Y ha habido una tercera desaparición, que el Ministerio, lamento tener que decirlo, no considera de importancia porque es la de un
muggle
. Se llama Frank Bryce; vivía en la aldea donde se crió el padre de Voldemort, y no se lo ha visto desde finales de agosto. Como ves, leo los periódicos
muggles
, cosa que no hacen mis amigos del Ministerio. —Dumbledore miró a Harry muy serio—. Creo que estas desapariciones están relacionadas, pero el ministro no está de acuerdo conmigo, como tal vez notaras cuando esperabas a la puerta.

Harry asintió con la cabeza. Volvieron a quedarse en silencio, y Dumbledore, de vez en cuando, se sacaba de la cabeza un pensamiento. Harry pensó que quizá debía marcharse, pero la curiosidad lo retuvo en la silla.

—Profesor... —repitió.

—¿Sí, Harry?

—Eh... ¿puedo preguntarle por... esos juicios que presencié en el
pensadero
?

—Puedes —contestó Dumbledore apesadumbrado—. Asistí a muchos juicios, pero algunos regresan a mi memoria con más claridad que otros... especialmente ahora...

—¿Recuerda... recuerda el juicio en que me encontró?, ¿el del hijo de Crouch? Bien... ¿se referían a los padres de Neville?

Dumbledore dirigió a Harry una mirada penetrante.

—¿No te ha contado nunca Neville por qué lo ha criado su abuela? —inquirió el director.

Harry negó con la cabeza, preguntándose por qué nunca había hablado con Neville del tema en los casi cuatro años que hacía que se conocían.

—Sí, se referían a los padres de Neville —admitió Dumbledore—. Su padre, Frank, era un
auror
, igual que el profesor Moody. Él y su mujer fueron torturados para sacarles información sobre el paradero de Voldemort después de que éste perdió su poder, tal como oíste.

—Entonces, ¿están muertos? —preguntó Harry en voz baja.

—No —respondió Dumbledore, con una amargura en la voz que nunca antes había notado Harry—, están locos. Se encuentran los dos en el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas. Creo que Neville va a visitarlos, con su abuela, durante las vacaciones. No lo reconocen.

Harry se quedó horrorizado. No sabía... Nunca, en cuatro años, se había preocupado por averiguar...

—Los Longbottom eran muy queridos —prosiguió Dumbledore—. El ataque contra ellos fue posterior a la caída de Voldemort, cuando todo el mundo se sentía ya a salvo. Aquello provocó una oleada de furia como no he conocido nunca. El Ministerio se sintió muy presionado para capturar a los culpables. Por desgracia, y dada la condición en que se encontraban los Longbottom, su declaración no era de fiar.

—O sea ¿que el hijo del señor Crouch podría haber sido inocente? —dijo Harry pensativamente.

—En cuanto a eso, no tengo ni idea.

Harry se quedó callado una vez más, observando el movimiento de la sustancia del
pensadero
. Había otras dos preguntas que rabiaba por hacer, pero atañían a la culpabilidad de personas que estaban vivas.

—Eh —dijo—, el señor Bagman...

—Nadie lo ha vuelto a acusar de ninguna actividad tenebrosa —contestó Dumbledore con su voz impasible.

—Bien —dijo Harry apresuradamente, volviendo a observar el contenido del
pensadero
, que giraba más despacio porque Dumbledore había dejado de añadir pensamientos—. Y... eh...

Pero el
pensadero
parecía estar haciendo la pregunta por él. El rostro de Snape volvía a flotar en la superficie. Dumbledore lo miró, y luego levantó la vista hacia Harry.

—Tampoco al profesor Snape —respondió.

Harry miró los ojos de color azul claro de Dumbledore, y lo que realmente quería saber le salió de la boca antes de que pudiera evitarlo:

—¿Qué le hizo pensar que Snape había dejado de apoyar a Voldemort, profesor?

Dumbledore aguantó durante unos segundos la mirada de Harry, y luego dijo:

—Eso, Harry, es un asunto entre el profesor Snape y yo.

Harry comprendió que la entrevista había concluido. Dumbledore no parecía enfadado, pero el tono terminante de su voz daba a entender que era el momento de irse. Se levantó, y lo mismo hizo Dumbledore.

—Harry —lo llamó cuando éste se hubo acercado a la puerta—, por favor, no digas a nadie lo de los padres de Neville. Tiene derecho a contarlo él, cuando esté preparado.

—Sí, profesor —respondió, volviéndose para salir.

—Y...

Harry miró atrás.

Dumbledore estaba sobre el
pensadero
, con la cara iluminada desde abajo por la luz plateada, y parecía más viejo que nunca. Miró por un momento a Harry, y le dijo:

—Buena suerte en la tercera prueba.

CAPÍTULO 31

La tercera prueba

—¿T
AMBIÉN
Dumbledore cree que Quien-tú-sabes está recuperando fuerzas? —murmuró Ron.

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